Carta
pastoral
Queridos
hijos de la Iglesia de Catamarca
1 Nuevamente nos corresponde iniciar un
significativo período de nuestro peregrinar como Pueblo de Dios, bajo la atenta
mirada y el tierno cuidado de nuestra querida Madre del Valle.
2 En el año 2010, centenario de nuestra
Diócesis, en sintonía con los lineamientos de la V Conferencia del Episcopado
Latinoamericano, reunida en Aparecida del 13 al 31 de mayo de 2007, aceptamos
el desafío de que “todos los bautizados en nuestra Iglesia particular fueran
tomando conciencia de que, por el bautismo, somos ‘Discípulos – Misioneros’ de
Jesucristo, a fin de que todo ser humano, en Él, tenga Vida Plena”. Así dimos
inicio a la MISIÓN DIOCESANA PERMANENTE.
3 Para ello distribuimos el decenio 2011
– 2020 en dos partes:
La primera: 2011 – 2016, en sintonía con el Bicentenario
de nuestra Patria. Durante estos años hemos abordado diversas realidades: la Fe,
la Familia, los Jóvenes, los Adolescentes y Niños, la Misión de los Laicos y el
Compromiso Cívico y Ciudadano.
La segunda: 2017 – 2020, como preparación a la
celebración por los 400 años del hallazgo de la Sagrada Imagen de la Pura y
Limpia Concepción de la Virgen del Valle. En este lapso nos centraremos en la
Formación, la Piedad Popular y la Espiritualidad, para acoger luego un Año 2020
eminentemente festivo y de lanzamiento evangelizador hacia la década entrante
en clave Mariana, a partir de lo que el Espíritu Santo nos vaya manifestando en
este tiempo.
4 Como preparación para esta segunda
etapa hemos transitado dos instancias diocesanas, previamente trabajadas en
parroquias y decanatos: la 2° Reunión del Consejo Diocesano de Pastoral (17-9-2016) y la
Asamblea Diocesana (1-10-2016). Fueron momentos fecundos en nuestro itinerario diocesano.
En ellos salió a la luz una amplia problemática que plantea en profundidad
estas inquietudes: a) Formar profunda, ordenada, sólida y ampliamente a todos
los bautizados, lo cual es percibido como una sentida necesidad; b) Abordar a
fondo la catequesis de Iniciación Cristiana e implementar un itinerario
formativo permanente para internalizar la fe y sus implicancias sociales; c) Redescubrir
la “Gracia del Valle”, con acciones y actitudes concretas que abarquen todas
las edades, a partir de un sólido y claro conocimiento teológico de la Misión
de la Virgen María en la Historia de la Salvación; d) Mejorar y potenciar la
utilización de los medios de comunicación social; e) Promover en todos los
rincones de la Diócesis la animación bíblica,a fin de que la Palabra de Dios
ilumine, eduque, consuele, oriente y aliente la tarea pastoral de los
discípulos – misioneros; f) Fortalecer el rol del Santuario, mejorar su
servicio a devotos y peregrinos generando más voluntarios, y poner en valor la
cada vez más visitada Gruta de Choya; g) Potenciar el rol evangelizador y
civilizador de nuestros centros educativos, y aprovechar más el no
suficientemente valorado “Centro Cultural Diocesano” (CeCulD);
h) Lograr que Caritas, con estilo mariano, se implanteen todas las parroquias,
instituciones educativas y en todos los movimientos, de modo que la fe de cada
uno esté animada por la caridad (cf. Gál 5,6); i) Promover las vocaciones sacerdotales
y a la vida consagrada con urgente necesidad; j) Atender con mayor solicitud y
misericordiosa caridada las ‘personas heridas’ por fracasos, desocupación,
adicciones, abandono, falta de formación, exclusión, desarraigo, etc.; k) Establecer mayor orden en todo el quehacer
de la vida eclesial, lo cual ha de hacerse: 1.- proponiendo criterios claros en
liturgia, catequesis, caritas, sostenimiento de la Iglesia y su misión, y en la
atención cuidadosa de las cada vez más numerosas ‘situaciones irregulares’;
2.- clarificando
y promoviendo mejor el voluntariado, verdadera fuerza de la tarea
evangelizadora de la Iglesia; 3.- mejorandola relación y el trato entre laicos
y sacerdotes, a través del respeto y la asunción de sus respectivos roles.
5 Para lograr que estos años estén
relacionados entre sí, nos propusimos un objetivo
general: “Que todos los bautizados,
de camino a la celebración por los 400 años del hallazgo de la Imagen de la
Virgen del Valle, en el 2020, hayamos tomado conciencia y nos hayamos
comprometido con la Misión Diocesana Permanente, como Iglesia que sale al
encuentro de todos”.
6 El lema elegido para motivarnos a lo
largo de estos años también será uno solo, de manera que nos ayude a
internalizar lo que pretendemos alcanzar con las diversas acciones propuestas
para este trienio: “Discípulos y Misioneros como María”.
La Formación en la Vida de
todo bautizado
7 Para
el año 2017 nos hemos propuesto profundizar la importancia de la formación,
pero lo haremos formándonos. ‘Sólo se aprende a nadar, nadando’, y ‘a escribir,
escribiendo’, a ‘rezar, rezando’, etc.
¿Qué significa que todo bautizado
necesita formarse?
8 En primer lugar significa que la fe
cristiana tiene que ver con la verdad.
Lo que creemos como cristianos no son cuentos o fantasías, sino acontecimientos
verdaderos y realidades efectivamente existentes. La verdad en general para las
personas es algo importante. Cuando hablamos en serio nos interesa la verdad,
sea la verdad de lo que se informa, de lo que se opina, de lo que se hace, etc.
Por contraste, sentimos una profunda frustración cuando nos descubrimos en el
error, en la falsedad, o, peor aún, en el engaño. Cuando las cosas o las
personas nos interesan, o cuando nos acecha la posibilidad del error o del
engaño, entonces indagamos, buscamos la verdad, o nos confirmamos en ella. Hay
por tanto, a este respecto, una doble necesidad de formación para el cristiano:
una brota de la fe que quiere ser entendida y conocida como verdadera, y otra
que surge de nuestra propia naturaleza humana, ya que nuestra inteligencia sólo
descansa en el gozo final de la verdad descubierta y alcanzada.
9 En segundo lugar, significa entender que
la vida cristiana se aprende; que nadie nace sabiéndola, sino que Jesús, El
Maestro, nos enseña a través de sus testigos acreditados a vivir una vida nueva
según Su Evangelio. Por eso están la catequesis de los sacramentos de la
iniciación cristiana y de los otros sacramentos, y otras múltiples formas por
las que la Iglesia enseña a sus hijos a vivir la fe en medio del mundo. Algo
muy propio de la fe es la formación de la conciencia moral cristiana; el
discernimiento de la conducta del creyente en medio de las situaciones
cotidianas ordinarias y extraordinarias. El cristiano quiere seguir a Jesús, y
seguirlo implica “ponerse en su lugar”. Esto lo entendieron muy bien los santos
al preguntarse: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?” Ese discernimiento exige
formación y acompañamiento espiritual.
10 En tercer lugar, significa acoger al
Espíritu Santo que actúa en la Iglesia y conduce a la comunidad creyente a la
plena comprensión de Jesús. El Espíritu Santo nos enseña a llamar “Padre” a
Dios (cf. Rom 8,15) y “Señor” a Jesús (cf. 1 Cor
12,3), abriéndonos
connaturalmente al diálogo orante con Dios, Uno y Trino. Él es el Maestro de
oración, de la verdadera oración cristiana, simple, sencilla, balbuceante y
contemplativa, cargada de fuego y de amor que enciende la acción apostólica de
los creyentes.
11 Por último, la necesidad de formación del
cristiano se funda en una necesidad aún más radical, la de relacionarnos
íntimamente con Dios, de ser amados por Él y amarlo, de conocerlo siempre más y
escuchar su Palabra. No se trata de “escuchar voces” sin ton ni son, sino de
acoger, recibir, alimentarse, obedecer, hacer, poner en práctica la Palabra de
Jesús. Las relaciones personales no sobreviven porque sí (de ahí la triste tragedia del materialismo
y consumismo contemporáneo),
sino que se fortalecen y robustecen a base de encuentro personal y amistad.
Somos personas a imagen y semejanza de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y con
Él sólo cabe el diálogo personal simple, sincero y concreto. La Palabra de Dios
es concreta, está en el Evangelio, y el rostro de Dios es concreto, Jesús de
Nazaret, el Maestro. La formación cristiana, entonces, no es para ser más
eruditos en cristianismo, sino para conocer vitalmente cuánto nos ha amado Dios
en Jesús. Guiados por ella sabremos cómo podemos agradar siempre más a nuestro
Padre celestial, a semejanza de lo que ocurre cuando, valorando el inmenso amor
de nuestros padres y madres terrenales, nos duele enormemente ofenderlos y
buscamos agradarles en todo. Eso es posible en la medida en que los conocemos.
El cristiano es siempre discípulo del Maestro, Jesús, que nos enseña a ser
verdaderos hijos de Dios, nuestro Padre, varones y mujeres que por su fe en
Jesús, su esperanza en la venida de Cristo, y su amor comprometido llegan a ser
sal de la tierra y luz del mundo.
