“Hay una mezcla profunda de memoria agradecida y de esperanza confiada”, dijo el padre Murúa en su homilía. En tanto, Mons. Díaz agradeció a Nuestra Madre del Valle “por esa calidez con la que siempre nos ha contenido a cada uno de los sacerdotes”.
Durante
la mañana de este domingo 14 de diciembre, se celebró la acción de gracias por
los 40 años de Sacerdocio de Mons. José Antonio Díaz, obispo de Concepción,
Tucumán, y del padre Julio Alejandro Murúa, vicario general de la Diócesis de
Catamarca y párroco del Inmaculado Corazón de María, a los pies de la Virgen
del Valle, bajo cuya protección pusieron su ministerio sacerdotal el día de su
ordenación de manos del entonces obispo de Catamarca, Mons. Pedro Alfonso
Torres Farías.
Con
la participación de familiares, amigos y fieles en general, la Santa Misa fue
presidida por Mons. José Díaz y concelebrada por el padre Julio Murúa; y los sacerdotes
Diego Manzaraz, canciller y secretario general de la Curia Diocesana; Salvador
Acevedo, Ángel Nieva, Héctor Salas y Marcelo Amaya, párrocos de las parroquias
Sagrado Corazón de Jesús, San Antonio de Padua, San Pío X y Santa Rosa de Lima
(Capital), respectivamente.
En
su emotiva reflexión, el padre Murúa expresó: “Hoy, por la gracia de Dios, con
monseñor ahora, mi hermano ‘Pepe’, estamos cumpliendo 40 años de vida
sacerdotal. Y por eso en esta celebración, a los pies de Nuestra Madre del
Valle, en el altar, hemos querido dar gracias por este acontecimiento”.
Al
referirse al tiempo que nos prepara para la Navidad, dijo que “la Liturgia nos
sitúa en el Adviento. También cuando fuimos ordenados correspondía al tiempo
del Adviento, que se caracteriza como un tiempo de mirar hacia el horizonte
aguardando el encuentro con nuestro Salvador, pero también es un tiempo de
realismo, donde reconocemos que caminamos en medio de la noche hasta que llegue
el Señor que trae la luz”.
Luego
afirmó que “en la Biblia, el número 40 siempre habla de un camino: 40 años del
pueblo en el desierto, 40 días de Jesús también en el desierto como tiempo de
prueba. Al dar gracias hoy por estos cuarenta años, hemos caminado, de alguna
manera lo hemos vivido como un tiempo de prueba, pero con la firme esperanza de
encontrarnos continuamente con el Señor. Por eso al cumplir estos 40 años hay
una mezcla de memoria agradecida por un lado y de esperanza confiada por otro”.
Vasijas de barro que llevan un Tesoro
Luego
manifestó que “en este día hay dos expresiones que en distintos momentos las
dijo el apóstol Pablo y que me venían a la mente con motivo de compartir este
momento con ustedes. Cuando nos ordenamos, nos habíamos propuesto como el lema:
‘La caridad de Cristo nos apremia’, haciendo referencia a ese empuje, esa
vitalidad que teníamos en ese momento, ese fuerte compromiso de llevar la Buena
Noticia de Jesús. Y nos imaginábamos los campos más diversos, porque lo que nos
empujaba era el amor de Cristo, la urgencia con que Cristo nos pedía que
trabajemos por su Reino”.
“Pero
al haber pasado este tiempo también viene a mi mente aquella otra expresión que
‘Llevamos este tesoro en vasijas de barro’ (2 Cor 4, 7). Quizás en ese tiempo,
cuando recién iniciamos, pensaba que la vasija era fuerte, capaz de resistir cualquier
embate. Pasado el tiempo, puedo decir que la vasija es de barro y es frágil,
porque experimenté limitaciones, el cansancio y también han aparecido en mi
vida muchas grietas. No han faltado momentos de soledad en el ministerio
sacerdotal, y también ha habido noches oscuras, de desorientación a lo largo
del ejercicio ministerial, y si hoy persevero no es por la calidad de la vasija,
que muchas veces, usando la imagen, estaba a punto de romperse, sino por la
grandeza del Tesoro que tenía esta vasija”, señaló.
Y
agregó que “uno va aprendiendo que no tiene que ser un superhéroe, ni creérsela
tampoco, uno va descubriendo que somos seres que ante todo experimentamos el
perdón, la misericordia de Dios. Solamente cuando hemos experimentado esto descubrimos
la grandeza de lo que es ser instrumento de perdón”.
Seguidamente,
agradeció “a las personas que me han acompañado a sostener el Tesoro de gracia
entre mis manos, en mi corazón frágil. Durante este tiempo no sólo mi vasija ha
sufrido los embates, el camino por el cual tuve que andar no siempre ha sido asfalto,
había espinas, había piedras, había montañas”.
En
este sentido mencionó los lugares donde desempeñó su ministerio sacerdotal durante
en el nivel parroquial y diocesano.
