Camino a la Beatificación

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06 diciembre 2023

En el séptimo día de la novena

Emocionado homenaje de los niños de la Catequesis y sus catequistas a la Virgen

 

“Valoremos este ministerio catequístico que, a lo largo de la historia, ha permitido que Jesús sea conocido de generación en generación”, dijo el Obispo.

 

Un emotivo homenaje le ofreció a la Virgen la Junta Diocesana de Catequesis, catequistas y especialmente niños y niñas que este año recibieron su Primera Comunión en las distintas comunidades parroquiales, acompañados por sus familias. También en esta jornada, dos niños de la provincia de Córdoba recibieron por primera vez a Jesús Sacramentado a los pies de la Madre Morena.

Este tributo se llevó a cabo en la noche del martes 5 de diciembre, durante la Santa Misa presidida por el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por el padre Marcelo Amaya, Director de la Junta Diocesana de Catequesis, y el padre Ramón Carabajal, capellán del Santuario mariano.

En el inicio de su homilía Mons. Urbanč saludó a los alumbrantes de esta Misa y rogó “que la Madre de los catequistas los prodigue de gracias para seguir con este valioso apostolado”; después expresó: “Antes que nada, los invito a que demos gracias a Dios por este enorme regalo que significa que haya catequistas por todos lados”.

Entonces reflexionó: “Cuando tú dices creo, estás diciendo creemos y cuando reconoces que crees en Jesús, siempre hay una prehistoria de amor, y hubo personas que, con sus gestos y sus palabras, te hicieron enamorarte de Dios (…) si nosotros creemos es porque otros nos lo anunciaron. Por eso, valoremos este ministerio catequístico que, a lo largo de la historia, ha permitido que Jesús sea conocido de generación en generación”.

“A ustedes, queridos catequistas, les repito las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque es digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron»”, manifestó.

A continuación exhortó: “Por favor, siempre pidamos a Dios y a la Virgen para que todos los catequistas procuren tener un profundo encuentro con Jesús que los motive a encontrarse con los demás. Porque si el catequista no tiene un verdadero encuentro con Jesús, su catequesis es puro cuento. Ya que es bastante frecuente que el catequista quiere anunciar a Jesús, pero olvida estar con Él (…) De la calidad y profundidad del encuentro con Jesús, será también la calidad de lo que vamos a transmitir (…) El catequista no es un vendedor, ni proselitista, ni propagandista. El Señor lo ha seducido, se le metió en el corazón, lo ha enamorado; y, porque está  enamorado, no puede dejar de hablar con Él y de Él (…) A Jesús tenemos que anunciarlo y compartirlo con alegría. Porque si anunciamos a Alguien que resucitó y que nos transformó la vida, se supone que eso nos llena de gozo”. Y aquí se impone algo muy importante en la vida de todo cristiano, más aún del catequista: leer, estudiar y meditar asiduamente la Palabra de Dios, para que esa Palabra resuene y marque las consignas para vivir el día de una manera distinta”.

Más adelante les dijo: “Queridos catequistas, cuiden y destaquen el Domingo, como Día del Señor para ustedes y así contagiarán a otros el deseo de estar con Él. De manera que, cada Domingo sea un día de fiesta porque Jesús es El Señor”.

Pasando luego a la meditación de la Palabra de Dios proclamada, señaló que “el Adviento es tiempo de espera y de esperanza. Tiempo de recordar y celebrar el acontecimiento más trascendental de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios, que vino a salvarnos”. Así, pidió: “Apoyados en la fe y fortalecidos por la esperanza, pidámosle a Dios que vivamos este Adviento en clave sinodal y que nos conceda una mirada limpia y serena, para clavar nuestra pupila en quién es el único que merece ser visto y contemplado: Jesucristo”.

Y cerró su prédica con este ruego: “Querida Madre del Valle, tú y José han sido los catequistas de Jesús en el humilde hogar de Nazaret. Ustedes con el ejemplo y las oportunas palabras lo fueron introduciendo en los misterios de la fe judía. Con la asistencia de cada sábado a la sinagoga han logrado que adorara y obedeciera a Dios, a quien lo reconoció como Padre y luego lo anunció como Padre de todos los hombres. Allí aprendió a escrutar las Escrituras y a descubrir su misión. Allí celebraba con toda la comunidad las gestas salvíficas de Dios en favor del pueblo de Israel. Con sus padres aprendió a peregrinar cada año a Jerusalén para celebrar la Pascua, reconociendo el templo como la casa de su Padre celestial… Por eso, te pido que cada catequista, más si es padre o madre, aprenda de ustedes en la trasmisión de la fe a sus hijos y catequizandos, con el ejemplo coherente de vida y con sabias enseñanzas extraídas de las Sagradas Escrituras, la viva Tradición y el Magisterio auténtico de la Iglesia”.

En el momento del ofertorio, niños y catequistas acercaron al altar dones particulares y el pan y el vino.

 

Consagración y canto a María

Antes de la bendición final, todos los niños presentes se consagraron a la Virgen María ante su sagrada imagen.

