01 mayo 2019

Mons. Urbanc en el homenaje de pueblos originarios y colectividades


“Necesitamos derribar los muros que hoy nos separan y nos impiden vivir como hermanos”

En la fresca noche del martes 30 de abril, rindieron su homenaje a la #VirgendelValle los pueblos originarios y colectividades del medio, asociaciones y consulados, durante la Misa central del tercer día del Septenario.
La Eucaristía fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por los Capellanes Mayores de la Catedral Basílica y Santuario Mariano, Pbros. Juan Orquera y Lucas Segura.
Se destacó la presencia de familias representantes de las colectividades y asociaciones con las banderas de sus países de origen, a quienes el Obispo les dio la cordial bienvenida.
Durante su homilía, tomando la Palabra de Dios escuchada, Mons. Urbanc se refirió a la primera comunidad de los creyentes, que “tenía un solo corazón y una sola alma: nadie consideraba  sus bienes como propios, pues tenían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”.

En este sentido, dijo que “la Pascua es la fiesta de la vida” y “hemos de manifestarla con conductas similares a las de la primera comunidad de Jerusalén, presentarnos con conductas parecidas a las que tenían los apóstoles, ya que la comunidad es lugar de encuentro, de compartir la oración, de sintonizar con los sentimientos de Jesús”.
Y continuó: “El acontecimiento de la resurrección de Jesucristo provocó un giro copernicano en las relaciones humanas, generando actitudes inéditas entre los que creen en las verdades cristianas: ‘Entre
ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba’. El autor del libro de los Hechos acota que los paganos ‘miraban con mucho agrado a estos primeros cristianos’”.
El Pastor Diocesano consideró que “tal estilo de vida sólo es comprensible si estamos dispuestos a poner en práctica lo que Jesús le indica a Nicodemo: ‘Ustedes tienen que nacer de nuevo’. Esto implica un camino humilde y arduo de conversión, de cambio de mentalidad, de elaborar una nueva escala de valores, de aceptación incondicional y total de los mandamientos de Dios, de vivir de acuerdo a las enseñanzas y ejemplos de Jesús”.

En otro tramo de su reflexión, afirmó que “los discípulos-misioneros, animados por el Espíritu Santo, tenemos que revertir el caótico e inhumano orden actual, construyendo comunidades que defiendan la igual dignidad de sus miembros y el bienestar de todos”.
Resaltó que en la llamada a “nacer de nuevo”, “están siendo invitados a una nueva forma de relacionarse con los demás y con el mundo, que los impulse a la transformación de las estructuras políticas, económicas, sociales y religiosas. Sólo desde una vida capaz de morir a sí misma, como lo hizo Jesús, es posible hacer brotar el verdadero amor”.
Asimismo, enfatizó que “necesitamos derribar los muros que hoy nos separan y nos impiden vivir como hermanos”, a la vez que se preguntó: “¿Estaremos los creyentes a la altura de apostar por economías alternativas que generen oportunidades para los descartados y marginados del sistema reinante?”.
“Es lamentable el pensamiento de aquellos que no ven alternativa, y vislumbran inevitablemente el fin de la humanidad. Antes que pensar en el fin de la humanidad deberíamos de plantearnos, seriamente, el fin de este sistema político-económico que parece que nos lleva al abismo”, manifestó.
También apuntó que “la fraternidad, la alegría, la comunión son anhelos de la humanidad y forman parte del plan de Dios con nosotros. La comunión espiritual, de alma y corazón, de pensamientos y sentimientos, son las formas de concretar nuestra unión, una unidad encarnada, un estilo de vida evangélica”.
En la liturgia de la Eucaristía, miembros del Ballet Folclórico Estable Municipal presentaron las ofrendas de pan y vino ante el altar.

