Durante la noche del jueves 7 de diciembre, último día de la novena en honor de la Pura y Limpia Concepción del Valle, rindieron su homenaje los niños, jóvenes y familias; Pastoral Familiar, Pastoral de la Niñez, Pastoral Juvenil, Pastoral Vocacional, Pastoral de Educación y Pastoral de Catequesis. También los grupos Renacer y Familiares de Víctimas de Accidentes de Tránsito Catamarca (Faviatca).
También honró a la Virgen el
Ámbito de la Cultura: SADE, Junta de Estudios Históricos, Centro de Estudios
Genealógicos y Heráldicos de Catamarca, SALAC, Damas Belgranianas, Instituto
Sanmartiniano y de Cultura Hispánica, EVEA, Conservatorios de Música,
Asociación de Folcloristas Unidos de Catamarca (AFUCa) y demás Instituciones
Culturales y Artísticas.
Se rogó por los enfermos y
hermanos fallecidos por el Covid 19 y Egresados 2023 del Nivel Secundario.
La Santa Misa tuvo como
escenario el Paseo de la Fe, con la participación de una gran cantidad de
peregrinos, quienes se unieron a la acción de gracias de los alumbrantes. Fue
presidida por el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por los
sacerdotes Gustavo Flores y Ramón Carabajal, rector y capellán del Santuario y
Catedral Basílica, respectivamente; Diego Manzaraz, responsable de la Pastoral
Vocacional; Eugenio Pachado, asesor de la Pastoral de Juventud, y Leandro
Roldán, quien sirve en la parroquia Santa Rosa de Lima, departamento Santa Rosa.
En el comienzo de su homilía, el Obispo saludó
a los jóvenes y sus familias expresando su anhelo de que “reciban abundantes
bendiciones de Dios por intercesión de la Madre Celestial”.
Luego de referirse a San
Ambrosio, cuya memoria la Iglesia celebra cada 7 de diciembre, pasó a hablarle
a los alumbrantes de esta Misa: “En el designio divino la misión de la familia
es custodiar, revelar y comunicar el amor de Dios por la humanidad. Bajo esta
luz se definen las cuatro tareas de la familia cristiana en las que se expresa
su misión y vocación”. Y pasó a describir cada una de ellas, que son: 1) Formar
una comunidad de personas; 2) Participar en el amor creador de Dios y Educar a
los hijos hasta la madurez; 3) Participar en el desarrollo de la sociedad y 4)
Participar en la vida y misión de la Iglesia.
Más adelante consideró que
“en los tiempos que vivimos es muy frecuente eludir los modelos debido a que
dominan las excepciones e individualismos porque se han desdibujado o diluido
las nociones de naturaleza, persona, ser, matrimonio, familia, autoridad,
paternidad, maternidad, patria potestad, educación, libertad, voluntad, amor,
verdad, etc., ya que lo que importa es lo que cada uno piensa, siente o le
gusta. A esto se le llama dictadura del relativismo…”.
Después, refiriéndose a un
pasaje del Génesis, indicó: “El ideal bíblico de una familia es un hombre y una
mujer unidos por el matrimonio para convertirse en «una sola carne» para toda
la vida y tener hijos a los que educan hasta la edad adulta” y a continuación,
en relación con la carta de san Pablo a los efesios, señaló: “Así pues, lo
ideal sería una familia cristiana formada por un hombre y una mujer creyentes
unidos por el sacramento del matrimonio y que educan a sus hijos,
corrigiéndoles y aconsejándolos en el Señor”.
Posteriormente dijo que
“cada uno de nosotros está manchado por el pecado y «privado de la gloria de
Dios» -refiriéndose a la carta a los romanos-. Esto afecta a nuestros
matrimonios, nuestras familias y mucho más. Así que lo que vemos con más
frecuencia en la Iglesia son familias imperfectas, familias que luchan, que se
esfuerzan por reaccionar como cristianos ante el sufrimiento que les rodea (…)
Por eso, una buena familia cristiana puede ser aquélla en la que no todos los
roles están presentes. Una pareja sin hijos que busca a Dios y crece en Cristo
sigue siendo una buena familia cristiana, incluso sin hijos. Una madre soltera
que hace todo lo posible para llegar a fin de mes y proporcionar formación
espiritual a sus hijos, está a cargo de una buena familia cristiana. Un padre
soltero que ama a sus hijos y les enseña la Biblia está al frente de una buena
familia cristiana. Esto es cierto, al margen de que la soltería sea el
resultado de la muerte de un cónyuge o de un divorcio o de una separación”.