Y como corolario de este homenaje, Jeremías, uno de los niños que este año reció su Primera Comunión, entonó con su dulce voz el canto “Virgen Morenita”, cuya interpretación cerró con vivas y aplausos a la Reina del Valle por parte de la asamblea que reunió a muchos hermanos peregrinos.


TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos devotos y peregrinos:

Se nos propuso que durante esta jornada reflexionemos si de verdad estamos siendo una “comunidad atenta e involucrada en las problemáticas sociales”. ¿Cuál será la respuesta que le podemos dar a Jesús y a la Virgen? ¿Estarán contentos con nosotros?

Hoy rinden su homenaje a la Madre del Valle los miembros de la Junta Diocesana de Catequesis, catequistas y niños que recibieron la primera comunión. Bienvenidos a esta celebración y que la Madre de los catequistas los prodigue de gracias para seguir con este valioso apostolado.

Amerita que me explaye en este imprescindible y no suficientemente valorado servicio de evangelización.

Antes que nada, los invito a que demos gracias a Dios por este enorme regalo que significa que hay catequistas por todos lados.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 166, “El creyente que ha recibido la fe de otro, es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes; yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe contribuyo a sostener la fe de los otros”.

Cuando tú dices creo, estás diciendo creemos y cuando reconoces que crees en Jesús, siempre hay una prehistoria de amor, y hubo personas que, con sus gestos y sus palabras, te hicieron enamorarte de Dios.

Alguna vez en la catequesis pregunté a los niños ¿cuál es la razón de ser del ombligo? Los descoloqué, pero uno más despabilado dijo: ‘para juntar pelusa’... Sin embargo, creo que coincidimos, el ombligo nos recuerda una prehistoria de amor. Siempre tenemos que reconocernos como don. Y por eso surge esa palabra tan hermosa: “gracias”. Y, si nosotros creemos es porque otros nos lo anunciaron. Por eso, valoremos este ministerio catequístico que, a lo largo de la historia, ha permitido que Jesús sea conocido de generación en generación.

Qué importante es cuidar a esos catequistas que, en nuestras parroquias, con sus capillas, son el rostro de una Iglesia que se entrega con alegría, perseverancia y generosidad. Y a ustedes, queridos catequistas, les repito las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque es digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron» (Lc 10,23-24).

Por favor, siempre pidamos a Dios y a la Virgen para que todos los catequistas procuren tener un profundo encuentro con Jesús que los motive a encontrarse con los demás. Porque si el catequista no tiene un verdadero encuentro con Jesús, su catequesis es puro cuento. Ya que es bastante frecuente que el catequista quiere anunciar a Jesús, pero se olvida estar con Él. A cuántos catequistas le debería resonar: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas; y, sin embargo, una sola es necesaria. María, tu hermana, ha escogido la mejor parte que no le será quitada” (Lc 10,41-42). Por eso, queridos catequistas, si quieren anunciar a Jesús, si quieren ser misioneros, si quieren trabajar por el reino, no se olviden de estar con Él. De la calidad y profundidad del encuentro con Jesús, será también la calidad de lo que vamos a transmitir. La Iglesia se constituye en ese ‘ven y verás’ que nos habla el evangelio de Juan 1,46. De ese encuentro personal, de esa intimidad con el maestro, que fundamentan un verdadero discipulado y aseguran que nuestra catequesis, que nuestra misión, que nuestro servicio eclesial tenga su sabor genuino, alejando todo peligro de racionalismo, de ideologización que quitan vitalidad a la buena noticia. No hay que tener miedo a decir que nuestra Iglesia, nuestra gente, necesita catequistas santos, cristianos que muestren a Jesús.

Una vez le preguntaron a Gandhi, qué es lo que más admira del cristianismo, y él dijo, “admiro a Cristo”. Entonces el periodista le preguntó ¿Y por qué no es cristiano?, “por la incoherencia de algunos cristianos”. A veces nos llenamos la boca de Jesús, pero con nuestros gestos, con nuestras actitudes espantamos a la gente. Por eso, es necesario que pidamos para los catequistas, experiencia de un encuentro personal con Jesucristo.

El catequista no es un vendedor, ni proselitista, ni propagandista. El Señor lo ha seducido, se le metió en el corazón, lo ha enamorado; y, porque está  enamorado, no puede dejar de hablar con Él y de Él.

Hoy más que nunca, en medio de tantas actividades, complejidades y tantos cambios, la tarea del que anuncia a Jesús, se simplifica. ¿Cómo? dirá alguno… Ciertamente es una paradoja. Sin embargo, en tiempos complicados tenemos que volver a la simpleza del evangelio. “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños” (Lc 10,21). Solamente desde un encuentro personal con Jesús podremos desempeñar este gran servicio de la ternura, sin quebrarnos o dejarnos agobiar por la presencia del dolor y el sufrimiento. Más que nunca, es necesario que nos animemos a salir al encuentro del hermano, que tengamos el estilo, la tonada de Jesús que siempre nos habla de cercanía, de servicio, de alabanza, de alegría. Por eso, vinimos a ver a la Virgen María, que es la que sale de prisa, con estilo misionero, para a alabar a Dios y para servir a los hermanos.

