El domingo 18 de
agosto, con las últimas luces del día, los participantes del IV Congreso
Misionero Nacional partieron en procesión desde el Predio Ferial Catamarca
hasta el Santuario y Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, para
culminar la segunda jornada con la celebración eucarística a los pies de la
Patrona de Catamarca.
Durante el trayecto,
que comprendió avenida Alem y calle República hasta el Paseo de la Fe, Obispos,
sacerdotes, religiosas y laicos, incluyendo familias completas, a quienes se
sumaron fieles catamarqueños, marcharon por las arterias de la ciudad capital
testimoniando la alegría de compartir y manifestar públicamente su fe.
Tras el arribo de los peregrinos al Paseo
de la Fe, frente al templo catedralicio, compartieron la mesa eucarística, presidida
por el Obispo Diocesano de Catamarca, Mons. Luis Urbanc, y
concelebrada por prelados
visitantes, entre los que se encontraba el Arzobispo Emérito de Resistencia,
Mons. Fabriciano Sigampa, y sacerdotes de distintas regiones del país y del
clero catamarqueño.
En el inicio de su homilía, Mons. Urbanc resaltó “la presencia de los
cientos de hermanos misioneros, venidos de las distintas diócesis de nuestra
Patria, a participar, bajo la protección y junto a la querida Madre del Valle,
del IV Congreso Misionero Nacional, motivados por el lema: ‘Argentina
Misionera, comparte tu fe’”, y saludó “cordialmente a los hermanos obispos
presentes, a los sacerdotes asesores, a las religiosas, a los seminaristas, a
las familias misioneras… A cada uno de los que han venido, pues los
consideramos un ‘don de Dios’ para esta Iglesia particular de Catamarca…
¡Gracias, hermanos misioneros, por estar y por caminar con nosotros estos días
de oración, reflexión, amistad y fraterna caridad, a fin de aprender juntos lo
que debemos hacer para anunciar el Reino de Dios a nuestro querido mundo”,
expresó.
“Sé que la jornada de hoy ha sido intensa y la peregrinación desde el
lugar de trabajo hasta aquí, ha coronado el esfuerzo. Por eso, se impone que
sea benevolente y les comparta una sencilla reflexión en base a la Palabra que
el Señor nos acaba de dirigir, la que nos ilustra muy bien acerca del ser y
quehacer misionero”, dijo el Pastor Diocesano.
Finalizada la Santa
Misa, se llevó a cabo un acto cultural en el que cada región presentó su
riqueza a través de una expresión artística, coronada por el aplauso de quienes
se dieron cita en el Paseo de la Fe.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos hermanos misioneros:
Al dirigirme de este modo, expreso lo que
somos todos, sin excepción, desde el bautismo, y, a la vez, pongo énfasis en
resaltar la presencia de los cientos de hermanos misioneros, venidos de las
distintas diócesis de nuestra Patria, a participar, bajo la protección y junto
a la querida Madre del Valle, del IV Congreso Misionero Nacional, motivados por
el Lema: “Argentina Misionera, comparte tu fe”.
Saludo cordialmente a los
hermanos obispos presentes, a los sacerdotes asesores, a las religiosas, a los
seminaristas, a las familias misioneras… A cada uno de los que han venido, pues
los consideramos un ‘don de Dios’ para esta Iglesia particular de Catamarca…
¡Gracias, hermanos misioneros, por estar y por caminar con nosotros estos días
de oración, reflexión, amistad y fraterna caridad, a fin de aprender juntos lo
que debemos hacer para anunciar el Reino de Dios a nuestro querido mundo.
Sé que la jornada de hoy ha sido intensa y la peregrinación desde el
lugar de trabajo hasta aquí, ha coronado el esfuerzo. Por eso, se impone que
sea benevolente y les comparta una sencilla reflexión en base a la Palabra que
el Señor nos acaba de dirigir, la que nos ilustra muy bien acerca del ser y
quehacer misionero.
El verdadero amor, el de Dios, manifestado en Jesús, es la antípoda de la
mediocridad. Los cristianos somos los bienaventurados que hemos creído y
aceptado este amor, por ello nos dispusimos a ser testigos de este amor con la
ayuda del Espíritu Santo, garante, inspirador, motor y alimento de este amor.
Los cristianos no
elegimos un compendio de moral o un paquete de valores, sino una Persona,
Jesucristo, el Verbo Encarnado en María Santísima, y la Vida que esta Persona
irradia. Sólo Él, y nadie más que Él, posee y es la Verdad que puede ser
elegida para ser el eje real de nuestra existencia, no sólo terrena, sino
eterna, ya que es el único que nos amó y nos ama con un amor más fuerte que la
muerte y que vence a la muerte. La elección que hacemos de Él nos lleva a estar
dispuestos a dar la vida por los demás como Él.
