El pasado 5 de febrero hemos dado gracias al Señor por haber creado nuestra Diócesis de Catamarca encomendada a la protección de nuestra querida Virgen del Valle: Madre de Dios y Madre nuestra. “¡Nuestra Señora del Valle, ruega por nosotros!”
Con el Miércoles de Ceniza damos inicio al exigente tiempo de Cuaresma, que este año cobra particular importancia para nosotros ya que nos deberá ayudar a cultivar las actitudes y a realizar las acciones propias de un Año Jubilar, a saber: reconciliación con Dios y con los hermanos, restablecimiento del orden que favorece la buena convivencia de todos los ciudadanos, renovación del ardor misionero de cada uno y de todos los bautizados, revalorización de la vida sacramental y una afectiva y efectiva vivencia eclesial de nuestra fe. El núcleo está en renovarnos como Cuerpo Místico de Cristo que somos, es decir, ser de verdad su Iglesia, su comunidad, su pueblo, su familia. Todas estas figuras nos hablan de un todo orgánico. Todos caminando hacia un mismo lado, bajo la guía de un mismo Espíritu, el que ungió y resucitó a Jesucristo, y que hizo nacer su Iglesia
Para ilustrar bíblicamente nuestro peregrinar cuaresmal les propongo profundizar en una de las tantas experiencias edificantes del pueblo de Dios. Me refiero a lo vivido en tiempos de Nehemías, año 446 aC, aproximadamente, durante el reinado del rey persa Artajerjes I.
Nehemías (que significa ‘Dios consuela’), en el exilio, era el encargado de servir el vino en el comedor de Artajerjes I y gozaba de la estima del rey. Notemos que es un laico que se encuentra muy bien y sin necesidad de complicar su vida por nada. Sin embargo, al enterarse de la calamitosa situación tanto de la gente como de la ciudad de Jerusalén, cayó en una gran postración espiritual y dirigió una oración a Dios: “¡Ah, Señor! Que tus oídos estén atentos a la plegaria de tu servidor y a la plegaria de tus servidores, que se complacen en venerar tu nombre. Permíteme lograr mi cometido y que sea bien recibido por el rey” (Ne 1,11). Dios escuchó su plegaria movilizando al rey a percatarse de que su copero real andaba triste y a preguntarle qué le estaba pasando, a lo que Nehemías responde: “¿Cómo no voy a estar con la cara triste, si la ciudad donde están las tumbas de mis padres se encuentra en ruinas y sus puertas han sido consumidas por el fuego?” (Ne 2,3), y convenció al rey que le facilitara un comando especial para reconstruir la ciudad, sobre todo las murallas.
No me detendré en la reconstrucción material que emprendió Nehemías, pero si en la ‘rehabilitación moral’, ya que urgía rehacer los vínculos sociales entre los mismos hebreos que regresaban del exilio, sobre todo, porque los más afortunados se aprovechaban de los más pobres recurriendo a la usura y los abusos. Por eso las quejas se hacían cada vez más virulentas, lo cual llegó a oídos del sacerdote Esdras, quien intervino de manera enérgica e innovadora, proponiendo la remisión de las deudas. El dirigente Nehemías no dilató su respuesta, dando el ejemplo: “Lo que ustedes hacen no está bien…También yo, mis hermanos y mi gente hemos prestado dinero y trigo. Condonemos la deuda” (Ne 5,9-10). La iniciativa de Nehemías fue aplaudida por todos: “Restituiremos todo, sin reclamarles nada; haremos como tú dices” (Ne 5,12).
Comentando esta buena disposición de la gente, Nehemías refirió más detalladamente su comportamiento totalmente desinteresado en el desarrollo de su misión en la reconstrucción de Israel: “Los primeros gobernadores que me habían precedido gravaban al pueblo, exigiéndoles cada día pan y vino…Yo, en cambio, no obré de esa manera por temor de Dios…nunca exigí el impuesto debido al gobernador, porque el pueblo ya debía soportar un duro trabajo” (Ne 5,15-18).
En el trabajo de reconstrucción encontraron entre las ruinas el Libro de la Ley (Torah), de modo que, el primer día del séptimo mes, delante del pueblo reunido hubo una lectura solemne de la Ley por parte del sacerdote Esdras y de sus ayudantes: “La alegría fue muy grande. Día tras día, desde el primer día de la semana hasta el último, se leyó el libro de la Ley de Dios. Durante siete días se celebró la Fiesta, y el octavo día hubo una asamblea solemne, como está establecido” (Ne 8,17-18).
El volver a descubrir la Ley, que expresa la voluntad de Dios, provocó una reflexión en todo el pueblo que, de hecho, descubrió que no había cumplido con Dios y ruega humildemente perdón en una ‘confesión’ pública de culpa: “nuestros reyes, nuestros jefes, nuestros sacerdotes y nuestros padres no practicaron la Ley; no hicieron caso de tus mandamientos ni de las advertencias que les habías hecho…hoy estamos esclavizados; sí, somos esclavos aquí, en el país que diste a nuestros padres, para que gozáramos de sus frutos y de sus bienes” (Ne 9,34.36). Hasta se llega a firmar una especie de ‘pacto de fidelidad’ a la Ley (cf. Ne 10,1-40), por ejemplo: no casar las hebreas con extranjeros, respetar el descanso sabático, llevar cada año al templo los primeros frutos de la tierra, etc. Como se ve, un serio intento de volver a observar la Ley, reafirmando su carácter divino.
Nosotros también debemos hacer un profundo examen de conciencia para reconocer nuestras infidelidades y omisiones, pedir perdón, restituir y también establecer un ‘pacto de fidelidad’ con el Amor de Dios: “amor con amor se paga”.
Este tiempo cuaresmal debe llevarnos a realizar, con generosidad, gestos de caridad, justicia y servicio para con nuestros semejantes; inspirados en el amor divino, forjar actitudes en orden a renovar nuestras estructuras sociales y eclesiales, que sólo serán posibles si cada uno purificó y sanó su propio corazón. No nos olvidemos que la renovación debe ser integral: abarcar toda nuestra vida, tanto civil como eclesial, familiar como personal, espiritual como profesional, privada como comunitaria, científica como moral; ningún resquicio del ‘hombre viejo, debe quedar en pie.
Entremos de buena gana a la palestra cuaresmal, convencidos de que el ayuno, la oración y las obras de caridad generosamente realizadas obrarán profundas y duraderas transformaciones en nuestras vidas, recordando la Palabra de Dios: “Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente.” (2 Cor 9,6-7). El camino cuaresmal conduce a la Pascua; Pascua es Libertad. Sólo Cristo nos hace libres, pues para que seamos libres nos redimió con su muerte y resurrección (cf. Gal 5,1). Libres fuimos creados, y sólo quien es verdaderamente libre en Cristo y con Cristo, es Feliz.
Son mis votos más entrañables que toda nuestra Iglesia diocesana de Catamarca logre, durante todo este año, una profunda renovación y una gran capacidad para escuchar al Espíritu Santo, que es el motor de toda vida creyente y comprometida con el anuncio de la Buena Nueva.
Mons. Luis Urbanč
Obispo de Catamarca