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25 marzo 2023

También el Obispo dio gracias por los 16 años de su llegada a Catamarca

La Iglesia diocesana vivió con gozo la ordenación de un nuevo diácono

 

“Hoy, el Señor te constituye en samaritano de todo ser humano que encuentres en el camino… siempre compasivo, indulgente, paciente, tolerante, atento, encarnando la ternura de Dios Padre”, dijo el Obispo al dirigirse al nuevo diácono.

 

En la noche del viernes 24 de marzo, el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, ordenó diácono a Ramón Leandro Roldán, durante una ceremonia concelebrada por el vicario general, Pbro. Julio Murúa; el delegado diocesano para la Pastoral Vocacional, Pbro. Diego Manzaraz; el rector de la Catedral y Santuario mariano, Pbro. Gustavo Flores; y numerosos sacerdotes del clero catamarqueño, como también de la Arquidiócesis de Tucumán, Pbro. Pío Pérez, formador del Seminario Mayor; y Pbro. Amadeo Tonello, párroco del Inmaculado Corazón de María, parroquia donde Leandro trabajó pastoralmente el año pasado, mientras cursaba el último año de su etapa de formación. También lo acompañaron seminaristas de Santiago del Estero y Tucumán.

Una gran cantidad de fieles, familiares y amigos, colmó la Catedral Basílica y Santuario del Santísimo Sacramento y de Nuestra Señora del Valle, para vivir este feliz acontecimiento para la Iglesia diocesana.

Como Leandro formó parte de la Banda de Música de la Policía de la Provincia, se hicieron presentes para compartir este momento tan significativo de su vida, la ministra de Seguridad de Catamarca, Dra. Fabiola Segura; el Jefe de Policía, Crio. Gral. Marcelo Ulises Córdoba; el Subjefe de Policía, Crio. Gral. Víctor Hugo Sánchez; los Directores de la Escuela Superior de Policía, Banda de Música y Relaciones Institucionales, Crio. Insp. Enrique Carrazana, Subcrio. Prof. Aldo Mario Castelli, y Crio. Lic. Diego Romero, respectivamente.

En esta Eucaristía, también Mons. Urbanč dio gracias a Dios por los 16 años de su llegada a Catamarca como Obispo Coadjutor, ocurrida el 24 de marzo de 2007.

En el inicio de la celebración eucarística, el vicario general Pbro. Julio Murúa leyó el decreto que dispone la realización de la ordenación diaconal.

Durante su homilía, Mons. Urbanč agradeció a los padres de Leandro: “Miriam y Ramón, quienes supieron acompañar el largo proceso de su formación y discernimiento vocacional”, como también a los hermanos y hermanas, y el resto de sus familiares.

Dio la bienvenida “a los feligreses de la parroquia de Santa Rosa de Lima y demás comunidades, tanto de Catamarca como de Tucumán, donde Leandro ejerció servicios pastorales. Al igual que a la Policía de Catamarca, que inició el Año Jubilar por los 200 años de su creación, de la que nunca dejó de ser miembro y que le ayudó en la formación en valores ciudadanos, en la adquisición de hábitos, en el cultivo del amor a la Patria y el servicio al otro”.

Asimismo, expresó su gratitud “a los formadores del Seminario y a la Arquidiócesis de Tucumán, que está cumpliendo 125 años de su creación y de la que se desprendió nuestra Diócesis de Catamarca, el 5 de febrero de 1910”, y a los sacerdotes del presbiterio catamarqueño, a quienes les confío el cuidado de Leandro.

Dirigiéndose al ordenando dijo: “Querido Leandro, ha llegado la hora de que la Iglesia confirme, por medio del rito de ordenación, el llamado que Dios te hace desde toda la eternidad: «Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones»… Y respondí: ‘¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven’. El Señor me dijo: «No digas: ‘Soy demasiado joven’, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte»… «Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar» (Jr 1,5-10). Este misterio se visibiliza hoy, en este templo, a los pies de la sagrada imagen de la Pura y Limpia Concepción del Valle, en tu persona, querido Leandro, y delante de toda esta asamblea litúrgica. ¡Qué bendición de Dios que no abandona a su pueblo! Y ¡qué responsabilidad para toda la Iglesia diocesana!”.

Acerca de los textos bíblicos proclamados, señaló que “Dios Padre nos está hablando y, sobre todo a ti, Leandro, que nacimos para ser servidores a ejemplo de Jesús, ‘que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate de una multitud’ (Mc 10,45; Mt 20,28)”. En este sentido afirmó que “todos, desde el día del bautismo, tenemos que ejercer la diaconía. Pero, con la ordenación, esta diaconía cobra el rango de ministerio, estrechamente unido al sacerdocio diaconal de Jesucristo”.