12 La
formación de los bautizados es necesaria para que seamos capaces de realizar
una síntesis fecunda entre fe y vida, y para que nos comprometamos en el
servicio apostólico de anunciar el Evangelio y transformar la sociedad. Pero no hemos de olvidar que la tarea formativa
implica respeto por la persona que se forma y reciprocidad en la formación. En
efecto, el formador se encuentra con una persona distinta a sí, de quien deberá
saber captar con sensibilidad la necesidad y el valor de la formación.
13 La
acción apostólica-misionera sirve, además, como fuente de verificación y, a su
vez, demostración de la profundidad y de la calidad de la formación de nuestros
cristianos.
La formación de la conciencia
14 En
este contexto y ante el desbordante relativismo moral, se torna urgente, más
que nunca, despertar nuevamente la conciencia de una formación integral,
permanente y objetiva de todos los bautizados.
15 En
efecto, junto al relativismo moral y a otras muchas deformaciones sociales,
ideológicas y hasta políticas, la voz de la Iglesia no ha dejado de insistir en
la necesidad de la formación permanente. Ejemplo de ello es lo que hizoel Cardenal
Ratzinger el 18 de abril del año 2005,
en la homilía de la Misa “Pro Eligendo Pontífice”, antes de ser elegido como
Papa: “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos
últimos decenios! ¡Cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de
pensamientos…! La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido
zarandeada a menudo por estas olas, llevándola de un extremo a otro: del
marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al
individualismo social; del ateísmo a un vago misticismo religioso, del
agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo
que dice San Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende
a inducir a error (cf. Ef 4,14).
A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se aplica la
etiqueta del fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse
llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina parece ser la única actitud
adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del
relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida
sólo el propio yo y sus antojos. Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: El
Hijo de Dios, el Hombre Verdadero. Él es la medida del verdadero humanismo. No
es ‘adulta’ una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad: adulta y
madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad
nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo
verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad.”
16 Mensaje
éste que se fundamenta y sostiene en lo que el Magisterio de la Iglesia nos ha
enseñado en distintos instrumentos, como laConstitución Dogmática Gaudium et
Spes, la Declaración GravissimumEducationis, el Catecismo de la Iglesia
Católica, el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, la Carta Encíclica
VeritatisSplendor, el Documento de Puebla, el Documento de Santo Domingo y el Documento
de Aparecida, entre otros.
Espiritualidad
laical y formación espiritual
17 Por
lo antes expuesto, que es evidenciado en el contexto vital, y vista la
necesidad espiritual de un tipo de hombre postmoderno, se hace apremiante que,
en la formación de la conciencia cristiana, pastores y laicos sepamos
distinguir en qué consiste la espiritualidad laical y la formación
espiritual:
· La primera consiste en buscar un modo de
vivir cristianamente en ciertas situaciones del mundo actual y contextualizar la
vivencia cristiana ante los desafíos del mundo.
· La segunda es vivir de acuerdo al modelo de
Cristo, el Señor, quien nos hace capaces de conocer a Dios y su plan salvador,
nos llama a adherirnos a Él y nos convoca transformar el mundo y sus
estructuras desde Él.
18 Como
dice el Catecismo, “en la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la
luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y
la pongamos en práctica. Es preciso, también, que examinemos nuestra conciencia
atendiendo a la Cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu
Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza
autorizada de la Iglesia” (Cat.
Igl.Católica, 1785).
La conciencia en las
Sagradas Escrituras
19 El
tema de la conciencia ha sido muchas veces estudiado desde la perspectiva
bíblica, en cuanto refleja las preocupaciones más insoslayables del espíritu
humano, consideradas a la luz de la fe en nuestro Buen Padre,Dios, que nos ofrece
su amistad y su Reinado.
20 En el
Antiguo Testamento la palabra conciencia es expresada con distintos vocablos
como son: Corazón(1Sam 24,6; 1Sam 26,10;
Jer 17,1), Sabiduría(Prov 9,1; 1Re 11,28; Sab
8,7)y Espíritu(Ez 36,26-27).
21 Estos
vocablos también están presentes y ocupan un lugar importante en el Nuevo
Testamento, especialmente en los Escritos Paulinos, en los cuales se menciona
de manera más frecuente el término conciencia: ocho veces en la Primera Carta a
los Corintios (1Cor 8,7; 10,12; 10,25-29), tres veces en la
Segunda Carta a los Corintios (2Cor
1,12; 4,2; 5,11), tres
veces en la Carta a los Romanos (Rm
2,15; 9,1; 13,5) y cinco
veces en la Carta a los Hebreos (Hb
9,14; 10,2-22; 13,18).
22 Para
San Pablo la conciencia es un juicio moral que es común a todos los hombres (2Cor 4,2). En su enseñanza, el Apóstol condensa el
mensaje neo-testamentarioque ofrece algunos rasgos decisivos para comprender lo
que es la conciencia cristiana y lo que implica su formación: “Todos los hombres
tienen el deber de formar su conciencia: examinándose a sí mismos (1Cor 11,28; 2Cor 13,5;
Gal 6,40) tratando siempre de descubrir la voluntad de
Dios (Rm
12,2; Ef 5,10) ponderando en cada ocasión qué es lo que se
debe hacer (Filp
1,10). Con
la ayuda del Espíritu y la comunidad misma, los cristianos han de esforzarse
por una ‘conciencia’ buena e irreprochable (Hch 23,1; 24,16)”.
Según la enseñanza
Paulina, el cristiano auténtico es aquél que vive una fe sin connivencia con el
error y con el engaño; aquél que vive y actúa con una conciencia buena y formada
y, además, goza de una fe íntegra. De ahí que la fe es una condición
indispensable para una conciencia moralmente bien formada. Conciencia y fe son
un don y una realidad que se reflejan mutuamente en el actuar cristiano. El
indicativo de la fe orienta el imperativo moral (cf. 1Tim 1,5).
23 En
resumen, podemos sostener que en la concepción bíblica de la conciencia y su
formación, ésta adquiere matices vivos y sugerentes. Se encuentra, en efecto,
enraizada en un contexto de religiosidad, de apertura al Dios de la Salvación y
de la Gracia, de la coherencia y del compromiso, del testimonio y de la vida,
de la vivencia profundamente cristo-céntrica de la vida, del diálogo
comunitario, de la serena prudencia y discernimiento ante los valores que han
de ser realizados en una determinada situación.
Tres objetivos en la
formación de la conciencia
24 Actuar
en conciencia y poseer una adecuada formación de la misma, hace al hombre libre
y al cristiano un reflejo de la verdad misma del hombre y, más en concreto, de
la verdad del hombre revelada en Cristo; de ahí que la actuación en conciencia
sea para el cristiano comprometido inseparable a la vivencia de la fe y de la
caridad. Por eso, es muy importante la formación de la conciencia cristiana, y
la Iglesia siempre ha asumido esta tarea a fin de que cada bautizado logre tres
objetivos: personalización, veracidad y rectitud.
25 Personalizar
la conciencia consiste en que ésta vertebre sobre sí toda la riqueza espiritual
del ser cristiano. Si la conciencia es como el “alma”, educar la conciencia
significa ponerla en el puesto central que le toca. No es un elemento añadido a
la educación de la persona, a la espiritualidad o estilo de vida cristiana. Es
una síntesis de todo ello que se ha de llevar a cabo mediante el esfuerzo
formativo y la verificación constante de su actuar. Ser hombre de una “gran
conciencia” es el título con que la sabiduría popular elogia al hombre cabal, al
hombre que vive lo que cree. En cristiano corresponde a la santidad. Un hombre
santo es, en definitiva, el hombre de recta y delicada conciencia.
26 Veracidad
es la coherencia vital entre el pensar y el obrar con basamento en la verdad,
porque es la verdad la que nos hará libres(Jn 8,32).
27 Rectitud
consiste en asumir responsablemente las acciones y en realizarlas conforme a la
norma de la verdad. En efecto, la adquisición de una conciencia recta supone la
posesión de criterios morales cristianos. Para ello se requiere conocer lo mandado
y los deberes a cumplir en todos los ámbitos de la vida. Aunque es menester
señalar que la rectitud de la conciencia alcanza su plena realización cuando se
está dispuesto a cumplir la voluntad de Dios. Para que un dirigente cristiano
obre con recta conciencia debe conocer y estudiar la doctrina moral cristiana.
28 Por
otra parte, la vida cristiana es camino, crecimiento y maduración progresiva,
continua y armoniosa. Esta perspectiva encuentra su fundamento en el valor
vital del Evangelio y se manifiesta en la posibilidad concreta de crecer en la
comunión, en la fecundidad apostólica y en la santidad.
29 En
este sentido es importante señalar que persona y Libertad forman parte del
mismo ser. Somos interpelados en nuestra libre e irrepetible personalidad. La fe
que no se personaliza y la vida que no se asume evangélicamente quedarán a
merced de la fragilidad de lo colectivo, de lo social, de lo ideológico y lo
novedoso.
30 La
adhesión a Dios mediante la fe es siempre personal e insustituible. Nadie puede
reemplazar a otros en sus libres adhesiones y en sus procesos de desarrollo. La
vocación cristiana, si se asume con plena responsabilidad, se descubre llena de
gérmenes vitales que poseen un dinamismo capaz de hacer madurar plenamente la
fe y configurarse con Cristo según la voluntad del Padre y bajo la guía del
Espíritu Santo.
