Con la celebración de la Eucaristía presidida por su presidente, Mons. Oscar Ojea, este lunes 6 de noviembre se inició la 123° Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).
Participan los obispos de todo
el país, entre ellos nuestro obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč.
El Sínodo de la Sinodalidad y
la Pastoral Vocacional serán los temas centrales del encuentro, que se desarrollará
hasta el viernes 10 en la casa de retiros El Cenáculo, ubicada en Pilar,
provincia de Buenos Aires.
Texto completo de la homilía Misa de Apertura
Queridos
hermanos:
Nuevamente nos encontramos
reunidos en torno a la mesa que el mismo Señor nos ofrece. Si nos detenemos un
momento ante el misterio que estamos celebrando (y que tenemos la oportunidad
de presidir cotidianamente) caeremos en la cuenta de la inversión que se ha
operado en relación a la narración del Evangelio de hoy. Es que, en cada
Eucaristía, Jesús nos invita a compartir su mesa, somos nosotros los invitados
a un banquete de amor frente al cual no tenemos realmente como retribuirle ya
que es Él mismo donándose por nosotros.
San Agustín dirá que antes de
sentarnos a esta mesa pensemos bien qué estamos haciendo y nos preguntemos si
estamos dispuestos a entrar en esta lógica: comulgando de él estamos invitados
a prolongar en nuestra vida esta entrega.
Ese es el sentido de las
palabras que repetimos en cada ordenación cuando entregamos a los presbíteros
las ofrendas del santo pueblo fiel de Dios: “Considera lo que realizas e imita
lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.
El Evangelio que escuchamos
dentro del capítulo 14 de Lucas nos trae una propuesta paradójica. Jesús se
encuentra otra vez comiendo en casa de un fariseo episcopado.org y es el centro
de la atención de todos los comensales. Es para el Señor una oportunidad de
retomar un tema del que había hablado en otra oportunidad (y que encontramos en
el capítulo 6) cuando dice: “si prestan a aquellos de quienes esperan recibir
que merito tienen, también los pecadores prestan a los pecadores para recibir
lo correspondiente, más bien amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin
esperar nada a cambio y su recompensa será grande y serán hijos del Altísimo
porque él es bueno con los ingratos y los perversos” (Lc 6, 34-35). Ahora, dirigiéndose
al fariseo dueño de casa vuelve sobre su enseñanza proponiéndole un comportamiento
paradojal: invitar a comer a quien no puede retribuirnos.
En el contexto de esta
Eucaristía donde comenzamos nuestra Asamblea quisiera compartir tres ideas con
ustedes.
La primera: el tema central
del texto es la gratuidad. Se trata de ser generosos como lo es el mismo Dios.
De dar sin esperar nada porque
el mismo dar ya es importante. Damos por amor y el que da desde el amor no
espera recibir. Damos por el bien del otro, como dan los padres a los hijos
solo por el gusto de que ellos estén mejor, de verlos felices. Así es como
damos a los seres queridos. Es la enseñanza central en la que Jesús quiere
exhortar a sus discípulos a ser desinteresados de modo de poder hacer el bien
sin poner la mirada en la retribución que especula qué podrá recibir.
El que comparte lo suyo sin
buscar recompensa en este mundo la recibirá de manos de Dios que es generoso en
grado infinito.
Jesús plantea la inmensa
libertad que supone el hecho de dar. Porque dar es un privilegio que conlleva
la inmensa satisfacción que sentimos cuando damos libremente con generosidad.
Lejos de quitarnos algo, el dar multiplica la libertad y la posibilidad de
abrir nuestro horizonte. No en vano esta forma gratuita de dar es una virtud,
se la llama liberalidad, porque concede libertad a las personas que así se
conducen.
La segunda reflexión tiene que
ver con este tiempo sinodal y con algunos elementos que surgen de la síntesis
de esta etapa.
Se nos dice en la letra F del
número 16 de la Relación final que trabajaremos estos días hablando de una
Iglesia que escucha y acompaña. “A lo largo del proceso sinodal la Iglesia se
ha encontrado con muchas personas y grupos que piden ser escuchados y
acompañados. La Iglesia debe escuchar con particular atención, sensibilidad, la
voz de las víctimas y sobrevivientes de abusos sexuales, espirituales,
económicos, institucionales, de poder y de conciencia por parte de miembros del
clero o personas que ejercen cargos eclesiales. La escucha auténtica es un
elemento fundamental del camino hacia la sanación, el arrepentimiento, la
justicia y la reconciliación”.
En otras épocas hablar de
Iglesia era un sinónimo de credibilidad. Hoy esta situación ha cambiado.
Muchos, siguiendo en la atmósfera del banquete, podrán decirnos mientras
compartimos la mesa cosas muy difíciles de escuchar porque se han sentido heridos
y rechazados por la Iglesia en distintas circunstancias. Para nosotros que
tenemos que poner la cara en nombre de la Iglesia estas situaciones no son
realidades agradables, ya que tenemos que escuchar acusaciones de cosas de las
cuales no somos plenamente responsables, o que responden a patrones culturales
muy arraigados que no terminamos de erradicar como el clericalismo.
Esta actitud se acerca a esta
imagen de la mesa del banquete de la que habla Jesús.
Pero no se trata solo de
escuchar y dar cauce a procesos de justicia, lo cual es muy bueno y necesario,
sino de abrir el corazón como quien recibe en casa a un enemigo con quien es
necesario reconciliarse y curar las humillaciones recibidas.
Toda víctima de un rechazo, de
un abandono o un abuso nos incomoda y nos desinstala. En este caso, al tender
la mesa recibimos nosotros una verdadera bendición.
En tercer lugar, es bueno
reflexionar sobre la aplicación de este mensaje a la realidad del país porque
implica un enfoque en la justicia, en la inclusión y la solidaridad. La
síntesis del sínodo nos habla de recuperar a los descartados y dedica un amplio
espacio a los pobres que piden a la Iglesia amor, entendido este como respeto,
acogida y reconocimiento (punto 4 A). Piden de la iglesia una aceptación incondicional
y gratuita de sus personas y el texto nos recuerda que para la Iglesia la
opción por los pobres y descartados es una categoría teológica, antes que cultural,
sociológica, política o filosófica (4 B).
Por eso, invitar a la mesa a
aquellos que no nos pueden retribuir, afirma la importancia central que Jesús
en el Evangelio da a la dignidad de las personas sin hacer cálculos en favor de
aquellos que nos pueden ayudar o cuya palabra nos conviene o fijándonos en los
cargos que ocupan. Simplemente, como a Jesús, nos importan las personas. Lo que
cada una vive y sufre. Pero también lo que anhela y sueña. Nos importa promover
al ser humano por su misma dignidad de hijo de Dios y hermano o hermana en
Cristo.
El profundo deseo que tenemos
de que el Papa Francisco visite nuestro país se traducirá sin duda en un
encuentro muy esperado entre el pastor y su pueblo, nos ayudará a sanar
heridas, a crecer en el aprendizaje del diálogo y a renovarnos en el espíritu
misionero así podremos tender una mesa generosa en la que haya lugar para todos
como insistió tanto en las jornadas de Lisboa.
†
Oscar V. Ojea
Obispo
de San Isidro
Presidente
de la Conferencia Episcopal Argentina
Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca
/ @DiocesisCat