Camino a la Beatificación

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17 abril 2023

Mons. Urbanč en el homenaje de los misioneros

“El verdadero misionero jamás deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina, habla, respira y trabaja con él”

 

En la noche del 16 de abril, Domingo de la Misericordia y primer día del Septenario en honor de Nuestra Madre del Valle, rindieron su homenaje los misioneros.

La Santa Misa fue presidida por el obispo diocesano, Mons. Luis  Urbanč, y concelebrada por el padre Carlos Rodríguez, asesor de la Pastoral Misionera; y el padre Ramón Carabajal, capellán de la Catedral Basílica y Santuario mariano.

Durante esta celebración eucarística asumieron su servicio los miembros de la nueva Comisión Diocesana de esta área pastoral, para lo cual se leyó el decreto correspondiente, a cargo del padre Diego Manzaraz, Canciller y Secretario General de la Curia Diocesana.

En el comienzo de su homilía el Obispo rogó “que la Madre del Cielo les ayude en la noble tarea de evangelizar y, sobre todo, que el nuevo Equipo Diocesano logre concretar los objetivos que se propongan. No tengan miedo, cuando hay amor a Jesucristo crece este deseo de hacerlo conocer, de llevar su amor a todos, con el entusiasmo que viene de la fe”.

“Jesús nos anima a mantenernos firmes, llenos de valor, a preferir incluso la muerte antes que fallarle a Él, que traicionar su amor, que callar el mensaje de la salvación”, dijo, enfatizando que “el verdadero misionero jamás deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él”.

También señaló que “la misión es salir para detenerse, para andar por parajes, pueblos, ciudades, realidades sociales y los nuevos areópagos. Pero no sólo pasando, sino deteniéndonos. Dejando que nos detengan para acercarnos, para mirar a los que gritan desde las orillas, las periferias. Y, siguiendo la temática propuesta para esta jornada, estén convencidos que evangeliza sólo aquél que anuncia las enseñanzas de Jesús y las practica”.  

Al reflexionar sobre la escena del Evangelio donde “los discípulos están encerrados en una casa. Cerrados a la luz, incapaces de enfrentar la vida, al «¿ahora qué»? Atrapados por sus recuerdos, tristezas y añoranzas…”, indicó que “estar ‘con las puertas cerradas’ es todo un símbolo. Es estar cerrados al diálogo, dándole vueltas a ‘lo que me ha pasado a mí’, a lo que hice, o, a lo que me han hecho, cerrados al encuentro con los otros, a no querer saber nada de nada, ni de nadie; cerrados a la reflexión sobre lo que ha pasado, sin intentar encontrarle algún sentido. No saber qué hacer, ni a dónde ir, ni qué decir”.

En este marco, más adelante afirmó que “Jesús entra y abre las puertas. Igual que abrió las puertas de su sepulcro. Y su nueva vida -su Pascua- es contagiosa, se extiende, se reparte, se multiplica” y “con su luz toca nuestra oscuridad, alivia y da sentido a nuestro sufrimiento, a la experiencia del fracaso, al desconcierto por lo que nos ha pasado”.

Hacia el final suplicó: “Querida Madre del Valle, ruega a Jesús que entre en nuestras casas, en nuestras comunidades y en nuestros asuntos para que volvamos a escuchar el rumor de la vida, para que dejemos de ser tan incrédulos y nos atrevamos a decir ‘Señor mío y Dios mío’, pues estando Él en medio nuestro irá cambiando el rostro de cada comunidad y de toda la Iglesia”.

 

Nuevo equipo

El nuevo equipo de la Pastoral Misionera quedó integrado por:

Director Diocesano: Pbro. Carlos Rodríguez.

Coordinador: Luis Carrizo.

Responsable de Secretaría, Prensa y Difusión: Griselda Doria.

Responsable de Tesorería: Daniela Cedrón.

Delegada de la IAM: Victoria Cabeza.

Delegado de Grupos Misioneros y Familias Misioneras: Eduardo Ontivero.

Responsable de Formación y Espiritualidad: Pablo Olmos.

Responsable de Promoción y Animación Misionera: René Coronel.

