“Renovemos nuestro compromiso de asumir el estilo sinodal para nuestro presente y futuro como Iglesia diocesana”, dijo el Obispo.
En la tarde de este sábado 1
de abril, vísperas del Domingo de Ramos, una multitud de fieles participó de la
tradicional Peregrinación del Pueblo de Dios, dando inicio a la Semana Santa,
bajo el lema "Con Jesús, caminamos hacia la Pascua".
A primeras horas de la tarde,
familias enteras, abuelos, adultos, jóvenes y niños de las comunidades
parroquiales del Decanato Capital, miembros de instituciones, movimientos y áreas
pastorales, se fueron congregando en la plaza El Maestro, desde donde a las 17.10
comenzaron la caminata hasta la Gruta de la Virgen del Valle, con una destacada
presencia de los Cadetes de la Policía de la Provincia.
A lo largo del trayecto se rezaron
las estaciones del Vía Crucis, matizadas con cantos penitenciales y reflexiones
sobre la Iglesia con estilo sinodal. Los sacerdotes se distribuyeron en el
camino para atender el Sacramento de la Reconciliación.
En la rotonda de La Aguada, el
obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, bendijo los ramos de olivo y luego se
desplazó en procesión junto con los fieles hasta el sector donde se encuentra
la imagen de la Madre Morena, para continuar con la celebración eucarística.
En su homilía, el pastor
diocesano manifestó que “con nuestro caminar hemos emulado el ingreso de
Jesucristo en la ciudad de Jerusalén donde ha sufrido su pasión y su muerte en
cruz, resucitando al tercer día como lo había predicho varias veces durante su
ministerio público”.
“La peregrinación que hicimos
como pueblo de Dios, nos ha comprometido a hacer nuestra propia subida con
Jesús hacia el sacrificio, hacia la entrega de la propia vida por la salvación
de la humanidad en comunión con Él”, expresó.
Al reflexionar sobre los
textos bíblicos proclamados afirmó que “la humildad y el amor de Jesús deben
ser el motor de nuestra entrega al Señor en pobreza de espíritu, obediencia,
humildad y amor”, resaltando la importancia de “fijar nuestra mirada y
confianza en el Señor”. Para ello recomendó que “observemos de cerca a Pedro, analizando sus reacciones y sus
actitudes ante la Pasión de Jesús. Así aprenderemos a confesar nuestros miedos
ante la cruz, a sanar nuestra presunción que desconoce los propios límites, a
reconocer nuestras fragilidades e infidelidades y a llorar por ellas… El Señor conoce nuestro corazón mejor
que nosotros mismos; sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos
muchas veces, que nos cuesta levantarnos y que nos resulta muy difícil curar
ciertas heridas. Pero Él no se cansa de curar nuestras infidelidades y de
amarnos cada vez más (cf. Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra
infidelidad y borrando nuestra traición”.
En otro tramo invitó a que “renovemos en
esta Eucaristía nuestro compromiso de asumir el estilo sinodal para nuestro
presente y futuro como Iglesia diocesana, como Cuerpo Místico de Jesucristo.
Cada uno habitúese a tararear en voz alta o en silencio ‘Juntos como hermanos,
miembros de la Iglesia, vamos caminando al encuentro del Señor’. De esta
manera, se nos irá haciendo tangible e irrenunciable la sinodalidad como parte
esencial de nuestra vida personal, eclesial y social”.
Hacia el final anunció que “el
sábado 15 de abril muchos de nosotros volveremos a este solar para dar inicio
solemnemente al septenario estrenando las ingentes obras que han puesto en
valor y mejor funcionalidad el enclave donde se manifestó la Madre del Salvador
para ayudarnos a ser fieles al amor de Dios y a amarnos los unos a los otros
con sinceridad y sin distinciones de edad, raza, cultura o nacionalidad. Todos
hijos e hijas de Dios y hermanos y hermanas en Cristo Jesús”.
Asimismo, rogó a la Virgen de
los Dolores “que nos acompañes en
esta Semana Santa a llorar por nuestros pecados, a agradecer a Dios por tanta
bondad y paciencia con nosotros y a proponernos con humildad a perseverar en
una vida cristiana auténtica, alegre, testimonial, misionera y sinodal, a fin
de que muchos se acerquen a la Fuente de la Vida y la Felicidad, Jesucristo,
Nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos”.
Como gesto solidario, Cáritas
recolectó alimentos no perecederos y ropa en buen estado para los hermanos más
necesitados, que fueron recibidos en los puestos apostados a tal fin.
Las personas impedidas de
participar de manera presencial, particularmente los ancianos, enfermos y
privados de la libertad, pudieron hacerlo a través de la transmisión de la
frecuencia alternativa 104.3 de radio Valle Viejo, que se sumó a esta
celebración de la fe.
#VivamosJuntosLaSemanaSanta
TEXTO COMPLETO DE LA
HOMILÍA
Queridos hermanos
peregrinos:
Con
esta peregrinación y bendición de ramos damos comienzo a nuestra Semana Santa.
Me congratulo con cada uno de ustedes por iniciar de este modo la contemplación
del misterio de nuestra Salvación, realizado por Jesús, el Hijo de Dios
concebido, gestado, y alumbrado por María Santísima, quien lo educó y cuidó
junto con su esposo san José.
