El martes 5 de noviembre, en
la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, se llevará a cabo un homenaje
a Mons. Pedro Alfonso Torres Farías (O.P.), sexto obispo de la Diócesis de
Catamarca, al cumplirse el 25° aniversario de su fallecimiento.
Los actos comenzarán a las
10.00, con una disertación sobre su episcopado. Luego habrá una ofrenda musical
a cargo de artistas del medio, en tanto que a las 11.00 se llevará a cabo la
misa concelebrada por sacerdotes de la Diócesis.
Breve
reseña
Queridos Catamarqueños:
Les escribo para compartirles una breve
reseña de mi predecesor Mons. Pedro Alfonso Torres Farías, op, quien hace 25
años terminó su peregrinación terrena, luego de haber dirigido la Iglesia de
Catamarca durante más de veinticinco años (02.03.1963-05.11.1988) en tiempos en
que, según palabras del Papa Pablo VI, debía obrarse una renovación humana y
religiosa a la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Esta tarea había
que llevarla a cabo en cada Iglesia particular bajo la guía de pastores
realmente portadores del depósito sagrado de la Revelación y capaces de
proponerlo con eficacia al hombre contemporáneo. Jesús quiso que nuestra
Diócesis recibiese un pastor a quien Él mismo preparó con experiencias previas
en la Orden de los Frailes Dominicos, convocó para que participase en los
debates del Concilio Ecuménico Vaticano II y adornó con notorias cualidades
personales.
Antes de su promoción a la
Sede Episcopal de Catamarca y siendo todavía muy joven, Mons. Torres Farías
asumió cargos de responsabilidad en la Orden Dominica en años tumultuosos para
la Iglesia en Argentina y de cierta complejidad para la Orden en Chile. Estas
experiencias, que lo vieron salir airoso, aceleraron la maduración de sus dotes
naturales y lo prepararon para cumplir sus deberes futuros, disponiéndolo para
difundir la concordia, promover la justicia y consolidar la fraternidad. Así, a
sus cuarenta y cinco años de edad, asumió la conducción de la Diócesis de
Catamarca.
En ese entonces estaba en
plena marcha la celebración del Concilio Vaticano II, del cual Mons. Torres
Farías participó en las etapas segunda, tercera y cuarta, debiendo emitir su
voto sobre todos los documentos promulgados por la sagrada asamblea. Luego de
su conclusión, guió a la Iglesia de Catamarca por la dificultosa ruta de la
aplicación pastoral de las enseñanzas y disposiciones conciliares, tarea
necesaria, urgente, delicada y compleja que exigía una mano prudente,
comprensiva y firme, todo lo cual se encontraba encerrado en el corazón de este
buen pastor.
En efecto, quienes lo
conocieron no pueden dejar de reconocer la prudencia con que estaba adornado el
espíritu de Mons. Torres Farías, lo cual es fácil de constatar si tenemos en
cuenta que, sumariamente, la prudencia se forma con memoria del pasado,
inteligencia del presente y proyección hacia porvenir. Pues bien, memorioso
como era de las personas y de los acontecimientos, Mons. Torres Farías
procuraba organizar lo referido al pasado para aprender de lo ya sucedido y
utilizarlo sabia y bondadosamente en cada situación. Y en este punto no
son pocos los que pueden rendir
testimonio de cómo conocía a las personas y estaba al tanto de los
acontecimientos próximo o remotos del pasado. Además, era poseedor de una
extraordinaria sagacidad y de una gran inteligencia práctica, que era evidente
para toda persona que entrase en comunicación con él. Esto le facilitaba la
elección más conveniente y justa en las más diversas circunstancias. Y,
habiendo decidido alguna acción, procuraba conducirla hasta su consumación con
ejemplar perseverancia y clarividente previsión, de todo lo cual son testigos
la aplicación ordenada de la renovación litúrgica y catequética, la organización
de la pastoral familiar y vocacional, el fomento de las instituciones y de los
movimientos laicales y todo el amplio espectro de la vida pastoral de la
diócesis, de las parroquias, de los organismos y de las instituciones
eclesiales.
Todo este inmenso movimiento
de renovación que abrevaba en la riquísima tradición de la Iglesia, exigía
comprensión tanto respecto a los espíritus osados como con relación a los
retraídos. Y Mons. Torres Farías fue dotado por el Señor con un corazón
comprensivo, reposado y profundamente humano, que lo hacían idóneo para
afrontar las múltiples dificultades que surgían en el camino con una gran paz
interior y una singular apertura hacia las personas, lo que posibilitaba un
pronto acercamiento entre las partes eventualmente en discordia y resguardaba
la paz en la comunidad eclesial, lo que, a su vez, redundaba en provecho de la
vida social.
Pero no ha de pensarse que
fuese Mons. Torres Farías un pastor que practicase un falso irenismo, porque,
por el contrario, velaba con firme y paternal corazón por la pureza de la fe y
de la costumbres, y por una fiel y genuina aplicación del espíritu y de la
letra del Concilio Vaticano II, bajo la guía del Romano Pontífice, por quien
profesaba filial veneración. Esto último pudo observarse con relación a Juan
XXIII, quien lo promovió y en cuyo tiempo recibió la ordenación episcopal; con
Pablo VI, durante cuyo pontificado desempeñó gran parte de su ministerio
episcopal; con Juan Pablo I, de quien recibió, como todo el mundo, el aliento
de la alegría y de la esperanza; y Juan Pablo II, bajo cuyo pontificado
concluyó su servicio episcopal.
Durante su ministerio como
Obispo diocesano vivió inmerso en tiempos difíciles para Argentina y para la
Iglesia en Argentina. Y aunque veló por la preservación de la libertad
evangelizadora de la Iglesia y guardó cauta distancia respecto al poder
político, no se mantuvo ajeno a los problemas sociales. Al contrario, procuró
intervenir con pastoral prudencia en beneficio de la sociedad y sus
instituciones, y, sobre todo, en defensa de la persona y sus derechos cuando
éstos eran conculcados. En Catamarca hay actualmente muchas personas que pueden
rendir testimonio sobre este punto y sobre la respetada presencia eclesial y
social de Mons. Torres Farías.
Al cumplirse veinticinco
años de su fallecimiento, recordamos con reverencia y gratitud al pastor
silencioso, serio, respetuoso y eficaz. Como Iglesia particular damos gracias a
Jesús por habernos concedido tan gran obispo. Como hermanos e hijos en la fe,
suplicamos por su alma, para que reciba el premio prometido a aquellos que son
fieles hasta el fin.
Mons.
Luis Urbanc
8°
Obispo de Catamarca