Mons. Urbanc: “La Ascensión es un día de gloria y un llamado firme al compromiso misionero”
El domingo 28 de mayo, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió
la Santa Misa en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, en el altar mayor de
la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle. Ese día también se
celebró la Jornada Mundial de la Comunicación Social, meditando el tema
propuesto por el Papa Francisco en su mensaje: “Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos”.
Durante su homilía, Mons. Urbanc afirmó que “la primera
consecuencia o efecto de la Ascensión para nosotros es que nos ha abierto el camino hacia el cielo,
hacia la vida eterna, ya que en
su humanidad incluye a todos los hombres” y agregó que “no celebramos
solamente el triunfo de Jesucristo sino también el triunfo del hombre, de la
naturaleza humana, nuestro propio triunfo. Cumplida su gran misión en la tierra, Jesús regresa
al Padre y, de algún modo, nos lleva ya con Él. A
partir de la Ascensión, una verdadera
humanidad, la de Jesús, participa de la Gloria Eterna de Dios. Esta es la causa
y razón de nuestra esperanza de ser glorificados con Él. Por eso es una
solemnidad importante, de alegría más que de tristeza”.
Como síntesis de su reflexión, manifestó que “la
solemnidad de la Ascensión reaviva la Esperanza y plenifica la alegría pascual.
Es un día de gloria, de victoria, para Jesús y para todos los creyentes. Y es
también un llamado firme al compromiso misionero, a ser testigos de Cristo
Resucitado. A modo de síntesis,
recogemos lo que con su habitual claridad y precisión dice el Card. Vanhoye: ‘la
Ascensión no es para nosotros únicamente el fundamento de nuestra
esperanza de reunirnos al final con Cristo en el cielo, sino un estímulo para
trabajar en la transformación del mundo según el plan de Dios’”.
Jornada de la Comunicación Social
Asimismo, el
Obispo destacó que ese día también se celebró la 51º Jornada Mundial de la
Comunicación Social con el lema: “No
temas, que yo estoy contigo (Is 43,5). Comunicar esperanza y confianza en
nuestros tiempos”. “En su mensaje -expresó- el Papa Francisco invita a
ensanchar el horizonte de la esperanza y de la misión: ‘La esperanza fundada
sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a
contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece
que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de
la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo,
cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de ‘entrar en el
santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo,
inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia
carne’ (Hb 10,19-20). Por medio de ‘la fuerza del Espíritu Santo’
podemos ser ‘testigos’ y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, ‘hasta
los confines de la tierra’”.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
En el libro de los
Hechos de los Apóstoles (Hch 1,1-11) se afirma con claridad que Jesús está
vivo, porque durante 40 días tiene encuentros con los discípulos a los que deja
como testigos y enviados que han de anunciar al mundo que Jesucristo es el
Señor, el Viviente, la Vida misma.
Igual que en Lc 24,49, Jesús les ordena permanecer en Jerusalén a la
espera de la Promesa del Padre, el Espíritu Santo, que los ungirá para la
misión. Este "bautismo en el Espíritu" supera en mucho el
"bautismo con agua" de Juan Bautista, orientado a la conversión de
los pecados.
La pregunta de los discípulos - "Señor, ¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino de Israel?" -
revela que ellos todavía no han comprendido plenamente la misión
universal y trascendente de la Iglesia ya que esperan aún la restauración del
reino terrenal de Israel. Deberán recibir la fuerza del Espíritu Santo para que
les amplíe al mismo tiempo la mente y el horizonte misionero, pues deberán ser
testigos "hasta los confines de la tierra".
En esta nueva situación, la Iglesia tiene que vivir en la espera activa
de la vuelta gloriosa del mismo Jesús tal como afirman los ángeles al final del
relato (Hch 1,11). Aquí el retorno del Señor se presenta como una certeza, pero
sin alimentar expectativas acerca de algo inminente, por eso se los exhorta a
no quedarse mirando al cielo.
De allí que en la segunda lectura se nos exhorta a “valorar la esperanza
a la que hemos sido llamados y los tesoros de gloria entre los santos” (Ef
1-18).
Justamente la situación de Cristo
después de la Ascensión es estar por encima de toda la creación, la cual le
está sometida, y ser Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Esta metáfora aplicada a
la Iglesia como cuerpo de Cristo no se refiere tanto a su organización, cuanto
a una plenitud de todo el mundo nuevo que participa en la regeneración
universal mediante Cristo, Señor y Cabeza (cf. Col 1,15-20)".
En
el evangelio de san Mateo (Mt 18,16-20) esta escena de la Ascensión constituye
la conclusión y culminación de todo el evangelio de Mateo; y en ella confluyen
los hilos teológicos que lo recorren.
En esta perícopa se destacan tres elementos; *el mandato de misión; *el
poder del Resucitado y *la promesa de estar siempre con ellos.