Con
nuestro caminar hemos emulado el ingreso de Jesucristo en la ciudad de
Jerusalén donde ha sufrido su pasión y su muerte en cruz, resucitando al tercer
día como lo había predicho varias veces durante su ministerio público.
La
liturgia nos invita a entrar con Jesús en este misterio de la voluntad
salvífica de Dios Padre, ejecutado por la humilde y generosa obediencia de su
Hijo Encarnado. Durante su entrada a Jerusalén, Jesús es aclamado como rey,
como el hijo de David; pero como "un rey humilde, montado en una
burra" (cf. Zac 9,9). No es, por tanto, un rey prepotente que hace alarde
de su poder; sino un rey manso, humilde, pacífico y artesano de la paz. De aquí
toman sentido los ramos de olivo que recuerdan la paz que nos trae Cristo y que
sólo puede darse cuando Cristo reina en nuestros corazones, en nuestra casa, en
nuestra sociedad. Por tanto, los ramos que llevaremos a nuestros hogares nos
recordarán la misión que estamos asumiendo públicamente de ser artífices de
paz, a ejemplo de Jesús.
La
peregrinación que hicimos como pueblo de Dios, nos ha comprometido a hacer
nuestra propia subida con Jesús hacia el sacrificio, hacia la entrega de la
propia vida por la salvación de la humanidad en comunión con Él, la que se
concretará con nuestra participación en la Santa Misa.
La
primera lectura (Is 50,4-7) nos invita a la escucha, actitud propia del
discípulo, y a la aceptación de los acontecimientos. El siervo no sólo habla y
escucha, sino que padece sin huir, confiando en la ayuda de Dios. Es una clara
invitación, por tanto, a involucraros con la pasión de Jesús prefigurada en los
sufrimientos del siervo.
La
segunda lectura (Flp 2,6-11) nos recuerda el camino de Jesús, su abajamiento y
su obediencia hasta la muerte, como modelo a imitar, para que nos asociemos con
nuestro querer, pensar y sentir a la Pasión de Jesús. La humildad y el amor de
Jesús deben ser el motor de nuestra entrega al Señor en pobreza de espíritu,
obediencia, humildad y amor.
La
lectura de la Pasión (Mt 26,3-5.14-27,1-66) despertó en mí, no sé si también en
ustedes, una sensación de impotencia a semejanza de un piloto que se percata
que no logrará hacer despegar el avión al terminársele la pista, porque la
potencia de sus motores ha sido insuficiente para lograr la velocidad
necesaria. Sin embargo, todo resulta ser muy distinto si fijamos nuestra mirada
y confianza en el Señor. Para ello les recomiendo, en esta ocasión, que
observemos de cerca a Pedro, analizando sus reacciones y sus actitudes ante la
Pasión de Jesús. Así aprenderemos a confesar nuestros miedos ante la cruz, a
sanar nuestra presunción que desconoce los propios límites, a reconocer
nuestras fragilidades e infidelidades y a llorar por ellas. Si somos sinceros
con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad, falsedad,
hipocresía y doblez, de buenas intenciones traicionadas, de promesas no
cumplidas y propósitos diluidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que
nosotros mismos; sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas
veces, que nos cuesta levantarnos y que nos resulta muy difícil curar ciertas
heridas. Pero Él no se cansa de curar nuestras infidelidades y de amarnos cada
vez más (cf. Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad y
borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el
miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado,
recibir su abrazo y exclamar: “Mira, Señor, mi infidelidad, ¡está ahí!, Tú la
cargaste, mi Buen Jesús. Me abres tus brazos y me limpias con tu amor. Por eso,
¡sigo adelante, sin dejar de mirarte y suplicarte que me ayudes!
Por
último, hermanos, los invito a que renovemos en esta Eucaristía nuestro
compromiso de asumir el estilo sinodal para nuestro presente y futuro como
Iglesia diocesana, como Cuerpo Místico de Jesucristo. Cada uno habitúese a
tararear en voz alta o en silencio “Juntos como hermanos, miembros de la
Iglesia, vamos caminando al encuentro del Señor”. De esta manera, se nos irá
haciendo tangible e irrenunciable la sinodalidad como parte esencial de nuestra
vida personal, eclesial y social.
El
sábado 15 de abril muchos de nosotros volveremos a este solar para dar inicio
solemnemente al septenario estrenando las ingentes obras que han puesto en
valor y mejor funcionalidad el enclave donde se manifestó la Madre del Salvador
para ayudarnos a ser fieles al amor de Dios y a amarnos los unos a los otros
con sinceridad y sin distinciones de edad, raza, cultura o nacionalidad. Todos
hijos e hijas de Dios y hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
Por
eso, a Ti, Virgen de los Dolores, te ruego que nos acompañes en esta Semana
Santa a llorar por nuestros pecados, a agradecer a Dios por tanta bondad y
paciencia con nosotros y a proponernos con humildad a perseverar en una vida
cristiana auténtica, alegre, testimonial, misionera y sinodal, a fin de que
muchos se acerquen a la Fuente de la Vida y la Felicidad, Jesucristo, Nuestro
Señor, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
¡Bendita
y alabada sean la Pasión y la Muerte de Nuestro Señor Jesucristo!
¡Y
los dolores de su Santísima Madre!