Un grupo de poder busca imponer una idea, un proyecto, un modo de
actuar, a otros grupos de poder y, sobre todo, a los muchos hombres y mujeres
que constituyen lo que solemos llamar la ‘mayoría silenciosa’.
La fuerza de los grupos de poder radica en la habilidad de algunos de
sus miembros, en la firmeza de sus decisiones, en los contenidos defendidos (no
basta cualquier idea para triunfar), en la capacidad de neutralizar a los
‘adversarios’, y en la suposición de que la ‘masa’ asistirá pasivamente a las
maniobras realizadas por tales grupos.
Sin embargo, la historia no está completamente en manos de los grupos de
poder. En parte, porque a veces cometen errores que llevan a abortar sus
maniobras. En parte, porque una lucha entre grupos de poder puede llevar a una
especie de neutralización que permite la destrucción recíproca de los proyectos
perseguidos. En parte, porque la ‘masa’ no siempre es tan amorfa como se
suponía, y aquí y allá surgen personas con ideas claras y con voluntades
decididas que no se dejan someter a las presiones de otros.
De todos modos, los grupos de poder consiguen muchas victorias. ¿No
vencieron los bolcheviques al inicio de la revolución rusa de 1917? ¿No
lograron dominar los nazis a todo un pueblo a través de pequeñas conquistas y
desde la aniquilación sistemática de los opositores?
Esas victorias, más allá de las apariencias, no son lo decisivo en la
historia humana. Porque el grupo de poder puede llegar a dominar una empresa,
un partido político, un Estado. Pero nunca podrá aniquilar la fuerza de los
corazones que tienen ideales nobles, que rezan a Dios para pedir su ayuda, y
que siguen su conciencia por encima de lo que otros digan o hagan contra ellos.
Antígona y Sócrates, en ese sentido, son dos paradigmas perennes. La
primera sucumbió ante un tirano según el relato de Sófocles, pero trajo la
ruina a la familia de Creonte. El segundo fue condenado a muerte por quienes
buscaban deshacerse de alguien incómodo, pero luego fue exaltado por sus
discípulos y por millones de hombres y mujeres del pasado y del presente.
Las palabras finales de Sócrates en la ‘Apología’ de Platón resuenan, aún
hoy, como aviso a los ‘poderosos’ que viven y triunfan, y como esperanza para
los ‘débiles’ que sucumben, pero se mantienen fieles a su conciencia: “Ya es hora
de marcharnos, yo a morir y ustedes a vivir. ¿Quién de nosotros se dirige a una
situación mejor es algo oculto para todos, menos para Dios?”.
Mons. Luis Urbanc
Obispo de Catamarca