De niño escuché una frase: ‘un santo triste, es un triste santo’. Qué bueno aplicarlo al catequista, al sacerdote, al papá, a la mamá, al docente, al médico, etc. Es obvio que todos estamos llamados a ser santos.

 A Jesús tenemos que anunciarlo y compartirlo con alegría. Porque si anunciamos a Alguien que resucitó y que nos transformó la vida, se supone que eso nos llena de gozo. Imaginémonos que lo hacemos con cara triste, ¿qué pensará nuestro interlocutor? Seguramente que dirá: “Si Jesús te dejó así no me lo anuncies, yo no tengo ganas de vivir así”. Y aquí se impone algo muy importante en la vida de todo cristiano, más aún del catequista: leer, estudiar y meditar asiduamente la Palabra de Dios, para que esa Palabra resuene y marque las consignas para vivir el día de una manera distinta. En la Palabra de Dios encontrarán el mejor tratado de pedagogía, el mejor modo de aprender a evangelizar, el mejor modo para ser cercanos, el mejor modo para que seamos una Iglesia sinodal, el mejor modo para ser signo de comunión y para estar dispuestos a ofrecer la propia vida por los demás.

 Pero a Jesús también hay que celebrarlo cada Domingo en la Santa Eucaristía. Queridos catequistas, cuiden y destaquen el Domingo, como Día del Señor para ustedes y así contagiarán a otros el deseo de estar con Él. De manera que, cada Domingo sea un día de fiesta porque Jesús es El Señor.

Amarlo y hacerlo amar, decía Santa Teresita. Hacerlo amar no tanto con palabras, sino mostrándolo. Hoy se juega el partido. No sabemos si mañana vamos a vivir. Hoy tenemos la oportunidad única, extraordinaria de regalarle nuestro corazón.

Por último, echemos una mirada al texto de Isaías que nos ayuda a vivir el tiempo de Adviento que ayer iniciamos. Lo descrito por el profeta parece utópico. Puede ser que lo sea para muchos, pero creo que, aunque la situación del mundo es compleja y dolorosa, es posible porque ya brotó ese vástago, sobre el que se posó el Espíritu del Señor; está en nosotros.

Nunca los tiempos fueron fáciles, siempre ha habido, desastres, ambición, deseo de dominar, acumulación de poder y dinero por parte de algunos, y esto provoca desigualdad y desunión. La actitud fundamental para vivir el Adviento, es la de discernir nuestra propia situación personal, social y eclesial, para descubrir cómo hacer realidad esos tiempos que suenan a idílicos o ilusorios.

El Adviento es tiempo de espera y de esperanza. Tiempo de recordar y celebrar el acontecimiento más trascendental de la historia: El nacimiento del Hijo de Dios, que vino a salvarnos. Dios se hace uno como nosotros, para ser el Dios con nosotros. Isaías es el profeta que anima al pueblo, no recordándole lo que está haciendo mal, sino lo que Dios le está pidiendo. El profeta no critica la actuación del pueblo, sólo manifiesta el deseo de Dios para ellos. Pretende suscitar la esperanza en el pueblo porque Dios está empeñado en bendecir y sanear a su pueblo.

Para hacer el discernimiento sobre nuestra situación personal, social y religiosa, y hacerlo con rectitud de corazón y, por tanto, con ojos positivos, debemos ser humildes, sencillos, y escuchar la voz del Espíritu Santo. Esto es lo que venimos haciendo hace dos años con el proceso sinodal.

Apoyados en la fe y fortalecidos por la esperanza, pidámosle a Dios que vivamos este Adviento en clave sinodal y que nos conceda una mirada limpia y serena, para clavar nuestra pupila en quién es el único que merece ser visto y contemplado: Jesucristo.

Querida Madre del Valle, tú y José han sido los catequistas de Jesús en el humilde hogar de Nazaret. Ustedes con el ejemplo y las oportunas palabras lo fueron introduciendo en los misterios de la fe judía. Con la asistencia de cada sábado a la sinagoga han logrado que adorara y obedeciera a Dios, a quien lo reconoció como Padre y luego lo anunció como Padre de todos los hombres. Allí aprendió a escrutar las Escrituras y a descubrir su misión. Allí celebraba con toda la comunidad las gestas salvíficas de Dios en favor del pueblo de Israel. Con sus padres aprendió a peregrinar cada año a Jerusalén para celebrar la Pascua, reconociendo el templo como la casa de su Padre celestial… Por eso, te pido que cada catequista, más si es padre o madre, que aprendan de ustedes en la trasmisión de la fe a sus hijos y catequizandos, con el ejemplo coherente de vida y con sabias enseñanzas extraídas de las Sagradas Escrituras, la viva Tradición y el Magisterio auténtico de la Iglesia. Amén.

¡¡¡Viva la Virgen del Valle!!!

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Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca / @DiocesisCat