 

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos devotos y peregrinos:

                                                              Hoy rinden su homenaje a la Virgen del Valle miembros de la Pastoral misionera. Bienvenidos y que la Madre del Cielo les ayude en la noble tarea de evangelizar y, sobre todo, que el nuevo Equipo Diocesano logre concretar los objetivos que se propongan. No tengan miedo, cuando hay amor a Jesucristo crece este deseo de hacerlo conocer, de llevar su amor a todos, con el entusiasmo que viene de la fe. Jesús nos anima a mantenernos firmes, llenos de valor, a preferir incluso la muerte antes que fallarle a Él, que traicionar su amor, que callar el mensaje de la salvación. El verdadero misionero jamás deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. La misión es salir para detenerse, para andar por parajes, pueblos, ciudades, realidades sociales y los nuevos areópagos. Pero no sólo pasando, sino deteniéndonos. Dejando que nos detengan para acercarnos, para mirar a los que gritan desde las orillas, las periferias. Y, siguiendo la temática propuesta para esta jornada, estén convencidos que evangeliza sólo aquél que anuncia las enseñanzas de Jesús y las practica.      Ahora querría que reflexionemos sobre la escena del Evangelio: Los discípulos están encerrados en una casa. Cerrados a la luz, incapaces de enfrentar la vida, al « ¿ahora qué»? Atrapados por sus recuerdos, tristezas y añoranzas. Hablando bajito y sin mirarse a los ojos. Incomunicados, a pesar de estar juntos. Masticando un fracaso y rumiado una desilusión más de la vida. La noche era oscura, no se esperaban un final así. Se sentían culpables ¡y sin remedio! No podían ni imaginarse que pudiera llegar una luz nueva, al amanecer del primer día de la semana. No se habían enterado aún de que ocurrió algo extraordinario, único, maravilloso y esperanzador que cambiaría todo para siempre. Estar "con las puertas cerradas” es todo un símbolo. Es estar cerrados al diálogo, dándole vueltas a «lo que me ha pasado a mí», a lo que hice,  o, a lo que me han hecho, cerrados al encuentro con los otros, a no querer saber nada de nada, ni de nadie; cerrados a la reflexión sobre lo que ha pasado, sin intentar encontrarle algún sentido. No saber qué hacer, ni a dónde ir, ni qué decir.

Hermanos y hermanas, ¿No vivimos a veces nuestra vida y nuestra fe como escondidos,  con el miedo que nos ahoga y con desconfianza ante todo lo que ocurre alrededor?

Motivos no nos faltan, por ejemplo: *miedo a que me hagan daño otra vez; *miedo a que me juzguen mal; *miedo a volver a ilusionarme y a soñar, y llevarme un nuevo chasco; *miedo a quedarme solo, a no tener fuerzas, a fracasar, etc.

Creo que todos experimentamos que la vida nos va dejando una dosis de escepticismo y desesperanza. Sin embargo, es muy importante individuar la casa en la que se encuentran: El Cenáculo, donde habían compartido muchas comidas con Jesús, y en especial la Última Cena. Allí resonaban todavía -aunque sin comprenderlas ni creerlas del todo- las últimas palabras de Jesús: «No los dejaré solos», «mi paz les doy», «tomen y coman», «ustedes son mis amigos, por quienes daré mi vida», «ámense como yo los he amado», «coman mi cuerpo», «beban mi sangre», «hagan lo mismo que yo he hecho, en memoria mía»... Pero también, como clavadas en el alma, aquellas otras palabras de advertencia: «Cuando sea herido el pastor, se dispersarán las ovejas». «Uno de vosotros me va a entregar». «Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces»

«¿no han podido velar siquiera una hora conmigo?» Se sentían tan encerrados y enterrados como su maestro en el sepulcro. Pero estaban juntos. Aunque faltara alguno, ¡estaban juntos!  Al menos eso todavía les duraba: la unión, el grupo de compañeros que el Maestro había ido construyendo con tanto esfuerzo.

