Camino a la Beatificación

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Carta Pastoral Año de la Espiritualidad


Año de la Espiritualidad de los Discípulos Misioneros

Introducción

Queridos hijos y hermanos de la Iglesia de Catamarca
           
            Tercer año del trienio
1         Como todos los años, con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción concluimos una temática pastoral y damos inicio a una nueva. Hoy comenzamos el tercer año del trienio de preparación inmediata al Gran Jubileo del año 2020, en el que celebraremos los 400 años del hallazgo de la sagrada imagen de la “Pura y Limpia Concepción del Valle”. Y luego de haber dedicado el primer año a la ‘Formación de los Discípulos-Misioneros’, y el segundo, que hoy termina, a la ‘Piedad Popular’, este año centraremos nuestra atención en la “Espiritualidad de los Discípulos-Misioneros”.

La perspectiva del año 2020
2           Emprenderemos este religioso empeño teniendo presente que, por el Gran Jubileo del Cuarto Centenario, el año 2020 ha sido declarado por el Episcopado Argentino “Año Mariano Nacional” y que, durante ese año, celebraremos el “IV Congreso Mariano Nacional”, del cual seremos anfitriones. Este último acontecimiento eclesial nos movilizará aún más como Iglesia Diocesana, ya que hemos de prepararnos no sólo para celebrar nuestro Jubileo, sino también para recibir a los congresistas los días 23, 24, 25 y 26 de abril de 2020.
A ello se sumará el Congrego Teológico que se llevará cabo durante el mes de Setiembre del mismo año y significará un fecundo aporte para enriquecer nuestro amor a la Virgen María y fortalecer nuestra relación filial con Ella, en su advocación de Nuestra Señora del Valle.

Espiritualidad de los Discípulos-Misioneros
3           Por ello resulta providencial que este último año de preparación lo dediquemos a la Espiritualidad de los Discípulos-Misioneros, pues toda la temática pastoral que hemos desarrollado desde el 2011, luego de celebrar el Centenario de nuestra Diócesis, nos fue ayudando a consolidar bases y a profundizar nuestra fe, esperanza y caridad, a fin de concientizarnos mejor para vivir como auténticos “Discípulos-Misioneros de Jesucristo”.

Espiritualidad
4           Espiritualidad, queridos hermanos, significa vivir según el Espíritu Santo; dejarnos inspirar y guiar por el Espíritu Santo; discernir según los criterios elaborados a la luz del Espíritu Santo; dejarnos santificar por la acción del Espíritu Santo; colaborar con la Gracia que otorga el Espíritu Santo para que nos asemejemos a Dios Padre, por medio de su Hijo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo.
Al inicio o al final de los documentos magisteriales de la Iglesia se destina siempre un apartado dedicado a profundizar la espiritualidad, puesto que la vida cristiana consiste en estar animados por el Espíritu Santo, Quien es el motor de la Iglesia, el alma que todo lo vivifica y el conductor que lleva hacia la plena madurez en Cristo (cf. Ef 4,13). Por eso los exhorto de corazón a que aprovechen al máximo este año para profundizar en la doctrina cristiana sobre el Espíritu Santo, leyendo algún libro: como ‘El Gran Desconocido’, de Royo Marín, op., o el ‘Tratado sobre el Espíritu Santo’, de san Basilio Magno, o al menos, el artículo del Credo sobre el Espíritu Santo, del Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 687-747). Esto les ayudará a comprender en qué consiste la ‘Espiritualidad de los Discípulos-Misioneros’, porque quien es dócil al Espíritu Santo no sólo sigue a Jesucristo como su discípulo, sino que asume con generosidad, alegría y valor la misión que Él le confía cada día, a partir de su estado de vida y de las diversas tareas que cumple en el seno de la Iglesia y de la Sociedad. En este sentido es de especial mención el Documento de Aparecida, que ha tratado con sapiencia y sencillez la Espiritualidad del “Discípulo-Misionero” de Jesucristo.

Contenido de la Carta Pastoral
5            En las líneas que siguen expondré brevemente la naturaleza de la espiritualidad propia del “Discípulo-Misionero” (Cap. I); luego indicaré algunos desafíos que enfrenta quien se decida a recorrer las etapas de la vida espiritual (Cap. II); después me detendré brevemente en el punto de partida, núcleo y fin de la espiritualidad (Cap. III); a continuación, desarrollaré algunos puntos que explican la relación entre espiritualidad y misión (Cap. IV); como hay una indisoluble relación entre la espiritualidad, la misión y los pastores, expondré, también, lo esencial de la pastoral vocacional (Cap. V); y dado que la espiritualidad de los “discípulos-misioneros” se halla inserta en una realidad eclesial determinada, me referiré finalmente a la Virgen del Valle como nuestra maestra de vida espiritual (Cap. VI).

Cap. I: La espiritualidad del “Discípulo-Misionero”

El encuentro con Jesucristo
6          La persona de Jesucristo es el eje transversal del Documento de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Aparecida del 13 al 31 de mayo de 2007. En ese documento, el Señor es presentado como fuente de vida. Más aún, como el único que puede ofrecer la Vida Plena, Verdadera y Eterna a nuestros pueblos, liberándolos de sus males y colmando sus más profundos anhelos.
Es por ello que el mismo documento concluye que nosotros, sus discípulos-misioneros, tenemos el deber y la misión de anunciarlo con hechos y palabras intrínsecamente conexos, para que el mundo crea y lo acoja como su Modelo y Redentor.
Para ello adopta una metodología que destaca los temas de la ‘vida’ y de los ‘rostros’.
Jesucristo es el ‘Viviente’, el ‘Señor de la Vida’, la ‘fuente de la vida’ y el ‘dador de vida’, que con su muerte y resurrección ha destruido el mal y la muerte y nos hace partícipes de su Vida, que es participación de la misma Vida del Dios Uno y Trino.
Pero, a este Señor de la vida lo contemplamos y lo servimos de modo particular en los hermanos más pobres, en los sufridos, en los excluidos, en los enfermos, en los humillados, en los abandonados y en las víctimas de la violencia y de la injusticia. Es decir, en el ‘rostro’ sufriente de nuestros hermanos vemos el ‘rostro’ sufriente de Cristo, quien «es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre» (DA 392).
Esta Cristología, que no es novedosa, constituye el fundamento de la opción preferencial por los pobres que los Obispos asumieron «con nueva fuerza» (DA 399).
Por ello es que el documento subraya que «conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona: haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer [...] es nuestro gozo» (DA 29).

Seguir las huellas de Jesucristo en la Iglesia
7           La adhesión a Jesucristo implica ser su discípulo, seguir sus huellas y formar parte de su comunidad -la Iglesia-.
Esto nos da la posibilidad de mantenernos unidos a Jesús, renovando nuestro encuentro con Él, escuchando y aprendiendo de su Palabra, y de contemplar el desarrollo del Reino de Dios, silencioso, misterioso, pero eficaz en nosotros, en las otras personas y en nuestro entorno histórico-cultural.
La pertenencia a Cristo Jesús en su mismo Cuerpo -La Iglesia- nos permite vivir la experiencia espiritual de comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Dios reina entre nosotros, haciéndonos partícipes de la vida nueva de Jesucristo Resucitado, mediante la acción del Espíritu Santo que nos vincula y configura con Él, y conduce y acrecienta nuestra experiencia de fe eclesial.
El Documento de Aparecida, con profunda convicción, alegría y esperanza, anuncia esta verdad y da testimonio de la misma; convoca a los bautizados a redescubrir la riqueza de la fe, renovando el encuentro con Jesucristo, abriéndose a la gracia y a la oportunidad de compartir esta fe en la comunidad cristiana, como garantía de una vida llena de luz y de sentido; y motiva a todos los creyentes a compartir este tesoro de fe con los demás, pues el verdadero discípulo es misionero (cfr. DA 29, 548).

Espiritualidad misionera y Cristocéntrica
8           En resumen, pues, la espiritualidad del Discípulo-Misionero que ofrece Aparecida es netamente Cristocéntrica. Surge del ‘encuentro con la persona de Jesucristo’ y consiste en ‘participar de la vida nueva en Cristo, vida en el Espíritu’, liberada de toda forma de esclavitud y renovada por la gracia.
Consecuentemente, la espiritualidad del Discípulo-Misionero tiene como principal fuente inspiradora la espiritualidad de Jesucristo.
El modelo para vivir su espiritualidad, lo encuentra en el estilo de vida de Jesús: su comunión con el Padre en el Espíritu; su forma de orar; su amor y entrega a la misión mesiánica y salvífica; su amor por las creaturas; su comunión fraterna; su opción solidaria por los pobres, marginados, excluidos, enfermos y pecadores; su pobreza; su sencillez; su humildad; su libertad; su amor incondicional hasta la Cruz. O sea, una espiritualidad de comunión y solidaridad, según el ejemplo de Jesús.