31 En
esta perspectiva la formación de la conciencia cristiana es un llamado a crecer
de un modo integral y sólidamente espiritual, bajo una óptica de personalismo
cristiano, de posibilidades novedosas y de fuerza de espíritu;pero, a su vez,
también es posibilidad para superar las debilidades. Para realizar plenamente
un proyecto de fieles cristianos madurosy para sostener la formación
permanente, es necesario que la delicada formación de la conciencia sea una
prioridad en la vida de cada cristiano, en los programas de los movimientos y
en las actividades de todas las parroquias.
Medios para la formación
de la conciencia
32 Para
la adecuada formación de la conciencia del laico cristiano es necesario evitar
la improvisación y el marcado carácter espontáneo. Por ello es menester
reforzar la vitalidad de itinerarios de formación que converjan entre el valor
del Evangelio y el compromiso apostólico-misionero.
33 Entre
los medios disponibles para acompañar la formación de la conciencia se
encuentran:
34 La
escucha fiel de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, a fin de
permanecer siempre vinculados a la fuente de la fe y de la vida cristiana.
35 La
oración filial y constante que, en relación íntima con la Palabra que se
escucha, ofrece respuestas personalizadas a Dios, vuelve consciente hacia Él la
propia existencia y discierne su voluntad mediante la Gracia del Espíritu
Santo, a imitación de Cristo Orante, Maestro y Modelo de oración.
36 El
acompañamiento espiritual, que es el medio personalizado de confrontación
permanente y diálogo con la Iglesia; a través del ministro de la Iglesia
autorizado y capacitado como una mediación en la que obra el Espíritu del Señor
e impulsa a la edificación del Reino, ayudando a captar concretamente las
exigencias de los estados vocacionales.
37 El
discernimiento espiritual, para entender e invertir generosamente los talentos
que se han recibido, al servicio de Dios y su Reino, en las situaciones
concretas actuales que requieren una entrega generosa de donación.
38 La
unidad de vida, que en la formación de la conciencia quiere expresar la
globalidad y la riqueza de los distintos aspectos de la vida cristiana; así se
descubre el eje central de la vida y su compromiso. El bautizado formado
demostrará que su dimensión humana, espiritual, familiar y profesional ha
logrado la unidad de vida en cuanto es reflejo encarnado de una vida interior
serena y pacífica; de la armonía teórica y práctica entre fe, vida y cultura; y
de la unión sin dualismos de lo humano y lo divino.
39 El testimonio
y la coherencia en la conducta, que ayudan sobremanera a descubrir la
profundidad de la conciencia moral, como experiencia de la voz de Dios que
resuena en lo hondo del alma, como un Dios al mismo tiempo inmenso y
fascinante.
40 La
sinceridad,que es una puerta abierta a la realidad interior; lo que es de
primera importancia, ya que no es fácil conocer las auténticas razones que
motivan las decisiones y acciones del ser humano. De aquí que una actitud que
deje en evidencia motivos ocultos, confesables o no, es una predisposición para
la educación de la conciencia cristiana.
41 La
lectura, que ofrece criterios claros en cuanto a la Doctrina, el Magisterio y
la Espiritualidad, es una fuente de conocimiento y de formación. De aquí la
importancia del estudio de textos de Doctrina Católica que ayudan al creyente a
adquirir criterios morales adecuados. A este respecto cabe recordar que la
ignorancia es la causa más común y generalizada de la mala formación de la
conciencia. Por tanto, que no sea cierto el nefasto dicho popular: “Católico
ignorante, futuro protestante”.
Formación de la
conciencia, don y tarea
42 El
ejercicio de la formación de la conciencia moral, es a su vez un don y una
tarea. Es una gracia que nos urge pedir al Dios vivo, como uno de los dones más
preciados de su Espíritu. Es una tarea que es necesario emprender individual y
comunitariamente, para que “nada ni nadie pueda separarnos del Amor de Cristo”
(cf. Rom 8,35).
43 Es oportuno recordar aquí algunas lúcidas
conclusionesdel Sínodopara la Nueva Evangelización (del 7 al 28 de octubre de 2012) sobre la
transmisión de la fe cristiana, invitando a todos los cristianos a renovar el
compromiso misionero y a redescubrir con plena conciencia e inmensa alegría los
contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y orada [cf.Porta fidei, 7]. Los
objetivos del Año de la Fe fueron ampliamente subrayados en distintos momentos:
hacer conocer y comprender la herencia del Concilio Vaticano II, estudiar a
fondo el Catecismo de la Iglesia Católica, invitar a una auténtica conversión,
animar y vivir la fe por la caridad, asumir un compromiso más decidido para
poner en marcha la nueva evangelización, redescubrir el entusiasmo y la alegría
de creer y tomar fuerza y valentía para una renovación de la Iglesia.
44 El Sínodo insistió en la urgencia de la
conversión personal, comunitaria y pastoral, una apertura de corazón, una
actitud de gozosa acogida, una búsqueda de empatía hacia el mundo que nos rodea
para escuchar sus reclamos y acercarnos a él con el fin de hacer crecer en él
el reino de Dios.
45 Entre los grandes desafíos que se
indicaron a lo largo de las jornadas sinodales se señalaron el secularismo, el
agnosticismo, las repercusiones de la globalización, el influjo creciente de
los medios de comunicación, la expansión del Islam, el fenómeno de las
migraciones, la crisis económica, la pobreza, la realidad cambiante del mundo
actual, la pérdida de valores, la crisis del matrimonio y la familia y la falta
de respeto por la vida humana.
46 Asimismo se reconocieron muchos factores
al interior de la Iglesia que están influyendo para poner en marcha la nueva evangelización:a)
la valiente dedicación de tantísimos misioneros y misioneras; b) la creciente
toma de conciencia de los laicos de sus compromisos bautismales;c) la labor
educativa y caritativa de la Iglesia; d) el esfuerzo por poner la palabra de
Dios al centro de la vida cristiana; e) la vitalidad de los movimientos
eclesiales; f) la progresiva renovación catequética.
47 Pero también se señalaron algunos
factores negativos: a) la incoherencia de vida; b) la falta de verdadero
testimonio; c) la pérdida de celo pastoral; d) la escasa formación de los
fieles; e) el desconocimiento de los contenidos de la fe; f) el descuido de los
padres de familia para transmitir la fe a sus hijos; g) los escándalos al
interior de la Iglesia; h) la rutina y el poco interés por la liturgia; i) la
desvalorización del sacramento de la penitencia; j) la pérdida de identidad de
muchos cristianos.
48 Frente a este panorama, se subrayó la
necesidad de favorecer una espiritualidad de comunión, la creación de pequeñas
comunidades al interior de las parroquias, la fortificación del trabajo
catequético, la práctica constante de la caridad, la importancia de dialogar
con la cultura actual, el potenciamiento del valor de la liturgia y de la vida
sacramental, la necesidad de una más íntima relación de la vida cristiana con
la Palabra de Dios, la urgencia de saber poner las nuevas tecnologías digitales
al servicio de la evangelización, el adecuado acompañamiento de la piedad
popular, la importancia del catecumenado y la consiguiente creación de procesos
de reiniciación cristiana. Pero uno de los puntos más recurrentes fue el de
la necesidad de preocuparnos por la formación
de los nuevos evangelizadores.
Urgencia de
una sólida formación de los ‘discípulos – misioneros’
49 Una de las verdades que se convirtió en
el espíritu de los trabajos sinodales, fue la certeza de que “la
Iglesia existe para evangelizar”. Esta consigna, subrayada ya en el
Vaticano II y en la EvangeliiNuntiandi(cf. AG 2;
EN 14), indica que la identidad misma del pueblo de Dios
es esencialmente acción y que su ‘ser’ vale en la medida que ‘hace’ que
los hombres se encuentren con Jesús y se salven. Esta naturaleza activa compete
no a una fracción o a determinados especialistas, sino a la entera comunidad
eclesial. Por eso el Sínodo (Conclusión, n° 8), sabiendo cuánto ha ido creciendo esta conciencia
al interior de la Iglesia, no ha dudado en ratificar que, en estos tiempos de
nueva evangelización, la transmisión de la fe compete a todos los
bautizados, pastores y laicos. Todos los miembros de la Iglesia debemos
afrontar con el evangelio los nuevos retos que el mundo plantea y ocuparnos por
hacer retornar a la fe a los que se han alejado; todos debemos renovar, con un
nuevo ardor, nuestra vida de discípulos-misioneros.
50 En todas las fases del proceso sinodal la
palabra “formación” estuvo presente. Si bien en pocas ocasiones estuvo
acompañada del adjetivo “permanente”, la mayoría de las intervenciones lo
suponía y, casi siempre, se refería, no a un objetivo de la
nueva evangelización, sino a una condición
previa a su realización.
51 Aunque la nueva evangelización busca
formar la imagen de Cristo en el hombre, la insistencia primera del Sínodo
fue que dicha tarea puede ser realizada eficazmente sólo por quien ya ha sido
formado. Esta insistencia resonó en el Aula Sinodal en los siguientes términos:
«para evangelizar, la Iglesia necesita
ser primero evangelizada» [Instrumentumlaboris, n° 22]. La expresión no hace otra cosa que ratificar la
lógica según la cual no hay apóstol sin la existencia, primero, de un
discípulo. La evangelización no es una acción espontánea de los hijos de Dios,
sino el resultado de un proceso gradual de apropiación y maduración de la fe en
medio de una comunidad eclesial. Si bien es la Gracia de Dios la que hace
eficaz la predicación, la calidad de los testigos no se puede descuidar. Un
testigo válido es aquél que se ha formado, es decir, aquél que,
habiendo recibido el kerygma (primer anuncio), ha comenzado un proceso de transformación de
la propia vida en vida cristiana y un camino de conformación o
de seguimiento de la persona de Jesús. Si se quiere, en este contexto,
formación no es otra cosa que un sinónimo de evangelización; y por “formación
permanente” se puede entender “evangelización permanente”.
52 El tema de la continuidad en
la educación ha sido ampliamente tratado en la reflexión pedagógica y ha sido
ya asumido como una exigencia irrenunciable sobre todo en el campo de la
educación superior universitaria. Varias razones justifican el carácter
continuo de la labor educativa. Una de ellas es que la así llamada “educación
formal” difícilmente puede ser completa, ya porque no alcanza a transmitir todos
los contenidos de un campo del saber, ya porque lo hace a costa de la
profundidad de los mismos. Además, el ser humano tiende a ser muy selectivo en
su aprendizaje y esto lo conduce a olvidar no pocos contenidos adquiridos. La
educación continuada constituye precisamente un medio para recordar los
aspectos fundamentales de un área específica y favorecer su mayor
profundización.
53 Los vertiginosos cambios,
significativamente cualitativos, que se han venido presentando en múltiples
campos del saber humano, debidos en buena parte al progreso de las ciencias y
tecnologías, no solamente hacen obsoletos algunos contenidos, sino que también
introducen otros nuevos.
54 Hoy surgen sin cesar nuevas situaciones,
nuevas prácticas, incluso nuevas realidades. El desarrollo continuo del
conocimiento ha hecho que sólo quienes sean capaces de adaptarse a la evolución
transformadora del saber, mediante la actualización y la especialización,
mantendrán su vigencia e influjo en el concierto social.
55 La educación, más allá de transmitir
contenidos o de favorecer la adquisición de habilidades, consiste en el cuidado
de la totalidad de la persona. Esto supone atender todas sus dimensiones
ontológicas (intelectual, afectiva, síquica, social, cultural y religiosa) durante todos
los momentos de su existencia temporal. A lo largo de la vida, el ser
humano no deja de aprender. Su capacidad para asimilar nuevas experiencias en
orden al crecimiento integral es grande. El hecho que la vida misma sea un
incesante camino hacia la madurez hace de la educación continua una necesidad,
sin importar el período y la condición de vida.
56 Ahora bien, podemos trasladar estas
razones al campo de la fe para justificar la importancia de la formación
permanente también en la vida cristiana. Ante una creciente ignorancia
religiosa en muchos de los que se profesan cristianos, incluso respecto a los
mínimos contenidos doctrinales, ¿no es necesaria una educación que esté
recordando y profundizando las verdades fundamentales relativas a la fe y a la
moral? ¿No se deberían subsanar los vacíos que la formación inicial y la
catequesis pre-sacramental pudieron haber dejado en la inteligencia de los
fieles? De alguna manera, la invitación del Papa Benedicto XVI a estudiar el
Catecismo de la Iglesia Católica y, particularmente, a profesar en modo
consciente el Credo, son un indicativo de la necesidad de “repasar” los
contenidos esenciales que forman parte del propio patrimonio de fe.
57 Igualmente, como lo había indicado el
Concilio Vaticano II, el mundo se renueva y sus continuos cambios retan la vida
de los cristianos. Justo en el proemio de la declaración sobre la educación se
lee: «la verdadera educación de la juventud, e incluso también una
constante formación de los adultos, se hace más fácil y más urgente en las
circunstancias actuales. Porque los hombres, mucho más conscientes de su propia
dignidad y deber, desean participar cada vez más activamente en la vida social
y, sobre todo, en la económica y en la política» [Gravissimumeducationis]. Una constante de la sociedad
actual es el cambio permanente. Nuevas situaciones exigen ser discernidas e
iluminadas con la luz del evangelio por parte de los cristianos.
58 Por último, cabe señalar que la vida
cristiana es un camino orientado hacia la plenitud de la madurez en Cristo (cf. Ef 4,13). En cada ciclo vital de este proceso se busca un
cometido diverso que realizar, un modo específico de ser, de servir y de amar.
Además, en este camino de perfección hay realidades que requieren buen tiempo
para ser comprendidas con los ojos de la fe. Puesto que el sujeto de la
formación es el creyente en cada fase de la vida, el término de la formación es
la totalidad de su ser, llamado a buscar y amar a Dios “con todo el corazón,
con toda el alma y con todas las fuerzas” (Dt 6,5) y al prójimo como Cristo nos ama (cf. Jn15,9-17).
Cristo, raíz
y fuerza para la formación permanente
59 Pero, además de estos motivos, existen
algunas razones teológicas que nos explican por qué es importante la formación
permanente para los nuevos evangelizadores.
60 1.-La principal de ellas es que «Dios es el primer y gran educador de su
Pueblo» [Christifideleslaici,
61]. La raíz y
la fuerza de la formación cristiana se encuentran en Él, que obra por la Gracia en
la vida de sus hijos. En efecto, el Padre, mediante el Espíritu vivificante en
su Iglesia, está siempre asesorando la vida de los creyentes para que se
conformen a Cristo, su Hijo. Sus signos y mociones pueden ser percibidos sólo
por un corazón atento y vigilante a su Palabra. También su Gracia llega
continuamente en forma de llamada universal a la santidad y de vocación
específica en un estado de vida particular. Esta gracia de la vocación «es una fuerza sobrenatural, destinada a
asimilar progresivamente y de modo siempre más amplio y profundo toda la vida y
la acción de los hijos de Dios» [Directorio para la vida y el ministerio de los
presbíteros, 69]. La
formación permanente permite, entonces, discernir mejor las nuevas indicaciones
con las que Dios precisa y actualiza la llamada inicial. Es un medio precioso
para favorecer el crecimiento y la maduración de la propia vocación. Las mismas
palabras de san Pablo a Timoteo, «Te
recuerdo de reavivar el don de Dios, que está en ti» (2 Tim 1,6), hacen
pensar la formación permanente como una necesidad intrínseca a la concesión de
los dones divinos de la Gracia.
61 2.- La segunda razón deriva del vínculo
entre formación, renovación y misión. Para entenderlo, podemos recurrir a la
imagen bíblica de la vid y los sarmientos, que tan atinadamente usó san Juan
Pablo II en ChristifidelesLaici. Sabemos
bien que el texto del evangelio de Juan da un valor especial al verbo permanecer y
que Jesús es muy claro a la hora de mencionar los efectos que produce en el
sarmiento la acción constante de vivir unido a la vid (Jn 15,1-17). El primer efecto es la vitalidad, contrapuesto a la sequedad.
El segundo es la producción de mucho fruto.
El que permanece con Jesús, como Él permanece en nosotros, se nutre
continuamente de un amor que le permite tener la frescura y la capacidad de
estar siempre limpio (Jn 15,1-2). «Es de particular importancia –escribe san
Juan Pablo II– la conciencia de que la labor
formativa es tanto más eficaz cuanto más se deja llevar por la acción de Dios: sólo el
sarmiento que no teme dejarse podar por el viñador, da más fruto para sí y para
los demás» [ChristifidelesLaici , 61]. La novedad del cristiano consiste precisamente
en esta lozanía de vivir siempre limpios, siempre santos, desterrando lo
caduco, el hombre viejo. Pero el sarmiento no permanece en la vid solamente
para permanecer fresco sino para dar fruto, un fruto abundante y duradero que,
en el texto de Juan 15, no significa otra cosa que la reproducción de la vida de Cristo:
«Este es mi mandamiento: que se amen los
unos a los otros como yo los he amado» (Jn 15,12.17). El proceso de madurez
cristiana termina con la capacidad de dar siempre más fruto, es decir, de
anunciar continuamente con las obras la Buena Nueva, el Evangelio de
Jesucristo. Las palabras de Jesús: «El que permanece en mí como
yo en él, ése da mucho fruto, porque
separados de mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5), hacen depender la renovación y la misión, o si
se quiere la novedad y la evangelizacióndel
creyente, de la permanencia con Jesús.
Reduccionismos
a evitar en la formación de los nuevos evangelizadores
62 Después de estas consideraciones algunas
conclusiones son claras. La primera es que sería muy reductivo asociar la
formación permanente a cursos, estudios, conferencias o actividades similares.
Ellas son importantes, pero sólo como concreción de una realidad que es, ante
todo, espiritual: la capacidad de vivir en Dios y de hacer que toda experiencia
de vida sirva para adquirir la forma de Cristo (Ga 4,20). Exclamar, como Pablo: «no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20) no depende tanto de las actividades formativas
cuanto de la capacidad de cultivar la amistad con Dios.
63 En segundo lugar, queda claro que un
auténtico proceso formativo no se puede limitar temporalmente, reduciéndolo
únicamente a una fase inicial o a algunos momentos de mayor intensidad
catequética. Más bien, la formación inicial debe engarzarse con la formación
permanente creando en la persona la disponibilidad para dejarse formar cada día
de la vida. Por esto durante el Sínodo se evidenció la conciencia general de
que no basta con introducir a los hombres a la fe mediante el anuncio del
kerygma y la catequesis pre-sacramental. Es necesario garantizar un proceso
mistagógico permanente, o sea, dilatar el concepto de catequesis”, de modo que
la transmisión de la fe no se asocie a momentos ocasionales de la vida sino a
la entera vida cristiana. No basta plantar, es necesario también regar.
64 En tercer lugar, es claro que cualquier
acción formativa va orientada no sólo a una dimensión de la persona, sino
a darle un sentido a toda su existencia, a suscitar un estilo de vida que, en
nuestro caso, ha de ser el de un «discípulo-misionero».
