Una jornada de júbilo vivió esta
noche la Iglesia de Catamarca, con la consagración de dos nuevos sacerdotes:
Facundo Brizuela y Eduardo Navarro, quienes entregaron sus vidas al servicio de
Dios y de sus hermanos, sumándose de esta manera a la labor pastoral del clero diocesano.
A los pies de la Madre
Morena se congregó una gran cantidad de fieles, entre ellos compañeros diáconos
y seminaristas, familiares y amigos de los flamantes presbíteros, particularmente
de las parroquias Santa Rosa de Lima, en Capital, y San Juan Bautista, en la
ciudad de Tinogasta,
de cuyas comunidades son originarios.
La ceremonia se llevó a cabo
en el Altar Mayor de la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, fue
presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por
sacerdotes de Capital y del interior catamarqueño, como también de la
Arquidiócesis de Tucumán, entre ellos el Rector del Seminario Mayor de Tucumán,
Pbro. Amadeo Tonello, y otros formadores.
En el inicio de la
celebración, el Pbro. Juan Orquera dio lectura al decreto de ordenación, dando
paso a la proclamación de la Palabra. Luego fueron presentados los candidatos
al Orden Sacerdotal por parte del Pbro. Julio Avalos, responsable de las vocaciones
consagradas en la diócesis local.
“El
sacerdote es el hombre que habla de Dios
a
los hombres y a Dios de los hombres”
Durante su homilía, Mons.
Urbanc explicó que “Jesucristo es el Sumo y Eterno Sacerdote. Los sacerdotes
somos ministros suyos y hacemos posible, en la Santa Misa diaria, que la
redención efectuada por Él en el Calvario, llegue a todo el mundo, hasta que el
Señor vuelva en su gloria a recoger los frutos de su sacrificio. De allí que el
sacerdote actúa ‘en persona de Cristo Cabeza’; y los poderes sacerdotales no
son del sacerdote sino de Cristo, y los recibe no para sí mismo sino para la
santificación de los fieles. Por eso el sacerdocio es llamado ‘Sacramento de
servicio’: referido a Cristo y a los hombres”.
Luego dijo que “esta
presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese
automáticamente exento de todas las flaquezas humanas. El sacerdote sigue
siendo hombre de carne y hueso y sufre, como todos, las tentaciones: afán de
poder, de riquezas y de pasiones carnales, que también Cristo mismo aceptó
sufrir en el desierto. No todos los actos del ministro son garantizados de la
misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. En los Sacramentos esta garantía
es absoluta de tal manera que ni el pecado del ministro merma el fruto de la
gracia. Pero en otras áreas del trabajo sacerdotal, la condición humana del
sacerdote puede dañar, y no pocas veces gravemente, la fecundidad apostólica de
la Iglesia”. Y agregó que “el sacerdote es el hombre que habla de Dios a los
hombres y a Dios de los hombres. Es puente entre Dios y los hombres. Es el que
ora mucho por el pueblo”.
Por último, exhortó a Facundo
y Eduardo a que “anden como es digno de la vocación que han recibido,
conduciéndose con humildad y mansedumbre, siendo pacientes con todos y
artífices de la paz. Pobres con Cristo pobre; castos con Cristo casto;
obedientes al obispo y a la Iglesia como Cristo al Padre. Siempre dispuestos a
ir a las periferias morales, culturales y existenciales, sin avergonzarse jamás
de dar testimonio de Aquél que los ha llamado, hasta que lleguen a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, según la medida
de la plenitud de Cristo Jesús”.
Rito
de ordenación
Concluida la predicación, dio
inicio el rito del Sacramento del Orden en que Eduardo y Facundo fueron
interrogados por el Obispo acerca del grado de libertad, rectitud de intención
y conciencia del paso que daban para toda la vida en el grado de presbíteros; y
luego estrecharon las manos del Pastor Diocesano, prometiéndole obediencia y
respeto.
Seguidamente, Eduardo y
Facundo se postraron humildemente para pedir la protección de todos los santos.
Concluido el canto de las Letanías, se realizó la imposición de las manos del
Obispo y de todos los sacerdotes en señal de acogida en el colegio presbiteral.
El rito continuó con la
unción de las manos con el santo crisma para significar que obrarán de hoy en
más en la persona de Cristo, el Ungido por el Padre.
Los nuevos presbíteros
fueron revestidos, sacerdotes y familiares colocaron a cada uno de ellos la
estola según el modo presbiteral y la casulla, pasando desde ese instante a
formar parte del clero.
El rito se completó con la
entrega de la patena con el pan y el cáliz con el vino a los nuevos presbíteros
y el saludo de éstos al presbiterio reunido en torno al altar.
La celebración eucarística
siguió de acuerdo con lo establecido por la liturgia, y al momento de la
Comunión, distribuyeron el pan eucarístico a la multitud de fieles, entre ellos
sus familiares directos y amigos.
Terminada la Santa Misa,
salieron en procesión hasta el atrio de la Catedral Basílica, donde recibieron
muestras de afecto y de gratitud por su total entrega a
Dios y la Iglesia.