“Necesitamos
derribar los muros que hoy nos separan
y nos impiden vivir como hermanos”
En la fresca noche del
martes 30 de abril, rindieron su homenaje a la #VirgendelValle los pueblos
originarios y colectividades del medio, asociaciones y consulados, durante la
Misa central del tercer día del Septenario.
La Eucaristía fue presidida
por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por los Capellanes Mayores
de la Catedral Basílica y Santuario Mariano, Pbros. Juan Orquera y Lucas
Segura.
Se destacó la presencia de familias
representantes de las colectividades y asociaciones con las banderas de sus
países de origen, a quienes el Obispo les dio la cordial bienvenida.
Durante su homilía, tomando
la Palabra de Dios escuchada, Mons. Urbanc se refirió a la primera comunidad de
los creyentes, que “tenía un solo corazón y una sola alma: nadie
consideraba sus bienes como propios,
pues tenían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección
del Señor Jesús con mucho valor”.
En este sentido, dijo que “la
Pascua es la fiesta de la vida” y “hemos de manifestarla con conductas
similares a las de la primera comunidad de Jerusalén, presentarnos con
conductas parecidas a las que tenían los apóstoles, ya que la comunidad es
lugar de encuentro, de compartir la oración, de sintonizar con los sentimientos
de Jesús”.
Y continuó: “El
acontecimiento de la resurrección de Jesucristo provocó un giro copernicano en
las relaciones humanas, generando actitudes inéditas entre los que creen en las
verdades cristianas: ‘Entre
ellos no había necesitados, pues los que poseían
tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los
pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba’.
El autor del libro de los Hechos acota que los paganos ‘miraban con mucho
agrado a estos primeros cristianos’”.
El Pastor Diocesano consideró
que “tal estilo de vida sólo es comprensible si estamos dispuestos a poner en
práctica lo que Jesús le indica a Nicodemo: ‘Ustedes tienen que nacer de nuevo’.
Esto implica un camino humilde y arduo de conversión, de cambio de mentalidad,
de elaborar una nueva escala de valores, de aceptación incondicional y total de
los mandamientos de Dios, de vivir de acuerdo a las enseñanzas y ejemplos de
Jesús”.
En otro tramo de su
reflexión, afirmó que “los discípulos-misioneros, animados por el Espíritu
Santo, tenemos que revertir el caótico e inhumano orden actual, construyendo
comunidades que defiendan la igual dignidad de sus miembros y el bienestar de
todos”.
Resaltó que en la llamada a “nacer
de nuevo”, “están siendo invitados a una nueva forma de relacionarse con los
demás y con el mundo, que los impulse a la transformación de las estructuras
políticas, económicas, sociales y religiosas. Sólo desde una vida capaz de
morir a sí misma, como lo hizo Jesús, es posible hacer brotar el verdadero amor”.
Asimismo, enfatizó que “necesitamos
derribar los muros que hoy nos separan y nos impiden vivir como hermanos”, a la
vez que se preguntó: “¿Estaremos los creyentes a la altura de apostar por
economías alternativas que generen oportunidades para los descartados y
marginados del sistema reinante?”.
“Es lamentable el
pensamiento de aquellos que no ven alternativa, y vislumbran inevitablemente el
fin de la humanidad. Antes que pensar en el fin de la humanidad deberíamos de
plantearnos, seriamente, el fin de este sistema político-económico que parece
que nos lleva al abismo”, manifestó.
También apuntó que “la
fraternidad, la alegría, la comunión son anhelos de la humanidad y forman parte
del plan de Dios con nosotros. La comunión espiritual, de alma y corazón, de
pensamientos y sentimientos, son las formas de concretar nuestra unión, una
unidad encarnada, un estilo de vida evangélica”.
En la liturgia de la
Eucaristía, miembros del Ballet Folclórico Estable Municipal presentaron las
ofrendas de pan y vino ante el altar.
Antes de recibir la bendición final, los presentes rezaron y cantaron a la
Virgen Morena con profunda devoción.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y
peregrinos:
En este tercer día del
septenario, en el que participan como alumbrantes hermanos de los pueblos
originarios y de colectividades de inmigrantes, se nos propuso reflexionar
sobre la vida eterna en el marco de nuestro año de la espiritualidad.
Bienvenidos a esta celebración, y que la Madre de Dios los prodigue de
bendiciones.
La Palabra de Dios que
acabamos de escucharnos deja bien en claro que el acceso a la Vida Eterna nos
lo da la fe en Jesucristo; es lo que Jesús le indica a Nicodemo: todos los que
con humildad lo reconozcan como Dios cuando cuelga en la cruz, obtendrán la
Vida Eterna (cf. Jn 3,15).