Hemos elegido
llevar una vida como la de Jesús, es decir, consagrados al Padre del cielo y al
bien de nuestros hermanos que culmina en el bautismo de la Cruz, que
ciertamente genera tensión y angustia, pero que es el fuego de un amor total
que vence al pecado y a la misma muerte.
Nada más lejos de
la realidad que pensar que Jesús es un terroncito de azúcar que se toma para
quitar las amarguras de la vida. Quien edulcora la figura de Jesús, falsea su
Persona y su Mensaje. Jesucristo, Maestro y Mesías, tomó precisas decisiones
que comportaron duras renuncias. Así deben obrar sus discípulos. Jesús siempre
rechazó con firmeza los falsos caminos de salvación, las componendas, el mero
disfrute de la vida, la riqueza, el egoísmo, la exclusión y la violencia de
todo tipo… También el falso irenismo, que es el pacifismo de lo débiles,
timoratos y mediocres cuyo lema es “a mí déjenme en paz”, “yo no molesto a
nadie, ni quiero que me molesten”, “dejo hacer – dejo pasar”, “nadie me ha
dicho, nadie me ha pedido”, “al comedido le va mal”…
Jesucristo es el
príncipe de la Paz porque optó por ser el grano de trigo que muere sereno sin
matar, que da la vida por la Verdad y el Bien con fortaleza de ánimo para
asumir con esperanza los conflictos y riesgos que esto trae para su legítimo
bienestar.
Elegirlo a Él, como Él
eligió a su Padre, implica, no raras veces, ir contra corriente, ganarse la
enemistad del entorno, pues vivir en clave de comunión auténtica, es decir, en
la verdad animada por la caridad, se torna una denuncia sostenida, difícil de
soportar. Y no hay que escuchar a los prudentes según el mundo que dicen: “¡no
hay que tomarse las cosas tan a pecho!”, “¡no hay que exagerar!”, “¡hay que
hacer lo que todo el mundo hace!”. Son los cantos de las sirenas que invitan a
adaptarse, a ser modernos, a estar a la moda, a no ser fieles a uno mismo ni a
la propia conciencia, a convencerse que todo está perdido, que nada se puede
cambiar, etc.
No me cabe la menor duda que ante tal
propuesta sintamos impotencia y miedo. Sin embargo, no somos los primeros, sino
que, según el texto de Hebreos, una nube ingente de testigos nos rodea, nos da
ejemplo que es factible liberarnos del pecado que nos estorba (el egoísmo, la
pereza, la vulgaridad, el rencor, la tibieza, etc.) para recorrer el camino con
su correspondiente cruz, sin retirarnos, siendo fieles al llamado divino,
aunque ello comporte sinsabores, dificultades, incomprensión o conflictos. Uno
de esos testigos es el profeta Jeremías, que hizo de su vida entera un
testimonio de compromiso con una verdad incómoda, que sus compatriotas no
estaban dispuestos a aceptar, seducidos como estaban por falsas seguridades.
Jeremías fue fiel hasta la muerte en medio de muchas incomprensiones y
persecuciones. Jeremías y toda la ingente nube de testigos (todos los
patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, todos los santos a lo largo la
historia) apuntan a Cristo, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la
cruz. Jesús, y todos los que dan testimonio de él, nos anima y da fuerza para
no temer, pues “todavía no hemos llegado a derramar la sangre en la pelea
contra el pecado” (Heb 12,4).
Cabe aclarar que el cristiano no vive
‘contra’ sino ‘a favor de’ todos, a pesar de que esta actitud pueda resultar
conflictiva con el entorno; al igual que Jesús, que no vino a ser servido, sino
a servir, que no vino a condenar sino a dar la vida; y terminó en la Cruz.
Tomar la decisión de seguir a Jesús es
beneficioso no sólo para el que la realiza, sino también para los que se oponen
a ella.
Por tanto, la decisión radical y difícil a
favor de Cristo, de su Palabra y de su persona, es, al mismo tiempo, una
decisión a favor de la autenticidad de la propia vida y de los valores que
ennoblecen y salvan la vida humana, una decisión que aumenta el caudal de
Verdad, Bien y Justicia en nuestro mundo y que redunda en bien de todos,
incluso de los que, por los más variados motivos, se oponen a nuestra elección.
Que la Santísima Virgen del Valle, nos
acompañe en ese ir actualizando en nuestros días su disponibilidad de salir al
encuentro del otro para ayudar, escuchar, consolar, alentar, levantar,
compartir y alabar como familia, como Iglesia, al Dios tres veces Santo. Así
sea.