Jesús entra y abre las puertas. Igual que abrió las puertas de su sepulcro. Y su nueva vida -su Pascua- es contagiosa, se extiende, se reparte, se multiplica. Si él ha salido de la oscuridad, también la luz tiene que llegar a los suyos. Si él ya no está encerrado, es porque sabe cómo hacer saltar todos los cerrojos. Y los hace saltar también en el Cenáculo.

A menudo Jesús nos encuentra en el mismo lugar donde lo abandonamos, donde habíamos escuchado atentamente sus palabras,

donde habíamos comido y bebido con Él. En el lugar donde los hermanos se reúnen y se encuentran. Y con su luz toca nuestra oscuridad, alivia y da sentido a nuestro sufrimiento, a la experiencia del fracaso, al desconcierto por lo que nos ha pasado. Y se pone ahí, en medio, que es donde siempre ha querido estar. En medio de nuestros fracasos y en medio de la comunidad. En medio de nuestra vida y de nuestras inquietudes.

No está esperando que lo vayamos a buscar. Es él quien viene cuando ni siquiera lo esperábamos,  cuando lo creíamos perdido para siempre. Y lo primero que hace es pacificarnos. Hacernos descubrir que no está todo perdido. Que nuestros errores no son insalvables, si él pone en ellos su misericordia. Lo tendrá que hacer  muchas veces, porque la tristeza, las sombras y el miedo se adueñan de nosotros muchas veces. Y al pacificarnos nos hace capaces de pacificar y reconciliar a otros. El demonio de la violencia y del fracaso no tiene nada que hacer ante su paz. El círculo vicioso de la venganza y la culpa ha quedado roto, y, gracias a Él también nosotros lo podemos romper. Y, ese corazón herido por odios, engaños, resentimientos y enemistades, puede volver a amar, y amar más fuerte, más intensamente, más generosamente. ¡También perdonar y pedir perdón!... Dios nos ha perdonado para que vayamos repartiendo a otros el perdón, porque ese perdón que el Señor nos ofrece tiene también que desbordarse, extenderse.

Todo esto será posible cuando recibamos, como un soplo de aire fresco, el don de su Espíritu. Luego nos hará ver sus llagas, heridas y sufrimientos, que son las señales de su amor: Esas manos abiertas, llenas de ternura, dispuestas a tomar las nuestras. Ese costado abierto, por el que se desborda el amor como una fuente inagotable. Nos invita a tocar las llagas, para que veamos que el dolor puede ser transformado, y porque no estuvo bien alejarnos mientras él sufría en la cruz. Nos invita a tocar las llagas, porque sólo palpando con nuestras propias manos el sufrimiento de los hombres, podremos darnos cuenta de que siguen abiertas, sangrantes hoy en el cuerpo de sus hermanos, que son los nuestros.

Querida Madre del Valle, ruega a Jesús que entre en nuestras casas, en nuestras comunidades y en nuestros asuntos para que volvamos a escuchar el rumor de la vida, para que dejemos de ser tan incrédulos y nos atrevamos a decir «Señor mío y Dios mío», pues estando Él en medio nuestro irá cambiando el rostro de cada comunidad y de toda la Iglesia.

Invoca al Espíritu Santo y estaremos dispuestos a salir a la calle para dar testimonio de la luz, la verdad, el amor, el perdón, la unidad, la justicia y la paz que el Resucitado nos trae, repartiendo y compartiendo los dones que hemos recibido para que el mundo crea, y creyendo se salve.

Ruega que la Misericordia Divina, manifestada en tu Hijo, nos movilice a ser heraldos de la misericordia en cada situación de dolor, desconcierto, desilusión, fracaso, enemistad, injusticia y muerte.

Que no nos cansemos de acudir asiduamente a nuestros templos para celebrar la Eucaristía y compartir el Pan de la Vida, alabando a Dios con alegría y de todo corazón para que seamos vistos con agrado y de un modo edificante por todos, especialmente por los que no creen, no aman ni esperan. Que nadie pase necesidad al lado nuestro, activando cada uno la caridad que brota inextinguible del Corazón Misericordioso de Jesús.

¡¡¡Viva la Divina Misericordia!!!    

¡¡Viva la Virgen del Valle!!

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 Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca