En la noche del domingo 7 de
diciembre, último día de la novena en honor de la Pura y Limpia Concepción del
Valle, rindieron su homenaje las familias, Pastoral Familiar y Movimiento
Familiar Cristiano, Grávida, Renacer y Familiares de Víctimas de Accidentes de
Tránsito Catamarca (Faviatca).
La Santa Misa fue presidida
por el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por el padre Marcelo
Amaya, asesor de la Pastoral Familiar; el padre Ramón Carabajal, capellán del
Santuario Catedral; y el padre Alexis Rosales, administrador de la parroquia Santa
Rosa de Lima, en Patquía, La Rioja.
En el comienzo de su homilía, el
Obispo agradeció “la disponibilidad de los catamarqueños para acoger a muchos peregrinos
que hoy ante las inclemencias del tiempo han estado llegando a Catamarca”.
Seguidamente, mencionó el tema
de esta jornada referido a “‘Jesucristo, la Palabra anunciada por los profetas’,
Quien elevó la unión del varón y la mujer a la dignidad de Sacramento,
concediendo así a la familia ser ‘iglesia doméstica’”, dijo.
Luego recomendó la lectura y
el estudio “del último documento del Dicasterio sobre la Doctrina de la Fe, ‘Una
caro’, sobre el valor del matrimonio como unión exclusiva y pertenencia
recíproca, que ayudará, a matrimonios y familias, a valorar más lo que ya
viven. ‘Una Carne’ es una expresión verbal de algo más profundo: una convicción
y una decisión de pertenecer el uno al otro, de ser ‘una sola carne’, de
recorrer juntos, hasta el final, el camino de la vida. La expresión bíblica ‘una
sola carne’ (una caro) no limita la libertad personal, sino que la lleva a su
plenitud. De ahí procede la idea de que dicha unión sólo puede darse entre dos
personas, ‘de lo contrario no se compartiría todo, sino solo una parte’".
Apuntó que “otro elemento
destacado por esta Nota Doctrinal es sobre la caridad conyugal, ya que el
matrimonio no puede entenderse bien sin hablar del amor, que para los
cristianos siempre está llamado a alcanzar las alturas de la caridad, el amor
sobrenatural que «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»
(1Cor 13,7). En efecto, «la gracia propia del sacramento del Matrimonio tiene
por objeto perfeccionar el amor de los esposos». Este amor sobrenatural es un
don divino, que se pide en la oración y se nutre en la vida sacramental, e
invita a los esposos a recordar que Dios es el autor principal de la unidad del
matrimonio, y que, sin su ayuda, su unión nunca alcanzará su plenitud”.
Al reflexionar sobre la
Palabra de Dios proclamada, manifestó que “el mensaje de las lecturas de este
domingo, ayudan mucho a fundamentar la realidad sagrada y sacramental del
matrimonio y la familia”.
El
Adviento nos pide un cambio existencial
Más adelante, al referirse al
tiempo litúrgico que nos prepara para la Navidad, dijo que “la conversión que
nos pide este tiempo de Adviento consiste en un cambio existencial. Se nos
invita a una revisión de nuestras actitudes ante lo presente y ante lo futuro y
definitivo… a ordenar nuestra escala de valores, a distinguir entre lo esencial
y lo secundario, entre lo importante y lo urgente, pues, para Jesús, nada valen
la raza, títulos, rangos, honores, riquezas o cargos, sólo nos pedirá cuenta de
nuestras obras, que hayan sido hechas con amor. En lo práctico, el Señor nos
pide arrepentimiento y confesión de los pecados”.
Hacia el final de su
predicación, Mons. Urbanč se dirigió a la Virgen del Valle, expresando: “En tu
Inmaculado Corazón pongo, lleno de confianza filial, los matrimonios y las
familias de nuestra Patria. Tú, que fuiste el corazón de la Sagrada Familia en
Nazaret, enséñanos a hacer de nuestros hogares un lugar luminoso, acogedor y
sagrado donde siempre reine Jesús”.