Y agregó: “Una buena familia
cristiana puede ser una en la que varios miembros de la familia luchan con
algunos serios problemas. Un esposo lucha contra una adicción, una esposa lucha
contra la depresión, un hijo se rebela, una hija se escapa: es la respuesta a
cada una de estas crisis lo que demuestra que una familia es ‘buena’ y
‘cristiana’. Una buena familia cristiana no es perfecta; es una que busca
seguir los principios bíblicos en cada circunstancia, que clama a Dios por
ayuda, y que desea proveer un lugar edificante de estabilidad y crecimiento aún
en medio de las dificultades”.
“Ahora bien, es imposible
que haya una buena familia cristiana sin amor, pues «el amor todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» -dijo, citando la primera carta
a los corintios-. Los creyentes en una unidad familiar entienden intuitivamente
que el amor de Dios es el vínculo que los une, y tratarán de mostrar ese amor
unos a otros de manera práctica. Una buena familia cristiana puede que no viva
a la altura del ideal bíblico. De hecho, puede tener carencias en muchos
aspectos. A pesar de sus defectos, puede ser una representación perfecta del
poder redentor de Cristo y de la naturaleza duradera del amor”.
Luego de reflexionar sobre
el pasaje del Evangelio de san Mateo que habla del hombre que edificó su casa
sobre roca y del que lo hizo sobre arena, en su invocación final, oró así:
“Querida Virgen del Valle, Madre de las Familias, protege nuestros hogares de
las insidias del demonio y del mundo que, sembrando el relativismo, fogonean la
desunión, el odio, la violencia, los abusos, las descalificaciones, el egoísmo,
el individualismo, el facilismo, la sensualidad, las adicciones, las agresiones
verbales y no verbales, el miedo y la indiferencia. Seduce con tu ternura
maternal a cada miembro de nuestras
familias para que puedan tener una profunda y duradera experiencia del amor
misericordioso de Dios, que lo traduzcan en servicio incondicional a todos, en
sana alegría que consuela, anima y fortalece a los decaídos y desesperanzados,
en sanante perdón que lleve a la plenitud de la reconciliación, en abrazo
sincero de fraternidad y amistad, en fidelidad a los compromisos asumidos, en
humildad que hace considerar a los demás como superiores a uno mismo, en
cercanía que escucha a todos sin condenar a nadie, pero con el valor de
recurrir a la animación y corrección fraternas siguiendo las mociones del
Espíritu Santo, en santidad que comprende, tiene paciencia y confía en la
acción de la Gracia en los otros”.
Invitación
a la JDJ 2023
Antes de concluir la
Eucaristía, Mons. Urbanč invitó a los jóvenes a sumarse a la Jornada Diocesana
de Juventud (JDJ) 2023, que se llevará a cabo los días 9 y 10 de diciembre en
la casa de retiros espirituales Emaús.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y
peregrinos:
esta jornada se nos propuso
meditar en que debemos ser una “comunidad que acoge y acompaña a la familia y a
los jóvenes”. ¡Qué gran misión la de todos!
Hoy rinden su homenaje a la
Virgen del Valle los niños, los jóvenes y las familias. ¡Bienvenidos! Que
disfruten de la celebración y reciban abundantes bendiciones de Dios por
intercesión de Madre Celestial.
Si bien estamos en las
vísperas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, vamos a celebrar la
memoria de san Ambrosio, obispo de Milán, gran padre y teólogo de la Iglesia
del siglo IV. Un 7 de diciembre fue consagrado obispo. Fue quien bautizó al
futuro san Agustín, a quien ayudo en el proceso de maduración de la fe.
Protegió con valentía los derechos de la Iglesia y defendió la fe católica
contra la herejía del arrianismo.
Cuando nos referimos a la
familia, incluimos a los niños, jóvenes, adultos y ancianos.
En el designio divino la
misión de la familia es custodiar, revelar y comunicar el amor de Dios por la
humanidad.
Bajo esta luz se definen las
cuatro tareas de la familia cristiana en las que se expresa su misión y
vocación:
1.-
Formar una comunidad de personas.
Si la misión de la familia
es la de custodiar, revelar y conservar el amor, será precisamente el amor el
motor, la fuerza que construya esta comunidad de personas. El amor va creando
esa atmósfera de comunión y de espontánea libertad en la que se desarrolla
armónicamente la personalidad humana de toda la familia: entre esposos, entre
padres e hijos y demás familiares. La primera comunión que se instaura es la de
los cónyuges que hunden sus raíces en el complemento natural que existe entre
el hombre y la mujer, animados por compartir lo que tienen y sobre todo lo que
son. Es una comunión por su unidad e indisolubilidad.
2.-
Participar
en el amor creador de Dios y Educar a los hijos hasta la madurez.
La fecundidad es una
dimensión del hombre y de su amor. Esta misión hay que verla, hay que
reflexionarla, meditarla como criaturas ante nuestro Creador. La misión de la
familia de estar a favor de la vida es ahora más urgente que nunca pues ha
surgido una mentalidad contra la vida que se ha difundido extensamente con la
ayuda de poderosos medios económicos y de los medios de comunicación social.
El Concilio Vaticano II en
la declaración sobre la educación cristiana de la juventud nos recuerda que
"puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima
obligación de educar a la prole y por tanto hay que reconocerlos como los
primeros y principales educadores de sus hijos. Es pues, deber de los padres
crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y
hacia los hombres, que favorezca la educación integral, personal y social de
los hijos".
3.-
Participar
en el desarrollo de la sociedad.
Si la familia es la célula
primera y vital de la sociedad, sería muy perjudicial que se quedara encerrada
en sí misma sin proyección al exterior. El desinterés por la comunidad social
acabaría por destruir a la propia familia.
El amor de la familia debe
de transmitirse a la sociedad. Sobre todo, en nuestra sociedad las familias
cristianas deben aportar sus mejores esfuerzos para que las decisiones
políticas vayan encaminadas a favor de un modelo de sociedad más humana, más
justa, más honesta y auténtica. No olvidemos que el futuro del mundo y de la
Iglesia pasa por la familia.
4.-
Participar en la vida y misión de la Iglesia.
La familia cristiana está
llamada a la edificación del reino de Dios en la Historia. ¿Cómo? Participando
en la vida y misión de la Iglesia. La unión y la semejanza entre la familia y
la Iglesia son estrechísimas: La familia cristiana es como una "Iglesia en
miniatura", "Iglesia pequeña", "Iglesia doméstica".
La familia recibe el amor de
Cristo y está llamada a transmitir este mismo amor que salva a los hombres.
Recibir y transmitir. Por eso la familia está llamada a evangelizar acogiendo y
anunciando la palabra de Dios. La futura evangelización depende en gran parte
de la Iglesia doméstica.
Son muchas las familias y
hombres que hay que ayudar: A los que buscan la verdad. A los que se han
alejado. A las familias que no creen. A las familias cristianas que no viven
con coherencia la fe recibida en el bautismo y madurada bajo la guía del
Espíritu.
En los tiempos que vivimos
es muy frecuente eludir los modelos debido a que dominan las excepciones e
individualismos porque se han desdibujado o diluido las nociones de naturaleza,
persona, ser, matrimonio, familia, autoridad, paternidad, maternidad, patria
potestad, educación, libertad, voluntad, amor, verdad, etc., ya que lo que
importa es lo que cada uno piensa, siente o le gusta. A esto se le llama
dictadura del relativismo. Por ende, todo vale, con tal que no me perjudique y
limite el ejercicio discrecional de la libertad. “Vivir y dejar vivir” es el
slogan.
En algunos casos, no muchos,
se animan a preguntar: Y ¿qué dice la Biblia? Por cierto, la Biblia no define
una buena familia cristiana, ya que este término no se encuentra allí. Sin
embargo, sí define lo que es una familia y comunica su importancia. Cuando
tenemos una idea bíblica de la familia, podemos aplicar cuidadosamente los
adjetivos buena y cristiana.
El ideal bíblico de una
familia es un hombre y una mujer unidos por el matrimonio para convertirse en
"una sola carne" para toda la vida (Ge 2,24) y tener hijos a los que
educan hasta la edad adulta. Así pues, lo ideal sería una familia
"cristiana" formada por un hombre y una mujer creyentes unidos por el
sacramento del matrimonio y que educan a sus hijos, corrigiéndoles y
aconsejándolos en el Señor (cf. Ef 6,4). Y una "buena" familia
cristiana sería aquélla que posee todas las cualidades necesarias para ser
"cristiana" y "familiar".
Por tanto, éste es el ideal
de la buena familia cristiana, pero vivimos en un mundo fragmentado, y
raramente se alcanzan los ideales. Cada uno de nosotros está manchado por el
pecado y "privado de la gloria de Dios" (Rom 3,23). Esto afecta a
nuestros matrimonios, nuestras familias y mucho más. Así que lo que vemos con
más frecuencia en la Iglesia son familias imperfectas -familias que luchan- que
se esfuerzan por reaccionar como cristianos ante el sufrimiento que les rodea.