El encuentro con Jesús
resucitado tiene lugar en Galilea (v.16), donde el Señor había comenzado y
desarrollado su ministerio (4,12ss). Allí también tendrán los discípulos que
retomar la misión. La "Galilea de las naciones" a nivel histórico
salvífico llega a ser un símbolo de la universalidad del mensaje evangélico. No
es entonces casual que el comienzo del ministerio de Jesús sea en Galilea y que
el comienzo del ministerio de los discípulos sea también en Galilea, y esta vez
no es solo para Israel sino para todas las naciones.
El Señor Jesús no promete seguridades ni grandes hazañas, sólo su
Presencia, siempre y hasta el fin del mundo. En Jesucristo glorificado se
realiza la presencia permanente de Dios en medio de su pueblo. Es decir, Él es
verdaderamente el Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mt 1,23).
Según
el Catecismo de la Iglesia el misterio de la Ascensión nos habla, en primer
lugar, de la glorificación de la humanidad de Jesús que ingresa definitivamente
en el ámbito divino. La Ascensión es, por tanto, la coronación del triunfo de
Cristo; es el punto de llegada definitivo de su Resurrección. A partir de su
Ascensión "Jesús participa en su humanidad en el poder y la autoridad del
mismo Dios" (CIC nº 668). En cuanto Hijo del Padre está desde siempre en
el seno del Padre, pero en la Encarnación asumió una verdadera humanidad que, al
resucitar, alcanzó Vida Eterna y, por ello, puede ascender junto al Padre. En
este sentido la Ascensión es la plenitud de la Encarnación ya que sube al Padre
con la humanidad que había asumido de María. Se trata, entonces, de la
glorificación de Jesús en su condición de hombre mediante la cual devuelve a la
naturaleza humana su vocación de eternidad.
Ahora bien, la primera
consecuencia o efecto de la Ascensión para nosotros es que nos ha abierto el
camino hacia el cielo, hacia la vida eterna, ya que en su humanidad incluye a
todos los hombres. Como bien reza el prefacio de la Ascensión del Misal Romano:
"ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de
su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino". Es
decir, no celebramos solamente el triunfo de Jesucristo sino también el triunfo
del hombre, de la naturaleza humana, nuestro propio triunfo.
Cumplida su gran misión en la tierra, Jesús regresa al Padre y, de algún
modo, nos lleva ya con Él. A partir de la Ascensión, una verdadera humanidad,
la de Jesús, participa de la Gloria Eterna de Dios. Esta es la causa y razón de
nuestra esperanza de ser glorificados con Él. Por eso es una solemnidad
importante, de alegría más que de tristeza. Esto último lo expresaba bien San
León Magno en sus sermones sobre la Ascensión: "Así, pues, la Ascensión de
Cristo es nuestra propia elevación, y al lugar al que precedió la gloria de la
cabeza es llamada también la esperanza del cuerpo. Dejemos, pues, queridos, que
estalle nuestra alegría cuando él se sienta y regocijémonos con piadosa acción
de gracias. Hoy, en efecto, no sólo se nos confirma la posesión del paraíso,
sino que hasta hemos penetrado con Cristo en las alturas de los cielos, hemos
recibido más por la gracia inefable de Cristo, que lo que perdiéramos por el
odio del diablo. En la solemnidad pascual, la resurrección era la causa de
nuestra alegría: hoy es su Ascensión al cielo la que nos proporciona materia
para regocijarnos, puesto que conmemoramos y veneramos convenientemente el día
en que la humanidad de nuestra naturaleza fue elevada en Cristo a una altura
por encima de todo el ejército celestial" (San León Magno, sermón sobre la
Ascensión, 74,138-139).
Puesto que Jesús está
junto al Padre, no está lejos, sino cerca de nosotros. Ahora ya no se encuentra
en un solo lugar del mundo, como antes de la ascensión; con su poder que supera
todo espacio, Él no está ahora en un solo sitio, sino que está presente al lado
de todos, y todos lo podemos invocar en todo lugar y a lo largo de la historia.
El Papa Francisco nos
dice que en el mandato de Jesús “Vayan y haga que todos los pueblos sean mis
discípulos” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la
misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva
«salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el
camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado:
salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio" (EG 19-20).
Este fin de semana celebramos la 51º Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales con el lema: “No temas, que yo estoy contigo (Is 43,5).
Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos”. En su mensaje el Papa
Francisco invita a ensanchar el horizonte de la esperanza y de la misión:
"La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar
la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la
Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se
ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva
nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena
libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este
camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es
decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu
Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida,
«hasta los confines de la tierra».
En fin, la solemnidad
de la Ascensión reaviva la Esperanza y plenifica la alegría pascual. Es un día
de gloria, de victoria, para Jesús y para todos los creyentes. Y es también un
llamado firme al compromiso misionero, a ser testigos de Cristo Resucitado. A
modo de síntesis, recogemos lo que con su habitual claridad y precisión dice el
Card. Vanhoye: "la Ascensión no es para nosotros únicamente el fundamento
de nuestra esperanza de reunirnos al final con Cristo en el cielo, sino un
estímulo para trabajar en la transformación del mundo según el plan de
Dios".