“Te suplico -continuó- que
intercedas ante el Buen Dios, para que el amor de los esposos sea genuino,
fuerte y fiel… Protege a sus hijos, nietos y bisnietos, que los puedan guiar
por el camino del bien y de la fe. Dales la sabiduría para educarlos con
dulzura y firmeza. Que en sus hogares jamás falte el pan, la comprensión, el
diálogo, la unidad, la alegría, la esperanza y el perdón sincero”.
“Madre Misericordiosa, rompe
los muros que dividen, desata los nudos que oprimen, sana las heridas del
pasado y cúbrelos con tu manto de ternura. Que, a ejemplo de tu hogar con San
José y Jesús, vivan en paz, oración y trabajo, amándose los unos a los otros”,
imploró.
En el momento de las ofrendas,
los alumbrantes llevaron ofrendas y los dones del pan y del vino, para preparar
la mesa eucarística.
Hacia el final de la
celebración eucarística, el Obispo bendijo ajuares para bebés.
Luego todos juntos se consagraron
y alabaron a la Virgen con el canto.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y peregrinos:
En este último día de la
Novena rinden su homenaje a la Virgen del Valle, las familias. Bienvenidos
todos a esta celebración vespertina para honrar a la Madre de Dios, de la
Iglesia y las Familias. ¡Que lluevan las bendiciones del cielo sobre nuestros
hogares!
El tema de esta jornada es
“Jesucristo, la Palabra anunciada por los profetas”, Quien elevó la unión del
varón y la mujer a la dignidad de Sacramento, concediendo así a la familia ser
‘iglesia doméstica’.
Por eso, les recomiendo que lean
y estudien el último documento del dicasterio sobre la Doctrina de la Fe, “Una
caro”, sobre el valor del matrimonio como unión exclusiva y pertenencia
recíproca”, que ayudará, a matrimonios y familias, a valorar más lo que ya
viven.
“Una Carne” es una expresión
verbal de algo más profundo: una convicción y una decisión de pertenecer el uno
al otro, de ser “una sola carne”, de recorrer juntos, hasta el final, el camino
de la vida.
La expresión bíblica "una
sola carne" (una caro) no limita la libertad personal, sino que la lleva a
su plenitud. De ahí procede la idea de que dicha unión sólo puede darse entre
dos personas, "de lo contrario no se compartiría todo, sino solo una
parte".
Hay dos formas complementarias
de entender esta indisoluble unión: *la del "nosotros", en la que
"el otro está conmigo", motivada "por las cosas comunes que nos
unen"; y *la del "yo-tú", en la que los dos cónyuges se entregan
mutuamente de tal modo que "la otra persona actúa íntegramente como
sujeto, nunca como mero objeto".
Otro elemento destacado por
esta Nota Doctrinal es sobre la caridad conyugal, ya que el matrimonio no puede
entenderse bien sin hablar del amor, que para los cristianos siempre está
llamado a alcanzar las alturas de la caridad, el amor sobrenatural que «todo lo
sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Cor 13,7). En efecto,
«la gracia propia del sacramento del Matrimonio tiene por objeto perfeccionar
el amor de los esposos». Este amor sobrenatural es un don divino, que se pide
en la oración y se nutre en la vida sacramental, e invita a los esposos a
recordar que Dios es el autor principal de la unidad del matrimonio, y que, sin
su ayuda, su unión nunca alcanzará su plenitud. Cuando el rito latino del
matrimonio cita las palabras del Señor: «Lo que Dios ha unido, no lo separe el
hombre» (cf. Mt 19,6; Mc 10,9), observamos que la unidad conyugal no se
constituye únicamente por el consentimiento humano, sino que es obra del
Espíritu Santo. Lo mismo cabe decir del crecimiento de la comunión entre los esposos,
animada por la gracia y la caridad. Esta comunión se desarrolla como respuesta
a una «vocación de Dios y se realiza como respuesta filial a su llamada». Pero
el crecimiento de la caridad no se produce sin la cooperación humana: en este
caso, la colaboración de los esposos que buscan cada día una comunión cada vez
más intensa, rica y generosa.
