Nuestra tarea, es decir, nuestra propia misión de educadores, nos impulsa a retomar recomenzando. Y no se puede recomenzar sin esperanza. Así, la esperanza infunde pasión por lo nuevo, nos moviliza a la acción.
Pero,
¿hacia dónde? Sin horizonte de sentido es imposible que nuestros proyectos
educativos puedan movilizar fuerzas de cambio, de novedad, de solidaridad.
Nos
recuerda el papa Francisco, “Mirar el futuro con esperanza también equivale a
tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás.
Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta
esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de
transmitir la vida.”
Transmitir
pacientemente la vida es parte de ese confiar y creer que sostiene nuestro ser
educadores. ¿Qué vida queremos cuidar, qué sentido vital queremos transmitir?
¿Cómo se manifiesta en nosotros ese amor por la vida de manera que nos permita
recomenzar este nuevo período escolar?
“Pero
todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser
humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), no puede conformarse
con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y
dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en
el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en
el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes.”
El
principal enemigo de la esperanza es el miedo con su consecuente carga de
pérdida de sentido. Un miedo que en el mundo de hoy lo encontramos difundido y
disperso en diversas formas: incertidumbre, repliegue y ensimismamiento,
pérdida de la confianza, etc. Hemos aprendido a lo largo de nuestra historia
personal, social, eclesial que ningún ideal plural, ninguna comunidad se
construye desde el miedo.
Nuestras
comunidades educativas han crecido desde el impulso de esa esperanza evangélica
que ha puesto su confianza en el Otro. En esa apertura trascendente también han
reconocido que la confianza en los demás es intrínseca a su existencia, esta
sencilla fórmula “confiar en” abre puertas donde pareciera que no las hay.
“Quien
tiene esperanza, está en camino hacia el otro. Cuando uno tiene esperanza,
confía en algo que lo trasciende. En eso la esperanza se parece a la fe. Con la
expresión “pensando en nosotros, he puesto mis esperanzas en ti”, Gabriel
Marcel resalta esa dimensión de la esperanza en la que el yo se trasciende en
un nosotros.”
De
aquí se abre la convicción pedagógica que apuesta por una educación
personalizada, basada en la confianza, construida en el diálogo, madurada en la
búsqueda de una sana interdependencia. ¿Qué comunidad educativa ha crecido
salvándose sola, ensimismada y aislada de la realidad?
“La
esperanza, en este sentido profundo y estricto, no tiene la medida de nuestra
alegría por la buena marcha de las cosas, ni la de nuestras ganas de invertir
en empresas prometedoras de éxito inmediato, sino más bien la medida de nuestra
capacidad de esforzarnos por algo simplemente porque es bueno, y no porque su
éxito esté garantizado […] No es el convencimiento de que algo saldrá bien sino
de que algo tiene sentido al margen de cómo salga luego.”
Volvemos
así al inicio... anhelamos que nuestra tarea tenga sentido, que apostar siempre
por la educación tenga sentido. Que permanezca en nosotros la convicción y el
impulso que nos da la esperanza, que no es pensamiento positivo ni optimismo
ingenuo. Podemos pensar positivamente y ser optimistas con la eficiencia de los
resultados, pero sabemos que hay una dimensión de la vida que se escapa de sus
márgenes. La esperanza solo es posible cuando se aceptan nuestras fragilidades.
Inherente a ella es la zozobra, la inquietud, aún el desánimo. La negatividad
propia de las circunstancias de la vida vivifica y alienta la esperanza.
Somos
conscientes de que en la tarea cotidiana nos encontramos con heridas,
conflictos, incomprensiones, que el presente no se muestra siempre claro,
seguro, amigable. Nuestros contextos también muchas veces nos son adversos: la
desigualdad de oportunidades, la precariedad de muchas estructuras escolares,
la falta de reconocimiento social de nuestro trabajo, pueden, no sin poca
razón, tentarnos a bajar los brazos.
Ante
esto no queremos dejar de atrevernos a soñar, a levantarnos de las parálisis.
Apostamos por la esperanza que no deja a nadie sin futuro, que busca y
encuentra caminos creativamente, que sigue creyendo en que una comunidad, un
nosotros sigue siendo posible.
Nos animan las palabras del Papa Francisco: “Sí, necesitamos que “sobreabunde la esperanza” (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe.”
Cuenten
con nuestra oración y cercanía. Les deseamos un bendecido inicio en este nuevo
ciclo escolar 2025.
Los
Obispos de la Comisión de Educación
2025 Año Jubilar de la Esperanza
[1]
Francisco, Spes non confundit, n. 9.
2 Ibíd.
3 Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza, Barcelona,
Herder, 2024, 71.
4 Václav
Havel, ex presidente de la República Checa, citado en: Byung-Chul Han, El
espíritu de la Esperanza, Madrid, Herder, 2024, 42.
5 Francisco, Spes non confudit, n. 18.