En la madrugada argentina de hoy, 26 de abril, tuvo lugar en la Plaza de San Pedro la Misa por el funeral del Papa Francisco, presidida por el decano del Colegio Cardenalicio, Cardenal Giovanni Battista Re. Ante una plaza completamente llena, el cardenal Re hizo un repaso del legado pastoral del Pontífice, quien “eligió recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal”.
Aquí, la homilía completa:
"En
esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado
tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos
12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el
corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que
la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una
vida de felicidad que no conocerá el ocaso.
En
nombre del Colegio de Cardenales agradezco cordialmente a todos por su
presencia. Con gran intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un
profundo agradecimiento a los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones
oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima
hacia el Papa que nos ha dejado.
La
masiva manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días,
después de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado
mentes y corazones el intenso pontificado del Papa Francisco.
Su
última imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del
pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los
graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la
Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil
descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.
Con
nuestra oración queremos ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para
que le conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su
inmenso amor.
Nos
ilumina y guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de
Cristo que interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que
estos?”. Y la respuesta de Pedro fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes
todo; sabes que te quiero”. Y Jesús le confió la gran misión: “Apacienta mis
ovejas” (cf. Jn 21,16-17). Será esta la tarea constante de Pedro y de sus
sucesores, un servicio de amor a imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no
vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una
multitud» (Mc10,45).
A
pesar de su fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer
este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las
huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas
su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la
Iglesia de Dios, recordando la frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La
felicidad está más en dar que en recibir» (Hch 20,35)
Cuando
el Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para
suceder al Papa Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa
en la Compañía de Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de
21 años de ministerio pastoral en la Arquidiócesis de Buenos Aires, primero
como Auxiliar, luego como Coadjutor y después, especialmente, como Arzobispo.
La
decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección
programática y de estilo con la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse
en el espíritu de san Francisco de Asís.
Conservó
su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de
su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto
directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos,
con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin
medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un Papa
en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa
atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo
suscitaba en la Iglesia.
Con
el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y
metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas
de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a
vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio,
que él solía calificar como “cambio de época”.
Tenía
gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las
personas alejadas de la Iglesia.
Lleno
de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa
Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las
esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con
un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e
inmediata.
Su
carisma de acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la
sensibilidad de hoy, tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas
morales y espirituales.
El
primado de la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una
clara impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su
primera Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Una alegría que llena de
confianza y esperanza el corazón de todos los que se confían a Dios.
El
hilo conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una
casa para todos; una casa de puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a
la imagen de la Iglesia como “hospital de campaña” después de una batalla con
muchos heridos; una Iglesia determinada y deseosa de hacerse cargo de los
problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo
contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de
todo credo o condición, sanando sus heridas.
Innumerables
son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También
fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres.
Es
significativo que el primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla
símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En
la misma línea fue también el viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico
y el Arzobispo de Atenas, así como la celebración de una Misa en la frontera
entre México y Estados Unidos, con ocasión de su viaje a México.
De
sus 47 agotadores Viajes Apostólicos quedará especialmente en la historia el de
Irak en 2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa difícil Visita Apostólica
fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto había
sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue también un viaje importante para el
diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral. Con la
Visita Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la
periferia más periférica del mundo”.
El
Papa Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia,
resaltando constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona
siempre, cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen
camino.
Quiso
el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, destacando que la misericordia es
“es el corazón del Evangelio”.
Misericordia
y alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco.
En
contraste con lo que definió como “la cultura del descarte”, habló de la
cultura del encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó
todo su Pontificado con tonos vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli tutti
quiso hacer renacer una aspiración mundial a la fraternidad, porque todos somos
hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza recordó a menudo que
todos pertenecemos a la misma familia humana.
En
2019, durante su viaje a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un
documento sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia
Común”, recordando la común paternidad de Dios.
Dirigiéndose
a los hombres y mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato si’
llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad respecto a la casa
común. “Nadie se salva solo”.
Frente
al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e
innumerables muertos y destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su
voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para
encontrar soluciones posibles, porque la guerra
—decía—
no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas.
La guerra siempre deja al mundo peor de como era en precedencia: es para todos
una derrota dolorosa y trágica. “Construir puentes y no muros” es una
exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor del
Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus
dimensiones.
En
unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por
el Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.
El
Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se
olviden de rezar por mí”.
Querido
Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el
cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como
hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo
con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca
la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la
esperanza".
Plaza de San Pedro, sábado 26 de abril de 2025.
Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca / @DiocesisCat