“El estilo de cercanía sinodal es el que quiere
Dios
para hacer realidad su Reino de amor”
Participaron
de la Eucaristía todos los presbíteros de la diócesis, quienes renovaron sus
promesas sacerdotales, y el Obispo bendijo los óleos santos.
En la noche del Martes
Santo, 4 de abril, el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, presidió la Misa
Crismal a los pies de la Madre del Valle, que fue concelebrada por todos los
presbíteros de la Diócesis de Catamarca, quienes durante la mañana participaron
de la Jornada Sacerdotal, en un clima fraterno y de reflexión preparándose para
vivir las celebraciones de la Semana Santa.
La ceremonia litúrgica, que
fue transmitida a través de las redes sociales, reunió a una gran cantidad de
fieles que colmaron la catedral Basílica y Santuario mariano, para participar
de esta Eucaristía en la que el obispo bendijo los santos óleos y los
sacerdotes renovaron las promesas del día de su ordenación.
En su homilía, Mons. Urbanč
resaltó la importancia de esta Eucaristía “para la vida de los sacerdotes y de
toda la comunidad eclesial, pues vinimos a agradecer al Señor que quiso
perpetuar su condición de Único y Eterno Sacerdote con todos los bautizados de
dos maneras: el sacerdocio común con todos los fieles y el sacerdocio
ministerial con algunos varones elegidos de en medio de su pueblo real,
profético y sacerdotal”.
“Y también para impetrar al
Señor de la vida y la historia que no sólo nos regale los nuevos óleos, sino
que infunda en ellos especiales gracias para que nos ayuden a ser la Iglesia
sinodal que Él siempre quiso, y que así se debe manifestar hasta el fin de los
tiempos. Que estos óleos nos fortalezcan en la misión encomendada”, expresó.
Luego reflexionó ante la
asamblea dirigiéndose de manera especial a los sacerdotes. “Hablaré, en clave
sinodal -dijo-, de cuatro actitudes que dan solidez a la persona del ministro
ordenado y son columnas de la vida ministerial. El Papa Francisco las denominó
cercanías porque siguen el estilo de Dios, que siempre es cercano: cercanía con
el Señor, cercanía con el obispo, cercanía entre los sacerdotes y cercanía con
el pueblo. Estas cuatro proximidades es bueno que despierten en nosotros una
profunda acción de gracias al Señor, porque siempre se muestra cercano a
nosotros y nos enseña cómo ser cercanos desde el estilo de su cercanía, cuya
máxima expresión la encontramos en el Hijo de Dios encarnado”.
En esta línea, afirmó que “también nosotros estamos
llamados a encarnarnos, y hemos sido ungidos y enviados, como hombres cercanos,
artesanos de comunión, que promueven la fraternidad sacramental convencidos de
que no es una utopía; hombres cercanos que promueven la pertenencia de los
bautizados a la comunidad cristiana, sin rivalidades ni exclusiones, y por
tanto hombres convencidos de una Iglesia sinodal que procura la participación
de laicos y consagrados y que tratan a todos con el estilo de proximidad y
acogida de Jesús, siempre dispuestos a sanar y perdonar, sin dejarse llevar por
prejuicios, rutinas y desganos”.
Y continuó: “Hombres con
pasión misionera, abierta y dialogante, cercanos a la gente de estos tiempos,
configurados con Jesús, samaritano de la humanidad, para anunciar en medio de
las llagas del mundo la fuerza renovadora de la resurrección, unidos en la
oración con la Virgen del Valle para que quienes hemos recibido esta vocación
nos dejemos visitar por el Señor en la oración, en los hermanos de presbiterio
y en todos los demás miembros del pueblo santo y fiel de Dios cultivando estas
4 cercanías”.
Asimismo, enfatizó: “Cuán
importante es volver de continuo ‘al amor primero’ para mantener vivo el ardor
misionero, siendo cercanos al Señor, al obispo, a los hermanos de ordenación y
al pueblo confiado en cada rincón de la Diócesis, cada rincón es una joya de
gran valor porque cada persona, cada bautizado, es una joya de incalculable
valor, preciosa a los ojos de Dios y a los nuestros. Estemos seguros de que el
estilo de cercanía sinodal es el que quiere Dios para hacer realidad su Reino
de amor, justicia, verdad, fraternidad, santidad, comunión y paz”.
