Catamarca celebró la jornada de oración por los enfermos
“Que la Virgen María ayude a cada
enfermo a tomar conciencia del valor redentor de su sufrimiento cuando lo une
al Sacrificio Redentor de Jesucristo”, dijo el obispo.
El jueves 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de
Lourdes, Catamarca celebró la Jornada Mundial del Enfermo a los pies de su
Patrona, la Virgen del Valle, en comunión con la Iglesia en Argentina y el
mundo.
El Obispo Diocesano y presidente de la Comisión
Episcopal de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA),
Mons. Luis Urbanc, presidió la Santa Misa en la Catedral Basílica y Santuario
del Santísimo Sacramento y de Nuestra Señora del Valle, que fue concelebrada
por el Rector y el Capellán del Santuario, Pbros. Gustavo Flores y Luis Páez,
respectivamente.
En esta ceremonia litúrgica, como también en todas las
celebraciones de las distintas comunidades parroquiales, se rezó de manera especial
por los hermanos que padecen alguna enfermedad y por el personal de salud
dedicado a su atención, como también por los voluntarios que prestan su
servicio en la Pastoral de la Salud.
En el inicio de su homilía, Mons. Urbanc explicó que
esta Eucaristía se ofrece “en honor de la Virgen de Lourdes y, a la vez, para
rezar por todos los enfermos, ya que hoy se celebra la Trigésima Jornada
Mundial de Oración por los Enfermos, que también, desde el año pasado, se ha
dispuesto que sea el Día del Enfermo en Argentina -que antes se celebraba en
noviembre-”.
Pidió “a la Virgen María, Madre de los Enfermos, que
ayude a cada enfermo a tomar conciencia del valor redentor de su sufrimiento
cuando lo une al Sacrificio Redentor de Jesucristo. Y que cada cristiano se vaya
preparando para vivir los momentos de enfermedad, pasajeros o constantes, con
esta perspectiva que nos brinda la fe cristiana, en la que no falta la Gracia
de Dios para poder asumir el dolor, los límites, la soledad, cualquier
incomodidad y la misma muerte con la esperanza puesta en las promesas y
certezas que nos da el Señor Jesús, vencedor del pecado y de la muerte”.
Tras considerar que “debemos pasar de una mirada
puramente pasiva, como lo describe el vocablo 'paciente', a una mirada
proactiva, en la que el creyente en situación de enfermedad da testimonio de
Jesús sufriente”, afirmó que “la situación de enfermedad es una ocasión muy
propicia para vivir y anunciar el Evangelio de la Vida, del Amor y de la Paz”.
Tomando el Evangelio proclamado dijo que “hemos
contemplado a Jesús curando a un sordo-mudo, verdadero paradigma del ser humano
de todos los tiempos. Así nos comportamos en relación a Dios, como sordo-mudos.
El que no oye, está severamente impedido para poder hablar”.
En este sentido, invitó a que “pidamos al Señor que
abra nuestros oídos y desate nuestra lengua para que podamos escuchar no sólo a
Dios, sino el clamor de tantos sufrientes que están junto a nosotros, y
anunciar con gozo y libertad las maravillas del Señor”.
En otro tramo de su predicación, el Obispo compartió
algunas partes del mensaje del Santo Padre, Francisco, quien “nos exhorta a
´estar al lado de los que sufren en un camino de caridad’, si es que queremos
tener la certeza de que estamos poniendo en práctica el mandato de Jesús: «Sean
misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36)”.
“Nos dice el Papa -expresó- que es mucho lo que se
hace por los enfermos, pero que no debemos bajar los brazos, puesto que queda
‘mucho camino por recorrer para garantizar a todas las personas enfermas,
principalmente en los lugares y en las situaciones de mayor pobreza y
exclusión, la atención sanitaria que necesitan, así como el acompañamiento
pastoral para que puedan vivir el tiempo de la enfermedad unidos a Cristo
crucificado y resucitado’".
