Los misioneros honraron a la Virgen del Valle
“Todos
somos invitados a salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las
periferias que necesitan la luz del Evangelio”, dijo el Obispo.
En la noche del domingo 3 de
noviembre, día en que la Iglesia celebra a San Francisco Javier, los misioneros
rindieron homenaje a la Virgen del Valle, en la quinta jornada de la novena en
su honor.
La Santa Misa fue presidida
por el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por el responsable
de la Pastoral Misionera, padre Carlos Rodríguez; el rector y el capellán del
Santuario mariano, presbíteros Gustavo Flores y Ramón Carabajal,
respectivamente.
En el comienzo de la
homilía, Mons. Urbanč expresó: "Se nos propuso reflexionar acerca de que
debemos ser una 'comunidad que evangeliza con una catequesis kerigmática y en
salida'. Es por ello que rinden su homenaje a la Virgen del Valle, y memoria de
san Francisco Javier, quienes animan la Pastoral Misionera. Bienvenidos a esta
celebración y que la Madre de la Visitación nos estimule a ser
discípulos-misioneros al encuentro de los demás, puesto que la dimensión
misionera pertenece a la naturaleza misma de la vida cristiana. También recemos
por los médicos en su día”.
A continuación citó
importantes documentos eclesiales en los que se nos enseña sobre la importancia
de la misión de la Iglesia; entre ellos mencionó que “san Juan Pablo II, en la
encíclica Redemptoris Missio, describe tres ámbitos bien diferenciados: el
primero se refiere a las comunidades cristianas formadas sólidamente y que
viven con fervor: en ellas se desarrolla la actividad ‘pastoral ordinaria’, que
es la forma concreta de realizar la misión de la Iglesia; el segundo, en países
de antigua cristiandad o en Iglesias jóvenes, donde se ha perdido el sentido de
la fe y las exigencias del evangelio: en este caso es necesaria una ‘nueva
evangelización’; el tercero, la ‘actividad propiamente misionera’ se dirige a
pueblos y grupos humanos donde Cristo y su Evangelio no son conocidos o donde
faltan comunidades suficientemente maduras como para poder encarnar la fe y anunciarla
a otros: ‘ésta es propiamente la misión ad gentes’ y tiene como peculiaridad
que se dirige a los no cristianos, ya que la Iglesia ha sido enviada a todos
los pueblos”.
Luego indicó que “en
Evangelii Gaudium el papa Francisco nos dice que quiere «una Iglesia en salida»
e invita a salir a ofrecer a todos, la vida de Jesucristo. (…) En la Palabra de
Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere
provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra
nueva. Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío», e hizo salir al
pueblo hacia la tierra de la promesa. A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo
te envíe irás». Hoy, en este «vayan» de Jesús, están presentes los escenarios y
los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos
somos llamados a esta «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad
discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a
aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas
las periferias que necesitan la luz del Evangelio”.
Más adelante, el Obispo
manifestó: “Jesús nos envía a evangelizar todos los pueblos. Pablo da
testimonio personal de la urgencia del anuncio del Evangelio: “Ay de mí si no
anuncio el Evangelio”” y así, exhortó: “¡Seamos evangelizadores con Espíritu!
Con la ayuda del Señor seamos Iglesia ‘hospital de campaña’ sanando con la
Palabra, la oración y los sacramentos, con gestos concretos de fraternidad y
cercanía, las heridas más profundas de los hermanos de nuestro tiempo.
Decidámonos a estar en estado permanente de misión porque esa es nuestra
vocación: evangelizadores en el propio ambiente, en las misiones organizadas
casa por casa y en una presencia gozosa en los espacios públicos. Proclamar con
creatividad la alegría del Resucitado en los medios de comunicación social y en
las redes sociales. Ganar la calle como apóstoles y llegar así a todas las
personas para que sepan que son amadas por Dios y por la Iglesia”.
Después pasó a reflexionar
sobre los textos bíblicos proclamados “que nos animarán al desafío de la
Misión”, dijo. “El Evangelio otra vez, nos invita a velar. (…) Se lo dijo Jesús
a sus discípulos en Getsemaní. «Velen y oren para no caer en la tentación». Es
lo que significa vigilar. Rezar, hablar con Jesús, en permanente diálogo con
Él. Preguntarle, contarle lo que nos pasa, confiarle nuestra vida siempre. Eso
sí, tenemos que recordar, quizá en tiempo de Adviento especialmente, que Dios
actúa de un modo discreto y silencioso, pero eficaz. No siempre como nos
gustaría, no de forma drástica o exagerada, sino como el fermento en la masa.
Todo lleva su tiempo. Y el tiempo de Dios no es nuestro tiempo. Eso también
tenemos que recordarlo. Es que Jesús plantó un germen de vida, en lugar de
implantar algo imponente y grandioso ya desde el comienzo. Para ayudar al
desarrollo de ese germen de vida, cada uno tiene una tarea, una misión…”,
enseñó.
Y, en esta quinta noche de
la novena, el Obispo también cerró su homilía elevando una plegaria a la
Virgen: “Querida Madre del Valle, Esperanza nuestra, suplica a tu Hijo amado
que nos restaure, que haga brillar su rostro y nos salve. Que atienda el clamor
de su pueblo y esgrima su poder para sanarnos. Que venga a visitar su viña y a
restaurar la cepa que plantó para hacerla vigorosa en medio de tantas
dificultades. Que nos siga protegiendo porque nos ha escogido. Así no nos
alejaremos de Él para que nos siga dando vida, alegría y paz”.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos
devotos y peregrinos:
Se nos propuso reflexionar
acerca de que debemos ser una “comunidad que evangeliza con una catequesis
kerigmática y en salida”. Es por ello que rinden su homenaje a la Virgen del
Valle, y memoria de san Francisco Javier, quienes animan la pastoral misionera.
Bienvenidos a esta celebración y que la Madre de la Visitación nos estimule a
ser discípulos-misioneros al encuentro de los demás, puesto que la dimensión
misionera pertenece a la naturaleza misma de la vida cristiana. También recemos
por los médicos en su día.
El Decreto conciliar Ad
Gentes, n° 5 precisa que “la misión de la Iglesia se cumple por la actividad con
la que, obedeciendo al mandato de Cristo y movida por la gracia del Espíritu
Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos para
conducirlos con el ejemplo de su vida y la predicación, con los sacramentos y
los demás medios de gracia a participar plenamente en el misterio de Cristo”.
San Pablo VI en Evangelii
Nuntiandi, nn. 14 y 19 afirma que “evangelizar constituye la dicha y vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar,
es decir, para predicar y enseñar, para ser canal del don de la gracia, para
reconciliar a los pecadores con Dios, para perpetuar el sacrificio de Cristo en
la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”… para alcanzar y
transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes
inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que contrastan con la
Palabra de Dios y con el designio de salvación”.
Dentro de la misión única de
la Iglesia, san Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Missio, describe
tres ámbitos bien diferenciados: el primero se refiere a las comunidades
cristianas formadas sólidamente y que viven con fervor: en ellas se desarrolla
la actividad “pastoral ordinaria”, que es la forma concreta de realizar la
misión de la Iglesia; el segundo, en países de antigua cristiandad o en
Iglesias jóvenes, donde se ha perdido el sentido de la fe y las exigencias del
evangelio: en este caso es necesaria una “nueva evangelización”; el tercero, la
“actividad propiamente misionera“ se dirige a pueblos y grupos humanos donde
Cristo y su Evangelio no son conocidos o donde faltan comunidades
suficientemente maduras como para poder encarnar la fe y anunciarla a otros:
“ésta es propiamente la misión ad gentes” (RM 33) y tiene como peculiaridad que
se dirige a los no cristianos, ya que la Iglesia ha sido enviada a todos los
pueblos (RM 34).
En Evangelii Gaudium el papa
Francisco nos dice que quiere “una Iglesia en salida” e invita a salir a
ofrecer a todos, la vida de Jesucristo (EG 49). Sueño con una opción misionera
capaz de transformarlo todo (EG 27) y la salida misionera es el paradigma de
toda la Iglesia (EG 15). En la Palabra
de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere
provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra
nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex
3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A
Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este
«vayan» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos
de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta
«salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el
camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado:
salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio.
La Palabra de Dios tiene en
sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla
que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme
(cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la
Palabra de Dios, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen
superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas… La intimidad de la
Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se
configura como comunión misionera. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy
la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en
todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del
Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia
el ángel a los pastores de Belén: «No teman, porque les traigo una Buena
Noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). El Apocalipsis se
refiere a «una Buena Noticia, la eterna, la que él debía anunciar a los
habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y pueblo» (Ap 14,6).
Jesús nos envía a
evangelizar todos los pueblos (cf. Mt 28,16-20). Pablo da testimonio personal
de la urgencia del anuncio del Evangelio: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”
(cf. 1Co 9,16). La misión, el anuncio del Reino es mandato divino, no se
negocia: no podemos callar lo que hemos visto, oído y tocado de parte de Dios
(cf. Hch 4,20; 1Jn 1,1-3). La Iglesia es por definición evangelizadora, y en
esencia misionera, es parte de su identidad más profunda (cf. EN 14; AG 2; RM
1; EG 273). Una misión auténtica y verdadera, no es selectiva ni discrimina, no
hace acepción de personas o pueblos, sino que incluye a todos (cf. Is 25,6-7;
56,7; Rom 2,11).