El mensaje de las lecturas de
este domingo, ayudan mucho a fundamentar la realidad sagrada y sacramental del
matrimonio y la familia. En la primera lectura (Is 11,1-10), la profecía de
Isaías anuncia el nacimiento de un vástago del tronco de Jesé, quien fuera el
padre de David. Se trata, por tanto, de un descendiente de David quien estará
lleno del espíritu del Señor y que sintetiza por sus atributos los grandes
personajes del pasado: sabio como Salomón, fuerte como David y lleno de temor
de Dios como Moisés. El profeta insiste en que la intervención futura de Dios
en la historia se concentra en el nacimiento de un niño, de un descendiente de
David. Ahora bien, el descendiente de David es san José, no la Virgen María.
Por tanto, Jesús, es descendiente legítimo de David, porque san José y María
eran verdadero matrimonio, a pesar de que san José no es le padre biológico de
Jesús.
Lo que debemos no sólo
entender, sino aceptar con docilidad es que Dios dispuso el matrimonio sólo
entre un varón y una mujer, y que Jesucristo lo elevó a la dignidad de
sacramento, representando la unión estrecha que existe en Él y su Iglesia que
somos todos los bautizados. Esta unión es indisoluble y siempre abierta a la
vida, para ello se cimenta en la fidelidad y el amor mutuo, siguiendo el
ejemplo de Jesús.
En la segunda Lectura (Rom
15,4-9), San Pablo nos recuerda que todo lo consignado en la Biblia está
dirigido a los cristianos de cada época para su instrucción con el fin de que
reciban de ella constancia y consolación y, de este modo, mantengan la
esperanza para alcanzar la Felicidad eterna, es decir, la unión definitiva con
Dios. También san Pablo pide a Dios que nos conceda tener, a ejemplo de Cristo
Jesús, sentimientos de paz y
unidad para con todos… Ya que Dios, en
Cristo, nos ha recibido a
todos, somos invitados a "recibirnos y a
aceptarnos unos a otros".
La recepción del don de Dios, que es
el mismo Cristo, nos debe
llevar a la aceptación fraterna de los demás y a glorificar a Dios por su
misericordia. Lo cierto es que la mutua aceptación y la mutua acogida,
sostenida por la Gracia de Dios, es la ley basal de toda convivencia cristiana.
Sólo así es de esperar una vivencia estable de los matrimonios, la familia, la
Iglesia y la sociedad.
En el texto del Evangelio, san
Mateo, siempre atento a las
Escrituras, nos presenta a
Juan, el Bautista, como aquél en quien se cumple la profecía de Isaías 40,3
acerca de la voz que grita en el desierto para que preparen el camino del
Señor. Para ello, se vale de dos estrategias: *una, referida a todos por igual:
“Conviértanse porque el Reino de Dios está cerca”, la que, después, también
usará Jesús; y otra, más direccionada, con los fariseos, escribas y saduceos, a
quienes trata de hacer comprender que, para ser auténticos descendientes de
Abraham deben vivir según el Espíritu de la Ley; que no alcanza con la
pertenencia étnica a la descendencia del patriarca. Se anticipa así el choque que Jesús tendrá
con este mismo grupo y con nosotros, cuando nos conformamos con cierta práctica
cómodas de la fe, como ser la mera repetición de acciones piadosas, pero vacías
de contenido y, sobre todo, de real compromiso en la transformación personal,
familiar, eclesial, cultural, política y social a la luz de los valores del
Evangelio.
Por tanto, hermanos, ante la
certeza de que el Señor viene a nuestro encuentro, lo primero que se nos pide
es ‘despertarnos del letargo’, fue el mensaje del domingo pasado; hoy, tenemos
que ‘ir a los bifes’, ‘convertirnos’, ‘allanar el camino’, ‘quitar los
obstáculos’ para que nada impida su venida a nosotros. Y sabemos que, como
insistía el evangelio del domingo pasado, nuestro estilo de vida puede ser un
obstáculo. Y también podemos poner resistencia a su venida a nosotros al igual
que los fariseos que se resistían a una sincera conversión y por eso Juan
Bautista es tan duro con ellos. La conversión que nos pide este tiempo de
Adviento consiste en un cambio existencial. Se nos invita a una revisión de
nuestras actitudes ante lo presente y ante lo futuro y definitivo. Ya que el
juicio de Dios será un hecho para cada uno, se nos invita a ordenar nuestra
escala de valores, a distinguir entre lo esencial y lo secundario, entre lo
importante y lo urgente, pues, para Jesús, nada valen la raza, títulos, rangos,
honores, riquezas o cargos, sólo nos pedirá cuenta de nuestras obras, que hayan
sido hechas con amor.