En otro tramo destacó “la importancia del servicio a los necesitados y el discernimiento sinodal… todo un plan de vida personal y para trabajarlo con los fieles donde te encuentres. Así crece el Reino de Dios: con servicio y sinodalidad”.

“Querido Leandro, hoy, el Señor te constituye en samaritano de todo ser humano que encuentres en el camino. Pide la gracia de conmoverte siempre ante el dolor, la angustia, el desconcierto, la soledad, el fracaso, el pecado y la fragilidad que marcan la vida humana de los que peregrinamos por esta vida terrena. Que seas capaz y diligente para poner lo mejor de ti al servicio de las necesidades del prójimo. Que no te canses de cuidar a Jesús en la persona de los sufrientes. Siempre compasivo, indulgente, paciente, tolerante, atento, encarnando la ternura de Dios Padre, Misericordia Infinita e Inagotable (cf. Lc 10, 33-37)”, apuntó.

Y lo exhortó: “No pierdas la alegría porque el Señor te llamó para secundarlo, sin ningún mérito de tu parte. Sólo por pura benevolencia, por puro amor, para que seas testigo de su inefable designio de salvación. Si la alegría va a ir manando de tu interior, será fecundo tu ministerio. Para ello, todos los días regálate mucho tiempo para orar, para estar en intimidad con Dios Padre, por medio de su Hijo Jesús, en la caridad del Espíritu Santo”.

Luego continuó: “No te sueltes de la mano de la Virgen Santísima. Invócala cada día con las perlas del Santo Rosario. Refúgiate diariamente en su Inmaculado Corazón. E imita a san José en su discreción, humildad y confianza en la Providencia divina. Cuida de los demás, como él cuidó de Jesús. Aprende del silencio y la laboriosidad de José”.

Hacia el final de su predicación, el Obispo rogó a todos que “recen por los sacerdotes y consagrados para que seamos fieles y ejemplares. Promuevan las vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras en sus hogares a los niños y jóvenes, ayudándoles a forjar un proyecto personal de vida acorde al designio de Dios sobre sus vidas”. En el cierre de su reflexión invocó a Nuestra Madre del Valle y al Beato Mamerto Esquiú.

Seguidamente se inició el rito de la ordenación diaconal en el que Ramón Leandro expresó su voluntad de recibir el Orden Sagrado en el grado del Diaconado. Y se postró mientras toda la asamblea cantaba las Letanías.

A continuación, el Obispo le impuso las manos elevando la plegaria de Ordenación y los padrinos le colocaron la estola según el modo diaconal y lo revistieron con la dalmática. Ya con sus vestiduras diaconales, se acercó al Obispo, se puso de rodillas y recibió el libro de los Evangelios.

El pastor diocesano le dio el abrazo de paz, para manifestar su alegría al recibirlo como diácono.

Después de la bendición final, el flamante diácono recibió presentes de parte de las autoridades de Seguridad de la Provincia, y se dirigió por la nave central hacia el atrio del templo donde fue saludado por los fieles.

 

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos hermanos:

Bienvenidos a esta celebración en la que ordenaré diácono al acólito Leandro Roldán. Un saludo cordial y mi gratitud a sus padres: Miriam y Ramón, quienes supieron acompañar el largo proceso de su formación y discernimiento vocacional. Gracias por su ejemplo de vida cristiana como esposos, padres, catequistas y ciudadanos. También mi saludo y gratitud a los hermanos y hermanas, como al resto de familiares.

            Bienvenidos a los feligreses de la parroquia de Santa Rosa de Lima y demás comunidades, tanto de Catamarca como de Tucumán, donde Leandro ejerció servicios pastorales. Al igual que a la Policía de Catamarca, que inició el año jubilar por los 200 años de su creación, de la que nunca dejó de ser miembro y que le ayudó en la formación en valores ciudadanos, en la adquisición de hábitos, en el cultivo del amor a la Patria y el servicio al otro. Agradezco a los formadores del Seminario y a la Arquidiócesis de Tucumán, que está cumpliendo 125 años de su creación y de la que se desprendió nuestra Diócesis de Catamarca el 5 de febrero de 1910, en la persona del p. Pío Pérez y el p. Amadeo Tonello, párroco de la parroquia Inmaculado Corazón de María. Y a ustedes, queridos sacerdotes del presbiterio catamarqueño, muchas gracias y les confío el cuidado de Leandro.

            Querido Leandro, ha llegado la hora de que la Iglesia confirme, por medio del rito de ordenación, el llamado que Dios te hace desde toda la eternidad: «Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones»… Y respondí: ‘¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven’. El Señor me dijo: «No digas: Soy demasiado joven, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte»… «Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar» (Jr 1,5-10). Este misterio se visibiliza hoy, en este templo, a los pies de la sagrada imagen de la Pura y Limpia Concepción del Valle, en tu persona, querido Leandro, y delante de toda esta asamblea litúrgica. ¡Qué bendición de Dios que no abandona a su pueblo! Y ¡Qué responsabilidad para toda la iglesia diocesana!

            De los textos bíblicos que se proclamaron, Dios Padre nos está hablando y, sobre todo a ti, Leandro, que nacimos para ser servidores a ejemplo de Jesús, “que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate de una multitud” (Mc 10,45; Mt 20,28). Todos, desde el día del bautismo, tenemos que ejercer la diaconía. Pero, con la ordenación, esta diaconía cobra el rango de ministerio, estrechamente unido al sacerdocio diaconal de Jesucristo. Y asumiendo un lugar privilegiado en el ejercicio de la caridad de la Iglesia, sin el cual, la Iglesia dejaría ser el cuerpo místico de Cristo y servidora de la humanidad para que alcance la salvación que Cristo Cabeza consiguió para ella con su muerte y resurrección.

            “Hermanos, busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos la tarea de servir la comida, así nosotros podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra. La asamblea aprobó la propuesta” (Hch 6,3-5).

            El texto destaca la importancia del servicio a los necesitados y el discernimiento sinodal. Así que, querido Leandro, todo un plan de vida personal y para trabajarlo con los fieles donde te encuentres. Así crece el Reino de Dios: con servicio y sinodalidad. “Practica la hospitalidad, sin quejarte. Pon al servicio de los demás los dones que has recibido, como buen administrador de la multiforme gracia de Dios” (1Pe 4,9-10). Para lograrlo y perdurar en el tiempo “observa la moderación y la sobriedad necesarias para poder orar” (1Pe 4,7), medio no negociable para ser fiel al Señor que te llama a servir a los que Él redimió con su sangre. “Ejerce así el ministerio, y Dios será glorificado en todas las cosas” (1Pe 4,11).   

          Querido Leandro, hoy, el Señor que te llama desde toda la eternidad, te constituye en samaritano de todo ser humano que encuentres en el camino. Pide la gracia de conmoverte siempre ante el dolor, la angustia, el desconcierto, la soledad, el fracaso, el pecado y la fragilidad que marcan la vida humana de los que peregrinamos por esta vida terrena. Que seas capaz y diligente para poner lo mejor de ti al servicio de las necesidades del prójimo. Que no te canses de cuidar a Jesús en la persona de los sufrientes. Por favor, siempre compasivo, indulgente, paciente, tolerante, atento, encarnando la ternura de Dios Padre, Misericordia Infinita e Inagotable (cf. Lc 10, 33-37).

            No pierdas la alegría porque el Señor te llamó para secundarlo, sin ningún mérito de tu parte. Sólo por pura benevolencia, por puro amor, para que seas testigo de su inefable designio de salvación. Si la alegría va a ir manando de tu interior, será fecundo tu ministerio. Para ello, todos los días regálate mucho tiempo para orar, para estar en intimidad con Dios Padre, por medio de su Hijo Jesús, en la caridad del Espíritu Santo.

            No te sueltes de la mano de la Virgen Santísima. Invócala cada día con las perlas del Santo Rosario. Refúgiate diariamente en su Inmaculado Corazón. E imita a san José en su discreción, humildad y confianza en la Providencia divina. Cuida de los demás, como él cuidó de Jesús. Aprende del silencio y la laboriosidad de José.

            A todos ustedes, hermanos y hermanas, les ruego encarecidamente que no dejen de rezar por los sacerdotes y consagrados para que seamos fieles y ejemplares. Promuevan las vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras en sus hogares a los niños y jóvenes, ayudándoles a forjar un proyecto personal de vida acorde al designio de Dios sobre sus vidas. Anímenlos a ser generosos y dispuestos a renuncias y sacrificios, requisitos imprescindibles para responder al llamado de Dios cuando pide una entrega radical y total a su plan de salvación en estrecha relación con la misión redentora de su amando Hijo Jesús, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén

¡Madre del Valle, ruega por nosotros!

¡Beato Mamerto Esquiú, ruega por nosotros!

 Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca