Con un espíritu penitencial,
el 22 de febrero, segundo viernes de Cuaresma, la Iglesia de Catamarca
participó de los actos en desagravio y reparación por el sacrilegio ocurrido en
la Capilla del Buen Pastor, destinada a la Adoración Perpetua de Jesús presente
en la Sagrada Eucaristía.
La Santa Misa fue presidida
por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Irbanc, y concelebrada por el Vicario
General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, el Rector del Santuario y
Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, Pbro. José Antonio Díaz, y demás
sacerdotes del Decanato Capital.
Participaron el Señor
Intendente de San Fernando del Valle de Catamarca, Lic. Raúl Jalil; miembros de
movimientos, instituciones y comunidades parroquiales, algunas de las cuales
llegaron en peregrinación como el caso de la parroquia San Pío X, y fieles en
general, quienes colmaron el templo catedralicio.
En el inicio de su
predicación, el Señor Obispo transmitió a todos los presentes el saludo cordial
de Mons. Elmer Miani, Obispo Emérito de Catamarca, quien se encuentra
residiendo en la provincia de Córdoba, y luego expresó: “Hoy, como Iglesia, en
todo el mundo celebramos la fiesta de la Cátedra de san Pedro. Nosotros también
nos propusimos congregarnos, como laicado y presbiterio, para desagraviar y
reparar por todas las ofensas que recibe Jesús en la Santísima Eucaristía… Así
como Jesús, hace casi dos mil años, fue físicamente agraviado, vendido,
expoliado y crucificado, así también, en nuestros días, sigue padeciendo por
medio de innumerables ofensas que de tantos bautizados recibe en personas,
instituciones y objetos sagrados”.
En otro tramo de su homilía
dijo que “este segundo viernes de cuaresma, les decía, coincide con la fiesta
de la Cátedra de san Pedro, que este año la celebramos con la particularidad de
saber que la Sede Pontificia pronto estará vacante por la espontánea renuncia a
ella de quien la ocupa, nuestro querido, humilde, sufrido y docto Benedicto XVI”.
Vía
Crucis
Finalizada la celebración
eucarística, y luego de un momento de oración frente a Jesús Sacramentado, se
concretó el Vía Crucis por las calles ubicadas alrededor de la Catedral. El
trayecto comprendió las calles República, Maipú, Chacabuco y Sarmiento,
llegando nuevamente al Santuario Mariano. La marcha hizo una parada frente a la
Capilla del Buen Pastor, donde se rezó la oración de desagravio por las ofensas
a Jesús Eucaristía.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos hermanos:
Nuevamente la sagrada Liturgia nos convoca en
torno al Misterio Eucarístico en el marco de un viernes de Cuaresma.
Hoy, como Iglesia, en todo el mundo celebramos la fiesta
de la Cátedra de san Pedro. Nosotros también nos propusimos congregarnos, como
laicado y presbiterio, para desagraviar y reparar por todas las ofensas que
recibe Jesús en la Santísima Eucaristía. Por eso, el via crucis que, después de
Misa, meditaremos por las calles de alrededor de la catedral, tendrá esta
finalidad. Así como Jesús, hace casi dos mil años, fue físicamente agraviado,
vendido, expoliado y crucificado, así también, en nuestros días, sigue
padeciendo por medio de innumerables ofensas que de tantos bautizados recibe en
personas, instituciones y objetos sagrados.
Este segundo viernes de cuaresma, les decía, coincide con
la fiesta de la Cátedra de san Pedro, que este año la celebramos con la
particularidad de saber que la Sede Pontificia pronto estará vacante por la
espontánea renuncia a ella de quien la ocupa, nuestro querido, humilde, sufrido
y docto Benedicto XVI.
Es oportuno que les comparta algunos pasajes de una magistral
homilía de un predecesor suyo, el santo Papa León Magno, quien con sabias,
profundas y clarísimas palabras explica el ‘servicio petrino’ en la Iglesia
fundada por Jesucristo. Misterio para vivir y amar, más que para cuestionar y
denostar.
“De entre
todo el mundo, sólo Pedro es elegido para ser puesto al frente de la multitud
de los llamados, de todos los apóstoles, de todos los Padres de la Iglesia;
pues, aunque en el pueblo de Dios son muchos los sacerdotes, muchos los
pastores, a todos los rige Pedro, bajo el Supremo gobierno de Cristo. Dios,
amadísimos hermanos, se dignó conceder a este hombre una grande y admirable
participación en su poder; y todo aquello que quiso que los demás jefes del
pueblo tuvieran en común con él se lo otorgó a través de él.
El Señor
pregunta a los apóstoles qué piensa la gente acerca de él, y su respuesta
concuerda en cuanto que expresa la desorientación de la ignorancia de los
hombres.
Pero
tan pronto como interroga a sus discípulos sobre la convicción que ellos tienen,
el primero entre ellos en dignidad es el primero también en confesar al Señor.
Cuando Pedro hubo dicho a Jesús: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, Jesús
le respondió: Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te
lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Es
decir: ‘Bienaventurado eres, porque mi Padre te ha instruido; no has sido
engañado por las opiniones terrenas, sino que te ha iluminado la inspiración
celestial; ni la carne ni la sangre te han proporcionado el conocimiento de mi
persona, sino aquel de quien soy el Hijo único…Y yo te digo: Así como mi Padre
te ha revelado mi divinidad, así quiero yo a mi vez darte a conocer tu propia
dignidad: Tú eres Pedro, esto es: Yo soy la piedra inquebrantable, yo soy la
piedra angular que hago de los dos pueblos una sola cosa, yo soy el fundamento
fuera del cual nadie puede edificar; pero también tú eres piedra, porque por mi
virtud has adquirido tal firmeza, que tendrás juntamente conmigo, por
participación, los poderes que yo tengo en propiedad. Y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y los poderes del infierno no la derrotarán…Sobre esta
piedra firme -quiere decir- edificaré un templo eterno, y la alta mole de mi
Iglesia, llamada a penetrar en el cielo, se apoyará en la firmeza de esta fe’.
