Camino a la Beatificación

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14 febrero 2013

Mons. Urbanc: “Profundicemos nuestro camino de conversión, arrepentimiento y cambio para revitalizar nuestra fe”


Con el Miércoles de Ceniza dio inicio la Cuaresma, tiempo que prepara para la celebración de la Pascua de Resurrección. En la Diócesis de Catamarca tuvo una particularidad, ya que en todos los templos, al finalizar la Santa Misa, se realizó un momento de Adoración Eucarística, como desagravio por la profanación sufrida en la Capilla de la Adoración Perpetua.
En la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió la Santa Misa, concelebrada por el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, y el Rector del Santuario y Catedral Basílica, Pbro. José Antonio Díaz, en el transcurso de la cual se concretó el rito de la imposición de las cenizas.

A continuación, el texto completo de la homilía.


Queridos hermanos:
                                         La Liturgia nuevamente nos invita a que, durante cuarenta días, en un marco de penitencia, ayuno, oración y caridad operante, profundicemos nuestro camino de conversión, arrepentimiento y cambio para revitalizar nuestra fe.
            Durante la Cuaresma, a la vez, nos preparamos para celebrar el acontecimiento de la Muerte de Cristo en la Cruz y su Resurrección, con el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia; por tanto, la aprovechemos para entrar en su corazón de Padre y así poder amar a cada ser humano que encontremos en nuestra vida.
            Somos peregrinos, es decir, estamos de paso por este mundo, pero acechados por la tentación de creer que somos de aquí y por eso, consciente o inconscientemente, acomodamos la vida a esta falsa perspectiva. Es verdad que no podemos vivir como fugitivos apáticos, ya que Dios nos puso para cuidar su creación, pero, por esto debemos tener bien claro que nuestra meta está en el mismo corazón de la Santísima Trinidad, y desde este misterio de comunión debemos programar nuestros objetivos, actividades, esfuerzos e ideales. De lo contrario no obtendremos ni lo uno ni lo otro.

            *Hoy es Miércoles de Ceniza. Día especialmente puesto en relieve a fin de que por un corte nos percatemos que hay cosas muy importantes que estamos descuidando y que volvamos nuestra atención sobre ellas y ayudemos a otros a que lo hagan, ya que este ajuste todos lo necesitamos, pues en ello se juega nuestra felicidad.
            *Además, este día lo dispuse como un gran momento para expresar públicamente nuestro desagravio al blasfemo delito de la profanación de la Eucaristía, perpetrado por algunos hermanos nuestros; les pido que sigamos rezando para que se arrepientan del sacrilegio que cometieron. Agradezco a todos los que, desde el fatídico día, se han puesto en permanente oración de reparación y han expresado así el repudio del ilícito. El Señor de la Sagrada Eucaristía los bendiga y nos conceda la gracia de más adoradores.
            *También se suma la noticia de que el Santo Padre, Benedicto XVI, ha madurado la decisión de dar un paso al costado en la conducción de la Diócesis de Roma y por ende del ministerio Petrino. Recemos para que el Buen Pastor, que le confió hace casi 8 años este servicio, lo reconforte y premie abundantemente ya aquí y en la eternidad. ¡Demos gracias a Dios por el regalo que hizo a la Iglesia y al mundo en la persona y ministerio de este Sumo Pontífice, el ‘dulce Cristo de la tierra’!
            La Palabra de Dios es muy elocuente en el llamado que nos hace a la conversión. A través del profeta Joel nos urge: “vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad, y se arrepiente de sus amenazas… prescriban un ayuno, reúnan al pueblo, congreguen a los ancianos y reúnan a los niños. ¡Que los recién casados salgan de su lecho nupcial!...Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, y digan: ¡Perdona, Señor, a tu pueblo!” (Joel  2,12-17). De esta manera se nos indica que no debemos poner el acento en las prácticas externas, sino en la interioridad, puesto que desde dentro debe venir el cambio para que sea auténtico y edificante todo lo que hagamos. Es urgente la interiorización y reflexión de nuestra fe en medio de tanta superficialidad, liviandad y supersticiones con que se vive.
            En este sentido el Papa nos recuerda que las ejercitaciones cuaresmales, en este Año de la Fe, tienen que ayudarnos a relacionar la fe y la caridad, es decir, el ‘creer’ y el ‘amar’, puesto que son inseparables. “La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30)” (Mensaje de Cuaresma, 2013, n° 2c)… “Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La Cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna” (ibid, n° 3d)… “La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5). La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el Bautismo y la Eucaristía. El Bautismo (sacramento de la fe) precede a la Eucaristía (sacramento de la caridad), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co13,13)” (ibid, n 4b-c).
            En la segunda lectura el llamado a la conversión es particularmente apremiante: “Nosotros somos embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios. A Aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por Él.  Y porque somos sus colaboradores, los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios” (2 Cor 5,20-6,1).
            Así se nos enseña que necesitamos de la mediación de la Iglesia, la comunidad que cree, espera y ama, para que logremos una conversión profunda, duradera y fecunda… A propósito otro pasaje del mensaje papal: “En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general, 25-4-2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios, el Papa Pablo VI, en ‘Populorum progressio’, ‘el primer y principal factor de desarrollo es el anuncio de Cristo’ (cf. n.16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (ibid, n° 3b).
            Por tanto, hermanos, ya que ‘éste es el tiempo favorable y éste es el día de la salvación’ (2 Cor 6,2), aboquémonos a poner en práctica las enseñanzas de Jesús, de tal manera que nuestra caridad, oración y ayuno broten de reales convicciones interiores, fruto de nuestra docilidad al Espíritu Santo (cf. Mt 6,1-6.16-18).
            La Virgen del Valle nos ayude a poner la centralidad de nuestras vidas en la celebración, recepción y adoración de la Sagrada Eucaristía y a entrar con buen ánimo en este camino de conversión para impulsar mejor la Misión Diocesana Permanente, por medio de la renovación de todos, en especial, la de nuestros jóvenes. Así sea.