En el marco de la 125° Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), que se está desarrollando en la casa de ejercicios espirituales El Cenáculo de Pilar, Buenos Aires, durante la mañana de este jueves 14 de noviembre, el Cardenal Mario Poli presidió la Misa por los Obispos fallecidos. La Eucaristía fue concelebrada por nuestro padre obispo Mons. Luis Urbanč y el obispo emérito de San Justo, Mons. Baldomero Martini.
Compartimos
la homilía del Cardenal Poli:
Desde los primeros tiempos, la
Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su
favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez
purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios (CEC 1032). Solidarios
con esta noble tradición y en virtud de la "comunión de los santos",
hoy celebramos esta eucaristía en sufragio y con el corazón agradecido por los
hermanos obispos que ya se unieron a la muerte redentora de Cristo, para que
por la misericordia divina puedan contemplar el rostro de Dios Padre. Lo
hacemos con-fiados en las palabras que Pablo dirigió a los Tesalonicenses: «así
como creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios resucitará con Jesús
a los que murieron en él» (1 Ts 4,13).
La Sabiduría viene en ayuda de
nuestra fe y nos consuela al revelarnos que las almas de nuestros hermanos
obispos están en las mejores manos, las del Padre Creador. Ellos viven
eternamente y reciben de Dios la recompensa a sus fatigas, y son contados entre
los hijos de Dios, para compartir la herencia con los santos. El lenguaje sapiencial
nos hace superar cualquier pensamiento frívolo y mundano, para llevarnos al
plano de la trascendencia, como lo hicieron quienes nos precedieron: «su
esperanza estaba colmada de inmortalidad». Y también nos sentencia algo que nos
da aliento para los que tenemos que seguir sirviendo: «Por una leve corrección,
recibirán grandes beneficios, porque Dios los puso a prueba y los encontró
dignos de él. Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos».
El Evangelio es una
exhortación a descansar en la promesa de Jesús y su Padre. La imagen que nos
ofrece Juan de este nuevo nacimiento a la vida eterna se resume en algo tan
familiar como lo es “la Casa de mi Padre”. Jesús se presenta como pedagogo y
servidor: se adelanta para prepararnos un lugar, vendrá a buscarnos y nos llevará
de la mano para compartir con él la feliz eternidad. El que nos atrae es el
Padre por medio de su Hijo, para que en el momento de entregar el préstamo
sagrado de la vida nos dejemos atraer por amor.
Tendremos presente a los recientemente
fallecidos, con quienes compartimos muchas horas en los espacios que nos brinda
la Conferencia. Elevamos una sentida acción de gracias por habernos entregado
generosamente un magisterio que nos sigue iluminando, «brillarán y se
extenderán como chispas por los rastrojos» (Sab 3,7); igual que sus testimonios
de vida que nos edifican y contagian deseos de seguir sus huellas. Recordamos
sus palabras por la sabiduría que encierran y no dejan de sorprendernos la
proyección de sus gestos, que el humilde pueblo fiel guarda celosamente como
legado espiritual de sus pastores. Hoy queremos hacer un alto en el camino para
hacer lo que nos aconseja la carta a los Hebreos: «Acuérdense quienes los
dirigían, porque ellos nos anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo
ter-minó su vida e imiten su fe» (Hb 13). Agradezcamos a todos aquellos que sin
cálculos nos ofrecieron el servicio de comunión, asumiendo responsabilidades
que significa-ron sacrificios, renunciamientos, humillaciones y dolorosos
escándalos que solo Dios conoce. Sus incondicionales iniciativas de amor siguen
vigentes y son parte de la luz que el espíritu esparce en el campo de su
Iglesia. Cómo no ser agradecidos si muchos de nosotros hemos cosechado lo que
ellos sembraron. Bernárdez, poeta católico lo dice con bellas y razonables
palabras:
Al fin y al cabo comprendí
que,
lo que el árbol tiene de
florido,
vive de lo que tiene
sepultado.
Por eso hay algo más para
volver a pasar por el corazón y es el instante de nuestra ordenación episcopal.
En unos instantes de silencio recordemos a los obispos difuntos que por la
imposición de sus manos nos infundieron el Espíritu Santo y con él el
ministerio apostólico, los que derramaron sobre nuestras cabezas el óleo de
alegría y con un abrazo nos recibieron en el cuerpo episcopal. Eterna gratitud
a todos ellos y esperamos confiados abrazarlos en la gloria.
Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca / @DiocesisCat