El domingo 2 de junio, la
Iglesia que peregrina en Catamarca celebró la fiesta de Corpus Christi, del
Cuerpo y la Sangre de Cristo, enmarcada en el Año Universal de la Fe y Año
Diocesano de la Juventud.
Entre las 12.00 y las 13.00,
la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle se colmó de fieles que
llegaron para participar de la hora santa convocada por el Santo Padre
Francisco en forma simultánea en todo el mundo.
Por la tarde, los actos
litúrgicos centrales comenzaron a las 17.00, con la Santa Misa, presidida por
el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes de las
distintas parroquias de Capital, en el altar mayor del Santuario Mariano.
En la oportunidad, el
Secretario Canciller, Pbro. Juan Olmos, dio lectura al decreto por el cual se
nombró a los Ministros Extraordinarios de la Comunión de cada una de las
parroquias de la Diócesis de Catamarca.
Durante su homilía, Mons.
Urbanc destacó que “Cristo se quedó realmente presente en la Eucaristía, con su
cuerpo, sangre, alma y divinidad, para que, nutriéndonos de Él, podamos mudar
nuestros cansancios, agobios y frustraciones, en frescura, disponibilidad,
alegría y entusiasmo misionero”. Luego afirmó que “a la Eucaristía la llamamos
con toda propiedad ‘Comunión’ porque nos une a Cristo y nos capacita para salir
al encuentro de los hermanos, especialmente, a los marginados y alejados. Por
eso, la comunión con Cristo conlleva la comunión con los hermanos, sin excluir
a nadie. Cristo desea que nadie nos sea extraño. La Comunión es antídoto contra
la indiferencia, el egoísmo y el individualismo, tan dañinos en nuestro entorno
social”.
Luego de la celebración eucarística, los
feligreses participaron de la Solemne Procesión alrededor de la plaza 25 de
Mayo, en cuyo trayecto se colocaron altares donde se ubicó al Santísimo
Sacramento por unos minutos para elevar las oraciones de la Iglesia. Los
jóvenes tuvieron una activa participación en la organización de esta fiesta de
la fe.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos
hermanos:
Nos
hemos congregado para celebrar públicamente nuestra fe en la presencia real de
Jesucristo en la Sagrada Eucaristía.
Como
Cuerpo Místico de Cristo, es decir, como Iglesia, celebramos solemnemente dos
veces al año el misterio de la Eucaristía: el Jueves Santo y el domingo después
de la Santísima Trinidad, es decir, Corpus Christi.
El
Jueves Santo celebramos la institución del sacramento del orden sagrado en
orden a la Eucaristía y la misma Eucaristía como memorial de la pasión muerte y
resurrección de Jesús. Pero esta sublime acción de la misericordia divina queda
como ensombrecida por el sufrimiento, muerte y gloriosa resurrección del
Salvador del mundo.
Por
lo cual, desde el siglo XIII, debido a ciertos milagros eucarísticos, cuyos
testimonios hasta el día de hoy se pueden ver, la Iglesia quiso dedicar todo un
día a meditar sobre este sacramento que es ‘fuente y cumbre de toda la vida
cristiana’. Pero con el particular matiz de agradecer a Dios de que nos hace
Iglesia por medio de la Eucaristía y de que la Iglesia fue creada para hacer la
Eucaristía, perpetuo memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de
Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María
santísima.
En
razón de esto, después de la Misa saldremos a realizar una procesión con la
Hostia consagrada alrededor del paseo central de nuestra ciudad, para presentar
a Jesús a toda la sociedad y para rogarle que nos haga más creyentes, más
coherentes con la fe recibida y valerosos para testimoniarlo con nuestro
ejemplo y palabras. A todos les diremos que Dios no abandona a nadie, más aún,
que busca y ama a todos
La
procesión con el Santísimo Sacramento nos hará experimentar que Dios está con
nosotros y en medio nuestro, que Jesús va haciendo historia con nosotros,
ofreciendo permanentemente su sangre por la redención del género humano.