Este es el contenido de la formación permanente. Muchas veces, la catequesis
pre-sacramental se orienta debidamente a preparar al sacramento pero olvidando
el entronque con la entera vida cristiana. También a veces se hace todo
para crear buenos discípulos, pero poco o nada se hace para que ellos tomen
conciencia de su ser evangelizador y, al contrario, a veces se exige el
compromiso misionero sin haber favorecido antes un encuentro vivo con
Jesucristo. Como señaló un padre sinodal: «En la catequesis es de fundamental
importancia tener fijo un objetivo claro: la formación de discípulos maduros,
capaces de vivir en el ritmo de la adoración, de la comunidad y de la misión».
A propósito, el documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, celebrada en Aparecida, ofrece unas páginas muy ricas de
contenido y orientación pastoral sobre esta formación de discípulos-
misioneros.
65 Finalmente, estas consideraciones dejan
ver que, tanto desde la antropología como desde la teología, la formación
permanente es una realidad propia del mundo de los adultos. Para ella, ya no es
indispensable una sólida institucionalización, ni tampoco la dependencia a
un tutor. Su protagonista es la persona misma que, gracias a la educación
formal o a la formación inicial, aprendió a aprender, es decir,
adquirió el hábito de seguir creciendo por sí misma y de saber encontrar las
mediaciones propicias para lograrlo. A su vez, este tipo de persona, madura y
responsable con su propia vocación, es el más apta para enseñar a los demás a
aprender. San Juan Pablo II, en ChristifidelesLaici, 53, dice: «no se da formación verdadera y eficaz si
cada uno no asume y no desarrolla por sí mismo la responsabilidad de la formación.
En efecto, ésta se configura esencialmente como ‘auto-formación’. Además está
la convicción de que cada uno de nosotros es el término y a la vez el principio
de la formación. Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de
proseguir y profundizar tal formación; como también cuanto más somos formados,
más nos hacemos capaces de formar a los demás».
66 Sólo los creyentes que han logrado
encontrarse con Jesucristo vivo y se han renovado en él, es decir, que han sido
evangelizados y se dejan evangelizar, alcanzan la madurez suficiente para ser
evangelizadores, en cuanto testigos creíbles del Evangelio. El movimiento de
este círculo continuo entre evangelizado y evangelizador, entre el discípulo y
el misionero, está mediado por la constante evangelización, en cuanto que el
discípulo está llamado a comunicar y transmitir vivencialmente su experiencia
de encuentro personal con Jesucristo. No se puede ser auténtico discípulo sin
ser misionero y viceversa.
Aportes
sinodales sobre la formación permanente
67 Bien sabemos que al interior del Pueblo
de Dios existen distintos carismas y ministerios que han de ponerse al servicio
de la proclamación del Evangelio. Cada uno de los fieles, según su estado
propio dentro de la Iglesia, no sólo debe cumplir su tarea como
discípulo-misionero colaborando activamente en la evangelización, sino que debe
prepararse de manera adecuada y constante, ya que ha de anunciar un mensaje que
sobrepasa su conocimiento y que transmite la experiencia vital de su encuentro
con el misterio de Cristo.
68 Durante las intervenciones en el Aula
sinodal, los Padres distinguieron con bastante claridad la necesidad de una
formación permanente dirigida a los fieles laicos, a los sacerdotes y a las
personas de vida consagrada, señalando algunas particularidades e insistencias.
Veamos brevemente una síntesis de dichas intervenciones.
1.- Los laicos
69 Respecto al laicado se subrayó la
necesidad de aprender la doctrina, el arte del diálogo y el ejercicio de la
caridad.
70 Durante el Sínodo muchas palabras
estuvieron dedicadas a exaltar y alentar su compromiso misionero, su espíritu
comunitario y su creciente amor por la Palabra de Dios. También hubo múltiples
pronunciamientos sobre su formación, considerada prioridad pastoral en estos
tiempos de nueva evangelización. Una atención especial ocupó el tema de la formación
de los padres de familia, del educador o maestro −a quien se propone
explícitamente como objeto de formación permanente−, de los jóvenes y del
cristiano comprometido en instancias públicas y políticas. Sin embargo, el tema
de la formación de los catequistas mereció una atención especialísima. De
hecho, así como en otros tiempos el mártir, el eremita o el místico
prefiguraban el ideal del cristiano, podría pensarse que, en estos tiempos de
nueva evangelización, la figura del catequista se levanta como modelo del
creyente, en cuanto discípulo que debe saber transmitir la fe.
En general, a partir de los trabajos sinodales se pueden descubrir tres
énfasis en la formación permanente de los laicos.
71 El primero se origina en la constatación
de que muchos bautizados conocen poco el objeto y contenido de lo que creen y
su fe depende entonces más de la fuerza de la tradición y de las costumbres que
de una real asunción libre y consciente de la especificidad cristiana. De aquí
la necesidad de crecer en la inteligencia de la propia fe, lo que supone
–siguiendo el Catecismo− un buen conocimiento de los aspectos
doctrinales, litúrgicos, morales y espirituales que configuran la vida
cristiana y que tienen como fuente el misterio de Cristo Salvador.
72 Por otra parte, se ha señalado la
necesidad de invertir esfuerzos para que los laicos, dada su específica
vocación, puedan ser interlocutores válidos con el mundo de hoy. En este
sentido, el Sínodo insistió en un doble objetivo de la tarea formativa: por una
parte, que ellos puedan mostrar que la adhesión a la fe cristiana no entra en
contradicción con la razón humana, por otra, que puedan defender la fe ante la
multiplicación de instancias ideológicas que atacan el evangelio considerándolo
anacrónico o banal para los tiempos de hoy. Las palabras de san Juan
Pablo II siguen siendo perentorias: «Se revela hoy cada vez más urgente la
formación doctrinal de los
fieles laicos, no sólo por el natural dinamismo de profundización de su fe,
sino también por la exigencia de “dar razón de la esperanza” (cf. 1 Pe 3,15) que hay en ellos, frente al mundo y sus
graves y complejos problemas. Se hacen así absolutamente necesarias una
sistemática acción de catequesis, que
se graduará según las edades y las diversas situaciones de vida, y una más
decidida promoción cristiana de la cultura, como
respuesta a los eternos interrogantes que agitan al hombre y a la sociedad»
[Christifideleslaici,
60].
73 Además de la inteligencia doctrinal y de
la capacidad de dialogar, la Doctrina Social de la Iglesia es un recurso
invaluable para la formación continua de los laicos. Un padre sinodal afirmó: «Muchas personas son hoy más sensibles a las
cuestiones de los derechos humanos, de la justicia, de la ecología, de la lucha
contra la pobreza, a los temas que tocan la vida concreta de las personas y los
problemas comunes de las naciones. Por esta razón, la puerta de acceso a la
evangelización puede ser efectivamente el mundo de lo social» [Proposición n° 24]. Y puesto
que son los laicos quienes mejor pueden llegar a estos contextos (cf. LG 31.33; GS 43; AA 2), su continua
formación en los temas sociales y políticos de la fe cristiana acrecentará su
fuerza misionera.
74 En todo este contexto, la parroquia
deberá constituirse para los laicos en el lugar privilegiado de su formación.
2.- Los pastores
75 En cuanto a los pastores, se insistió en
la formación para la santidad.
76 Si a lo largo del Sínodo fue quedando
cada vez más claro que la nueva evangelización implica sobre todo el
crecimiento de la vida espiritual y la búsqueda de la santidad, también fue
acrecentándose el reclamo fraterno dirigido a los pastores de la Iglesia,
obispos y sacerdotes, para que sean ellos los primeros en ser testigos de la
santidad de vida y auténticos hombres de Dios. La proposición 49 de este
Sínodo dice al respecto: «Las personas
buscan testigos auténticos y creíbles en sus obispos y presbíteros […] Para que
ellos estén adecuadamente preparados para la obra de la Nueva Evangelización,
el Sínodo confía en que se cuide de formarlos en una espiritualidad profunda,
en una doctrina sólida, en la capacidad de comunicar la catequesis y en una
toma de conciencia de los modernos fenómenos culturales».
77 De los cuatro reclamos formativos, el más
señalado fue el de una “espiritualidad profunda”. ¿Por qué tantas predicaciones
inadecuadas? ¿Por qué la falta de celo apostólico y de simplicidad en los
sacerdotes? ¿Por qué no todos muestran agrado en confesar? ¿Por qué parecen
haber bajado sus niveles de carisma, de cultura, de confianza en el propio
ministerio? Tal vez buena parte de estos malestares, expresados en el Aula
sinodal, se originan, justamente, en esa falta de profundidad, lo
que no significa descuido o inexistencia del cultivo espiritual. El problema
aquí es de calidad. Por eso, los tantos y tan variados esfuerzos emprendidos en
muchas diócesis para garantizar centros, programas e itinerarios de formación
permanente para el clero deberían anclarse aún más en el terreno seguro de la
Palabra de Dios, para formar en una espiritualidad centrada en Cristo, basada
en la Palabra y orientada al mundo. En pocas palabras, la formación de quienes
deben conducir la Iglesia por la vía de la santidad requiere hoy silencio y
contemplación.
