El domingo 1 de septiembre, culminaron las fiestas patronales en honor a Santa
Rosa de Lima, en la ciudad capital, bajo el lema “En misión permanente, unidos
por la fe”. Las festividades se enmarcaron en la etapa de la pos-visita
pastoral del Obispo Diocesano a esa parroquia, y en los 100 años de la fundación
de la capilla del Señor del Milagro, motivo por el cual la procesión se inició en
la comunidad de Choya.
La marcha se encaminó por
avenida Virgen del Valle, desde la capilla de Choya hasta el templo parroquial.
Durante el largo recorrido, los fieles caminaron animados por cantos, vivas y
oraciones. Las comunidades del Señor del Milagro, en Choya, Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro, Virgen de la Dulce Espera y Nuestra Señora de Fátima participaron
con las imágenes de sus Santos Patronos.
También se sumaron a esta
manifestación pública de fe los niños de la Catequesis, portando globos y
banderines blancos y amarillos; abanderados, alumnos y docentes de la comunidad
educativa del colegio Cristo Rey y Santa Rosa, y numerosas familias con niños
en cochecitos y en motos, dando un marco
colorido y de fervor a la Santa limeña.
Al llegar al templo, ubicado
en la intersección de avenida Virgen del Valle y calle Rojas, la multitud fue
recibida con los sones de la Banda de Música de la Municipalidad Capital, a
cargo del Maestro José Moltó.
Posteriormente, el párroco,
Pbro. Manuel Bulacio, dirigió palabras de gratitud a todos los presentes por la alegría
manifestada a lo largo del camino, al predicador de la novena, Pbro. Julio
Quiroga del Pino, al colegio Cristo Rey y Santa Rosa, a las diferentes
comunidades de la parroquia y a la Banda de Música Municipal, e inmediatamente
se ingresó al templo para participar de la Santa Misa, presidida por el Vicario
General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, y concelebrada por el Párroco,
Pbro. Manuel Bulacio, y los Vicarios Parroquiales, Pbros. Angel Nieva y Alfredo
Reyna.
“Ser
vitraux de Dios”
El Padre Reyna inició su
homilía contando la experiencia de “un niño que visitó, con su familia, una
capilla que tenía muchos vitraux con imágenes de Santos, y ante su curiosidad
de saber qué eran recibió una respuesta de su madre, que quedó en su memoria y
la repitió, tiempo después, en una clase de religión, cuando la maestra les
preguntó quién sabía quiénes eran los Santos. El respondió que eran unas cosas
muy grandes, llenas de muchos colores y que cuando le pasa el sol ilumina toda
la iglesia. El niño, desde su inocencia, había conceptuado muy bien lo que es
la figura de un Santo. Justamente, un Santo es una persona que fue tan
transparente en su vida, en su corazón, que se dejó atravesar por la luz de Jesucristo”.
A partir de este relato,
explicó que “un Santo es una persona que no se puso a sí misma para que la
vieran sino que se hizo transparente, dejó pasar a través de ella la luz de Jesús.
Y esto es lo que hoy celebramos en Santa Rosa de Lima, la primera Santa de
América Latina. Una joven que se hizo transparente, que dejó pasar a través de
ella la luz de Jesús. Por eso, todos los que estuvieron alrededor de ella,
todos los que vivieron a su lado fueron testigos de esto: de la luz de Cristo,
que se manifestaba radiante a través de su vida, de sus palabras, de sus
gestos, de sus actitudes. Esto es un Santo, aquel hombre o mujer que se hizo
transparente en su vida y en su corazón dejándose atravesar por la fuerza y la
gracia de Dios. Y esta capacidad, esta gracia de ser Santo no es privilegio de
unos pocos sino que la santidad es una vocación para todos nosotros. Pero para
eso uno tiene que hacer de su corazón como un vitraux, algo que sea transparente
para que la luz de Cristo no encuentre obstáculo sino que pueda manifestarse a
través de nosotros”.
La
humildad, virtud de los Santos
En otro tramo, el sacerdote
dijo que “Jesús hoy habla de la humildad, la virtud que todos los Santos
tuvieron, sin la cual ninguno de ellos podría serlo, porque la humildad es una
de las primeras virtudes que nos hace transparentes. El que es soberbio, egoísta,
el que quiere aparecer, el que quiere ser reconocido, nombrado, opaca la luz de
Jesús. Para ser Santo no tenemos que ponernos como el centro de la atención
sino que el Señor debe ser aquél que se manifieste a través de nuestra vida, y
para eso es necesario ser humilde para que en mi vida, en mis palabras y en mis
actitudes no aparezca otro que no sea el mismo Jesús. Como dice San Pablo: ‘Ya
no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí’, y esta es la experiencia que
todos los Santos tuvieron a
lo largo de su camino. Que también nosotros, a
imagen de Santa Rosa, seamos un vitraux de Dios; que también nosotros, por
intercesión de ella, podamos dejarnos pasar por la fuerza y la luz de Cristo a
través de nuestra vida, para que otros conozcan y amen a Jesús, para que otros
también se dejen iluminar por esa gracia
de Dios, que quiere dejarnos a cada uno de nosotros”.