Entonces, la respuesta de una familia a las pruebas y a la disfunción es lo que
puede llamarse "cristiana" o "buena".
Por eso, una buena familia
cristiana puede ser aquélla en la que no todos los roles están presentes. Una
pareja sin hijos que busca a Dios y crece en Cristo sigue siendo una buena
familia cristiana, incluso sin hijos. Una madre soltera que hace todo lo
posible para llegar a fin de mes y proporcionar formación espiritual a sus
hijos, está a cargo de una buena familia cristiana. Un padre soltero que ama a
sus hijos y les enseña la Biblia está al frente de una buena familia cristiana.
Esto es cierto, al margen de que la soltería sea el resultado de la muerte de
un cónyuge o de un divorcio o de una separación.
Una buena familia cristiana
puede ser una en la que varios miembros de la familia luchan con algunos serios
problemas. Un esposo lucha contra una adicción, una esposa lucha contra la
depresión, un hijo se rebela, una hija se escapa: es la respuesta a cada una de
estas crisis lo que demuestra que una familia es "buena" y
"cristiana". Una buena familia cristiana no es perfecta; es una que
busca seguir los principios bíblicos en cada circunstancia, que clama a Dios
por ayuda, y que desea proveer un lugar edificante de estabilidad y crecimiento
aún en medio de las dificultades.
Ahora bien, es imposible que
haya una buena familia cristiana sin amor, pues "el amor todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1Cor 13,7). Los creyentes
en una unidad familiar entienden intuitivamente que el amor de Dios es el
vínculo que los une, y tratarán de mostrar ese amor unos a otros de manera
práctica. Una buena familia cristiana puede que no viva a la altura del ideal
bíblico. De hecho, puede tener carencias en muchos aspectos. A pesar de sus
defectos, puede ser una representación perfecta del poder redentor de Cristo y
de la naturaleza duradera del amor.
En el evangelio de hoy
encontramos luz ante lo que estamos reflexionando: «No todo el que me dice
“Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los cielos. El que escucha estas palabras mías y las
pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre
roca» (Mt 7,21.24). Es decir, que lo que importa es estar cerca del Señor y
procurar por todos los medios poner en práctica lo que Él nos enseña, siendo
dóciles al Espíritu Santo.
Roca no quiere decir rigidez
moral, sino buscar cada día afianzarse en el amor que nos asegura la vida que
se hace plena entregándose. No se trata de buscar seguridades inmovilistas sino
salir de uno mismo, de nuestros intereses diminutos para llevarnos hacia el
Evangelio de la entrega y del servicio. La arena es más bien arena movediza,
nos hunde en ese yo de intereses cortoplacistas y de las antípodas del servicio
que se acaban convirtiendo en abusos de distinto tipo. Lo ‘prudente’ es optar
por la imprudencia del amor de la palangana y de la toalla, a ejemplo de Jesús,
aunque muchas veces no nos resulte beneficioso y, mucho menos, cómodo.
Querida Virgen del Valle,
Madre de las Familias, protege nuestros hogares de las insidias del demonio y
del mundo que, sembrando el relativismo, fogonean la desunión, el odio, la
violencia, los abusos, las descalificaciones, el egoísmo, el individualismo, el
facilismo, la sensualidad, las adicciones, las agresiones verbales y no
verbales, el miedo y la indiferencia.
Seduce con tu ternura
maternal a cada miembro de nuestras familias
para que puedan tener una profunda y duradera experiencia del amor
misericordioso de Dios, que lo traduzcan en servicio incondicional a todos, en
sana alegría que consuela, anima y fortalece a los decaídos y desesperanzados,
en sanante perdón que lleve a la plenitud de la reconciliación, en abrazo
sincero de fraternidad y amistad, en fidelidad a los compromisos asumidos, en
humildad que hace considerar a los demás como superiores a uno mismo, en
cercanía que escucha a todos sin condenar a nadie, pero con el valor de
recurrir a la animación y corrección fraternas siguiendo las mociones del
Espíritu Santo, en santidad que comprende, tiene paciencia y confía en la
acción de la Gracia en los otros. Amén
¡¡¡Vivan las Familias cristianas!! ¡¡Viva la Virgen del Valle!! ¡¡Viva la Sagrada Familia!!!
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