“Que la Santísima Virgen María nos ayude a ser profundamente eucarísticos”
Durante la fría mañana de este domingo 11 de junio, una gran cantidad de fieles de las comunidades parroquiales de Capital se congregaron para celebrar la Solemnidad de Corpus Christi, en una jornada que coincidió con la realización de la Colecta Anual de Cáritas en comunión con todo el país.
La Santa Misa fue presidida por el obispo
diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por sacerdotes del Decanato
Capital, en la Catedral Basílica y Santuario del Santísimo Sacramento y de
Nuestra Señora del Valle.
En el inicio de la ceremonia litúrgica, se dio
lectura al decreto de designación de los nuevos Ministros Extraordinarios de la
Comunión, quienes tendrán la misión de colaborar con los sacerdotes en la
distribución de la Eucaristía durante las misas, o llevándola a los enfermos y
ancianos.
“La fe hoy nos congrega para
celebrar solemne y públicamente el misterio de la Presencia Real de Jesucristo
en las especies del pan y del vino, convertidos durante la Santa Misa en su
Cuerpo y su Sangre, memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección”, afirmó Mons.
Urbanč en el comienzo de su homilía. Seguidamente hizo una reseña del origen de
esta celebración, que incluye
procesiones con el Cuerpo de Cristo acompañado por los fieles. Después de unas
referencias históricas señaló que “lo que aceleró esta devoción fue un hecho
acaecido en el año 1263, en un templo de Bolsena, Italia, mientras un sacerdote
celebraba la Misa, de la Hostia comenzó a brotar sangre. Este suceso, conocido como
‘el milagro de Bolsena’, fue percibido como un evento santo, y acabó por
afianzar la celebración del Corpus Christi”.
A
continuación ofreció citas de Papas y de Santos, referidas a este Misterio de
Fe. Éstas son algunas de las que mencionó:
“La Eucaristía es la máxima expresión del amor de Cristo por nosotros para que
tengamos vida en abundancia” (Papa Francisco). “La Eucaristía es el alimento espiritual que fortalece nuestra fe y nos
une como comunidad de creyentes” (san Juan Pablo II). “En la Eucaristía encontramos la plenitud del amor de Dios. Por tanto, acerquémonos
al altar del Señor con humildad y gratitud, sabiendo que somos amados y
perdonados” (santa Teresa de Calcuta). “El
Sacramento del Altar es el sol que da luz y calor a toda la Iglesia, adorémoslo
con reverencia y gratitud, reconociendo su presencia viva en nuestras vidas”
(san Pío de Pietrelcina).
Entonces, se refirió a la exhortación
apostólica Sacramentum caritatis del papa Benedicto XVI. “La Eucaristía es el «misterio de la fe» por excelencia: «es el
compendio y la suma de nuestra fe”, para agregar que “por eso al confesar
nuestra fe en la Eucaristía profesamos al mismo tiempo la esencia de nuestra fe
cristiana: el Amor Trinitario; la muerte y resurrección del Señor hasta que
vuelva; la Iglesia como Esposa y Cuerpo de Cristo y todos los demás sacramentos
que, en cierto modo, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan”.
Luego pasó a reflexionar sobre las lecturas
proclamadas. Respecto de la primera, del Deuteronomio, dijo que “deja en claro
que los 40 años de vida en el desierto tienen que haber enseñado al pueblo a abrir el corazón a unos bienes superiores, en particular
mediante el don del maná que simboliza aquí el supremo bien que es la Palabra
del Señor, alimento por el cual vive el hombre. (…) Una vez llegado a la tierra, el pueblo no debe
olvidar la lección aprendida en el desierto. Todo esto es una gran lección para
nosotros, que también peregrinamos por este mundo, necesitados del verdadero
maná que es la Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Jesucristo”.
Sobre
la segunda lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios recordó que
“plasma sucintamente la convicción de san Pablo de que la Eucaristía es real comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo;
la cual, a su vez, genera la comunión entre todos los bautizados que constituimos
el único Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”, repasando la enseñanza paulina
del Cuerpo de Cristo, tanto Eucarístico como Eclesial.
En
cuanto al Evangelio según san Juan, meditó en que “Jesús insiste en la
necesidad que tenemos de alimentarnos con su Carne y con su Sangre para tener
vida eterna”, acotando que “para comprender bien esta
frase debemos recordar que la expresión carne indica la condición terrenal y
mortal de Jesús; y relaciona la Eucaristía con la Encarnación. Se trata de
alimentarse del Verbo hecho carne. Por su parte, la sangre simboliza la vida,
en particular la vida entregada, donada por Jesús. Tenemos, por tanto, una
clara alusión a la entrega sacrificial de
Cristo por la redención de todos los hombres”. Entonces pasó a analizar en
detalle, el Evangelio anunciado.