Antes de recibir la bendición final, los presentes rezaron y cantaron a la Virgen Morena con profunda devoción.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y peregrinos:
En este tercer día del septenario, en el que participan como alumbrantes hermanos de los pueblos originarios y de colectividades de inmigrantes, se nos propuso reflexionar sobre la vida eterna en el marco de nuestro año de la espiritualidad. Bienvenidos a esta celebración, y que la Madre de Dios los prodigue de bendiciones.
La Palabra de Dios que acabamos de escucharnos deja bien en claro que el acceso a la Vida Eterna nos lo da la fe en Jesucristo; es lo que Jesús le indica a Nicodemo: todos los que con humildad lo reconozcan como Dios cuando cuelga en la cruz, obtendrán la Vida Eterna (cf. Jn 3,15).
En el libro de los Hechos de los Apóstoles escuchamos que “el grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie consideraba  sus bienes como propios, pues tenían todo en común.Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor” (Hch 4,32-33).
Por tanto, la Pascua es la fiesta de la vida y el Evangelio nos dice que la vida eterna nos viene de Cristo elevado
en la Cruz. Esta fiesta hemos de manifestarla con conductas similares a las de la primera comunidad de Jerusalén, presentarnos con conductas parecidas a las que tenían los apóstoles, ya que la comunidad es lugar de encuentro, de compartir la oración, de sintonizar con los sentimientos de Jesús.
El acontecimiento de la resurrección de Jesucristo provocó un giro copernicano en las relaciones humanas, generando actitudes inéditas entre los que creen en las verdades cristianas: “Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba” (Hch 4,34-35).El autor del libro de los Hechos acota que los paganos “miraban con mucho agrado a estos primeros cristianos”.
Tal estilo de vida sólo es comprensible si estamos dispuestos a poner en práctica lo que Jesús le indica a Nicodemo: “Ustedes tienen que nacer de nuevo” (Jn 3,5). Esto implica un camino humilde y arduo de conversión, de cambio de mentalidad, de elaborar una nueva escala de valores, de aceptación incondicional y total de los mandamientos de Dios, de vivir de acuerdo a las enseñanzas y ejemplos de Jesús.
Los discípulos-misioneros, animados por el Espíritu Santo, tenemos que revertir el caótico e inhumano orden actual, construyendo comunidades que defiendan la igual dignidad de sus miembros y el bienestar de todos. No es casualidad que la comunidad a la que se dirige el evangelista esté llamada, desde la figura de Nicodemo, a «nacer de nuevo». Están siendo invitados a una nueva forma de relacionarse, con los demás y con el mundo, que los impulse a la transformación de las estructuras políticas, económicas, sociales y religiosas. Sólo desde una vida capaz de morir a sí misma, como lo hizo Jesús, es posible hacer brotar el verdadero amor.
Necesitamos derribar los muros que hoy nos separan y nos impiden vivir como hermanos. ¿Estaremos los creyentes a la altura de apostar por economías alternativas que generen oportunidades para los descartados y marginados del sistema reinante?
Es lamentable el pensamiento de aquellos que no ven alternativa, y vislumbran inevitablemente el fin de la humanidad. Antes que pensar en el fin de la humanidad deberíamos de plantearnos, seriamente, el fin de este sistema político-económico que parece que nos lleva al abismo.
La fraternidad, la alegría, la comunión son anhelos de la humanidad y forman parte del plan de Dios con nosotros. La comunión espiritual, de alma y corazón, de pensamientos y sentimientos, son las formas de concretar nuestra unión, una unidad encarnada, un estilo de vida evangélica.
Jesús dialoga con Nicodemo bienentrada la noche, tratando temas con preguntas y respuestas profundas. Nicodemo era fariseo, magistrado judío; Jesús le llama maestro en Israel y aun siendo “un sabio” para el pueblo no comprende lo que le quiere revelar, a pesar de afirmar que nadie puede realizar los signos que Jesús realiza si Dios no está con Él. Estos versículos muestran nuestra incredulidad subrayando las reacciones humanas frente a las afirmaciones divinas y, mostrando la responsabilidad del que no cree cuando se afirma “no reciben mi testimonio”. A través de la conversación de Jesús con Nicodemo somos invitados a creer por nuestra fe en Cristo, que habla de lo que sabe y de lo que ha visto.Ahora bien, nosotros, ¿hablamos de lo que conocemos? ¿Damos testimonio de lo que hemos visto?¿Somos capaces de pensar y sentir lo mismo, aceptando el testimonio de Jesús?
Sólo se ama lo que se conoce. Si vivimos en comunidad (familiar, eclesial, laboral) nos podremos amar fraternalmente. Y porque Jesucristo está en medio de nosotros, podemos seguir viviendo el mensaje apostólico.
Le pidamos a la Virgen Santa que nos ayude a ser humildes para aceptar las enseñanzas que Jesús nos ofrece por medio de la Iglesia, seamos coherentes con ellas y las enseñemos a los demás, empezando por los niños.