Camino a la Beatificación

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20 marzo 2013

Dos jóvenes catamarqueños serán ordenados Diáconos


El viernes 22 de marzo, serán ordenados diáconos los jóvenes Facundo Ariel Brizuela y Eduardo Navarro, pertenecientes a las parroquias Santa Rosa de Lima (Capital) y San Juan Bautista (Tinogasta).
La ceremonia se llevará a cabo a las 20.00, en el Altar Mayor de la Catedral Basílica de Nuestra Madre del Valle, y será  presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del clero local, que  llegarán de todo el territorio diocesano.
Facundo Ariel Brizuela nació el 14 de mayo de 1986 en San Fernando del Valle de Catamarca, y tiene cuatro hermanos. Estudió en las escuelas Rivadavia, Elvira Grellet de Caro, N° 198 del barrio Huayra Punco; el Polimodal lo hizo en el Colegio Nuestra Señora del Valle.
Eduardo Navarro nació el 24 de noviembre de 1981, en el departamento Tinogasta. Es el menor de cinco hermanos. Cursó los estudios primarios en la escuela Adolfo P. Carranza, y los secundarios en la escuela Gral. José de San Martín.

¿Qué es un diácono?
Un diácono (del griego διακονος, diakonos, «servidor» vía latín diaconus) es un hombre que ha recibido el primer grado del sacramento del Orden Sagrado por la imposición de las manos del obispo.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, los diáconos no son sacerdotes, a pesar de sí pertenecer al orden sagrado: en el momento de recibir el sacramento del orden sacerdotal en el grado de diaconado, el fiel pasa a ser clérigo.
Los primeros diáconos fueron ordenados por los Apóstoles: Hechos 6, 1-6. y fueron 7, el más destacado de ellos fue el protomártir San Esteban.

Funciones del diácono
El diácono proclama el Evangelio y asiste en el Altar, administra los sacramentos del bautismo, del matrimonio y bendice, lleva el Viático a los enfermos (no pueden administrar la Unción de los Enfermos, antes llamada Extremaunción). Además, pueden dirigir la administración de alguna parroquia, se le puede designar una Diaconía y otros servicios según la necesidad de la Diócesis. En fin, todo lo relacionado con la misericordia y caridad además de animar a las comunidades que se le responsabilicen.

Vestiduras propias del Diácono
Las vestiduras propias del diácono son la estola puesta al modo diaconal, es decir, cruzada en el cuerpo desde el hombro izquierdo y unida en el lado derecho, a la altura de la cintura y sobre ésta la dalmática, vestidura cerrada con amplias mangas, utilizada sobre todo en las grandes celebraciones y solemnidades.

 Testimonios
Facundo Brizuela
 “Cuando hablo de mi vocación, sostengo que me di cuenta de ella en mi adolescencia, pero también reconozco que el llamado fue desde siempre; es decir, que a medida que pasaban los años, veía que todo lo que me pasaba en mi vida estaba en orden a recibir la propuesta del Señor de seguirlo en el ministerio sacerdotal.
La pregunta sobre querer ser sacerdote estuvo presente casi siempre, y mi respuesta también siempre fue negativa. A pesar de admirar siempre a sacerdotes concretos, negaba cualquier posibilidad. Sin embargo, a medida que iba creciendo, una inquietud me asediaba: ¿por qué no? Esta pregunta también fue respondida con un no instantáneo, pero la pregunta volvía.
Cuando empecé el Polimodal, me llamaba mucho la atención la vida del seminarista (menor) y haciéndome amigo de ellos y del rector (en aquellos tiempos el P. Reinaldo Oviedo) participaba de las actividades del Seminario Menor hasta que empecé un proceso de discernimiento. Llegué a la conclusión de que no quería entrar al Seminario porque no quería dejar a mi familia; entonces, la posibilidad de ser sacerdote la había descartado en mi vida, pero esto no era la última palabra.
En el momento de elegir una carrera universitaria, la inquietud volvió, ya en otro contexto: con el firme deseo de querer formar mi familia y de ser profesor. Fue en ese momento que Jesucristo entró en mi vida con más claridad. Participé de un retiro del movimiento Palestra, en ese escenario decidí seguir al Señor de manera rotunda, y en ese camino volví a preguntarme lo que venía preguntándome, pero de otro modo: ¿por qué no seguir al Señor en el sacerdocio? Y con esa pregunta decidí entrar al Seminario Mayor para sacarme la duda de una vez por todas.
Estuve ocho años en el Seminario y en todo ese tiempo estuve discerniendo si es voluntad divina que yo sea sacerdote. Entonces, en el transcurso de estos años cambié yo la pregunta: ¿Señor quieres que te siga en el sacerdocio? Por supuesto que la respuesta no es fácil de encontrarla, pero estos años cambiaron mi vida para bien y, por acontecimientos concretos, creo que Cristo me llama para servirlo en el sacerdocio”.

Eduardo Navarro
 “A la hora de presentarse uno, cómo no recordar aquellas palabras que se encuentran en el libro del profeta Jeremías: ‘Antes que te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré...", ya que tomando como horizontes dichas palabras es capaz de iluminar de un modo más pleno, la vida y los seres queridos que acogieron la vida de uno como un don y una tarea.
En el año 2001, comencé el discernimiento con el P. Domingo Martín Chaves, e ingresé al Seminario Mayor de Tucumán  al año siguiente.
En el año 2008 interrumpí la formación en agosto, volviendo a Tinogasta. Me reincorporé a la formación en la segunda mitad de año 2010, haciendo una experiencia en la Parroquia San Isidro, Valle Viejo, acompañado por el P. Juan Néstor Olmos. Luego cursé un año completo en el Seminario Mayor. Volví a la Diócesis la primera mitad del año 2012, para realizar una experiencia en la Parroquia Nuestra Señora de Luján, con sede en Chumbicha, siendo acompañado por el P. Moisés Pachado.
Dos cosas resaltaría, de todas las riquezas de la formación: primero, la experiencia de la pérdida de mi padre en el año 2004, que fue seguida de mi enfermedad, y el hecho de haber interrumpido la formación. Ambas experiencias colmaron de una gran riqueza la experiencia de fe, de oración, me ayudaron a crecer como persona, como creyente y como un llamado a seguir más de cerca al Buen Pastor.
Fueron en esos momentos, en el desierto, cuando la vida de uno transcurre en medio de una ‘soledad poblada de aullidos’ (Dt. 32, 10). En ese desierto pude escuchar la voz del Buen Pastor, en medio de las otras voces; y experimentar su misericordia, y cómo su corazón hablaba a mi corazón, para consolarlo, apacentarlo, a pesar de mi debilidad, de mi miseria”.