La dimensión misionera
9           También es un rasgo esencial y fundamental de la espiritualidad de todo bautizado la dimensión misionera, intrínseca a su identidad cristiana y que consiste, sobre todo, en el testimonio de una vida coherente con la fe, como respuesta libre a la iniciativa divina, en la medida en que nos dejamos ayudar por la Gracia.
El Bautismo, la Eucaristía y la Confirmación, son los sacramentos que nos introducen en la vida de Cristo y su Misterio Pascual de Cristo, cuyo fruto es la salvación.
Por esta iniciación cristiana comienza el camino de nuestra espiritualidad: la vida ‘en’ y ‘según’ el Espíritu, que crece, madura y se consolida a lo largo de toda la vida, por medio de un encuentro habitual con la Palabra de Dios, la Eucaristía y los Hermanos más necesitados, contando con el ejemplo y la intercesión de la Virgen María.

Procesos espirituales
10         En este caminar es oportuno y necesario transitar adecuados procesos catecumenales, sumergirse en una catequesis mistagógica (formación en los misterios de la fe) y ser fieles a una pedagogía espiritual.
Y esto ha de ser así porque la vida espiritual abarca todas las dimensiones de la persona, la totalidad de su ser, su corporeidad, su psiquis, su espíritu, su interioridad, sus capacidades, así como su contexto histórico y cultural. Por ello podemos decir que la vida nueva en Cristo conlleva siempre la promoción humana y la auténtica liberación, ya que la vida cristiana no se reduce a las virtudes personales, sino que se extiende a las virtudes sociales y políticas.

Respuesta al llamado del Señor
11         En efecto, la espiritualidad del discipulado-misionero supone responder al llamado del Señor, seguir paso a paso los caminos del Evangelio e identificarse con el Maestro, haciendo que nuestra vida se mueva al impulso del amor que nos lleva a ponernos al servicio a los demás; lo cual implica una continua opción y discernimiento para seguir el camino de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-26) que nos permite vivir al estilo de Jesús.

Discipulado y misión
12         La misión no es un añadido en la vida del discípulo, ni una opción. Espiritualidad y misión constituyen una misma realidad. Ser Discípulo-Misionero son caras de la misma moneda. La espiritualidad misionera es la concreción del deseo de compartir el "tesoro" del encuentro que se tuvo y se tiene con Cristo, quien ha llenado y sigue llenando nuestras vidas de sentido, de verdad, de amor, de alegría y de esperanza.
No nos está permitido, pues, quedarnos tranquilos en nuestros templos esperando que alguien venga. Nos urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia. Estamos llamados a ser testigos y misioneros en las grandes ciudades y en los campos, en las montañas y selvas de nuestra América, en todos los ambientes de la convivencia social, en los más diversos areópagos  de la vida pública de las naciones, en las situaciones extremas de la existencia, asumiendo ‘ad gentes’ nuestra solicitud por la misión universal de la Iglesia (cf. DA 548).
La espiritualidad misionera no tiene otro “rostro” que el del anuncio gozoso del Evangelio y el del testimonio de una vida coherente con la fe. Exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, la encarnación de los valores del Reino y la inserción en la comunidad eclesial.
Se trata de ofrecer la vida nueva que Cristo nos da, para abrir caminos de vida y esperanza a favor de nuestros hermanos y conciudadanos que sufren por causa del pecado y por todo tipo de injusticias.

Cap. II: Desafíos de orden espiritual y pastoral
para vivir la Espiritualidad

13          Adentrarse en la espiritualidad cristiana implica aceptar diversas y complementarias tareas que se presentan como retos o desafíos que tendremos que enfrentar y superar so pena de vernos sumergidos en el fracaso. Entre estos desafíos, indicamos algunos que nos parecen de peculiar importancia.

La conversión
14         El primero es la auténtica conversión personal, que es totalmente fruto de la acción en nosotros de la gracia del Señor y también totalmente fruto de nuestra libertad. Esta conversión nace del encuentro verdadero y profundo con Jesucristo, y se desarrolla con la práctica de medios adecuados en los diversos ambientes; y es tan importante que, sin ella, no habrá verdadera transformación personal, eclesial, social y pastoral.
Como ésta es una Carta Pastoral, nos interesa detenernos un momento en la conversión pastoral, tan insistentemente pedida por el Magisterio como una necesidad para la acción apostólica de la Iglesia en nuestros días. Pues bien, me parece imprescindible proclamar que la conversión personal y comunitaria a Jesucristo constituye la condición absoluta de posibilidad de toda conversión pastoral de la Iglesia. En efecto, ésta tendrá lugar cuando los diversos agentes de la pastoral vivamos una auténtica espiritualidad de Discípulos-Misioneros y estemos profunda y entrañablemente unidos al Misterio de Cristo. Todo agente pastoral se ha de esmerar por ser ante todo un seguidor de Cristo, un testigo fiel; pues, más que meros hacedores, lo que la Iglesia necesita para el cumplimiento de su misión son varones y mujeres llenos del Espíritu de Dios, dando testimonio de "lo que han visto y oído" (1 Jn 1,1ss) mediante una auténtica vida evangélica (cf. DA 365-370).

La pedagogía espiritual
15         El segundo consiste en garantizar procesos serios y proporcionados que permitan profundizar la experiencia espiritual, la consoliden y la hagan crecer y madurar.
Esto hace necesario una adecuada pedagogía espiritual, que acompañe al fiel cristiano en su camino de seguimiento; le ayude a renovar constantemente el encuentro con Jesús; le inicie y sostenga en la escucha de la Palabra, en la experiencia de oración y en la capacidad de discernimiento; le consolide en la libertad y en las actitudes de Jesús, siguiendo siempre los criterios del Evangelio.
Una espiritualidad auténtica y consolidada será la levadura que impregne con los valores cristianos la cultura, para transformar desde ella las personas y la sociedad. De ese modo, la espiritualidad evangélica brotaría y crecería desde el corazón mismo de esa cultura, haciendo realidad el plan de Dios, Quien llama a toda la realidad humana a entrar en comunión con Él y a participar de Su Vida.
La espiritualidad encarnada
16         El tercero consiste en la valoración de las semillas de vida que el Espíritu siembra en nuestro pueblo y los diversos modos de expresar y transmitir la fe y de encontrarse con Jesús, como los que ofrece la piedad popular, teniendo en cuenta las legítimas aspiraciones de nuestra gente.
La espiritualidad del cristiano debe seguir la dinámica de la encarnación. Por eso tenemos que hacer crecer y madurar la vida que late en cada bautizado, procurando llevar a su plenitud el encuentro con Jesucristo, verdadero pan de vida.
Hemos de evitar una espiritualidad desencarnada, que busca la relación personal con Jesucristo al margen o en contra de la vida terrena y social con todas sus necesidades, deseos y aspiraciones. La transformación de la sociedad dependerá, en gran medida, de nuestra fidelidad al Evangelio y a los valores del Reino. La cultura y la sociedad necesitan encontrar en Jesucristo y en su Palabra una luz, una guía y la esperanza de una vida nueva que se hace efectivamente realidad en Él, pues nos libera de cuanto nos deshumaniza. Jesús vino a plenificar todo lo verdaderamente humano.

La opción por los pobres
17         El cuarto desafío consiste en la opción por los pobres. Mucho se ha escrito y hablado de esto, pero no siempre se ha concretado en acciones que muestren un compromiso real con los sectores más vulnerables de la sociedad.
Nuestro estilo de vida no siempre es coherente con un modo de vivir pobre y sencillo, a ejemplo de Jesús.
Nuestra "solidaridad" se reduce no pocas veces a la mínima limosna o a lo asistencial (que también es importante), pero no siempre vivimos "en medio" de los pobres y sufridos, como amigos y hermanos, promoviendo sus vidas y colaborando con su liberación.
La situación es peor aun cuando dejamos de ofrecerles la oportunidad de crecer en su vida espiritual, viviendo con ellos la experiencia de fe y acompañándolos con los procesos adecuados.
¡Cómo nos cuesta aceptar o reconocer que en las acciones "pastorales" y "espirituales" nos atenemos a lo mínimo, a un simple asistencialismo!

La experiencia actual de Jesucristo
18         El último desafío consiste en advertir que Cristo no es una fuente impersonal de energía o un mero modelo de compromiso social. Cristo es una persona que nos ofrece eficazmente una vida que todo lo abarca, lo renueva y lransforma, a través del Espíritu Santo que obra en nosotros. Él nos ofrece una vida nueva para ser vivida aquí y ahora, no sólo después de la muerte, aunque también da a la muerte un nuevo sentido, colmando la existencia de esperanza.
Cada bautizado debería tener la experiencia y la conciencia de que Jesucristo camina con nosotros; que vive en medio de nosotros, sufriendo, amando, gozando, consolando, luchando y actuando con y por nosotros.
Cada discípulo-misionero debería sentir la urgencia y la necesidad de comunicar a Cristo a los demás con la vida y con la palabra, porque el Señor le está dando sentido a su existencia y a su esperanza con la fuerza de su gracia.
Aunque también cada uno de nosotros debería percibir, con lúcida y humilde conciencia, que el Reino de la Vida es don de Jesús, no obra nuestra.