Pasaremos frente a casas, oficinas, edificios públicos y negocios, lugares que
son testigos mudos de la agitación diaria, de los conflictos, de los
sufrimientos y esperanzas de la ciudadanía que necesita descubrir en la
Eucaristía la fuente del auténtico amor y la verdadera e imperecedera
felicidad.
Nuestra
vida cristiana comenzó con el bautismo, pero como toda vida debe crecer y
desarrollarse en medio de luces y sombras, alegrías y penas, bonanzas y
fracasos. Todos somos conscientes de nuestra debilidad, nadie la puede negar,
más aún, hay ciertas cuestiones que superan toda fuerza humana, por ejemplo
perdonar, amar a quienes nos tratan mal, ser fieles hasta las últimas consecuencias,
creerle de verdad y con coherencia a Dios Padre, etc.
Por
ello, Nuestro Señor Jesucristo, no sólo nos liberó del pecado y de la muerte
eterna, sino que quiso darnos su Espíritu para que nos ilumine y fortalezca, y,
como un elemento visible y tangible para nuestros sentidos, quiso quedarse en
la Eucaristía, haciéndose comida y bebida, para que todo aquel que quiera vivir
en comunión con Él reciba de este alimento la fuerza necesaria para amar,
perdonar y servir como Él a sus semejantes, sin distinción de raza, cultura,
posición social o nación.
Cristo
se quedó realmente presente en la Eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y
divinidad, para que, nutriéndonos de Él, podamos mudar nuestros cansancios,
agobios y frustraciones, en frescura, disponibilidad, alegría y entusiasmo
misionero.
A
la Eucaristía la llamamos con toda propiedad ‘Comunión’ porque nos une a Cristo
y nos capacita para salir al encuentro de los hermanos, especialmente, a los
marginados y alejados. Por eso, la comunión con Cristo conlleva la comunión con
los hermanos, sin excluir a nadie. Cristo desea que nadie nos sea extraño. La
Comunión es antídoto contra la indiferencia, el egoísmo y el individualismo,
tan dañinos en nuestro entorno social.
La
Eucaristía nos motoriza a la fraternidad y amistad social. Creo que sería
difícil negar que en nuestra sociedad impera la violencia, la inseguridad, las
adicciones de todo tipo, la miseria variopinta, la inequidad, la justicia
largamente esperada, la sed de venganza, el analfabetismo maquillado de
alfabetización, el avasallamiento de la naturaleza e instituciones, la
mezquindad personal y colectiva, una mala y desigual alimentación, etc.
Por
tanto, de nuestra participación consciente, activa y plena en la Eucaristía
debe brotar un renovado compromiso moral y social que incluya a todas las
personas, a las familias y a las instituciones civiles y religiosas… Con fe,
esperanza, amor y fervientes súplicas al que todo lo puede, un nuevo amanecer
inundará de luz, alegría y paz a nuestro mundo.
Cabe
señalar que la Eucaristía es, a la vez, ‘don’ y ‘compromiso’:
Tanto
el presente, como el futuro están en las manos de Dios, sin embargo, lo están
también en nuestras manos, porque Dios nos dotó del precioso don de la
libertad.
La
Eucaristía nos indica el camino a seguir: *el servicio en la familia, en la
sociedad, en la política, en la justicia, en la economía, en la educación, en
la salud, en el deporte, en las relaciones internacionales, en la cultura, en
la investigación científica, etc., bregando con denuedo contra la pérfida
lógica del egoísmo, que sólo busca el propio beneficio sin importarle el de los
demás seres humanos. El ‘sálvese quien pueda’ no es de cristianos que celebran
y participan del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
*La
solidaridad que orienta los carismas y recursos de cada ciudadano al beneficio
de todos privilegiando a los más débiles y necesitados.
*La
unidad armónica y orgánica que, lejos de empobrecer la originalidad y la
responsabilidad de cada persona, tiende puentes entre las diversidades y crea
convergencias para el bien de cada uno y de todos.
Que
la querida Madre del Valle, primera y más grande adoradora de este augusto
sacramento de fe, esperanza y amor, nos ayude a descubrir este manantial de
vida y felicidad, y a darlo a conocer a tantos que aún no saben de su fuerza,
bondad y consuelo. ¡Así sea!