Cerrando
su homilía invitó: “Hermanos,
roguemos a la Santísima Virgen María que nos ayude a ser hombres y mujeres
profundamente eucarísticos, para que impregnemos las realidades temporales con
los valores del Reino y vayamos pregustando las realidades celestiales y
definitivas. De un modo concreto, colaborando generosamente en la colecta de Cáritas”.
Y vivó: “¡¡¡Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar!!!
¡¡¡Sea por siempre bendito y alabado!!!”.
Los cantos litúrgicos estuvieron a cargo del Coro
de la Catedral, dirigido por el profesor Exequiel Andrada.
Procesión
Luego de la celebración eucarística, los fieles
participaron de la procesión más importante del año, acompañando a Jesús,
verdaderamente presente en la Sagrada Eucaristía, alrededor de la plaza 25 de
Mayo.
Tras la Cruz procesional se encolumnaron el
Obispo y los sacerdotes, quienes portaron la Custodia con el Santísimo
Sacramento, luego caminaron los fieles.
Durante el recorrido rezaron y cantaron,
deteniéndose en los altares levantados en distintos puntos alrededor del principal
paseo público de la ciudad.
Cuando arribó al atrio de la Catedral Basílica, las
campanas echaron a vuelo mientras el Santísimo Sacramento era colocado en el
altar. Tras la bendición con la Custodia en alto, todos juntos, quienes pudieron
de rodillas, adoraron a Jesús Sacramentado guiados por el Obispo, momento que cerró
esta verdadera manifestación pública de fe en Jesús Eucaristía.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
La fe hoy nos congrega para celebrar solemne y
públicamente el misterio de la Presencia Real de Jesucristo en las especies del
pan y del vino, convertidos durante la Santa Misa en su Cuerpo y su Sangre,
memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección.
La celebración del Corpus Christi incluye
procesiones con el Cuerpo de Cristo y acompañado por los fieles.
El origen de esta fiesta se remonta a la Edad
Media cuando la religiosa Juliana de Cornillón comenzó a promover la idea de
celebrar una festividad que rindiera homenaje al Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo presente en la Eucaristía, concretándose la primera celebración en
el año 1246, en la ciudad de Lieja, Bélgica.
Sin embargo, lo que aceleró esta devoción fue un
hecho acaecido en el año 1263, en un templo de Bolsena, Italia, mientras un
sacerdote celebraba la Misa, de la Hostia comenzó a brotar sangre.
Este suceso, conocido como “el milagro de
Bolsena”, fue percibido como un evento santo, y acabó por afianzar la
celebración del Corpus Christi.
En el año 1264 el papa Urbano IV instituye la
fiesta del Corpus Christi con la bula Transiturus hoc mundo del 11 de agosto.
“La
Eucaristía es la máxima expresión del amor de Cristo por nosotros para que
tengamos vida en abundancia”, Papa Francisco.
“La Eucaristía es el alimento espiritual que
fortalece nuestra fe y nos une como comunidad de creyentes”, San Juan Pablo II.
“En la Eucaristía encontramos la plenitud del
amor de Dios. Por tanto, acerquémonos al altar del Señor con humildad y
gratitud, sabiendo que somos amados y perdonados”, Santa Teresa de Calcuta.
“El Sacramento del Altar es el sol que da luz y
calor a toda la Iglesia, adorémoslo con reverencia y gratitud, reconociendo su
presencia viva en nuestras vidas”, San Pío de Pietrelcina.
“La Eucaristía es centro y cumbre de nuestra fe
cristiana; por eso, celebremos con gozo la presencia real de Cristo en el Pan y
el Vino consagrados”, San Juan XXIII.
“La Eucaristía es el tesoro más precioso que
tenemos, acerquémonos con fe y devoción al banquete del Señor, donde encontramos
la fuerza y la gracia para seguir adelante”, Santa Teresa de Ávila.
“En la Eucaristía, Jesús nos espera con los
brazos abiertos, participemos en ella con confianza y dejemos que su amor
transforme nuestras vidas”, San Francisco de Asís.
“La Eucaristía es un misterio que se ha de creer,
un misterio que se ha de celebrar y un misterio que se ha de vivir”, Benedicto
XVI.
Es muy importante comprender que la Eucaristía es
la entrega que Jesús hace de sí mismo y expresión de su amor infinito por todos
los hombres. Y que en cada Eucaristía se sigue ofreciendo por nosotros, nos
sigue amando y manifestando su amor sin límites.
“La Eucaristía es el «misterio de la fe» por
excelencia: «es el compendio y la suma de nuestra fe»” (Sacramentum Caritatis,
6), por eso al confesar nuestra fe en la Eucaristía profesamos al mismo tiempo
la esencia de nuestra fe cristiana: el Amor Trinitario; la muerte y
resurrección del Señor hasta que vuelva; la Iglesia como Esposa y Cuerpo de
Cristo y todos los demás sacramentos que, en cierto modo, están unidos a la
Eucaristía y a ella se ordenan.