En lo práctico, el Señor nos
pide arrepentimiento y confesión de los pecados. La gente sencilla lo entiende
bien. El pecado no es un problema sin solución, pues existe la posibilidad del
arrepentimiento y del perdón de Dios. El verdadero problema es la
autosuficiencia e hipocresía de escribas y fariseos, el combate entre el
orgullo y la humildad, pues con esta actitud no preparan, sino que cierran el
camino al Señor que viene. El Adviento es un tiempo de gracia para sacarnos las
máscaras… ¡ojo, que todos las tenemos!... para ponernos en la fila con los
humildes y liberarnos de la presunción de creernos mejores que otros, para ir a
confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios y para
pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. El remedio es
uno solo: la humildad, que nos ayudará a erradicar ansias de superioridad, el
formalismo, la figuración y la hipocresía. Sólo, así, podremos ver en los
demás, a pecadores como nosotros; pero, sobre todo, a Cristo como al Salvador,
que viene por nosotros y, no sólo por los otros. Con Jesús la posibilidad de
volver a comenzar siempre existe. Nunca es demasiado tarde. Siempre estará la
posibilidad de volver a comenzar. No tengamos miedo. ¡Ánimo! Él, siempre, está
empeñado en nuestra CONVERSIÓN.
Por eso, los invito a revisar
el uso que hacen de su tiempo:
¿Para qué tienen tiempo? y
¿Para qué nunca tienen tiempo? ¿Tienen siempre tiempo para Dios? ¿Y para el
prójimo, en especial, los más necesitados? ¿Y para ustedes mismos? ¿para su
vida interior? ¿el cuidado de su salud? y ¿el cultivo de sus vínculos
familiares? De hecho, en el juicio final daremos cuenta de lo que hicimos y
dejamos de hacer con nuestra vida, con nuestro tiempo.
No obstante, esta conversión
no se reduce al ámbito individual, sino que debe extenderse al plano
comunitario. Esto es lo que remarca San Pablo cuando nos exhorta a aceptar a
los demás, como Cristo nos acoge a todos. La apertura solidaria al prójimo,
como hermano, es causa y condición para recibir a Cristo que viene a nosotros.
Querida Virgen del Valle,
Madre de Dios y Madre nuestra, en tu Inmaculado Corazón pongo, lleno de
confianza filial, los matrimonios y las familias de nuestra Patria. Tú, que
fuiste el corazón de la Sagrada Familia en Nazaret, enséñanos a hacer de
nuestros hogares un lugar luminoso, acogedor y sagrado donde siempre reine
Jesús.
Te suplico que intercedas ante
el Bien Dios, para que el amor de los esposos sea genuino, fuerte y fiel… Como
en las Bodas de Caná, estate atenta a sus necesidades; y, si en algún momento
les falta "el vino" de la alegría, de la paciencia o de la ternura,
ruégale a tu Hijo que renueve su amor y lo haga mejor que al principio.
Protege a sus hijos, nietos y
bisnietos, que los puedan guiar por el camino del bien y de la fe. Dales la
sabiduría para educarlos con dulzura y firmeza. Que en sus hogares jamás falte
el pan, la comprensión, el diálogo, la unidad, la alegría, la esperanza y el
perdón sincero.
Madre Misericordiosa, rompe
los muros que dividen, desata los nudos que oprimen, sana las heridas del
pasado y cúbrelos con tu manto de ternura. Que, a ejemplo de tu hogar con San
José y Jesús, vivan en paz, oración y trabajo, amándose los unos a los otros.
Amén.
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