“No es fuerza de voluntad, es el amor
de Cristo”
Frente
a las dificultades que enfrentó en la tarea pastoral, se preguntó: “¿Qué es lo
que mantiene el fuego encendido durante todo este tiempo, a pesar del barro, las
tormentas y las dificultades? Lo que nos mantiene el fuego es la caridad de Cristo,
pero ya no la entendemos como especie de mandato, de impulso que teníamos que
salir con urgencia, no como una prisa nerviosa, sino como un fuego, una pasión
que hace que uno no pueda quedarse quieto. Es el amor de Cristo que el nos urge
a ver a un enfermo, aun cuando estamos muy cansados; es el amor de Cristo, el
que nos mantiene de pie en reuniones extensas; es el amor de Cristo el que nos
lleva a atender confesiones; es el amor de Cristo el que nos lleva a ser
paciente, escuchar, acoger, dar consuelo. No es fuerza de voluntad, es el amor
de Cristo. Es un amor que me empuja suavemente a no rendirme, a buscar la oveja
perdida, a celebrar la Eucaristía cada día como si fuera la primera y la última
vez”.
Gratitud
“Durante
este tiempo de Adviento, donde encendemos las velas para desafiar la oscuridad,
quiero dar gracias, en primer lugar, a Dios que es el alfarero que no se cansó
de moldearme a mí, barro, rebelde, autosuficiente por momentos. Agradezco el
regalo de la Virgen María en la advocación de Nuestra Señora del Valle, cuya
presencia maternal ha mantenido viva mi fe. Agradezco a monseñor Torres que me
impuso las manos, a monseñor Miani que siempre me acompañó con cercanía, y a
monseñor Luis que me ha confiado la tarea de acompañarlo un poco más de cerca
en este último tiempo, como su vicario general. Agradezco a mi hermano en el
ministerio, el padre ‘Pepe Díaz’, que hoy tiene el gran desafío de responderle
al Señor como obispo, pero le agradezco sobre todo su amistad; y a mis hermanos
sacerdotes por su fraternidad. También agradezco a las comunidades por donde
estuve, porque el cura no se hace solo se hace en el altar, pero también fuera del
templo, en el contacto con la gente. Gracias bien grande para mi familia, mis
padres que ya no están en este mundo, a mis hermanos, cuñados, sobrinos, que
han estado siempre muy presentes y muy cercanos”, apuntó.
A
ejemplo del Papa Francisco, pidió a los fieles que oren por él, “pero no para
que sea perfecto, sino para que lo que me queda de camino en esta vasija de
barro que soy, siga dejando transparentar, aunque sea por las grietas, la
inmensa luz de Cristo que viene. Que la caridad de Cristo siempre nos anime,
nos apremie, aunque cuando llevamos este tesoro en vasijas de barro”.
Mons. Díaz: “Doy gracias por la
paciencia,
el acompañamiento y la oración de
ustedes”
Después
de la Comunión, Mons. Díaz dirigió unas palabras: “Quiero unirme y refrendar
todo lo que nos ha dicho magistralmente el padre Julio en la homilía, dando
gracias a Dios, a la Iglesia, a todas las personas y comunidades con las que
hemos trabajado a lo largo de estos cuarenta años. Doy gracias por la paciencia,
el acompañamiento y la oración que ustedes han tenido para con nosotros, que
nos ha sostenido en el ministerio en nuestra fragilidad y en nuestra debilidad,
porque Dios nos hace fuertes también a través de la palabra, la oración y el
acompañamiento de cada una de las personas con las cuales hemos compartido,
tantos sacerdotes, consagrados, laicos”.
Recordó
las comunidades parroquiales donde estuvo destinado en nuestra diócesis como
también los servicios diocesanos que le fueron encomendados. Asimismo, recordó “de
un modo especial a los compañeros de Seminario que también están cumpliendo sus
cuarenta años de egresados en el año 1985”, como “también el acompañamiento de
Matías y de ‘Chichí’, papás del padre Julio, Manuel y Beba que han sido mis
padres, y a tantas personas con las cuales he compartido la vida. Doy gracias a
Dios por la fidelidad que ha tenido con nosotros a pesar de nosotros mismos”.
Además,
hizo memoria “que cuando fuimos ordenados tenía una sensación muy fuerte de que
a partir de ese momento nosotros, como sacerdotes, éramos objetos de fe de
nosotros mismos, en el sentido de que identificados con Jesucristo, alentados
por el Espíritu, trabajando en el Reino de los Cielos en la persona de Cristo,
veíamos en nuestro actuar y en nuestra vida, su presencia. Y eso, si bien pudo
haber estado oscurecido por esas grietas que no siempre dejaron transparentar
su presencia, sin embargo, Él estuvo permanentemente a nuestro lado, y eso con
el paso del tiempo se hace sentir”.
Tuvo
palabras de gratitud a “Nuestra Madre del Valle, a quién debo en especial mi
arraigo en Catamarca, porque cuando fui ordenado sacerdote, ya había elegido quedarme
acá, en la diócesis, justamente por el amor que sentía a Nuestra Madre Morena.
A Ella le quiero agradecer de un modo especial por esa calidez con la que
siempre nos ha contenido, no sólo a todo el pueblo sino de un modo especial a
cada uno de los sacerdotes”.
“El
Señor los bendiga, y que todos podamos alcanzar la visión beatífica que es
hacia donde estamos caminando, para lo cual nos estamos preparando durante ese
tiempo del Adviento”, concluyó.
Luego
de la bendición final y del canto a la Santísima Virgen María en su advocación
del Valle, Mons. Díaz y el padre Murúa recibieron el afectuoso saludo de los
presentes.
Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca / @DiocesisCat