“Respecto de la cita bíblica elegida, el Papa
Francisco afirma que ‘la misericordia es el nombre de Dios por excelencia, que
manifiesta su naturaleza, no como un sentimiento ocasional, sino como fuerza
presente en todo lo que Él realiza. Es fuerza y ternura a la vez. Por eso,
podemos afirmar con asombro y gratitud que la misericordia de Dios tiene en sí
misma tanto la dimensión de la paternidad como la de la maternidad (cf. Is
49,15), porque Él nos cuida con la fuerza de un padre y con la ternura de una
madre, siempre dispuesto a darnos nueva vida en el Espíritu Santo’",
destacó.
Siguiendo con el mensaje del Sumo Pontífice, afirmó
que “el dolor o cualquier sufrimiento nos aísla, nos margina y experimentamos
en carne propia la fragilidad y la angustia a causa de la enfermedad. El
corazón se nos entristece, el miedo crece y los interrogantes se multiplican.
Por eso, es un imperativo hallar la respuesta justa a la pregunta sobre el
sentido del dolor”.
“En estos largos años de pandemia hemos experimentado
la soledad de tantos enfermos en sus últimos días en la tierra, sin lugar a
dudas atendidos por agentes sanitarios generosos, pero lejos de sus seres queridos.
Esto nos ha hecho ver ‘la importancia de contar con la presencia de testigos de
la caridad de Dios que derramen sobre las heridas de los enfermos el aceite de
la consolación y el vino de la esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús,
misericordia del Padre’", indicó.
Hacia el final de su reflexión, Mons. Urbanc
manifestó: “A todos los enfermos dirijo mi atención, agradeciéndoles por todo
lo que ofrecen a Dios en medio de su dolor, y los animo a que no bajen los
brazos, con la certeza de que son verdaderos protagonistas de la implantación
del Reino de Dios en el mundo”.
“Que nuestra Señora del Valle, San José y el Beato
Mamerto Esquiú, intercedan por cada uno de ustedes para que puedan llevar su
cruz, detrás de la Cruz de Jesús”, concluyó.
TEXTO COMPLEO DE LA HOMILÍA
Queridos Hermanos:
Nos hemos
congregado para celebrar la Eucaristía en honor a la Virgen de Lourdes y, a la
vez, para rezar por todos los enfermos, ya que hoy se celebra la Trigésima
Jornada Mundial de Oración por los Enfermos, que también, desde el año pasado,
se ha dispuesto que sea el Día del enfermo en Argentina.
Normalmente
todos pensamos que el enfermo es un objeto más de nuestra caridad, lo cual es
cierto; pero es menester que asumamos nosotros y que le ayudemos al enfermo a
saberse un cualificado sujeto de la tarea misionera que Jesús confió a la
Iglesia, de la que cada enfermo es un privilegiado y eficaz miembro.
Vamos a pedir a
la Virgen María, Madre de los Enfermos, que ayude a cada enfermo a tomar
conciencia del valor redentor de su sufrimiento cuando lo une al Sacrificio
Redentor de Jesucristo. Y que cada cristiano se vaya preparando para vivir los
momentos de enfermedad, pasajeros o constantes, con esta perspectiva que nos
brinda la fe cristiana, en la que no falta la Gracia de Dios para poder asumir
el dolor, los límites, la soledad, cualquier incomodidad y la misma muerte con
la esperanza puesta en las promesas y certezas que nos da el Señor Jesús,
vencedor del pecado y de la muerte.
Sí, mis queridos
hermanos, debemos pasar de una mirada puramente pasiva, como lo describe el
vocablo 'paciente', a una mirada proactiva, en la que el creyente en situación
de enfermedad da testimonio de Jesús sufriente, que se hizo uno con nosotros en
todo menos en el pecado. La situación de enfermedad es una ocasión muy propicia
para vivir y anunciar el Evangelio de la Vida, del Amor y de la Paz.
El Salmo 80 nos
invitó a meditar en la centralidad de Dios: "Yo soy el Señor, Dios tuyo:
escucha mi voz. No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo
soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto".