78 También hoy, más que antes, es necesario
insistir en la urgencia de darle mucha importancia a una seria formación
humana, sobre la cual han de descansar los demás aspectos de la formación
sacerdotal. No se puede olvidar que el presbítero es una persona
escogida, llamada de entre los hombres, para servir a la Iglesia y, por ende, a
sus hermanos. Su humanidad es un componente esencial de su sacerdocio, el cual
debe vivirlo como hombre auténtico, no como alguien caído del cielo o, menos
aún, como un ser huraño y ajeno a las personas que lo rodean y a quienes debe
servir.
Desde un principio se debe ayudar
al candidato al sacerdocio para que sea un hombre creyente, simple, sincero,
lleno de bondad, cordial, acogedor, compasivo, leal, que sepa amar y que sea
confiable.
3.- Los consagrados
79 En lo que respecta a los fieles
cristianos que asumieron la vida consagrada, se insistió en la necesidad de aprender
a manifestar la primacía de Dios.
80 Los Padres sinodales tuvieron un gran
reconocimiento a la valiosa contribución que ha tenido la vida consagrada,
tanto masculina, como femenina, a la labor evangelizadora. «La Iglesia ha sido bendecida por el
ministerio y el testimonio de hombres y mujeres en la vida consagrada, los
cuales continúan llevando el amor de Cristo al mundo a través de numerosas y
diversas actividades. La vida consagrada es, en sí misma, un signo que indica a
los demás la verdad del Evangelio» [Relación final]. De modo especial les animaron
para que sigan realizando la formación de las nuevas generaciones, ya que el
apostolado de muchas comunidades religiosas está vinculado a la tarea
educativa.
81 Ahora bien, si el Magisterio ha repetido
en varias ocasiones que la formación permanente es una “exigencia intrínseca”
de la vocación y misión de los obispos y sacerdotes, otro tanto ha
afirmado de los religiosos [cf. Vita consecrata, n° 69]. Esta formación
permanente para la vida consagrada ha de estar encaminada a dar fuerza y
fundamento a la identidad y al testimonio de vida, a reforzar el espíritu
misionero y la valentía para tener constante disponibilidad para evangelizar,
saliendo al encuentro de los nuevos areópagos de misión. A través de la
vivencia de su propio carisma y de la intensidad de su vida comunitaria, los
hombres y las mujeres de vida consagrada aleccionan al mundo sobre los
verdaderos valores que construyen la comunidad humana querida por Dios.
82 Y dado que el Sínodo ratificó lo dicho
por el Papa Benedicto XVI acerca de la actual emergencia educativa, que
consiste, fundamentalmente, en nuestra incapacidad de transmitir a las nuevas
generaciones los valores evangélicos −aquellos que conducen a la persona a su
plenitud y a comprometerse con el bien común−, es inevitable orientar nuestra
mirada hacia los consagrados como esperanza para superar esta crisis. Por eso,
los consagrados deben resistir las varias seducciones que, en estos tiempos,
tienden a alejarlos sutilmente de la fidelidad al propio carisma.
83 Así, pues, las casas de formación para
los religiosos y los seminarios para los sacerdotes, que son los lugares de
la formación inicial de estos cualificados evangelizadores,
tienen el gran reto de enseñar a aprender. El discípulo que aprende a
aprender asegura su continua renovación y garantiza el compromiso en
la misión.
4.- Síntesis
84 En síntesis, los nuevos evangelizadores
requieren de una formación permanente que les capacite espiritual, doctrinal y
pastoralmente para ayudar a que todo el pueblo de Dios pueda «redescubrir y
estudiar los contenidos de la fe», «confesar la fe con plenitud y renovada
convicción, con confianza y esperanza», «intensificar el testimonio de la
caridad» y, de acuerdo a su propio estado de vida, celebrar la fe con gozo en
la liturgia, sobre todo en la Eucaristía.
85 Puesto que todavía se hace fatigoso en
algunos sectores proyectar y llevar a cabo procesos bien estructurados de
formación permanente y, sobre todo, lograr la convicción de la necesidad y
urgencia de ellos, es muy importante tener la humildad y el coraje de una conversión
pastoral. Esta categoría, surgida de modo especial en la reflexión pastoral
latinoamericana, ha venido tomando fuerza e indica un proceso mediante el cual
una comunidad cristiana revisa, a la luz del Evangelio, su propio estilo de
vida y las prácticas e instituciones que expresan su propia vocación. Y en este
sentido, se hace necesaria una evaluación permanente de los procesos pastorales
y de los programas de evangelización, no sólo en cuanto se refiere a prácticas
y contenidos, sino sobre todo a la adecuada preparación de quienes quieren
colaborar activamente en la tarea evangelizadora de la Iglesia, a fin de que el
trabajo misionero esté plenamente al servicio de la instauración del Reino de
Dios.
Sobre este punto recomiendo encarecidamente la atenta lectura de la
Exhortación Apostólica ‘EvangeliiGaudium’ del Papa Francisco, cuya sucinta
presentación ofrezco como documento anexo a esta Carta Pastoral.
Conclusión
86 A modo de conclusión de esta sencilla
carta les invito a repasar juntos algunas agudas indicaciones de Aparecida,
capítulo VI, números 240 al 346.
1.- Punto de partida del ser cristiano
87 Alguien podría sostener que, desde el
punto de vista psicológico y pedagógico, es normal que una persona tenga que
experimentar un proceso antes de llegar a un estadio de mayor perfección y así
enfrentar una tarea futura. Nuestros Obispos en Aparecida no siguieron este
criterio.
88 Otro podría decir que,
desde la perspectiva de la especialización laboral, es normal tener un
adiestramiento en el que los sujetos vayan desarrollando habilidades. Tampoco
éste fue el criterio.
89 El
punto de partida que se ha seguido es mucho más simple, porque los Obispos
hicieron suyas las palabras de Benedicto XVI en su primera encíclica: “No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva” (Deus
caritas est, 1). El
cristiano surge precisamente por su encuentro personal con Jesucristo, de donde
emerge la fe como adhesión vital a su persona. Esto es lo que ocurrió con los primeros
discípulos de Jesús y es eso lo que los evangelios nos han transmitido. Los
participantes en Aparecida se inspiraron en el texto de san Juan1,35-39: “Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus
discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: He ahí el Cordero de Dios. Los
dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al
ver que le seguían, les dice: ¿Qué buscan? Ellos les respondieron: Rabbí – que
quiere decir Maestro - ¿dónde vives? Les respondió: Vengan y lo verán. Fueron,
pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la
hora décima”.
90 Aparecida
dedica el número 244 a esta perícopa del
Evangelio para señalar que esta narración permanecerá en la historia como
síntesis única del método cristiano. Dos expresiones de Jesús son puestas en
evidencia: “¿Qué buscan?” y “vengan y verán”. Ambas locuciones dan pie para que
Andrés y el otro discípulo compartan con Jesús el resto del día y tengan una
experiencia única en sus vidas, que los transformará de tal manera que se
convertirán en discípulos-misioneros de Jesús, hasta dar su vida por él. Dada
la significación enorme de este pasaje del evangelio, los Obispos han querido
que se transforme en el paradigma del itinerario cristiano de formación para
que, quienes se encuentren con Jesucristo en la Iglesia, se conviertan en
entusiastas discípulos y apasionados misioneros. Por este motivo, todo cuanto
se expone en el cap. 6 hace necesaria referencia a la experiencia fundante de
los primeros discípulos que nos narra la tradición joánica.
2.- ‘Lugares’ para el
encuentro con Jesús
91 El
documento nos indica diversos lugares en los que el ser humano puede
encontrarse con Jesús por la acción inefable del Espíritu Santo y en la fe
recibida y vivida en la Iglesia (cf.
DA, 246).
92 a) La
Sagrada Escritura leída en la Iglesia: es preciso que todo bautizado tenga un
conocimiento profundo y vivencial de la Palabra de Dios para que sea un verdadero
alimento de los cristianos y anime toda la pastoral. Promueve, además, la
Lectio divina, que es lectura orante de la Palabra (248).
93 b) La
Sagrada Liturgia: es el lugar por excelencia en donde los fieles celebran y
penetran en los misterios del Reino. Fuente y cumbre de la vida cristiana y
verdadero motor de la tarea misionera.Por eso, es fundamental que el
discípulo-misionero viva el domingo y las fiestas de precepto participando
activamente en la celebración eucarística. La promoción de la pastoral del
domingo es fundamental para un nuevo impulso en la evangelización del
continente.Asimismo, la celebración del sacramento de la reconciliación es un
lugar excelente de encuentro con Cristo, ya que el pecador experimenta de
manera singular el perdón misericordioso del Señor.
94 c) La
oración personal y comunitaria: la oración diaria es un signo del primado de la
gracia en el camino del discípulo-misionero.
95 d) La
comunidad cristiana y el amor fraterno: Jesús se hace presente de manera
misteriosa y clara a través de los diversos ministerios y servicios.
96 e) Los
pobres y los afligidos: Jesús se encuentra siempre en los pobres, afligidos y
enfermos (Mt 25,37-40). Es muy saludable que
el misionero esté con los pobres y sufrientes, pues aprende de ellos, y así los
alivia y es aliviado.