Luego de desarrollar cada
una de las cuatro cercanías, invitó a consagrarle a la Virgen del Valle “nuestros
propósitos, el estilo sinodal de cercanía y nuestras vidas sacerdotales” con la
oración.
Consagración
del Santo Crisma y bendición de los Óleos
La celebración eucarística
continuó con la renovación de las Promesas Sacerdotales por parte de todos los
presbíteros; dando paso al rito de consagración del Santo Crisma y la bendición
de los nuevos óleos con los que serán ungidos los catecúmenos, los nuevos
bautizados y los enfermos, que luego fueron entregados a los presbíteros para
la administración de los sacramentos en sus respectivas comunidades.
A tal fin fueron llamados, uno por uno, los
párrocos como también sacerdotes responsables de santuarios y templos de los
Decanatos Capital, Centro, Este y Oeste.
Antes de la bendición final,
se alabó a la Madre del Valle con el canto Salve Regina.
Toda la celebración fue
realzada con las voces y melodías del Coro de la Catedral y la Camerata
Catamarca, cuyos integrantes interpretaron Ave verum Corpus, de Mozart; Panis
Angelicus, de Franck; O Redemptor, de Hernado Franco (Barroco
hispanoamericano); y Missa de Angelis (siglo XIV).
#VivamosJuntosLaSemanaSanta
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos
hermanos:
Bienvenidos a esta
celebración. Muchas gracias porque decidieron participar en esta Eucaristía tan
importante para la vida de los sacerdotes y de toda la comunidad eclesial, pues
vinimos a agradecer al Señor que quiso perpetuar su condición de Único y Eterno
Sacerdote con todos los bautizados de dos maneras: el sacerdocio común con
todos los fieles y el sacerdocio ministerial con algunos varones elegidos de en
medio de su pueblo real, profético y sacerdotal. De todo corazón, de nuevo,
infinitas gracias a cada uno de ustedes, fieles laicos, consagrados,
presbíteros, diáconos y seminaristas. Que el Señor y la Virgen del Valle los
sigan cuidando.
Y también para impetrar al
Señor de la vida y la historia que no sólo nos regale los nuevos óleos, sino
que infunda en ellos especiales gracias para que nos ayuden a ser la Iglesia
sinodal que Él siempre quiso, y que así se debe manifestar hasta el fin de los
tiempos. Que estos óleos nos fortalezcan en la misión encomendada.
Sin embargo, en esta ocasión
permítanme que reflexione delante de todos, pero hablando a mis hermanos
sacerdotes, estrechos y amados colaboradores del obispo, al servicio de la
Iglesia y el mundo.
Hablaré, en clave sinodal,
de cuatro actitudes que dan solidez a la persona del ministro ordenado y son
columnas de la vida ministerial. El Papa Francisco las denominó cercanías
porque siguen el estilo de Dios, que siempre es cercano: cercanía con el Señor,
cercanía con el obispo, cercanía entre los sacerdotes y cercanía con el pueblo.
Estas cuatro proximidades es bueno que despierten en nosotros una profunda
acción de gracias al Señor, porque siempre se muestra cercano a nosotros y nos
enseña cómo ser cercanos desde el estilo de su cercanía, cuya máxima expresión
la encontramos en el Hijo de Dios encarnado. También nosotros estamos llamados
a encarnarnos, y hemos sido ungidos y enviados, como hombres cercanos,
artesanos de comunión, que promueven la fraternidad sacramental convencidos de
que no es una utopía; hombres cercanos que promueven la pertenencia de los
bautizados a la comunidad cristiana, sin rivalidades ni exclusiones, y por
tanto hombres convencidos de una Iglesia sinodal que procura la participación
de laicos y consagrados y que tratan a todos con el estilo de proximidad y
acogida de Jesús, siempre dispuestos a sanar y perdonar, sin dejarse llevar por
prejuicios, rutinas y desganos.