Cap. III: Encuentro con la Persona de Jesucristo

Encuentro, discipulado y misión
19       De la experiencia de encuentro con la persona de Jesucristo, nace el discipulado y la misión. Este encuentro debemos entenderlo como una verdadera experiencia personal con Jesús, encuentro vital, existencial y transformador, «el más decisivo e importante de la vida, que llena de luz, de fuerza y de esperanza» (DA 21).

Eclesialidad
20         Personal, no quiere decir intimista, ni individualista o "privado", carente de toda expresión comunitaria, eclesial o social. Todo lo contrario. Una experiencia auténtica de encuentro con Jesucristo necesita de la mediación eclesial, comenzando por el bautismo, sin el cual no se da un entronque real con la persona de Jesucristo en la totalidad de su Misterio, como tampoco se da una iniciación plena en el mismo. De igual manera respecto a los demás sacramentos. El llamado que Jesús hizo a sus discípulos, según los Evangelios, se dio siempre como incorporación a una comunidad querida por el mismo Jesús, fundada en los Doce (cfr. Mt 10,1-4 y //).

Encuentro profundo y transformador
21         Sin embargo, el encuentro con la persona de Jesús, ya sea vivido en el seno de la Iglesia, como experiencia compartida, celebrativa, litúrgica, de apostolado o de cualquier tipo, ya sea como experiencia "personal"−como tantas formas de oración, que aun siendo "personales", son siempre de alguna manera comunitarias, en su sentido más auténtico−, debe implicar a la totalidad de la persona. De manera que no consista en una vivencia superficial, sino en una experiencia profunda y transformadora. Es un encuentro de persona a persona, que no es indiferente.

Encuentro siempre renovado
22         Todos los bautizados estamos llamados a "recomenzar desde Cristo", a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo poder de afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años. Sólo gracias a ese encuentro y seguimiento, que se convierte en familiaridad y comunión, por desborde de gratitud y alegría, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y salimos a comunicar a todos la vida verdadera, la felicidad y esperanza que nos ha sido dado experimentar y gozar (DA 549).
En esta misma línea, nos recuerda Benedicto XVI que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus Caritas est, n° 1; DA 12).

Crecimiento en la experiencia de Cristo
23         Pero este encuentro personal no llega a su perfección en un momento y como resultado de un solo hecho. La espiritualidad de todo discípulo-misionero necesita crecer, fortalecerse e incrementarse, en la experiencia de Dios, bajo la guía y acción del Espíritu Santo, que conduce al discípulo a través de los senderos de una maduración profunda (cf. DA 280b).
En efecto, «la persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina» (DA 277c). En esto consiste el discipulado. Éste se logra con la acción de la gracia de Dios, en la vivencia de la fe en comunidad, contando con la ayuda de una adecuada pedagogía espiritual, de la catequesis permanente, del auxilio de la vida sacramental, de la profundización en la Palabra y de una auténtica vida de oración. Estas ayudas «fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos-misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía» (DA 277c).

Configuración con Cristo
24         En definitiva, la meta a la que debe tender la espiritualidad de todo discípulo-misionero, que vive con alegría una nueva vida en Cristo, es su configuración con Cristo, el ser "otro Cristo", para poder decir como San Pablo: "ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gal 2,20). La identificación con Cristo, es también compartir su destino. Correr su misma suerte, incluso hasta la cruz (Mc 8,34) (cfr. DA 140).

Cap. IV: Experiencia de Dios y apertura al
Espíritu Santo

25         Habiendo analizado la realidad Latinoamericana, los obispos en Aparecida constatan que existe, “como reacción al materialismo, una búsqueda de ‘espiritualidad, de oración y de mística’ que expresa el hambre y la sed de Dios” (DA 99g). Sabemos que no puede existir un trabajo evangelizador que no tenga como punto de partida una experiencia de Dios, una aceptación vital del mensaje de Jesucristo y una apertura a la acción del Espíritu, es decir, una espiritualidad. No se trata de transmitir una doctrina o una serie de enseñanzas sino de una experiencia profunda de la Buena Nueva. Por eso están siempre unidas la espiritualidad, la pastoral y la teología.
El Documento de Aparecida propone, directa o indirectamente, una espiritualidad como compromiso con el seguimiento de Jesús y fuente de acción misionera, tema al que dedica los números 240 al 275. Además, en otros muchos lugares se alude a la espiritualidad como origen y meta de la acción evangelizadora. Allí encontramos expresados todos los elementos de la espiritualidad cristiana: a) El ‘aspecto trinitario’; b) El ‘aspecto teologal’; c) Y otros elementos fundamentales.

1.  La espiritualidad trinitaria
26         En el capítulo sexto del Documento de Aparecida se afirma que: “una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios Uno y Trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad” (DA 240).
Esta espiritualidad se concibe como experiencia de Dios, seguimiento de Jesucristo y apertura al Espíritu Santo.

La experiencia de Dios
27         Aparecida pone de relieve la necesidad que siente el pueblo de Dios de presbíteros-discípulos, que tengan una profunda experiencia de Dios (cf. DA 199) y, hablando de la dimensión espiritual en la formación del cristiano, afirma que ésta debe fundarse en “la experiencia de Dios, manifestado en Jesús, y que lo conduce por el Espíritu a través de los senderos de una maduración profunda” (DA 280b).
Se trata de la experiencia de Dios Padre “quien nos atrae por medio de la entrega eucarística de su Hijo (cf. Jn 6,44), don de amor con el que salió al encuentro de sus hijos, para que, renovados por la fuerza del Espíritu, lo podamos llamar Padre” (DA 241).
A este Dios lo experimentamos en la creación, que nos lleva a alabarlo en la belleza, la fecundidad y aridez de nuestras tierras. También se lo advierte en las ‘personas, familias, pueblos y culturas del Continente’ (DA 6); de manera especial, en el rostro de los pobres en cuya opción preferencial “está implícita la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (DA 392). Junto a estas experiencias de Dios en la creación y en las personas, se experimenta a Dios en la historia, acompañando los esfuerzos por instaurar su Reino (cf. DA 366. 383).

 El seguimiento de Jesucristo
28          Según el Documento de Aparecida, “una auténtica evangelización de nuestros pueblos implica asumir plenamente la radicalidad del amor cristiano, que se concreta en el seguimiento de Cristo en la cruz; en el padecer por Cristo a causa de la justicia; en el perdón y amor a los enemigos” (DA 543).
En el seguimiento de Jesús “aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los evangelios para conocer lo que Él hizo por nosotros y para invitarnos a discernir qué es lo que nosotros debemos hacer hoy” (DA 139).
El seguimiento de Jesús implica renovar en nuestra vida la experiencia del ejercicio de su vida, de su humanidad, trabajar por quiénes Él trabajó y vivir lo que él vivió. Jesús experimentó a Dios como Padre, al prójimo como hermano y al mundo como el lugar de encuentro con Dios y el prójimo. Jesús trabajó por la liberación integral del ser humano y padeció, a causa de su testimonio de vida, persecución, injusticia y muerte.
Aparecida señala que ante una vida sin sentido, es Jesús quien nos revela el rostro de Dios y nos invita a la comunión con la Trinidad (DA 109). Ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, nos ofrece la Resurrección.  Frente a la idolatría de los bienes terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como el valor supremo y nos invita a seguirlo (DA 109). Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla (DA 110). “Ante la exclusión, Jesús defiende los derechos de los débiles y la vida digna de todo ser humano” (DA 112). “Ante la naturaleza amenazada, Jesús, que conocía el cuidado del Padre por las criaturas que Él alimenta y embellece (cf. Lc 12,28) nos convoca a cuidar la tierra para que brinde abrigo y sustento a todos los hombres” (DA 113).
Vivir la espiritualidad del seguimiento de Jesús exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano para acercarnos a los que sufren, generando así una sociedad sin excluidos que acoge a los pequeños y a los pobres y busca la liberación integral de todos (DA 135).

Apertura al Espíritu
29         La vida cristiana es una vida ‘según el Espíritu’. En Aparecida encontramos en muchas de sus páginas una doctrina orientadora sobre la presencia y la acción del Espíritu en la Iglesia y en cada uno de sus miembros. Lo presenta como “Espíritu vivificador, alma y vida de la Iglesia… que ha sido derramado en nuestros corazones, gime e intercede por nosotros y nos fortalece con sus dones en nuestro camino de discípulos y misioneros” (DA 23).
El Documento de Aparecida nos recuerda que el Espíritu nos habla a través de los ‘signos de los tiempos’; “nos identifica con Jesús Camino, abriéndonos a su misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos identifica con Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y propias ambiciones; y nos identifica con Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos para que otros tengan vida en Él” (DA 137).
Como seguidores de Jesús debemos dejarnos guiar por el Espíritu y “hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,18-19) (DA 152).
El primer fruto de la presencia y de la acción del Espíritu Santo es la comunión entre los discípulos-misioneros. Por eso, somos invitados por Jesús y ayudados para vivir en comunión a partir de su presencia en nosotros y en la comunidad de los creyentes en Cristo (DA 155).
El Espíritu nos envía a la tarea misionera (DA 171). El Espíritu nos renueva continuamente y nos da posibilidad de dirigirnos a Dios como Padre, nos ayuda a comprender la Escritura, fortalece nuestra identidad de discípulos y despierta en nosotros la voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que hemos escuchado y vivido (DA 251).
El Espíritu Santo es invocado para “poder dar un testimonio de proximidad que entraña cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia social y capacidad de compartir, como Jesús lo hizo” (DA 363).
Se nos pide fidelidad al Espíritu Santo que nos conduce a la renovación eclesial, “que implica reformas espirituales, pastorales e institucionales” (DA 367). Para ello hay que aprender a sentir la presencia del Espíritu Santo en los valores del Reino de Dios; en las culturas, para potenciarlas y purificarlas; en los esfuerzos de las personas de buena voluntad; en personas y comunidades que testimonian el evangelio (DA 374).
Con la fuerza del Espíritu hay que enfrentar los desafíos del momento actual (DA 551).

2.  La vida teologal
30         El aspecto teologal de la espiritualidad del discípulo-misionero de Jesús se despliega en la vivencia de la fe, la esperanza y la caridad.

     La fe
31         La fe bíblica tiene el sentido de apertura plenamente confiada y segura a una persona. En la Escritura, creer es apoyarse en algo sólido y estable; es apoyarse en Dios. La fe es un abrirse al Dios vivo y verdadero, al Dios de la alianza, fiel a sus promesas.
A la luz de esta fe se hace la experiencia de Dios, no fuera de la realidad sino dentro de ella: realidad histórica llena de contradicciones y de búsqueda; realidad política, social y económica.
La fe en su dimensión social lleva a analizar la realidad a la luz del plan de Dios sobre la humanidad, a anunciar este proyecto divino, a denunciar todo lo que se opone a él. Esta fe conduce a discernir las interpelaciones de Dios en los signos de los tiempos y a descubrir las situaciones de pecado social. Conduce igualmente al compromiso por superar todo lo que contradice la condición de hijos de Dios y de hermanos que Cristo estableció entre los seres humanos.
El regreso al concepto bíblico de fe ha hecho que no se la reduzca –como sucedía anteriormente- al hecho de creer verdades. Hoy es entendida como apertura confiada “a” y “en” Dios y disponibilidad para seguir sus caminos; como visión contemplativa que descubre a Dios presente en la realidad y que se expresa en el compromiso del amor hacia los hermanos.
Aparecida confiesa desde el principio del documento que desea dar “un nuevo impulso a la evangelización, a fin de que estos pueblos sigan creciendo y madurando en su fe” (DA 16).
Otro de los puntos importantes trata acerca del significado de una fe encarnada en la realidad, cuando, al describir el método de ‘ver, juzgar y actuar’, se manifiesta que esto implica “contemplar a Dios con los ojos de la fe, a través de su Palabra revelada y el contacto vivificante de los sacramentos, a fin de que en la vida cotidiana veamos la realidad que nos circunda a la luz de su providencia, la juzguemos según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, y actuemos desde la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y sacramento universal de salvación, en la propagación del reino de Dios, que se siembra en esta tierra y que fructifica plenamente en el cielo” (DA 19).
La fe nos enseña también que “Dios vive en la ciudad, en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus dolores y sufrimientos. Las sombras que marcan lo cotidiano de las ciudades, como por ejemplo, violencia, pobreza, individualismo y exclusión, no pueden impedirnos que busquemos y contemplemos al Dios de la vida también en los ambientes urbanos” (DA 513).
Aparecida reconoce como ‘testigos de la fe’ a muchos de sus miembros quienes fueron perseguidos y asesinados por su empeño a favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano (DA 98).
La fe debe ser vivida con la alegría que lleva a “proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación” (DA 103).
Vivida así,  “la fe nos libera del aislamiento porque nos lleva a la comunión” (DA 156). Más aún, estrecha nuestra relación comunitaria con Jesús, quien se hace presente en una comunidad viva en la fe y el amor fraterno (DA 256). Pero, hay que vivir la fe en la centralidad del misterio pascual de Cristo a través de la eucaristía (DA 251) y también en la piedad popular, que expresa la fe “porque refleja una sed de Dios, que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” (DA 258).
Por otra parte, no hemos de olvidar que la fe debe inculturarse, porque solamente cuando penetra en el sustrato cultural de un pueblo puede ser profesada adecuadamente, entendida y vivida (DA 477); y tampoco hemos de relegar al olvido que la fe en Dios es compatible con la ciencia, por lo que la vida en fe nos lleva a valorar los espacios de diálogo entre ambas (DA 495).
Ante los desafíos de la nueva evangelización se hace más urgente que nunca “una coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social” (DA 505).

La esperanza
32         La esperanza cristiana no puede reducirse a la simple espera paciente y resignada de la irrupción de lo definitivo en nuestra historia humana. El concepto bíblico de esperanza ilumina la tensión entre lo presente y lo futuro, que será lo definitivo. La redención de Cristo, realizada ya, tiene al mismo tiempo una faceta futura que es objeto de esperanza: la redención se consumará con la resurrección.
A la luz del Nuevo Testamento, la esperanza cristiana está hecha de fe, paciencia perseverante y acción (cf. Rom 5,3-5), y se apoya en la bondad y fidelidad de Dios manifestadas en Cristo, del cual nada ni nadie nos puede separar (Rom 8,38-39), y en la presencia del Espíritu Santo (Rom 8,11-23).
La esperanza cristiana arrastra también consigo al universo (Rom 8,19-22). La dimensión activa de la esperanza se orienta primariamente al progreso del ser humano y a su liberación; y, secundariamente y mediante lo anterior, al progreso del mundo, de la ciencia y de la técnica. Todo debe estar orientado a la liberación integral de la persona humana.
La esperanza de lo definitivo no debe debilitar sino excitar la solicitud para transformar el mundo y la sociedad, porque eso interesa al Reino de Dios, ya misteriosamente presente en la tierra (cf. Gaudium et Spes, 39). La esperanza en su dimensión social lleva a descubrir contemplativamente las semillas de vida y de resurrección en las cosas de cada día, en las situaciones, en las personas, en uno mismo. También la experiencia de la propia pobreza, de las propias limitaciones y de la lentitud de los cambios exige el ejercicio de una esperanza activa, que vive la tensión de la paciencia perseverante.
El Documento de Aparecida presenta la esperanza cristiana desde una doble perspectiva: por una parte descubre los signos de esperanza; y, por otra, la coloca en la línea del Vaticano II que la asocia al compromiso de trabajar por el proyecto de Dios, que comienza en este mundo y que se consumará cuando lleguen los cielos nuevos y la tierra nueva. Desde esa doble luz se constata que junto con la fe existe en muchos bautizados una esperanza contra toda esperanza que produce la alegría de vivir aún en condiciones muy difíciles (cf. DA 7), porque encuentra a Jesús como roca, paz y vida (cf. DA 21).
Entre los signos de esperanza que alientan la espiritualidad en Latinoamérica está la caridad de tantas personas anónimas en medio de las injusticias y adversidades. Personas cuyo testimonio manifiesta la cercanía del poder salvador y liberador del Reino de Dios “que nos acompaña en la tribulación y que anima incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (DA 30).
Considero más que oportuno releer aquí el precioso n° 43 de Novo Millennio Ineunte“, del querido Papa san Juan Pablo II, que nos invitaba a: “Hacer de la Iglesia la ‘casa y la escuela de la comunión’, ya que es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.
Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. * Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. * Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. * Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, * espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”.
“En el corazón y la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante, las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza. Ella se experimenta y alimenta en el presente, gracias a los dones y signos de vida nueva que se comparte; compromete en la construcción de un futuro de mayor dignidad y justicia y ansía los ‘cielos nuevos y la tierra nueva’ que Dios nos ha prometido en su morada eterna” (DA 536). “Sólo así el Continente de la esperanza puede llegar a tornarse verdaderamente el Continente del amor” (DA 543).

El amor
33         A la luz de la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, se habla de la conexión que existe entre la experiencia de Dios y el amor a los demás.
Los profetas expresan de muchas maneras esta experiencia de Dios en el amor al prójimo. Llaman a esto ‘conocimiento de Yahvé’. En él se manifiesta una relación existencial con Dios que compromete profundamente con el prójimo. ‘Conocer a Yahvé’ es ‘juzgar la causa del humillado y del pobre’ (Jer 22,16).
Miqueas resume las consecuencias de la auténtica experiencia de Dios, cuando escribe: “Te he explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti: simplemente que respetes el derecho, que ames la misericordia y que andes humilde con tu Dios” (Miq 6,8).
Esto es lo que ellos llaman ‘religión interior’ o ‘religión auténtica’. En la práctica de la justicia, del derecho y de la misericordia, el ser humano se encuentra con Dios. Junto con la fe, este es el fundamento de la verdadera religión y espiritualidad. En ella no hay lugar para pseudo experiencias de Dios en el formalismo y en el ritualismo que pretenden tranquilizar la conciencia. La verdadera experiencia de Dios está hecha de la integración de la fe en Dios con el amor al prójimo (cf. Jer 9,22-23). Luchar por una sociedad basada en el derecho y la justicia (cfr. Jer 21,11-22,4).
En el Nuevo Testamento, el evangelista San Juan parte de una profunda experiencia de lo que es la comunión con Dios en la interioridad expresada en la comunión fraterna. Para ver si existe una real apertura al Dios trascendente y manifestado en Cristo basta examinar si se manifiesta en el amor a los demás. Si no, se trata sólo de una experiencia imaginada o vacía de contenido real (cf. Jn 3,16; 1 Jn 4,11-20).
La experiencia de Dios en la interioridad conlleva cambiar la historia. El amor hacia el prójimo posee una dimensión histórica, que se debe concretar en la acción exigida por las nuevas circunstancias siempre cambiantes. Hoy se requieren nuevas mediaciones, que den al amor cristiano la eficacia que le falta en ocasiones: “exigencias como la no violencia cristiana, la protección del ambiente, la planificación responsable de la familia, la prevención sanitaria, la responsabilidad política y otras, pueden tener, por lo menos, tanta importancia como los preceptos particulares, que anteriormente eran considerados y predicados como el contenido del amor al prójimo” (Rahner, 1984: 15).
Las mismas obras de misericordia, enumeradas en el texto de Mateo, en el que se describe el juicio final (Mt 25,31-46), deben ser interpretadas, en la misión evangelizadora, también desde una visión social. Dar de comer y beber al necesitado significa colaborar para que en la sociedad se creen fuentes de trabajo y estructuras que permitan a todos, a través de una retribución digna, satisfacer estas necesidades elementales de la persona humana. Visitar al enfermo, conlleva también trabajar para que nadie carezca de seguridad social y médica. Preocuparse de quién está en la cárcel, debe llevar a la denuncia de la violación de los derechos humanos de los prisioneros, de las torturas que se les infligen, de los arrestos arbitrarios.
El Documento de Aparecida reafirma esta dimensión social del amor al hablar de la opción preferencial por los pobres entre los que menciona comunidades indígenas, jóvenes sin oportunidades, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, niños sometidos a la prostitución infantil, millones de personas y de familias que viven en la miseria, quienes dependen de las drogas, las personas con discapacidad, portadores del VIH, enfermos de Sida, víctimas del terrorismo, de conflictos armados y de inseguridad ciudadana (DA 65). La imagen de Dios en estas personas que sufren está ofuscada y ultrajada. Dios sufre en ellos e invita a una conversión y a anunciar su sufrimiento para evangelizar a todos, invitándolos a un compromiso de auténtica solidaridad con dimensiones sociales.
Frente a la globalización, Aparecida promueve una globalización diferente “que esté marcada por la justicia y por el respeto a los derechos humanos” (DA 68). En el mismo Documento se subraya “la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo, que invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes” (DA 358).
Al hablar del reino de Dios, de la justicia social y de la caridad cristiana, Aparecida vuelve a poner de relieve la dimensión social del amor que no puede faltar en una auténtica espiritualidad en América Latina: “el amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales. Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos” (DA 384-386). Todos tenemos que trabajar para que la Iglesia sea “con mayor empeño, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio. Queremos ratificar y potenciar el amor preferencial por los pobres hecha en las Conferencias anteriores. Que sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales. La Iglesia latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos” (DA 396).

3.  Otros elementos fundamentales
34          Estos elementos fundamentales incluyen la liturgia, la oración, la ascesis, el apostolado y la dimensión  mariana.
      
       Liturgia y oración
35          Elementos importantes en la espiritualidad cristiana son la oración litúrgica y personal. La renovación litúrgica del Vaticano II hizo cambiar el concepto y la experiencia de la liturgia. Durante varios siglos ésta fue considerada como una serie de ritos que había que cumplir o como una representación religiosa solemne. Colocada al margen de la vida influía poco en ella. Actualmente se la considera especialmente como la Palabra de Dios celebrada en la esperanza, después de haberla acogido por la fe y con el compromiso de vivir sus exigencias en el amor.
Existe un dinamismo de continuidad entre liturgia y vida. La presencia de Cristo y del Espíritu en las celebraciones se percibe exigente para el ‘después’ de la liturgia.
Aparecida afirma que “la renovación litúrgica acentuó la dimensión celebrativa festiva de la fe cristiana, centrada en el misterio pascual de Cristo Salvador, en particular en la Eucaristía… Se han hecho algunos esfuerzos por inculturar la liturgia en los pueblos indígenas” (DA 99b).
Al hablar del encuentro con Jesucristo recuerda que se da de modo admirable en la liturgia. Al vivirla se penetra en los misterios del Reino y los discípulos-misioneros expresan de modo sacramental su vocación, se comprometen en el seguimiento de Cristo, en la acción misionera y en la vida de nuestros pueblos en Él (DA 250).
Esto ocurre no solo en la Eucaristía. También se da un encuentro con Jesucristo en los otros sacramentos. En el de la reconciliación, por ejemplo, se experimenta el perdón misericordioso de Dios y se tiene la liberación de cuanto impide permanecer en su amor (DA 254).
La experiencia bíblica de Dios traza el camino de toda auténtica experiencia que fundamente la vida de oración. En la Escritura, la experiencia de Dios se tiene en la vida, en la búsqueda de la autenticidad humana y en los acontecimientos de la historia leídos en clave de fe. Esta experiencia compromete además con la vida especialmente en las relaciones con los demás. El amor al prójimo es, al mismo tiempo, camino para la experiencia de Dios y expresión de su autenticidad. De allí se deriva un impulso para transformar la historia colaborando con Dios en el advenimiento de su Reino.
Aparecida reafirma todo esto y hace ver que la oración personal y comunitaria “es el lugar donde el discípulo, alimentado por la Palabra y la Eucaristía, cultiva una relación de profunda amistad con Jesucristo y procura asumir la voluntad del Padre. La oración diaria es un signo del primado de la gracia en el itinerario del discípulo-misionero” (DA 255). La oración se nutre del contacto con la Palabra de Dios en la Biblia. Ella es fuente de vida y alma de la acción evangelizadora (DA 247). De manera particular se recomienda la lectio divina (DA 249).

La ascesis
36         La ascesis, entendida como abnegación evangélica, es un elemento necesario en la espiritualidad cristiana. Es un modo de participar en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo.
En Aparecida, la exigencia de la abnegación evangélica aparece cuando se habla del seguimiento de Jesús, su sentido y sus consecuencias (DA 129-142). La ascesis se vive como parte de ese seguimiento y propicia el crecimiento en la fe, la esperanza y el amor. Se trata de una abnegación evangélica en conexión con la vida y que se expresa en las renuncias que implica el anuncio del Reino.
Ese trabajo exige renuncias y vencimientos continuos. Por otro lado, está abierto a la incomprensión y persecución que ponen a prueba la esperanza activa.
Bajo esta línea se inicia la tarea de emprender un proceso de respeto por la ecología como dimensión social de la misma. Se trata de evitar una explotación de la naturaleza sólo para enriquecimiento y poderío, sin interesarse por otros grupos humanos de hoy y de mañana, sometiendo la creación con una orientación antropocéntrica y sin proyección social. Con esa ascesis ecológica se trata de abrir camino a una espiritualidad que nace de una vida sencilla y sobria que ponga de relieve la superioridad del ser humano sobre la naturaleza. A un nivel social compromete en el trabajo por la justicia social en las relaciones nacionales e internacionales. Aparecida invita a este tipo de ascesis ecológica cuando, hablando del destino universal de los bienes, dice: “la mejor forma de respetar la naturaleza es promover una ecología humana abierta a la trascendencia que, respetando la persona y la familia, los ambientes y las ciudades, sigue la indicación paulina de recapitular todas las cosas en Cristo y de alabar con Él al Padre (cf. 1 Co 3,21-23). El Señor ha entregado el mundo para todos, para los de las generaciones presentes y futuras. El destino universal de los bienes exige la solidaridad con la generación presente y con las futuras. Y ya que los recursos son cada vez más limitados, su uso debe estar regulado según un principio de justicia distributiva respetando el desarrollo sostenible” (DA 126). Hablando del cuidado del medio ambiente menciona la necesidad de ejercer responsablemente el dominio humano sobre la tierra y los recursos “educando para un estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias” (DA  474a).