97 f) La
piedad popular: constituye el precioso tesoro de la Iglesia católica en América
Latina porque refleja la sed enorme de Dios que más fácilmente los pobres y
sencillos pueden conocer y valorar. Por tanto, la espiritualidad popular no
puede ser considerada un modo secundario de la vida cristiana, ya que
significaría olvidar el primado de la acción de Dios por medio del Espíritu. Es
auténticamente espiritualidad cristiana y popular porque constituye un verdadero
encuentro personal con el Señor. En ocasiones habrá que evangelizar y
purificar, pero eso no significa que esté privada de riqueza evangélica, sino
que uniéndose a María y los santos, los fieles pueden tener un contacto más
estrecho con la Palabra de Dios e incrementar la participación en los
sacramentos. No hay que olvidar que en las actuales circunstancias en que el
ambiente del continente está cada vez más secularizado, la piedad popular sigue
siendo una poderosa confesión de fe en el Dios vivo que actúa en la historia y,
además, un importante canal de transmisión de la fe.
98 g) María,
discípula y misionera: Aparecida consagra varios números a María, discípula y
misionera. Es presentada como la más perfecta discípula del Señor, debido a que
por su fe, su obediencia a la voluntad del Padre y su constante meditación de
la Palabra, llega a ser la máxima realización de la existencia cristiana. Como
misionera, María trajo el Evangelio al continente americano, lo cual se
advierte con nitidez en el acontecimiento guadalupano.
De esta forma, María es una verdadera escuela de la
fe que conduce al cristiano hacia el encuentro más profundo con el Señor. Ella
pertenece a la gente sencilla del pueblo de Dios que anhela y se deja conducir
al encuentro cercano con el Buen Padre, Dios.
99 h) Los
apóstoles y los santos: ellos han sido un regalo enorme para el camino creyente
de los cristianos de América Latina y un estímulo eficaz para imitar sus
virtudes en las distintas circunstancias de la hora presente.
100 Queridos
hermanos e hijos en el Señor, en esta carta me esmeré
en hacerles ver cuán importante y necesaria es la formación con el propósito de
invitarlos a que pongan lo mejor de sí para mejorar la formación, tanto inicial
como permanente, de los agentes pastorales (sacerdotes, consagrados y laicos).
101 Considero
más que oportuna la decisión de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano
de integrar las dimensiones de discípulo y de misionero en una sola síntesis.
En efecto, no se puede ser discípulo de Jesús si no se siente la necesidad de
comunicar a otros la alegría de seguir al Señor; tampoco se puede ser
misionero, si no ha habido una profunda conversión que lo transforme en
discípulo del Maestro. Son dos caras de la misma moneda.
102 El
Documento de Aparecida nos da todos los elementos necesarios para que nuestra
pastoral se vea profundamente animada por el Espíritu y así sigamos desplegando
en nuestra querida Diócesis de Catamarca una sólida y fecunda tarea de miles y
miles de discípulos-misioneros para que nuestros pueblos tengan en el Señor
vida abundante. Pero, sobre todo, quiero convocar con renovada ilusión a todo
el presbiterio y a cada sacerdote, por ser los agentes más cualificados de la
Misión Diocesana Permanente, a conducir este gran proceso con creatividad,
abnegación, confianza, esperanza, alegría, unión, perseverancia y caridad. Y
para facilitar y promover la tarea, ofrezco como texto anexo las líneas que
marcan el proceso formativo del discípulo-misionero en el Documento de
Aparecida.
103 Los
invito, en fin, a poner este trienio de preparación en el corazón materno de la
Santísima Virgen del Valle, por cuya intercesión esperamos sean abundantes los
frutos de los esfuerzos compartidos. Y para que seamos conscientes de que la
obra es del Señor les propongo que cada día recemos esta oración:
Virgen
santísima del Valle, madre de nuestra Catamarca.
Con tu
imagen cuatro veces centenaria llegamos a Jesús.
En ésta,tu
Sagrada Imagen, descubrimos “la gracia del Valle”.
Desde los
cerros y los llanos, nuestro pueblo devoto llega a tus pies en humilde
peregrinación.
En la Gruta
nos encontramos para venerar el lugar donde comenzaste a mostrarnos tu amor.
A la Ermita
de Valle Viejo nos dirigimos para hacer tu camino, que es el de Jesús.
Ya en tu
Santuario, nos recibes, Madre, pues venimos agradeciendo y pidiendo.
Eres la
mujer del SI, del “Hágase en mí”.
Mujer
creyente que va de prisa a hacer caridad.
¡Oh Madre
Bendita por haber creído!
Que tus
hijos creamos a Jesús y creamos en Jesús, tu Hijo.
Mujer de
oración que en tus manos entreabiertas nos muestras la ternura de Dios.
Hacia los “Cuatrocientos
años de tu Hallazgo” en la Gruta de Choya nos encaminamos.
Queremos
escuchar lo mismo que dijiste en las Bodas de Caná: “Hagan lo que Él les diga”.
Queremos escuchar de la boca de tu divino Hijo
lo que dijo a Juan en la Cruz: “Ahí tienes a tu Madre”.
En nuestra
casa, que es nuestro corazón, te recibimos una vez más como NUESTRA AMADA
MADRE.
¡Ruega a
Dios por nosotros, Virgen Santísima del Valle! Amén.
Anexo I
Sucinta
presentación de EvangeliiGaudium
Esta
Exhortación del Papa Francisco, muy personal por cierto, tiene en cuenta muchas
de las propuestas del Sínodo sobre la Nueva Evangelización.
Como su mismo título lo dice, aborda
la cuestión de anunciar con alegría el Evangelio, que es la misma persona de
Jesucristo.
Es por ello que, para motivarlos a
que la estudien a fondo, les ofreceré apretadamente una serie de cuestiones que
aborda:
*Renovar el encuentro personal con
Jesucristo, camino, verdad y vida.
*Necesidad de creer con el corazón
para poder anunciar el evangelio.
*La tarea misionera es el motor del
cambio en la Iglesia y el mundo.
*Implicancias de una ‘Iglesia en
salida’ y de ‘puertas abiertas’.
*Primacía del encuentro “tú a tú”;
uso de los medios virtuales.
*El misionero debe cuidarse de
no desilusionar a sus interlocutores,
lo que
sucedería si no se encontrasen con Jesucristo.
*Indispensable e impostergable
conversión pastoral y de los pastores.
*La misión se dirige a todos, pues
la Misericordia divina es para todos.
*El anuncio debe centrarse en lo
esencial: Jesucristo.
*Permitir a Dios que nos lleve más
allá de nosotros mismos.
*Importancia de la ‘memoria’ para
una fe viva y comprometida.
*Presentar íntegro, sin omisiones,
el mensaje del Evangelio.
*Se ha de privilegiar a los pobres
en todas las situaciones de la vida.
*Atenta mirada en los ‘signos de los
tiempos’.
*Crisis profunda del matrimonio y la
familia.
*Acompañar con paciencia y
misericordia el crecimiento de la gente.
*Primerear, involucrarse, acompañar,
fructificar y celebrar.
*Necesidad de superar las
desigualdades, pues engendran violencia.
*Luchar contra el individualismo,
porque inutiliza la fe.
*¡Cuidado con ser una Iglesia ‘mundana’
y ‘auto-referencial’!
*Será imposible la misión sin los
discípulos – misioneros.
*La religiosidad o piedad popular es
un gran potencial evangelizador.
*El amor fraterno es el corazón de
una Iglesia que evangeliza.
*Importancia de la mujer en la tarea
evangelizadora de la Iglesia.
*Recuperar la confianza en los
jóvenes como factor de cambio.
*Todos los bautizados son
‘discípulos – misioneros’.
*Necesidad de inculturar el
Evangelio para que su anuncio movilice.
*Debemos comprender la evangelización
como un ‘proceso’.
*La Iglesia necesita ser
evangelizada por los pobres.
*La Iglesia como un ‘hospital de
campaña’, que cura, consuela y acoge.
*El alma de la tarea evangelizadora
es el Espíritu Santo.
*El Papa pide especial cuidado en la
preparación de la Homilías.
*El anuncio del ‘Kerigma’ conlleva
un fuerte contenido social.
*Nuestra fe en Dios, Uno y Trino,
fundamenta el compromiso social.
*El Reinado de Dios reclama
compromiso social.
*La fe cristiana, lejos de ser
intimista, es esencialmente pública.
*La globalización de la indiferencia
y el consumismo ‘anestesian’.
*Los bienes recibidos de Dios tienen
un destino universal.
*La idolatría del dinero y del
mercado deshumanizan la economía.
*La opción por los pobres es
teológica y son los primeros destinatarios.
*La opción por los últimos y
descartados es signo de autenticidad.
*Urgente necesidad de atacarlas
causas estructurales de la pobreza.
*Cultivar una espiritualidad de la
ternura, la cercanía y la misericordia.
*El tiempo es superior al espacio.
*La unidad prevalece sobre el
conflicto.
*La realidad es más importante que
la idea.
*El todo es superior a la parte.
*El diálogo es el camino para el
bien común y la paz social.
*Cuidado de la creación; la tierra,
nuestra ‘casa común’.
*Diálogo inter-religioso y
ecumenismo al servicio de la fraternidad.
*El rol de María como Madre de todos
y Estrella de la Evangelización.
*María es signo de esperanza y
camina con nosotros.
*María nos enseña a ser una Iglesia en salida y servidora de todos.
Para trabajar esta Exhortación Apostólica, ‘la
Alegría del Evangelio’, les recomiendo el texto didáctico que preparó la
editorial PPC, con el subtítulo: “Claves y propuestas para la comunidad
evangelizadora”.
También les recomiendo que adquieran
de la misma colección el subsidio sobre la Exhortación Apostólica
‘AmorisLaetitia’ (La Alegría del Amor), para profundizar acerca del matrimonio y la
familia cristiana, instituciones divino-naturales que están en crisis en
nuestra sociedad y que necesitan ser revitalizadas con la fuerza siempre nueva
del Evangelio.
