Epicteto fue un filósofo griego,
de la escuela estoica, que vivió parte de su vida como esclavo en Roma. Nació
el año 55 dC, en Hierápolis, actual Turquía, y murió el año 135, en Nicópolis,
Grecia. Un escrito conocido: el ‘Enquiridion’.
Entre sus enseñanzas está la de
distinguir las cosas que dependen de nosotros, y las que no están en nuestro
poder. Quien reconoce la diferencia vivirá sabiamente. Trabajará por hacer bien
eso que está en sus manos. Acogerá, con serena resignación, aquello que
“ocurre” sin haber podido hacer nada por evitarlo.
Esta distinción puede sernos muy
útil. Muchas veces nace en nosotros un sentimiento de pena o de amargura por
acontecimientos que no estaban en nuestras manos evitarlos. Un terremoto, un
tornado, una sequía, un virus que llegó a nuestros pulmones “gracias” a una
brisa imprevista: miles de hechos ocurren sin que el esfuerzo del hombre más
prudente pueda ser capaz de huir de ellos.
Algunos de estos hechos nos
producen daños enormes. Pero no deberían ser motivo de remordimiento. Es verdad
que, con un poco de espíritu previsor algunas cosas pudieron ser evitadas. Pero
también es verdad que con todas las previsiones del mundo a veces explota una
rueda en la autopista, o nos cae un ladrillo mientras caminamos por la calle, o
comemos un pescado en un restaurante que nos provoca una fuerte infección
intestinal.
En cambio, hay otra gran cantidad
de hechos que sí dependen de nosotros. Ponerme o no ponerme un abrigo al salir
de casa, ver este o aquel programa de televisión, ir o no ir a tal boliche,
fumar o no fumar este cigarrillo. Cada uno puede escoger, puede decidir por
dónde ir, qué lugar escoge de vacaciones, cuándo va al cine con los amigos,
cómo se preparará para cuando llegue la epidemia de gripe, etc.
Del ámbito de nuestras decisiones
nacen un sinfín de remordimientos. Sentimos un dolor profundo porque escogimos
mal, porque nos equivocamos, porque nos dejamos llevar por la pasión o las
prisas. Había que estudiar para ese examen, pero preferí irme de fiesta con los
amigos. Mis padres esperaban que llamase por teléfono, y les di un gran
disgusto al dedicar todo mi tiempo a divertirme, etc. Un amigo enfermo
necesitaba mis palabras de ánimo, y pasó otro día completamente solo en el
hospital, con su angustia y su tristeza…
Sentimos pena por tanto mal que
hicimos, por tanto bien que dejamos de hacer. Sentimos rabia por habernos
equivocado al comprar un objeto que parecía bueno y que sólo nos ha creado mil
problemas en la familia. Sentimos remordimiento por habernos ido demasiado pronto
de vacaciones cuando en casa padres o hijos necesitaban un poco de nuestra
ayuda.
Muchas cosas dependen de mí en
este día. Mi conciencia me ilumina. Los ojos de los que amo me interpelan. La
presencia respetuosa de Dios me susurra dónde está el bien, cuál es el buen
camino. Me toca a mí decidir.
El resultado, sin embargo, será
una mezcla entre lo que he decidido, lo que estaba en mis manos, y las mil
conexiones de la vida que ya no dependen de mí, los mil juegos “del azar” (los
cristianos decimos “de la providencia”) que se entrecruzan y que llevan a
resultados que nos sorprenden, sea por el dolor no esperado, sea por alguna
ayuda no prevista que llega en el momento justo, que nos ayuda en una situación
especialmente difícil.
El compromiso por hacer el bien
es la ley de la conciencia buena. Aceptar un resultado no tan bueno es propio
de un hombre sabio. Descubrir que, detrás de todo está Dios Padre, providente y
bueno que mueve los hilos de la historia, es propio del hombre sabio y santo,
del cristiano auténtico. Ése que puedo ser si decido, libremente, decir que sí
a la voz de Cristo que me habla en el Evangelio, que me pide confiar en Su
Padre. Un Padre que cuida hoy de cada uno de los pájaros del cielo, que nos
mira y ama con su Corazón Bueno, en medio de los vaivenes de la vida.