La dimensión apostólica
37         Si la vida cristiana es una vida según el Espíritu, la acción es parte también de la espiritualidad. En cada época de la historia, a los que seguimos a Jesús se nos presenta el desafío de cómo ser testigos “de su muerte y resurrección, y señal del Dios verdadero (cf. LG, 38). El problema no está en el contenido de la evangelización, sino en el modo de presentarlo en las circunstancias que, por otra parte son diferentes y van desde las sociedades de abundancia y consumo hasta las de sociedades explotadas donde la injusticia mantiene en condiciones infrahumanas a vastos sectores de la población. Estas situaciones arduas y complejas cuestionan a los cristianos y los invitan a la creatividad, a la audacia pero, sobre todo a la conversión al evangelio.
La primera exigencia para la misión evangelizadora es la de la renovación de la vida, porque el testimonio es el elemento primero del anuncio de la Buena Noticia y condición esencial para la eficacia del mismo. Esto trae consigo un continuo examen, a la luz del evangelio, a nivel personal y comunitario, para ir quitando los obstáculos que impiden percibir en nuestra vida los frutos y consecuencias del mensaje liberador de Jesucristo.
Aparecida nos advierte que la constatación de “las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen el proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas” (DA 358). El compromiso misionero nos lleva a asumir con nueva fuerza la opción por los pobres y a promover a todos los hombres y a todo el hombre (DA 399).
Como punto de partida se requiere una experiencia personal de fe que conduce a la conversión y lleva a vivir la fraternidad y a profundizar el contenido de la revelación para poder asumir el compromiso misionero. Se trata de transmitir experiencia más que doctrina.
“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (DA 370). La espiritualidad de la misión impedirá a los creyentes instalarse en la comodidad y en la tibieza al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. “Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu Santo que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso, se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad ‘para que el mundo crea’ (Jn 17,21)” (DA 362).

María, discípula y misionera
38         Vista desde la realidad latinoamericana, María aparece como el rostro materno y misericordioso de Dios; como señal de la presencia y cercanía del Padre y de Cristo.
Dos aspectos se descubren en María a la luz del evangelio: su apertura a Dios y su cercanía al pueblo.
María es vista como peregrina de la fe y de la esperanza, escuchando la Palabra de Dios en la Escritura y en la vida, creyendo en esa palabra y viviendo sus exigencias en todas las circunstancias. El Documento de Aparecida presenta a María desde la perspectiva de discípula-misionera. “Del evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo. Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como Madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre” (DA 266).
María es también “la gran misionera continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el evangelio a nuestra América” (DA 269). “María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo… Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre y necesitado” (DA 272). “El canto del Magnificat muestra a María como mujer capaz de comprometerse con su realidad y de tener una voz profética ante ella” (DA 451).

Cap. V: La Espiritualidad del Discípulo-Misionero
y la Pastoral Vocacional

39         Considero más que oportuno dedicar unas páginas a la cuestión de las vocaciones sacerdotales, consagradas y misioneras, tan importante y necesaria para la vida de la Iglesia. Sobre todo porque en nuestra diócesis estamos muy flojos en este sentido, aunque este año pudimos volver a configurar un equipo de pastoral vocacional en estrecha relación y colaboración con pastorales que están implicadas en ello.
Una verdadera y saludable espiritualidad hace fructificar las vocaciones, tanto a la vida consagrada, observando el celibato, como a una casta vida matrimonial, que son los caminos por donde debería transcurrir la vida de todos los bautizados mientras peregrinamos por este mundo, anunciando e implantando el Reino de Dios.

El acontecimiento de la vocación
40         ¿Qué sucede cuando se da una vocación, o sea, un llamado?  El texto de la vocación de Mateo (Mt 9,9) dice que “Jesús vio a un hombre llamado Mateo que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió”. Y comenta San Beda: “lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano haciéndolo objeto de su misericordia y, eligiéndolo, le dijo: ¡sígueme!, que quiere decir: imítame. Le dijo sígueme, más que con los pasos, con el modo de obrar. Porque quien dice que está siempre con Cristo ha de andar de continuo como Él anduvo” (Homilía 21). Inmediatamente después de recordar el instante preciso de su llamado, Mateo cuenta que invitó a Jesús a comer y que los fariseos se escandalizaron: ¿por qué come con publicanos y pecadores? ... a lo que Jesús respondió: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt 9,13).
Vale la pena recordar también el comentario de San Jerónimo, quien escribe: “los otros evangelistas, por respeto y deferencia no quisieron llamarlo por su nombre habitual. Lo llamaron Leví, pues tenía dos nombres. Pero Mateo, siguiendo el precepto de Salomón que dice: ‘el justo comienza por acusarse a sí mismo’, y en otro lugar: ‘confiesa tus pecados para ser justificado’, se llama a sí mismo Mateo y publicano para mostrar a sus lectores que él fue cambiado repentinamente de publicano en apóstol” (Comentarios al Evangelio de San Mateo).

Vocación y conversión
41         En la vocación se da un cambio, una conversión de la persona, un vuelco en su vida, pero el llamado sigue siendo él mismo. Construye su futuro a partir de la historia pasada, sin negarla sino asumiéndola, así resplandece más la gracia y la misericordia. En este sentido es impresionante el testimonio de San Pablo: “Doy gracias a Nuestro Señor Jesucristo porque me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio... Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia” (1Tim 1,12-16).

Vocación y encuentro
42         Otro aspecto esencial de la vocación es que se trata del encuentro de dos libertades: la libertad del que llama y la libertad del que responde al llamado.
Al recordar San Mateo que Jesús “lo eligió... él se levantó y lo siguió” resalta el contraste con lo que él mismo recuerda en su Evangelio a propósito de aquel joven rico a quien Jesús “le dijo: ven y sígueme y al oír estas palabras se retiró entristecido porque tenía muchos bienes” (Mt 19,21-22).

La libertad del que llama
43         En este punto hay que subrayar la libertad del que llama, como escribió San Juan Pablo II en Pastores Dabo Vobis (PDV): “toda vocación cristiana encuentra su fundamento en la elección gratuita y precedente de parte del Padre que nos eligió en Cristo” (n. 35); y más adelante: “la intervención libre y gratuita de Dios que llama es absolutamente prioritaria, anterior y decisiva ... decisión libre y soberana de Dios que al llamar al hombre exige respeto absoluto, y en modo alguno puede ser forzada por presiones humanas, ni puede ser sustituida por decisión humana alguna. La vocación es un don de la gracia y no un derecho del hombre” (n. 36).

La libertad del que responde
44         Pero esta iniciativa de Dios no se opone a la libertad del hombre sino más bien la presupone. Es un desafío a la libertad del que es llamado (Cf. PDV 36). La libertad del hombre es también esencial para la vocación pues exige una respuesta positiva, una adhesión personal profunda. Ya san Pablo VI decía que “no puede haber vocaciones, si no son libres, es decir, si no son ofrenda espontánea de sí mismo, consciente, generosa, total ... La libertad se sitúa en su raíz más profunda la oblación, la generosidad, el sacrificio” (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 1968).
En la época actual, más que antes, nos encontramos con un ambiente cultural que puede entorpecer este aspecto de la vocación. Me refiero a la manera de entender y vivir la libertad humana. PDV, n. 8 lo señala como gran desafío: “En no pocos jóvenes la libertad se vive como un asentimiento ciego a las fuerzas instintivas y a la voluntad de poder del individuo... Se hace difícil un reconocimiento del significado de la vida como don libre y responsable de sí mismo”. Sin embargo también hoy “la Iglesia sabe que puede afrontar las dificultades y retos de este nuevo periodo de la historia sabiendo que puede asegurar, incluso para el presente y para el futuro, sacerdotes bien formados, servidores fieles y generosos... No ocultemos las dificultades, que no son pocas ni leves. Pero para vencerlas está nuestra esperanza, nuestra fe en el amor indefectible de Cristo, nuestra certeza de que el ministerio sacerdotal es insustituible para la vida de la Iglesia y del mundo” (PDV, 10) El examen sobre la libertad en el que reiteradamente se pregunta a los candidatos en el rito de la ordenación no es un simple formulismo, sino la manifestación pública y solemne de compromisos que se asumen con plena conciencia.

Una llamada Trinitaria
45         El que llama es Dios, pero no un Dios impersonal que condicione el destino de sus creaturas, sino un Padre que dialoga con su Hijo, un Hijo que responde al Padre y nos invita a participar de su condición filial, un Espíritu que ilumina la mente del llamado y lo fortalece para hacerlo capaz de donarse  y ser fiel.

La mediación eclesial
46         El que es llamado es un hombre, una persona; no un individuo aislado, sino alguien que forma parte de una familia, de un pueblo, de una comunidad, un miembro de la Iglesia. La mediación de la Iglesia en la Pastoral Vocacional no es algo accidental, sino que forma parte de la esencia de toda vocación cristiana y es algo consubstancial a la Iglesia. “La vocación define el ser profundo de la Iglesia, incluso antes que su actuar. En el mismo vocablo de Iglesia se indica su fisonomía vocacional íntima” (PDV, 34). Las vocaciones se generan en la Iglesia; han de madurar y educarse en la Iglesia; están orientadas y tienen su finalidad al servicio de la edificación de la Iglesia.
El documento de Aparecida dice que “en lo que se refiere a la formación de los discípulos-misioneros de Cristo, ocupa un puesto particular la pastoral vocacional, que acompaña con cuidado a todos los que el Señor llama a servir a la Iglesia en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el estado laical” (n. 314).

La responsabilidad del Obispo
47         El obispo de cada diócesis tiene “la primera responsabilidad de la pastoral orientada a las vocaciones sacerdotales y está llamado a vivirla en primera persona” (PDV, 41). Como obispo, pues, me corresponde la responsabilidad de animar la pastoral vocacional, cuidar la formación de los candidatos y, al final, discernir sobre la idoneidad de los mismos. Porque siendo la vocación “una obra de misericordia”, también exige, como lo indica Pablo a Timoteo y a Tito, una madurez y una serie de virtudes que den fundada esperanza de que los ordenados ejercerán dignamente su ministerio (1Tm 3,1-7; Tito 1,5,9). Siempre valdrá para el obispo la advertencia del Apóstol: “No te apresures en imponer las manos a nadie” (1Tm 5,22), aún en casos de escasez de sacerdotes, sin llegar a una actitud escrupulosa o demasiado rigorista.
Piensen que tanto el obispo como los que informan del candidato, podemos equivocarnos, no somos infalibles, y siempre se corren riesgos, pues la vocación no sólo se nos da “al sacerdocio” recibiendo la gracia de la ordenación, sino que exige a cada uno “una respuesta que deberá renovarse y reafirmarse continuamente durante los años del sacerdocio... En este sentido, se puede hablar de una vocación en el sacerdocio” (PDV, 70). Después de admitir a los candidatos a las sagradas órdenes queda al Obispo, junto con todo el presbiterio, la tarea de acompañarlos en la formación permanente, como respuesta al don recibido por la imposición de las manos y como necesidad de avivar la gracia durante toda la vida.

La responsabilidad de los sacerdotes
48         “Todos los sacerdotes son corresponsables con el Obispo en la búsqueda y promoción de vocaciones presbiterales… Su vida misma… su entrega… su testimonio… su concordia fraterna… son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional” (PDV, 41). Su labor en las parroquias y grupos es insustituible. No basta un “encargado de pastoral vocacional”.

Otros agentes de la pastoral vocacional
 49        Los seminaristas con su alegría, juventud y creatividad son también muy importantes agentes de pastoral vocacional.
 La familia será siempre, como Iglesia doméstica, la primera institución que favorezca las vocaciones, formando a los hijos en la auténtica libertad, para que sean capaces de hacer opciones generosas en la vida. Educadora en la fe, la familia será la mediadora que facilite el que un joven escuche el llamado de Dios (cf. PDV, 41). La realidad es que hoy muchos seminaristas provienen de familias fracturadas que fácilmente lo resienten y lo dificultan en la escucha y el seguimiento del llamado.
La escuela, apoyando a la familia en la tarea educativa, ha de facilitar a los alumnos descubrir la dimensión vocacional como valor propio y fundamental de la persona humana (PDV, 41).
 La Catequesis, los grupos apostólicos, de familias y de jóvenes, especialmente la Obra de las Vocaciones pueden ser de gran apoyo y motivación.

La vocación en el mundo postmoderno      
50         En nuestro mundo postmoderno hay una diversidad enorme de situaciones que van cambiando y que favorecen, o no, el florecimiento de las vocaciones. Siempre habrá que confiar en la gracia de Dios que no abandona a su Iglesia, y tener cuidado en el discernimiento sobre las motivaciones, aptitudes y la rectitud de intención.
Inconscientemente puede infiltrarse en el deseo de ser sacerdote el afán de promoción social. O en un supuesto propósito de disponibilidad para servir a la Iglesia en otros países, la tentación de salir de un ambiente de pobreza o de adversidad. Siempre hay que partir de la catolicidad de la Iglesia y considerar como un gran signo de comunión el don de las vocaciones. El documento de Puebla afirma respecto a América Latina: “es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero, debemos dar desde nuestra pobreza” (Puebla, 368).

El momento de la vocación
51         A esta altura de mi vida estoy convencido de que Dios llama cuando quiere. Es verdad que “el periodo juvenil es periodo privilegiado, aunque no único, para la opción vocacional. Por ello, toda pastoral juvenil debe ser al mismo tiempo pastoral vocacional” (Puebla 865). Pero “debe prestarse igualmente especial atención a aquellos que en edad adulta reciben la llamada del Señor para una vocación cristiana específica” (Puebla 868).
Puedo dar testimonio de algunos casos de hombres que, habiéndose ordenado a los 40 ó 50 años de edad, son buenos sacerdotes.
Pero no se han de menospreciar los gérmenes de vocación en la infancia y adolescencia. Es ejemplar el caso del mismo Jesús quien, a los 12 años, en el umbral de la que se consideraba en su época mayoría de edad, tuvo la lucidez y valentía para afirmar: “debo ocuparme de los asuntos de mi Padre” (Lc 2,49-50), con la consiguiente sorpresa e incomprensión de María y José.
Es muy puntual el día y la hora que indica el Apóstol Juan en su Evangelio de aquel diálogo decisivo con el Maestro que preguntó a dos discípulos del Bautista: “¿Qué quieren?”, ellos respondieron con otra pregunta “Rabbí, ¿dónde vives? Vengan y lo verán. Vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Eran como las 4 de la tarde” (Jn 1,38-39). Fue algo que quedó grabado en su memoria.
Estoy seguro que cada sacerdote y consagrado/a podría dar un testimonio personal acerca del momento en que recibió una manifestación de la gracia, no necesariamente en circunstancias extraordinarias. Así ha testimoniado el Papa Francisco recordando aquella ocasión en que fue a confesarse con un sacerdote en Buenos Aires y entonces captó claramente que Dios lo llamaba al sacerdocio.

Actitudes del agente de Pastoral Vocacional
52         Por último, quiero destacar algunas actitudes que debe tener todo agente de Pastoral Vocacional, o sea: el promotor de vocaciones, el director espiritual, el sacerdote, el obispo, todo educador, el padre y la madre, el maestro, el animador de un grupo, el catequista, etc.
a)  Disposición para acompañar
53         No son simples espectadores sino verdaderos actores. Transcribo aquí algunas indicaciones que nos da el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, en los números 169 al 173, sobre el acompañamiento personal de los procesos de crecimiento. “Los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciarlos… en este arte del acompañamiento… tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de la cercanía, con una mirada respetuosa y llena de compasión, pero que sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana” (169). “El acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad” (170).
b)  Paciencia para escuchar
54         “Conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al espíritu… necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír… capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual… a partir de esta escucha respetuosa se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansías de responder al amor de Dios… siempre con la paciencia… ‘Una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio’ (Ecclesia in Asia, 20)… para que las personas sean capaces de decisiones libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa paciencia” (171).
  c)  Respeto por el misterio del llamado
55           “El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera… un buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad… la propia experiencia de dejarnos acompañar nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer” (172).
 d) Espíritu evangelizador
56          “El auténtico acompañamiento espiritual siempre se lleva adelante en el ámbito del servicio a la misión evangelizadora… en medio de la acción apostólica” (173).

Decálogo para el acompañamiento vocacional
57         Las actitudes que he expuesto pueden comprenderse más puntualmente según el siguiente decálogo:
     1) Cercanía que despierte confianza.
     2) Intuición para descubrir veladas expectativas y percibir no expresadas ayudas.
     3) Ser testimonio creíble y atractivo por la coherencia de vida, la alegría y la entrega.
     4) Disponer de tiempo y estar siempre disponible para escuchar.
     5) Respetar al que experimenta la gracia del llamado soberano de Dios.
     6) Claridad al proponer las exigencias de la vocación, sin ambigüedades.
     7) Paciencia para no violentar o apresurar el proceso, que puede ser lento.
     8) Salir en su búsqueda y facilitar el encuentro, sin llegar a acosar.
     9) Consolar en los momentos de prueba.
   10) Orar para alcanzar la gracia de la vocación y la luz del discernimiento.


Capacitación y espiritualidad
58         La Pastoral Vocacional es fuente de alegría y esperanza que requiere capacitación. Pero, sobre todo, requiere una mística, una espiritualidad; exige confianza y la docilidad al Espíritu Santo, sabiendo que “ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que hace crecer… somos cooperadores de Dios y ustedes son el campo de Dios” (1Cor 3,7-9).
Queridos agentes de la Pastoral Vocacional, recuerden siempre que “Quien siembra con generosidad, cosechará en abundancia” (2Cor 9,6).

Cap. VI: En la Escuela espiritual de la Virgen del Valle
La presencia de María Santísima

59         Plantearnos en la Diócesis de Catamarca la espiritualidad de los Discípulos-Misioneros, implica mirar confiada, agradecida y comprometidamente a nuestra Madre ‘Morena’ del Valle, quien nos acompaña de un modo tangible por medio de su cuatro veces centenaria imagen, a la que cada día podemos contemplar en el Camarín que la alberga, la custodia y la presenta a tantos devotos y peregrinos.
Esta sagrada, secular e ininterrumpida PRESENCIA goza de una autoridad que ninguna generación actual o por venir podría arrogarse el derecho de cuestionar o soslayar, puesto que inspiró y sigue inspirando en todos el amor a Dios, a la Patria, a la Familia, a la Sociedad, a la Iglesia, a la Fe Cristiana; comunica Fortaleza y Esperanza para sobrellevar los avatares de la vida; alienta a sacar lo mejor de nuestro Amor paciente, misericordioso y solidario, a ejemplo de Jesús, José y María.

Oración de Mons. Tortolo
60         Es por eso, que considero muy oportuno hacer nuestra la súplica ferviente de mi predecesor, Mons. Adolfo Tortolo, que pude desgravar:
“Santísima Virgen del Valle, escucha la oración ferviente, nacida de la multitud de corazones que son tuyos. Reconocemos en ti la misericordiosa bondad divina. Tú eres el regalo de Dios y tu presencia de Madre es la Gracia de Dios para todos nosotros. El Señor ama la humildad y se enamora de la pequeñez. Por eso quiso hacer de tu Imagen el comienzo de una historia, que cubre el cielo y llena los siglos. Los siglos y las generaciones te vienen llamando ‘Dulce Madre del Valle’, y antes de decírtelo ya lo eras y lo seguirás siendo para siempre. Tus manos entreabiertas estrechan sobre tu corazón de Madre el corazón de todos tus hijos, no los sueltes jamás. Tu mirada contempla el horizonte infinito; mira más lejos aún, penetra hasta en la casa más pobre, hasta en el alma más triste y más fría. Tu mirada hace milagros. Tú eres nuestro ayer y nuestro hoy, sé también nuestro mañana. En ti queremos apoyarnos hasta la muerte. En la humildad de tus hijos formas un pueblo de fe inconmovible, de esperanza invicta, de amor heroico, de empresas divinas. Haz de este pueblo, tu pueblo; y ejerce, Reina y Madre, la soberanía absoluta sobre él. Haznos tuyos, y sé Tú, nuestra. Haz tuyos nuestros intereses, sean nuestros, los tuyos. Haz de cada hijo tuyo, un cruzado por el valor y la audacia. De cada hija tuya, una mujer fuerte por la abnegación y el sacrificio. Haz de cada hogar, una fortaleza de Dios, unido en la tierra por el amor profundo, y elevado hasta el cielo por la santidad de los padres y de los hijos. Sea tu santuario un río incontenible e inagotable de gracias, y sea también un templo de oración incesante. Los que te lloren experimenten el goce de la oración escuchada. Los que viven a tu sombra, vivan la fidelidad absoluta a tu señorío de Reina y de Madre. Los que de lejos te invocan, sientan sobre ellos tu mano colmada de gracias. Llévanos finalmente de la mano, Oh dulce Virgen del Valle, a través de esta vida terrenal y congréganos a todos junto a Ti en el cielo”. Así sea.

La escuela de María
61         ¡Qué hermoso es escuchar los testimonios conmovedores de tantos devotos y peregrinos que llegan a los pies de la Sagrada Imagen y agradecen inimaginables favores concedidos por la intercesión de la gloriosa Madre de Dios y Madre Nuestra! ¡Cuánto se aprende a ser dóciles al Espíritu Santo en el contacto diario con los amantes hijos que tiene esta Dulce Señora del Cielo! ¡Qué hermosa ‘Escuela’ es nuestro Santuario y que acogedora ‘Dirección’ es su Camarín, para todos aquellos que queremos aprender del gran ‘Maestro’, el Espíritu Santo, a conducir nuestras vidas según sus divinas mociones! ¡Cuánto, aún, por aprender cada día a fin de que seamos auténticos y abnegados ‘Discípulos-Misioneros’ de Jesucristo, verdadero Pan de Vida para el mundo!

La importancia del Santuario
62        Queridos fieles, hijos de Dios y de María, tengan por cierto que sólo lograrán aquilatar una sólida espiritualidad cristiana y mariana, si tienen puestos sus corazones y sus mentes en nuestro querido Santuario y Catedral Basílica. Esta es la Casa de Dios y la Casa de María. Esta es, por consiguiente, nuestra Casa Común, en la que todos somos y forjamos nuestra condición de hermanos, sin distinción alguna, bajo la atenta, tierna, fiel y misericordiosa mirada del Padre Celestial. Los invito a que testimonien esta certeza y convicción a los niños desde el vientre materno. Consagren a sus hijos a la Madre de Dios y su castísimo esposo san José para que vayan creciendo en la familiaridad con las realidades de nuestra fe cristiana. Así sus hijos, al llegar a la juventud, podrán percibir como propios y connaturales los valores recibidos y madurados en el seno de la Iglesia, estarán dispuestos a orientar su vida y la de su descendencia por el mismo Camino, y darán testimonio con valentía de que sus vidas pertenecen sólo a Jesucristo y a su Causa, que es la salvación de ‘todos los hombres’ y de ‘todo el hombre’ por medio del conocimiento y amor de Dios y del prójimo, a ejemplo de Jesús de Nazaret y de su santa Madre.


Conclusión

Profundizar la vida en y según el Espíritu
63         Con la ilusión de creer que algo les ayuda esta sencilla y dilatada reflexión, los invito a que profundicen, día a día, su vida ‘en’ y ‘según’ el Espíritu Santo, nuestro ‘Maestro Interior’. Que todos, a su luz y bajo su impulso, procuremos forjar una ‘espiritualidad’ de Discípulos-Misioneros que nos lleve a no avergonzarnos de pertenecer a Cristo, muerto en Cruz y resucitado, y a disponernos a dar nuestra vida por el Reinado de Dios en medio de toda la humanidad.

Libros de cabecera
64         Los invito a tener como libros de cabecera la Sagrada Biblia, el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia; ¡Estúdienlos! ¡Enséñenlos! y ¡Vivan de acuerdo a su doctrina!

Preparación para los acontecimientos del Jubileo del Cuarto Centenario
65          Les ruego encarecidamente que dispongan sus corazones para trabajar, generosa y creativamente, en la preparación del ‘Año Mariano Nacional’ y del ‘IV Congreso Mariano Nacional’ que tendrá lugar aquí, en san Fernando del Valle, en abril del 2020; especialmente, preparando sus hogares para recibir a los congresistas, a fin de celebrar nuestra común fraternidad con los hermanos que vendrán de toda Argentina. Hagamos que se sientan como en su casa. Recibámoslos con simpatía y empatía. Esto espera María de nosotros.

Oración a la Virgen del Valle

66       Y para que todo lo soñado y compartido se haga realidad, querría terminar esta carta con la tradicional oración que encontramos en las estampitas de la Virgen del Valle:

“Postrado humildemente a tus pies, ¡oh Virgen Santísima del Valle! vengo, a pesar de mi indignidad, a elegirte por Madre, abogada y protectora, ante Jesús, tu Hijo divino, para amarte, honrarte y servirte fielmente todos los días de mi vida.
Alcánzame de Jesús un vivo horror al pecado; la gracia de vivir y morir en la fe más viva, en la esperanza más firme, en la caridad más ardiente y generosa.
¡Oh Virgen del Valle! Dame el consuelo de que en la hora de mi muerte, entregue mi alma en tus manos, y sea conducido por ti a la gloriosa inmortalidad”. Amén.

¡¡¡Ven Espíritu Santo, infunde en nuestras mentes y corazones tu Luz y tu Amor!!!

¡¡¡Madre, Bendita del Valle, ruega por nosotros!!!


Mons. Luis Urbanč
8° Obispo de Catamarca