En el libro de los Hechos de
los Apóstoles escuchamos que “el grupo de los creyentes tenía un solo corazón y
una sola alma: nadie consideraba sus
bienes como propios, pues tenían todo en común.Los apóstoles daban testimonio
de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor” (Hch 4,32-33).
Por tanto, la Pascua es la
fiesta de la vida y el Evangelio nos dice que la vida eterna nos viene de
Cristo elevado
en la Cruz. Esta fiesta hemos de manifestarla con conductas
similares a las de la primera comunidad de Jerusalén, presentarnos con
conductas parecidas a las que tenían los apóstoles, ya que la comunidad es
lugar de encuentro, de compartir la oración, de sintonizar con los sentimientos
de Jesús.
El acontecimiento de la
resurrección de Jesucristo provocó un giro copernicano en las relaciones
humanas, generando actitudes inéditas entre los que creen en las verdades
cristianas: “Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o
casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los
apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba” (Hch
4,34-35).El autor del libro de los Hechos acota que los paganos “miraban con
mucho agrado a estos primeros cristianos”.
Tal estilo de vida sólo es
comprensible si estamos dispuestos a poner en práctica lo que Jesús le indica a
Nicodemo: “Ustedes tienen que nacer de nuevo” (Jn 3,5). Esto implica un camino
humilde y arduo de conversión, de cambio de mentalidad, de elaborar una nueva
escala de valores, de aceptación incondicional y total de los mandamientos de
Dios, de vivir de acuerdo a las enseñanzas y ejemplos de Jesús.
Los discípulos-misioneros,
animados por el Espíritu Santo, tenemos que revertir el caótico e inhumano
orden actual, construyendo comunidades que defiendan la igual dignidad de sus
miembros y el bienestar de todos. No es casualidad que la comunidad a la que se
dirige el evangelista esté llamada, desde la figura de Nicodemo, a «nacer de
nuevo». Están siendo invitados a una nueva forma de relacionarse, con los demás
y con el mundo, que los impulse a la transformación de las estructuras
políticas, económicas, sociales y religiosas. Sólo desde una vida capaz de
morir a sí misma, como lo hizo Jesús, es posible hacer brotar el verdadero
amor.
Necesitamos derribar los
muros que hoy nos separan y nos impiden vivir como hermanos. ¿Estaremos los
creyentes a la altura de apostar por economías alternativas que generen
oportunidades para los descartados y marginados del sistema reinante?
Es lamentable el pensamiento
de aquellos que no ven alternativa, y vislumbran inevitablemente el fin de la
humanidad. Antes que pensar en el fin de la humanidad deberíamos de
plantearnos, seriamente, el fin de este sistema político-económico que parece
que nos lleva al abismo.
La fraternidad, la alegría,
la comunión son anhelos de la humanidad y forman parte del plan de Dios con
nosotros. La comunión espiritual, de alma y corazón, de pensamientos y
sentimientos, son las formas de concretar nuestra unión, una unidad encarnada,
un estilo de vida evangélica.
Jesús dialoga con Nicodemo
bienentrada la noche, tratando temas con preguntas y respuestas profundas.
Nicodemo era fariseo, magistrado judío; Jesús le llama maestro en Israel y aun
siendo “un sabio” para el pueblo no comprende lo que le quiere revelar, a pesar
de afirmar que nadie puede realizar los signos que Jesús realiza si Dios no
está con Él. Estos versículos muestran nuestra incredulidad subrayando las
reacciones humanas frente a las afirmaciones divinas y, mostrando la
responsabilidad del que no cree cuando se afirma “no reciben mi testimonio”. A
través de la conversación de Jesús con Nicodemo somos invitados a creer por
nuestra fe en Cristo, que habla de lo que sabe y de lo que ha visto.Ahora bien,
nosotros, ¿hablamos de lo que conocemos? ¿Damos testimonio de lo que hemos
visto?¿Somos capaces de pensar y sentir lo mismo, aceptando el testimonio de
Jesús?
Sólo se ama lo que se
conoce. Si vivimos en comunidad (familiar, eclesial, laboral) nos podremos amar
fraternalmente. Y porque Jesucristo está en medio de nosotros, podemos seguir
viviendo el mensaje apostólico.
Le pidamos a la Virgen Santa
que nos ayude a ser humildes para aceptar las enseñanzas que Jesús nos ofrece
por medio de la Iglesia, seamos coherentes con ellas y las enseñemos a los
demás, empezando por los niños.