Hombres con pasión
misionera, abierta y dialogante, cercanos a la gente de estos tiempos,
configurados con Jesús, samaritano de la humanidad, para anunciar en medio de
las llagas del mundo la fuerza renovadora de la resurrección, unidos en la
oración con la Virgen del Valle para que quienes hemos recibido esta vocación
nos dejemos visitar por el Señor en la oración, en los hermanos de presbiterio
y en todos los demás miembros del pueblo santo y fiel de Dios cultivando estas
4 cercanías.
Cuán importante es volver de
continuo ‘al amor primero’ para mantener vivo el ardor misionero, siendo
cercanos al Señor, al obispo, a los hermanos de ordenación y al pueblo confiado
en cada rincón de la Diócesis, cada rincón es una joya de gran valor porque
cada persona, cada bautizado, es una joya de incalculable valor, preciosa a los
ojos de Dios y a los nuestros. Estemos seguros de que el estilo de cercanía
sinodal es el que quiere Dios para hacer realidad su reino de amor, justicia,
verdad, fraternidad, santidad, comunión y paz.
1.- Cercanía con Dios: Sin una relación significativa con el Señor,
nuestro ministerio está condenado a ser estéril. La cercanía con Jesús, el
contacto con su Palabra, nos permite comparar nuestra vida con la suya y a no
desanimarnos u horrorizarnos por lo que nos pueda ocurrir. Jesús es
contundente: “El que permanece en mí y yo en él da mucho fruto, porque sin mí
nada pueden hacer” (Jn 15,5). En los momentos difíciles digamos con toda
confianza: «¡Señor, no me dejes caer en la tentación! ¡Hazme comprender que
estoy viviendo un momento importante de mi vida y que estás conmigo para probar
mi fe y mi amor!»
Muchas crisis sacerdotales
tienen su origen en una pobre vida de oración, en una falta de intimidad con el
Señor, en una reducción de la vida espiritual a mera práctica religiosa o al
mero ejercicio del ministerio, creyendo que por celebrar varias Misas ya
satisfizo su vida espiritual. Sí, mis queridos hermanos sacerdotes, sin la
intimidad de la oración, de la vida espiritual, de la compañía de Dios a través
de la escucha de su Palabra, de la celebración eucarística, del silencio de la
adoración, de la devoción a María, del sabio acompañamiento de un guía, del
sacramento de la Reconciliación, cualquiera de nosotros sólo será un trabajador
cansado que no goza de los beneficios de los amigos del Señor.
Se trata de aprender a dejar
que el Señor siga haciendo su obra en cada uno y podar todo lo que es
improductivo, estéril y distorsiona la llamada. Perseverar en la oración no
sólo significa permanecer fiel a una práctica: significa no huir cuando la
propia oración nos lleva al desierto, y en ese silencio escuchar a Dios. En la
oración grita nuestro corazón roto y humillado, y a la vez da cabida al dolor
de las personas que se nos confían. Si en ella abrazamos, aceptamos y
presentamos la propia miseria al Señor, será la mejor escuela para poder dar
cabida al dolor y la miseria que encontraremos cada jornada en el ejercicio del
ministerio, hasta llegar a parecernos al corazón manso y humilde de Cristo.
2.- Cercanía con el obispo: frecuentemente damos a la obediencia una
interpretación alejada del sentir del Evangelio. La obediencia no es un
atributo disciplinario, sino la característica más fuerte de los lazos que nos
unen en la comunión. La obediencia, en este caso al obispo, significa aprender
a escuchar y recordar que nadie puede pretender ser el poseedor de la voluntad
de Dios, y que ésta sólo puede entenderse a través del discernimiento. La
obediencia, por tanto, es escuchar la voluntad de Dios, que se discierne
precisamente en un vínculo. Esta actitud de escucha permite desarrollar la idea
de que nadie es el principio y el fundamento de la vida, sino que cada uno debe
relacionarse necesariamente con los demás. Esta lógica de la proximidad, tanto
con el obispo como con los demás, permite romper con todas las tentaciones de
cerrarse, de auto-justificarse y de vivir una vida de soltería con todas las
manías que de ello brota, y esto no es bueno. No es casualidad que el mal, para
destruir la fecundidad de la acción de la Iglesia, busque socavar los vínculos
que nos constituyen. La defensa de los vínculos del sacerdote con la Iglesia
particular y con el obispo hace que la vida sacerdotal sea fiable.
3.- Cercanía entre los sacerdotes: a partir de la comunión con el
obispo es posible y fructuosa la fraternidad sacerdotal. La fraternidad, como
la obediencia, no puede ser una imposición moral externa a nosotros. La
fraternidad es elegir deliberadamente buscar ser santo con los demás y no en
soledad. Un proverbio africano dice: «Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres
ir lejos, ve con otros». San Pablo, en 1Cor 13, nos dejó un claro «mapa» del
amor y, en cierto sentido, indicó a qué debe tender la fraternidad. Un
presupuesto ineludible es la paciencia, que es la capacidad de sentirnos
responsables de los demás, de llevar sus cargas, de sufrir en cierto modo con
ellos y sobre todo de alegrarnos con sus éxitos. Cuidado con la envidia
disimulada que suele ser moneda corriente entre nosotros. Y ésta da lugar a las
críticas y murmuraciones, a rencores y a amarguras paralizantes. El amor
fraterno no busca su propio interés, no deja lugar a la ira, al resentimiento,
como si el hermano que está a mi lado me hubiera defraudado de alguna manera.
Éste se regocija en la verdad y considera un grave pecado atentar contra la
verdad y la dignidad de los hermanos con calumnias, murmuraciones y chismes. El
amor fraterno, si no queremos edulcorarlo, acomodarlo o menospreciarlo, es la
«gran profecía» que estamos llamados a vivir en esta sociedad del descarte,
conforme a las palabras de Jesús: «En esto conocerán todos que son mis
discípulos, en el amor que se tengan unos a otros» (Jn 13,35). Una fraternidad
sacerdotal auténtica es una ayuda excelente para vivir el celibato con mayor
serenidad, sentido y alegría. El celibato es un don que la Iglesia latina
atesora, pero es un don que, para ser vivido como santificación, requiere
relaciones sanas, relaciones de verdadera estima y de verdadero bien que
encuentran su raíz en Cristo. Sin amigos y sin oración, el celibato puede
convertirse en una carga insoportable y en un contra-testimonio de la belleza
misma del sacerdocio.
4.- Cercanía al pueblo: la relación con el Pueblo Santo de Dios es para
cada uno de nosotros no un deber sino una gracia. En la oración alimentemos el
gusto espiritual por estar cerca de la vida de las personas, hasta descubrir
que esto acrecienta y afianza nuestra alegría. Jesús quiere servirse de
nosotros para acercarse al pueblo fiel de Dios. Nos lleva en medio del pueblo y
nos envía al pueblo, de modo que nuestra identidad no puede entenderse sin esta
pertenencia. Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne
sufriente de los demás. Asumamos el estilo de Jesús que obra no como un juez,
sino como el buen samaritano, que reconoce las heridas de su pueblo, el
sufrimiento vivido en silencio, la abnegación y los sacrificios de tantos
padres y madres para sacar adelante a sus familias, y también las consecuencias
de la violencia, la corrupción y la indiferencia, que intenta acallar toda
esperanza a su paso. Sí, mis amados hermanos sacerdotes, el pueblo de Dios, del
que somos miembros, necesita que seamos pastores que sepan de compasión;
hombres valientes, capaces de detenerse ante los heridos y tenderles la mano;
hombres contemplativos que, cercanos a su pueblo, puedan proclamar sobre las
heridas del mundo la fuerza transformadora de la Resurrección de Jesús.
Sé del amor que tienen a la
Virgen del Valle, por eso le consagremos a Ella nuestros propósitos, el estilo
sinodal de cercanía y nuestras vidas sacerdotales, diciendo: “Postrados
humildemente a tus pies, ¡oh Virgen Santísima del Valle!, venimos, a pesar de
nuestra indignidad, a elegirte por Madre, abogada y protectora, ante Jesús, tu
Hijo divino, para amarte, honrarte y servirte fielmente todos los días de
nuestras vidas. Alcánzanos de Jesús un vivo horror al pecado; la gracia de
vivir y morir en la fe más viva, en la esperanza más firme, en la caridad más
ardiente y generosa. ¡Oh Virgen del Valle! danos el consuelo de que en la hora
de nuestra muerte, entreguemos nuestras almas en tus manos, y seamos conducidos
por ti a la gloriosa inmortalidad”. Amén.