ANEXO II
El proceso
de formación de los discípulos-misioneros en el Documento de Aparecida
1.- Cinco aspectos fundamentales del proceso:
+El encuentro con Jesucristo:
es lo primero y fundamental. Este encuentro con Cristo debe renovarse
constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción
misionera de la comunidad.
+La conversión: es la
respuesta de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en él por la
acción del Espíritu y se decide a seguirlo, cambiando su forma de pensar y
vivir.
+El discipulado: la
catequesis permanente y los sacramentos son fundamentales para perseverar en la
vida cristiana en medio del mundo.
+La comunión: es el
criterio inequívoco de autenticidad, pues confiere el sello tan necesario de la
eclesialidad.
+La misión: el
discípulo que conoce, ama y sigue a su Señor, se ve en la necesidad de
compartir con otros su alegría de ser enviado a anunciar al mundo a Jesucristo
muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio a los más
necesitados, a construir el Reino de Dios. No hay verdadero discipulado sin la
misión.
2.- Criterios
generales del proceso formativo:
La Formación tiene que ser integral,
kerygmática
y permanente,
debiendo armonizar las dimensiones que van dando solidez al
discípulo-misionero: -Humana; Comunitaria; -Espiritual; -Intelectual;
-Pastoral; -Bíblica; - Misionera; -Respetuosa de los procesos; -Acompañante.
3.- Iniciación a la vida cristiana y catequesis permanente:
“Son muchos los creyentes que no
participan en la Eucaristía dominical ni reciben con regularidad los
sacramentos, ni se insertan activamente en la comunidad eclesial” (DA, 286). Por esta razón, se plantea la
necesidad de cuestionarse a fondo el modo en que se ha realizado hasta ahora la
iniciación cristiana y de imaginar y organizar nuevas formas de acercamiento a
estos cristianos, ya que si no se educa la fe, la Iglesia del continente no
podrá cumplir su misión evangelizadora. Propone algunas vías:
*Enfatizar
que el momento fundante del discipulado es la recepción del anuncio del
kerygma; este anuncio es el que hace posible la conversión, el discipulado en
comunión con otros y la misión. Agrega que el itinerario formativo debe tener
el carácter de experiencia que dé la posibilidad a una profunda, responsable,
consciente y feliz celebración de los sacramentos.
La parroquia
ha de ser el lugar donde se asegure la iniciación cristiana; allí han de
iniciar su fe los no bautizados, y educar y celebrar la propia fe los niños y
adultos ya bautizados.
*Catequesis
permanente: Se constata que la catequesis ha crecido mucho en el continente
a través de estructuras diocesanas que canalizan estas acciones y también a
través de una cantidad muy grande de catequistas voluntarios, que generosamente
prestan su tiempo a esta tarea. Sin embargo, se advierte con preocupación que
no siempre la formación de éstos es satisfactoria, ni tampoco se cuenta con los
subsidios necesarios para apoyar su labor. Los desafíos actuales requieren de
una identidad católica más personal y fundamentada que se ha de obtener por
medio de una catequesis adecuada y permanente. Se propuso que cada Iglesia
particular elabore un itinerario catequético permanente que abarque toda la
vida, desde la infancia hasta la ancianidad de la mano de la Palabra de Dios.
3.- Lugares
de formación de los discípulos-misioneros:
a) La familia: es la primera
escuela de la fe en América Latina. No sólo en ella se comienzan a dar los
primeros pasos en la vida o se inicia el proceso de incorporación de valores
humanos y cívicos, sino también allí es donde se conoce a Dios y se participa
junto a los suyos en la respectiva comunidad eclesial. Por este motivo, la
pastoral familiar ha de ofrecer a los padres abundantes posibilidades
materiales y pastorales para que ellos puedan potenciar su papel de educadores
en la fe de sus hijos.
b) Las parroquias: considerada
como célula viva de la Iglesia, en la que la mayoría de los fieles tienen una
experiencia de Cristo y de la Iglesia.
La parroquia es el ámbito de lo
comunitario, de lo celebrativo, de la caridad y de lo formativo.
a) Las pequeñas
comunidades eclesiales: facilitan el crecimiento en
la espiritualidad de comunión, ya que
en éstas se abre un espacio propicio para escuchar la Palabra de Dios, para
vivir la fraternidad, para animar en la oración, para profundizar procesos de
formación en la fe y para fortalecer el exigente compromiso de ser apóstoles en
la sociedad de hoy. Es importante que ellas permanezcan unidas a la respectiva
parroquia, en plena comunión de vida e ideales, de manera que, a su vez, la
parroquia vaya actualizando su condición de comunidad de comunidades.
b) Los
movimientos eclesiales y nuevas comunidades:
son tenidos
como un don del Espíritu Santo para la
Iglesia. Afirma de ellos que son un lugar en donde los fieles pueden formarse
cristianamente, crecer y comprometerse apostólicamente hasta ser verdaderos
discípulos-misioneros. Dado su carácter carismático, lo que jamás debe tomarse
como un contraste o contraposición con la dimensión institucional de la
Iglesia, pueden llegar a ser una excelente oportunidad para que muchas personas
alejadas tengan un encuentro vital con
Jesucristo y así recuperen su identidad bautismal y su activa participación en
la vida misionera de la Iglesia.
c) Los
Seminarios y Casas de formación religiosa: en ellos se forman
los discípulos-misioneros por
antonomasia. Concede un puesto importante a la pastoral vocacional, porque son
un don de Dios y, por eso, hay que rogar al dueño de la mies para que envíe
operarios a su campo.
Los futuros
presbíteros han de formarse en un ambiente similar al de la comunidad
apostólica en torno a Cristo Resucitado: oración en común, vida litúrgica,
conocimiento de las enseñanzas del Señor en las Sagradas Escrituras, servicio
pastoral, vivencia de la caridad; todo esto para ir moldeando en los
seminaristas el corazón de Jesús Buen Pastor.
Es muy
importante contar con buenos y preparados Formadores, hacer una adecuada
selección de los candidatos al sacerdocio, elaborar proyectos educativos que
ofrezcan a los seminaristas un verdadero proceso integral centrado en
Jesucristo, a partir de una sólida espiritualidad, que desarrolle también un
amor tierno y filial a María.
Aparecida
enfatiza que se debe prestar particular atención a la formación humana, en
especial la afectiva, hacia la madurez de la persona, de manera que la vocación
al ministerio sacerdotal como hombres célibes sea un proyecto estable y
definitivo, en medio de una cultura que exalta lo desechable y lo provisorio.
Exhorta a que el ambiente de los Seminarios sea de una sana libertad,
incentivando la responsabilidad personal. Pide que en ellos haya una formación
intelectual seria y profunda, en el campo de la filosofía, de la teología, de
las ciencias humanas, de la misionología, con atención crítica al contexto
cultural del presente, y con reforzado conocimiento de la Palabra de Dios.
Recuerda, finalmente, que la formación recibida en el Seminario debe
prolongarse en la formación permanente del presbítero.
d) La Educación
Católica: a los obispos les preocupa que los diseños
educativos estén básicamente enfocados
a la adquisición de conocimientos y habilidades, evidenciando un claro
reduccionismo antropológico. Además, frecuentemente se propicia la inclusión de
factores contrarios a la vida, a la familia y a una sana sexualidad. La escuela
debiera ser un “lugar privilegiado de formación y promoción integral, mediante
la asimilación sistemática y crítica de la cultura, cosa que logra mediante un
encuentro vivo y vital con el patrimonio cultural” (DA, 329). De esta forma, las disciplinas
que se enseñan no son sólo un saber por adquirir, sino también valores por
asimilar y verdades por descubrir. En este sentido, es fundamental que la
escuela ponga de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura para que
el proceso de humanización y personalización del ser humano sea completo.
Por un lado,
profundiza en los centros educativos católicos que tienen que “educar en base a
un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder
transformador de su vida nueva” (DA, 332). Esta dimensión recapituladora de Jesucristo es lo que permite
integrar la dimensión trascendente del ser humano con su dimensión inmanente,
la que hace confluir lo religioso con lo mundano. Por eso la Iglesia no puede
sustraerse a la misión de participar en la educación, ya que a través de ella cumple
con su tarea evangelizadora, y por eso enuncia varios principios que deben
orientar la educación en la sociedad civil, tales como la libertad de enseñanza
ante el Estado, el derecho a una educación de calidad especialmente de los más
pobres, los padres primeros y principales educadores de sus hijos, que han de
ser garantizados por el Estado entre una pluralidad de proyectos educativos.
Por otro
lado, aborda las universidades y centros superiores de educación católica,
reafirmando que ellos están llamados a cooperar en la misión evangelizadora de
la Iglesia y, por eso, sus actividades han de vincularse y armonizarse con esa
misión. En las Universidades debe darse de manera excelente el diálogo fe y
razón, fe y cultura, y ha de procurarse una adecuada formación de profesores,
alumnos y administrativos a través de la Doctrina Social y Moral de la Iglesia
para que sean capaces de un compromiso solidario con la dignidad humana y la
comunidad entera.
Destaca la
necesidad de la pastoral universitaria que debe acompañar a todos los miembros
de la comunidad universitaria en su encuentro personal y comprometido con
Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.
También
dedica un párrafo a los Centros e Institutos de Teología y Pastoral animándolos
a asumir con entusiasmo la formación y actualización de los agentes de
pastoral.