La primera lectura del Deuteronomio (8,2-3.14-16)
deja en claro que los 40 años de vida en el desierto tienen que haber enseñado
al pueblo a abrir el corazón a unos bienes superiores, en particular mediante
el don del maná que simboliza aquí el supremo bien que es la Palabra del Señor,
alimento por el cual vive el hombre (cf. Dt 8,3-4). El recuerdo de esta
enseñanza le ayudará a evitar la tentación de autosuficiencia que conlleva el
olvido de Dios y la consiguiente desobediencia que termina en la idolatría (cf.
Dt 8,17-20). En fin, Dios ha educado al pueblo en el desierto; allí el pueblo
ha aprendido que la obediencia a la Palabra de Dios es la condición de su
subsistencia. Una vez llegado a la tierra, el pueblo no debe olvidar la lección
aprendida en el desierto. Todo esto es una gran lección para nosotros, que
también peregrinamos por este mundo, necesitados del verdadero maná que es la
Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Jesucristo.
La segunda lectura (1Cor 10,16-17) plasma
sucintamente la convicción de san Pablo de que la Eucaristía es real comunión
con el Cuerpo y la Sangre de Cristo; la cual, a su vez, genera la comunión
entre todos los bautizados que constituimos el único Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia. San Pablo aplica el concepto ‘cuerpo’ tanto al cuerpo de Cristo
Eucarístico como al cuerpo de Cristo eclesial, para explicar que la comunión en
la Iglesia debe expresar, al mismo tiempo, la unidad y la diversidad. Todos los
bautizados, a pesar de ser muchos y diversos por nuestras funciones, no
obstante formamos un solo cuerpo (cf. 1Cor 12,12-27). Por tanto, comer el único
pan que es el Cuerpo Eucarístico de Cristo es comunión en el único Cuerpo que
es el Cuerpo eclesial del Resucitado al cual se unen todos los miembros. La
presencia de real de Cristo en la Eucaristía es la causa y el fundamento de la
presencia de Cristo en la comunidad de los creyentes.
En el
texto del evangelio (Jn 6,51-58) Jesús insiste en la necesidad que tenemos de
alimentarnos con su carne y con su sangre para tener vida eterna (vv. 53-54),
ya que Su carne es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida (v. 55).
Para comprender bien esta frase debemos recordar que la expresión carne (sarx)
indica la condición terrenal y mortal de Jesús; y relaciona la Eucaristía con
la Encarnación (Jn 1,14). Se trata de alimentarse del Verbo hecho carne. Por su
parte, la sangre simboliza la vida, en particular la vida entregada, donada por
Jesús. Tenemos, por tanto, una clara alusión a la entrega sacrificial de Cristo
por la redención de todos los hombres.
Además, en esta perícopa (vv. 51-58), el
evangelista deja en claro cuatro efectos de la Eucaristía, a saber:
1.- “Les aseguro que si no comen la carne del
Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes” (v. 53). El
fruto principal del misterio Eucarístico es la comunión vital con Jesús, en
quien está nuestra salvación. Su entrega personal, su amor hasta el extremo de
dar la vida por nosotros es lo que nos salva. Para que nuestra vida sea plena
necesitamos ser amados, tanto como el alimento corporal para poder tener vida,
vida digna, vida plena. La salvación en esta vida radica en recibirlo a Él que
se nos entrega con infinito Amor. Y al recibirlo, al comerlo, nos transforma en
Él, como decía San León Magno: "Nuestra participación en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que
comemos".
2.- “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (v. 54). La Eucaristía nos
alimenta para la vida eterna, puesto que al recibir la Eucaristía se nos
comunica allí la misma vida de Cristo Resucitado, que es vida eterna. No sólo
es para siempre, es eterna, es infinita.
3.- “El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y yo en él” (v. 56). Hay una mutua permanencia entre Jesús y el
que come su carne y bebe su sangre. El verbo “permanecer” aparece 40 veces en
el evangelio de Juan, con lo cual percibimos la importancia de esta acción.
4.- “Así como yo, que fui enviado por el Padre
que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá
por mí” (v. 57). Los hijos buscamos siempre agradar a nuestro padre, tener su
aprobación, ya que le debemos la vida y mucho más. De modo semejante, a nivel
espiritual, la Eucaristía nos hace vivir de Jesús, por Jesús y para Jesús; y
viviendo así el Padre se complacerá en nosotros como en Jesús mismo.
Pues bien, hermanos, roguemos a la Santísima
Virgen María que nos ayude a ser hombres y mujeres profundamente eucarísticos
para que impregnemos las realidades temporales con los valores del Reino y
vayamos pregustando las realidades celestiales y definitivas. De un modo
concreto, colaborando generosamente en la colecta de Caritas. Así sea.
¡¡¡Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo
Sacramento del Altar!!!
¡¡¡Sea por siempre bendito y alabado!!!