¡Seamos evangelizadores con
Espíritu! Con la ayuda del Señor seamos Iglesia ‘hospital de campaña’ sanando
con la Palabra, la oración y los sacramentos, con gestos concretos de
fraternidad y cercanía, las heridas más profundas de los hermanos de nuestro
tiempo. Decidámonos a estar en estado permanente de misión porque esa es
nuestra vocación: evangelizadores en el propio ambiente, en las misiones
organizadas casa por casa y en una presencia gozosa en los espacios públicos.
Proclamar con creatividad la alegría del Resucitado en los medios de
comunicación social y en las redes sociales. Ganar la calle como apóstoles y
llegar así a todas las personas para que sepan que son amadas por Dios y por la
Iglesia.
Echemos, por último, una
mirada al mensaje de los textos que fueron proclamados que nos animarán al
desafío de la Misión.
La primera lectura (Is
63,16-17.19.64,2-7) nos habla de un pueblo en el exilio que, a pesar de todo,
sigue confiando. Han visto cómo Jerusalén era saqueada y ellos mismos llevados
al destierro. Todo parece estar en contra. Pero confían. Esperan. Es un pueblo
que sabe Quién es su Señor, y no desesperan. “Nosotros somos la arcilla y tú el
alfarero: somos todos obra de tu mano” (Is 64,7). Cuando todo va mal, sólo
queda confiar y orar. Cuando rezamos bien, como Dios quiere, se logra la paz
interior, la esperanza, una mirada optimista que ayuda a seguir viviendo. En
los brazos de Dios uno puede sentirse seguro, a pesar de todo. Porque Dios no
nos abandona. Hay que recordar esto con frecuencia.
Es que no siempre hacemos
las cosas bien. A menudo sentimos que somos débiles, que no podemos
corregirnos. Parece que estamos llamados a repetir los errores. Confesamos a
menudo los mismos pecados. ¿Por qué Dios lo permite? Seguramente, para dejar
que ejerzamos nuestra libertad. Para que, cada día, optemos por él. Así nos lo
recuerda la segunda lectura: “No carecen de ningún don, mientras aguardan la
manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1Cor 1,7). Él, que comenzó en
nosotros la obra buena, la llevará a término. Su fidelidad no depende de
nuestra respuesta, Él es siempre fiel. A pesar de nosotros mismos. Si podemos
creer en esto, crecerá nuestra esperanza cristiana. En eso consiste el amor de
Dios. Amar a pesar de todo. Y a eso estamos llamados nosotros.
Y el Evangelio (Mc
13,33-37), otra vez, nos invita a velar. Empezamos el año litúrgico como lo
terminamos, pero en la versión de san Marcos, para que no se nos olvide. De
noche, es difícil velar. De noche, surgen los miedos, la inquietud. Se puede
perder hasta la fe. Porque no vemos claro, porque no sabemos dónde ir.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Hay un remedio para no dormir. Se lo dijo Jesús a
sus discípulos en Getsemaní. “Velen y oren para no caer en la tentación” (Mc
14,38). Es lo que significa vigilar. Rezar, hablar con Jesús, en permanente
diálogo con Él. Preguntarle, contarle lo que nos pasa, confiarle nuestra vida
siempre. Eso sí, tenemos que recordar, quizá en tiempo de Adviento
especialmente, que Dios actúa de un modo discreto y silencioso, pero eficaz. No
siempre como nos gustaría, no de forma drástica o exagerada, sino como el
fermento en la masa. Todo lleva su tiempo. Y el tiempo de Dios no es nuestro
tiempo. Eso también tenemos que recordarlo. Es que Jesús plantó un germen de
vida, en lugar de implantar algo imponente y grandioso ya desde el comienzo.
Para ayudar al desarrollo de ese germen de vida, cada uno tiene una tarea, una
misión, lo escuchamos hace dos domingos: “a cada uno le repartió una cierta
cantidad de talentos, según su capacidad” (Mt 25,15). Cuando nos bautizaron,
por obra y gracia del Espíritu, entramos a formar parte de ese plan de Jesús. Y
fue plantada en nuestro corazón nuestra propia semilla. Colabora, entonces,
para que esa semilla crezca en tu vida. Con la ayuda de Dios crecerá. “Él los
mantendrá firmes hasta el final” (1Cor 1,8). Trabajemos sin prisa y sin pausa,
con paciencia y con alegría. Porque nos preparamos para algo grande.
Querida Madre del Valle,
Esperanza nuestra, suplica a tu Hijo amado que nos restaure, que haga brillar
su rostro y nos salve. Que atienda el clamor de su pueblo y esgrima su poder
para sanarnos. Que venga a visitar su viña y a restaurar la cepa que plantó
para hacerla vigorosa en medio de tantas dificultades. Que nos siga protegiendo
porque nos ha escogido. Así no nos alejaremos de Él para que nos siga dando
vida, alegría y paz. Amén.
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