Los males nos
llegan cuando, personalmente o como pueblo, no queremos escuchar su voz u
obedecer sus mandatos, cuando nos volvemos obstinados en hacer lo que se nos
antoja.
Sin embargo, no
todo está perdido, porque Dios siempre está buscándonos para sanarnos y
sacarnos de nuestros extravíos, en la medida que escuchemos y caminemos detrás
de Él, poniendo toda nuestra confianza en Su Palabra Encarnada, Jesucristo.
En el Evangelio
hemos contemplado a Jesús curando a un sordo-mudo, verdadero paradigma del ser
humano de todos los tiempos. Así nos comportamos en relación a Dios, como
sordo-mudos. El que no oye, está severamente impedido para poder hablar.
¡Cuánto
necesitamos ser curados de nuestra sordera y mudez!
Pidamos al Señor
que abra nuestros oídos y desate nuestra lengua para que podamos escuchar no
sólo a Dios, sino el clamor de tantos sufrientes que están junto a nosotros, y
anunciar con gozo y libertad las maravillas del Señor.
Que podamos
exclamar como aquéllos: «¡Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar
a los mudos!» (Mc 7,37)
En su mensaje,
el Santo Padre, Francisco, nos exhorta a "estar al lado de los que sufren
en un camino de caridad", si es que queremos tener la certeza de que
estamos poniendo en práctica el mandato de Jesús: «Sean misericordiosos así
como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).
Nos dice el Papa
que es mucho lo que se hace por los enfermos, pero que no debemos bajar los
brazos, puesto que queda "mucho camino por recorrer para garantizar a
todas las personas enfermas, principalmente en los lugares y en las situaciones
de mayor pobreza y exclusión, la atención sanitaria que necesitan, así como el
acompañamiento pastoral para que puedan vivir el tiempo de la enfermedad unidos
a Cristo crucificado y resucitado".
Respecto a la
cita bíblica elegida, el Papa Francisco afirma que "la misericordia es el
nombre de Dios por excelencia, que manifiesta su naturaleza, no como un
sentimiento ocasional, sino como fuerza presente en todo lo que Él realiza. Es
fuerza y ternura a la vez. Por eso, podemos afirmar con asombro y gratitud que
la misericordia de Dios tiene en sí misma tanto la dimensión de la paternidad
como la de la maternidad (cf. Is 49,15), porque Él nos cuida con la fuerza de
un padre y con la ternura de una madre, siempre dispuesto a darnos nueva vida
en el Espíritu Santo".
Por eso, los
evangelistas abundan en narraciones de cuánto curaba Jesús a los enfermos y se
ocupaba de variadas necesidades por las que pasamos los seres humanos.
El dolor o
cualquier sufrimiento nos aísla, nos margina y experimentamos en carne propia
la fragilidad y la angustia a causa de la enfermedad. El corazón se nos
entristece, el miedo crece y los interrogantes se multiplican. Por eso, es un
imperativo hallar la respuesta justa a la pregunta sobre el sentido del dolor.
En estos largos
años de pandemia hemos experimentado la soledad de tantos enfermos en sus
últimos días en la tierra, sin lugar a dudas atendidos por agentes sanitarios
generosos, pero lejos de sus seres queridos. Esto nos ha hecho ver "la
importancia de contar con la presencia de testigos de la caridad de Dios que
derramen sobre las heridas de los enfermos el aceite de la consolación y el
vino de la esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús, misericordia del
Padre".
A todos los
enfermos dirijo mi atención, agradeciéndoles por todo lo que ofrecen a Dios en
medio de su dolor, y los animo a que no bajen los brazos, con la certeza de que
son verdaderos protagonistas de la implantación del Reino de Dios en el mundo.
Que nuestra
Señora del Valle, San José y el Beato Mamerto Esquiú, intercedan por cada uno
de ustedes para que puedan llevar su cruz, detrás de la Cruz de Jesús. Así sea.