Los
poderes del infierno no podrán impedir esta profesión de fe, los vínculos de la
muerte no la sujetarán, porque estas palabras son palabras de vida. Ellas
introducen en el cielo a los que las aceptan, hunden en el infierno a los que
las niegan.
Por esto
dice Jesús al bienaventurado Pedro: Yo te daré las llaves del reino de los
cielos; y todo lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y todo lo
que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo.
Verdad es
que este poder fue comunicado también a los demás apóstoles y que este decreto
constitutivo concierne igualmente a todos los que rigen la Iglesia; pero, al
confiar semejante prerrogativa, no sin razón se dirige el Señor a uno solo,
aunque hable para todos, la autoridad queda confiada de un modo singular a
Pedro porque él es constituido cabeza de todos los pastores de la Iglesia” (Sermón
4,2-3: PL 54, 149-151).
En
la primera lectura, el mismísimo primer Vicario de Cristo en la tierra, san
Pedro nos señala la particularidad de su servicio apostólico: “soy pastor como
los otros, pero me distingue el que soy testigo de los sufrimientos de Cristo y
partícipe de la gloria que se va a manifestar” (cf. 1 Pe 5,1).
Con
esta autoridad, participada de Jesucristo, exhorta a todos los pastores, es
decir, obispos y presbíteros, a que apacienten el pueblo de Dios de buena gana,
como Dios quiere, no por ambiciones, sino con entrega generosa, hasta que
recibamos el premio inmortal de la gloria (cf. 1 Pe 5,2-4).
Querría
subrayar la última recomendación que se refiere al premio final. No se refiere
a un pasarla bien en este mundo, sino a la eternidad, a lo definitivo. ¡Cómo
nos cuesta a todos vivir en clave de esperanza; poner toda nuestra vida en las
manos de Dios; estar convencidos que lo único importante es llegar, reposar y
gozar en el corazón amoroso de nuestro buen Padre Dios, que nos envió a su Hijo
como camino para llegar a Él y que nos anima y fortalece en el peregrinar con
su Santo Espíritu!
¡Cómo
no vamos a exclamar con el salmista “El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para
reparar mis fuerzas… Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días
de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término!” (cf. Sal
22,1-3.6).
También
a nosotros, como a los Doce, Jesús nos pregunta: ¿Quién soy Yo para ustedes?...
Notemos que la pregunta no usa un verbo utilitarista: qué valgo, qué quieren
que haga por ustedes, qué les importo a ustedes, qué les gusta de mí, que
sienten por mí, etc., sino que va a la esencia misma de la persona: ¿Quién
soy?, es decir, ¿me conocen?, ¿me conoces?... ¿Estamos capacitados para
responder concienzudamente “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, con todo
lo que de convicciones, actitudes y compromisos conlleva semejante afirmación?
(cf. Mt 16,13-19).
Teniendo
como trasfondo la dolorosa y nefasta experiencia de haber sido partícipes de la
humillación sufrida por Cristo con la profanación de la Eucaristía días atrás,
¿tenemos la certeza de que la palabra de Cristo es veraz y omnipotente cuando
nos dice que los poderes del infierno no prevalecerán contra su Esposa, la
Iglesia, de la que somos miembros?...¿Creemos realmente en el poder infinito de
Cristo y que, si estamos unidos cordial y efectivamente a Él, participamos de
su Gloria y Victoria?
Amados
hermanos, en una media hora, estaremos caminando por las calles de nuestra
querida ciudad de san Fernando, meditando sobre el acto de amor más grande que
la humanidad haya podido experimentar: ‘el Hijo de Dios hecho hombre que se
entrega libremente en las crueles manos de los hombres para saldar, de una vez
para siempre, la peor de las deudas que las creaturas humanas contrajimos con
el Creador desde los orígenes’. Precisamente, este misterio de amor, Él mismo
quiso dejarlo como memorial hasta el fin del mundo con estas palabras: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en
memoria mía» (Lc 22,19).
Esto es lo
que celebramos, adoramos y trasmitimos a las futuras generaciones en cada
Eucaristía, en cada instante que dedicamos para una visita al santísimo y en
cada momento que ocupamos para hacer que nuestros niños, adolescentes y jóvenes
comprendan, valoren y amen a Cristo presente en los sagrarios y en cada ser
humano, por más vil que sea, ya que también Él ha dicho: “Les aseguro que todo
lo que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt
25,40).
Nuestros
conciudadanos necesitan nuestro testimonio de amor a Cristo. No olvidemos las
palabras de Jesús: “Quien se avergonzare de mí y de mis enseñanzas ante los
hombres, Yo también me avergonzaré de él ante mi Padre celestial” (Lc 9,26).
¡En
verdad, esto no se lo deseo a nadie, ni a mí mismo!
Por tanto, acudamos con confianza a nuestra Madre
del Valle para ser fieles al llamado que el Señor nos hace en este tiempo
cuaresmal de llegar a ser auténticos y entusiastas discípulos-misioneros el
resto de nuestra vida terrena para que cuantos más crean, y creyendo participen
de los bienes salvíficos ofrecidos para todos. ¡Así sea!