“Tener por Madre a María Inmaculada es un don inmenso, que Jesús nos hace desde la cruz, una inmensa alegría”, expresó el Obispo.
En la mañana de este viernes
8 de diciembre, el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, presidió la Misa
Solemne de las fiestas de la Pura y Limpia Concepción del Valle, que fue
concelebrada por sacerdotes del clero diocesano, entre ellos el vicario
general, Pbro. Julio Murúa, y el rector del Santuario Catedral, Pbro. Gustavo
Flores, y otros peregrinos.
Una gran cantidad de fieles
devotos y peregrinos desbordó el Santuario Catedral para participar de la Sagrada Eucaristía, en
la que el Ejército Argentino dio gracias por el 80° aniversario de la
Declaración de la Virgen del Valle como Patrona del Paracaidismo Militar. En
este marco, durante esta mañana arribó un contingente de 50 miembros de la IV
Brigada Aerotransportada con asiento en Córdoba, para celebrar esta fiesta
mariana.
Luego de la bendición final
de la ceremonia litúrgica, los paracaidistas hicieron bendecir por el Obispo
una placa recordatoria de estas ocho décadas bajo el amparo de la Virgen del
Valle como Patrona.
El
misterio de la Inmaculada Concepción
“Nos hemos congregado para
celebrar la Eucaristía con la que agradecemos a Dios, Nuestro Señor, el inmenso
bien que otorgó a la humanidad creando a esta bella Mujer, María, a la que
preservó de la mancha original en vistas a ser la Madre Virginal de su Hijo
Eterno, enviado para salvarnos del pecado y la muerte eterna”, expresó Mons.
Urbanč al comenzar su homilía y agregó: “Las lecturas bíblicas proclamadas
ilustran muy bien el misterio que conmemoramos, presentándonos tres momentos de
la historia de la Salvación: el pecado original, en el libro del Génesis; el
relato de la Anunciación del Evangelio de san Lucas; y la llamada a la
santidad, en la carta de san Pablo a los Efesios”.
Reflexionando sobre esos
períodos, repasó: “En los primeros momentos de la creación parece que prevalece
Satanás, pero vendrá un Hijo de mujer que le aplastará la cabeza. Así, mediante
el linaje de la mujer, Dios mismo vencerá, el Bien vencerá. Esa mujer es la
Virgen María, de la que nació Jesucristo que, con su sacrificio, derrotó de una
vez para siempre al antiguo tentador. Por esto, en numerosas pinturas o estatuas
de la Inmaculada Concepción, se la representa aplastando a una serpiente con el
pie”.
Luego de mencionar
documentos eclesiales referidos al dogma que de este día, observó: “La fiesta
de la Inmaculada Concepción recuerda a la humanidad que existe una sola cosa
que contamina verdaderamente al hombre, y es el pecado, que es la ofensa de la
creatura al Creador. Un mensaje cuanto más urgente que proponer. El mundo ha
perdido el sentido del pecado. Se bromea como si fuera lo más inocente del
mundo. Aliña con la idea de pecado sus productos y sus espectáculos para
hacerlos más atractivos. Se refiere al pecado, incluso a los más graves, con
diminutivos: pecaditos, errorcitos, debilidades, equivocaciones, etc. La
expresión «pecado original» se utiliza en el lenguaje publicitario para indicar
algo bien distinto de la Biblia: ¡un pecado que da un toque de originalidad a
quien lo comete!”.
Así, consideró que “el mundo
tiene miedo de todo, menos del pecado. Teme las enfermedades del cuerpo, la
contaminación atmosférica, la guerra atómica, el terrorismo, la falta de
dinero, etc. pero no le da miedo la guerra a Dios, que es el Eterno, el
Omnipotente, el Amor, mientras Jesús dice que no se tema a quienes matan el
cuerpo, sino sólo a quien, después haber matado, tiene el poder de arrojar al
infierno”, dijo, refiriéndose al Evangelio según San Lucas.
Por ello, advirtió: “Esta
situación «ambiental» ejerce una tremenda influencia hasta en los creyentes,
que sin embargo quieren vivir según el Evangelio. Produce en ellos un adormecimiento
de la conciencia, una especie de anestesia espiritual. Existe una adicción por
pecar. Los cristianos, en general, ya no temen a su verdadero enemigo, el
demonio que los mantiene esclavizados, sólo porque se trata de una dorada
esclavitud (...) En lugar de librarse del pecado, todo el empeño se concentra
hoy en librarse del remordimiento del pecado (…) San Juan decía que, si creemos
estar sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y hacemos de Dios un
mentiroso”.
Después de algunas otras
consideraciones recapituló: “La historia del hombre es la de dos libertades, la
de Dios y la nuestra, que sólo se encuentran en la medida que Dios ocupa su
lugar, el Dios verdadero, el Dios que sostiene nuestra dignidad y nuestra
libertad, que nos ha creado, que nos quiere, que nos sigue buscando y, si
estamos en Él podemos darle una respuesta al estilo de María. Ella inaugura una
nueva historia, no la historia de la cobardía que se hace violencia, sino una
historia de la aceptación con Jesús, su Hijo, aceptación que se hace paz,
fraternidad y comunión. Y ahí estamos nosotros, en ese dilema, porque en
nosotros habita el hombre viejo, que es ese Adán que huye; y, también, Jesús
desde el Bautismo, que es el hombre nuevo que responde: ¡Sí! a Dios y a los
hermanos”.
“Dios
es más fuerte que el pecado”
“Pero el dogma de la
Inmaculada nos dice también algo sumamente positivo: que Dios es más fuerte que
el pecado y que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia”, sostuvo,
aludiendo a la carta a los romanos. “María es la señal y la garantía de esto”,
acotó.
Refiriéndose al Evangelio
proclamado, dijo: “San Lucas nos muestra a la Virgen como la humilde y
auténtica hija de Israel, en la que Dios quiere poner su morada, de la que debe
nacer el Mesías. Dios quiere hacer renacer a su pueblo, como un nuevo árbol que
extenderá sus ramas por el mundo entero, ofreciendo a todos los hombres frutos
buenos de salvación. A diferencia de Adán y Eva, María obedece a la voluntad
del Señor, con todo su ser pronuncia un ‘sí’ generoso, que compromete toda su
vida, se pone plenamente a disposición del designio divino. Ella es la nueva
Eva, la verdadera «madre de todos los vivientes», de quienes por la fe en
Cristo reciben la vida eterna”.
Hacia el final estimó:
“Tener por Madre a María Inmaculada es un don inmenso, que Jesús nos hace desde
la cruz, una inmensa alegría. Cada vez que experimentamos nuestra fragilidad y
la sugestión del mal, podemos dirigirnos a Ella, y nuestro corazón recibe luz y
consuelo. Incluso en las pruebas de la vida, en las tempestades que hacen
vacilar la fe y la esperanza, pensemos que somos sus hijos y que las raíces de
nuestra existencia se hunden en la gracia infinita de Dios. La Iglesia misma,
aunque está expuesta a las influencias negativas del mundo, encuentra siempre
en Ella la estrella para orientarse y seguir la ruta que le ha indicado Cristo.
Demos gracias a Dios por este signo maravilloso de su bondad, encomendemos a la
Virgen Inmaculada a cada uno de nosotros, a nuestras familias y comunidades, a
toda la Iglesia y al mundo entero”.
Militares
de La Rioja
También durante esta misma
jornada, 120 varones y mujeres pertenecientes a la Compañía de Ingenieros de
Construcciones de Montaña 5 y del Regimiento de Infantería de Montaña 15
pertenecientes a la Guarnición Ejército La Rioja, realizaron la peregrinación
marchando con una imagen de la Virgen del Valle
durante un trayecto de 160 kilómetros sin detener el trote, para honrar
a la Madre Morena.
Ya en el Santuario Catedral
tomaron gracia de la Sagrada Imagen y recibieron la bendición del padre Ángel
Nieva, párroco de San Antonio de Padua y colaborador del Santuario mariano.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos
devotos y peregrinos:
Nos hemos congregado para
celebrar la Eucaristía con la que agradecemos a Dios, Nuestro Señor, el inmenso
bien que otorgó a la humanidad creando a esta bella Mujer, María, a la que
preservó de la mancha original en vistas a ser la Madre Virginal de su Hijo
Eterno, enviado para salvarnos del pecado y la muerte eterna.
Las lecturas bíblicas
proclamadas ilustran muy bien el misterio que conmemoramos, presentándonos tres
momentos de la historia de la Salvación: el pecado original, en el libro del
Génesis; el relato de la Anunciación del Evangelio de san Lucas; y la llamada a
la santidad, en la carta de san Pablo a los Efesios.
Después del pecado original,
Dios se dirige a la serpiente, que representa a Satanás, la maldice y añade una
promesa: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su
Descendencia: Ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. Es
el anuncio de un resarcimiento: En los primeros momentos de la creación parece
que prevalece Satanás, pero vendrá un hijo de mujer que le aplastará la cabeza.
Así, mediante el linaje de la mujer, Dios mismo vencerá, el Bien vencerá. Esa
mujer es la Virgen María, de la que nació Jesucristo que, con su sacrificio,
derrotó de una vez para siempre al antiguo tentador. Por esto, en numerosas
pinturas o estatuas de la Inmaculada Concepción, se la representa aplastando a
una serpiente con el pie.
Con el dogma de la
Inmaculada Concepción (8-12-1854) la Iglesia católica afirma que María, por
singular privilegio de Dios y en vista de los méritos de la muerte de Cristo,
fue preservada de contraer la mancha del pecado original y vino a la existencia
ya del todo santa. Cuatro años después de la definición del dogma, por el Papa
Pío IX, esta verdad fue confirmada por la Virgen misma en Lourdes (11-2-1858)
en una de las apariciones a Bernadette con las palabras: «Yo soy la Inmaculada
Concepción».
La fiesta de la Inmaculada
Concepción recuerda a la humanidad que existe una sola cosa que contamina
verdaderamente al hombre, y es el pecado, que es la ofensa de la creatura al
Creador. Un mensaje cuánto más urgente que proponer. El mundo ha perdido el
sentido del pecado. Se bromea como si fuera lo más inocente del mundo. Aliña
con la idea de pecado sus productos y sus espectáculos para hacerlos más
atractivos. Se refiere al pecado, incluso a los más graves, con diminutivos:
pecaditos, errorcitos, debilidades, equivocaciones, etc. La expresión «pecado
original» se utiliza en el lenguaje publicitario para indicar algo bien
distinto de la Biblia: ¡un pecado que da un toque de originalidad a quien lo
comete!
El mundo tiene miedo de
todo, menos del pecado. Teme las enfermedades del cuerpo, la contaminación
atmosférica, la guerra atómica, el terrorismo, la falta de dinero, etc. pero no
le da miedo la guerra a Dios, que es el Eterno, el Omnipotente, el Amor,
mientras Jesús dice que no se tema a quienes matan el cuerpo, sino sólo a
quien, después haber matado, tiene el poder de arrojar al infierno (Lc 12,4-5).
Esta situación «ambiental»
ejerce una tremenda influencia hasta en los creyentes, que sin embargo quieren
vivir según el Evangelio. Produce en ellos un adormecimiento de la conciencia,
una especie de anestesia espiritual. Existe una adicción por pecar. Los
cristianos, en general, ya no temen a su verdadero enemigo, el demonio que los
mantiene esclavizados, sólo porque se trata de una dorada esclavitud. Muchos
que hablan de pecado tienen de él una idea completamente inadecuada. El pecado
se despersonaliza y se proyecta únicamente sobre las estructuras; se acaba por
identificar el pecado con la postura de los adversarios políticos o
ideológicos. Una investigación sobre qué piensa la gente que es el pecado
arrojaría resultados que probablemente nos aterrorizarían.
En lugar de librarse del
pecado, todo el empeño se concentra hoy en librarse del remordimiento del
pecado; en vez de luchar contra el pecado se lucha contra la idea de pecado,
sustituyéndola con aquella --bastante distinta-- del «sentimiento de culpa». Se
hace lo que en cualquier otro campo se considera lo peor de todo, o sea, negar
el problema en lugar de resolverlo, volver a echar y sepultar el mal en el
inconsciente en vez de extraerlo. Como quien cree que elimina la muerte
suprimiendo el pensamiento sobre la muerte, o como el que se preocupa de bajar
la fiebre sin curar la enfermedad, de la que la fiebre es sólo un providencial
síntoma.
San Juan decía que, si
creemos estar sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y hacemos de Dios un
mentiroso (1 Jn 1,8-10); pero Dios dice lo contrario: que hemos pecado, que
somos pecadores, es decir ofensores de Dios. La Escritura dice que Cristo
«murió por nuestros pecados» (1Cor 15,3). Suprime el pecado y has hecho vana la
propia redención de Cristo, has destruido el significado de su muerte. Cristo
habría luchado contra simples molinos de viento, habría derramado su sangre por
nada.
La pregunta que Dios hace al
primer hombre: ¿Dónde estás? es una pregunta que nos hace a nosotros cada día.
En el silencio del paraíso (Adán se había escondido) la pregunta resuena con
mayor fuerza. Y Adán responde: “Oí tus pasos por el jardín, tuve miedo porque
estaba desnudo y por eso me escondí”; pero, cuando el Señor le pregunta:
“¿Quién te ha ver que estabas desnudo”? Adán no asume la responsabilidad. La
historia está atravesada por esas cobardías nuestras, porque cuando el hombre
no está en Dios pierde el sentido, lo domina el miedo y la violencia se
enseñorea en su corazón. Frente a esa pregunta, quien da una respuesta libre es
la Virgen: “Aquí está la servidora del Señor, que se haga en mí según tu
Palabra”.
La historia del hombre es la
de dos libertades, la de Dios y la nuestra, que sólo se encuentran en la medida
que Dios ocupa su lugar, el Dios verdadero, el Dios que sostiene nuestra
dignidad y nuestra libertad, que nos ha creado, que nos quiere, que nos sigue
buscando y, si estamos en Él podemos darle una respuesta al estilo de María.
Ella inaugura una nueva
historia, no la historia de la cobardía que se hace violencia, sino una
historia de la aceptación con Jesús, su Hijo, aceptación que se hace paz,
fraternidad y comunión. Y ahí estamos nosotros, en ese dilema, porque en
nosotros habita el hombre viejo, que es ese Adán que huye; y, también, Jesús
desde el Bautismo, que es el hombre nuevo que responde: ¡Sí! a Dios y a los
hermanos.
Pero el dogma de la
Inmaculada nos dice también algo sumamente positivo: que Dios es más fuerte que
el pecado y que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (Rm 5,20). María
es la señal y la garantía de esto. La Iglesia entera, detrás de Ella, está
llamada a ser «resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa
parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5,27). Un texto del Concilio
Vaticano II dice: «Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la
perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga; en cambio, los fieles,
nosotros, aún nos esforzamos en crecer en la santidad venciendo el pecado; y
por eso alzamos los ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los
elegidos, como modelo de virtudes» (Lumen gentium, n. 65).
San Lucas nos muestra a la Virgen
como la humilde y auténtica hija de Israel, en la que Dios quiere poner su
morada, de la que debe nacer el Mesías. Dios quiere hacer renacer a su pueblo,
como un nuevo árbol que extenderá sus ramas por el mundo entero, ofreciendo a
todos los hombres frutos buenos de salvación. A diferencia de Adán y Eva, María
obedece a la voluntad del Señor, con todo su ser pronuncia un “sí” generoso,
que compromete toda su vida, se pone plenamente a disposición del designio
divino. Ella es la nueva Eva, la verdadera “madre de todos los vivientes”, de
quienes por la fe en Cristo reciben la vida eterna.
También a nosotros se nos ha
otorgado la «plenitud de la gracia» que debe resplandecer en nuestra vida,
porque el Padre de nuestro Señor Jesucristo nos ha bendecido con toda clase de
bendiciones espirituales, nos eligió para que fuésemos santos e intachables, y
nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos (Ef 1,3-5). Esta
filiación la recibimos por medio de la Iglesia, en el día del Bautismo. Al
contemplarla, reconocemos la altura y la belleza del proyecto de Dios para todo
hombre: ser santos e irreprochables por el amor, a imagen de Dios.
Tener por Madre a María
Inmaculada es un don inmenso, que Jesús nos hace desde la cruz, una inmensa
alegría. Cada vez que experimentamos nuestra fragilidad y la sugestión del mal,
podemos dirigirnos a Ella, y nuestro corazón recibe luz y consuelo. Incluso en
las pruebas de la vida, en las tempestades que hacen vacilar la fe y la
esperanza, pensemos que somos sus hijos y que las raíces de nuestra existencia
se hunden en la gracia infinita de Dios. La Iglesia misma, aunque está expuesta
a las influencias negativas del mundo, encuentra siempre en ella la estrella
para orientarse y seguir la ruta que le ha indicado Cristo.
Demos gracias a Dios por
este signo maravilloso de su bondad, encomendemos a la Virgen Inmaculada a cada
uno de nosotros, a nuestras familias y comunidades, a toda la Iglesia y al
mundo entero.
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