Con júbilo y gratitud la Iglesia recibió el regalo de tres nuevos sacerdotes
“La gente quiere ser acompañada por sacerdotes idóneos, cercanos y santos”, manifestó el Obispo.
Durante la noche del viernes 19 de
noviembre, se llevó a cabo la ceremonia de ordenación sacerdotal de Juan Marcos
Bellomo, Martín Brizuela y Ramón Carabajal, que fue presidida por el Obispo
Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por numerosos presbíteros del
Clero catamarqueño y de Tucumán, en la Catedral Basílica y Santuario del
Santísimo Sacramento y Nuestra Señora del Valle.
La alegría de este gran acontecimiento
se vivió en el marco del Año de San José y del Beato Mamerto Esquiú, y en el inicio
del proceso sinodal convocado por el Papa Francisco.
Una gran cantidad de fieles se dio
cita a los pies de la Madre Morena, para ser testigos de la entrega generosa de
estos tres jóvenes que decidieron dejarlo todo para servir a Dios y a sus
hermanos.
Al comienzo de la celebración eucarística,
el Vicario General, Pbro. Julio Murúa, dio lectura al decreto de Ordenación Presbiteral,
y fueron presentados los candidatos al Obispo Diocesano, con el interrogatorio
a los ordenandos y su aceptación a formar parte del Clero Diocesano.
Mons. Urbanc, luego de mencionar a los
jóvenes que iban a ser ordenados, en su homilía agradeció especialmente a los
padres, familiares, sacerdotes y comunidades eclesiales de donde ellos
provienen, pidiendo a Dios que “los
bendiga abundantemente y llene de paz”. “Mi corazón se llena de júbilo porque
tenemos el templo repleto”, dijo y saludó “a las autoridades en la persona
del Rector del Seminario de Tucumán, el padre Marcelo Lorca; al padre Pío Pérez,
Formador de Introductorio; diáconos, seminaristas; al padre maronita Charbel
Chahine, que está con nosotros. Y a los sacerdotes de la diócesis, que muchos
han venido desde lejos para participar de esta celebración; a los consagrados y
consagradas, gracias por participar”.
A continuación reflexionó sobre la
Palabra de Dios que “nos ilumina
abundantemente el contenido y sentido de esta ordenación sacerdotal”, dijo.
“Hoy, por el ministerio de la Iglesia serán constituidos ‘Presbíteros’,
lo que significa que por el resto de sus días terrenos han de ser «ser testigos de los sufrimientos de Cristo y
copartícipes de la gloria que va a ser revelada. Apacienten el Rebaño de Dios,
que les ha sido confiado; velen por él, no forzada, sino espontáneamente, como
lo quiere Dios; no por un interés mezquino, sino con abnegación; no
pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados, sino siendo de
corazón ejemplo para el Rebaño. Y cuando llegue el Jefe de los pastores,
recibirán la corona imperecedera de gloria»”, agregó, citando un pasaje la primera carta de San Pedro.
Luego acotó: “Sí,
queridos Juan, Martín y Ramón, sean fieles administradores de los misterios del
Reino y dispensadores generosos y abnegados de la Misericordia de Dios Padre.
Así los necesita la gente que tiene el derecho y, que con tanta ilusión, quiere
ser guiada y acompañada por sacerdotes idóneos, cercanos y santos. Por favor, cuídense
de no defraudar a Jesús que los ha llamado, ni a la gente que quiere y necesita
depositar su confianza en la sabiduría, prudencia, madurez, pureza de vida y
oración de cada uno de ustedes”.
A continuación, reflexionó sobre el texto del
Evangelio de San Juan, en el que Jesús Resucitado le pide a Pedro hacer una
triple profesión de confianza y amor a Él. Habló de Dios que es Amor, tema
central en la vida cristiana y “sobre
todo, del ser y quehacer sacerdotal”, les dijo a Juan, Martín y Ramón.
“En la relación con Dios tenemos que ser constantes y firmes, como vemos
a Pedro sosteniendo este duro interrogatorio con la certeza de que Jesús lo
sabe todo, que ante Él nada está oculto, pero con esa dosis de tristeza porque
recuerda sus debilidades, lo cual a todos nos suele pasar, ya que nuestro
orgullo herido por lo pecados cometidos nos hace desconfiar de la Misericordia
de Dios, creyendo que nuestra debilidad se impone más; y, esto, nos hace
sufrir, entristecer, desganar y desalentar en los genuinos propósitos que hacemos
día a día. Jesús, para concluir, le vuelve a recordar que sigue siendo
discípulo (oveja) que deberá ser dócil al Espíritu Santo, que ha de conducir y
servir a Su Iglesia con estilo sinodal”, manifestó el Obispo.
“Caminar en medio, delante y detrás de los hermanos”
Y agregó: “Por
tanto, queridos Juan, Martín y Ramón, ahora empezarán su proceso, desde el
sacerdocio ministerial, de ser corderos y ovejas, de amar siempre con amor de
amistad a Dios y a los hermanos, lo cual les permitirá tener olor a oveja, de
ser puente entre Dios y los hombres, de ser testigos y dispensadores de la
Misericordia de Dios, de caminar en medio, delante y detrás de sus hermanos a
quienes enseñarán a caminar sinodalmente, de tener los oídos bien abiertos y
atentos para escuchar al Espíritu Santo y al santo Pueblo de Dios, de celebrar
los santos misterios para alimentar, consolar, instruir y curar a los hermanos
que el Señor ponga en su camino, de seguir profundizando en el amor y confianza
filial a la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre del Pueblo, Esperanza
nuestra, de ser custodios y padres de sus hermanos a ejemplo de san José y de
ilusionarse cada día más con el luminoso ejemplo de discípulo, pastor, maestro,
profeta y servidor de nuestro querido comprovinciano el Beato Mamerto Esquiú”.
Finalizó poniendo a los tres nuevos sacerdotes en
las manos de la Santísima Virgen del Valle: “Dales, Madre de los Sacerdotes,
perseverar hasta el fin de su peregrinar terreno, la Gracia que hoy el Espíritu
Santo les otorga en bien de la Iglesia y del Mundo”, rogó.
Postración y unción de las manos
Siguiendo el rito litúrgico, Juan, Martín y Ramón
prometieron obediencia y respeto al Obispo y a sus sucesores, y se postraron en
el suelo en señal de humildad, mientras la asamblea cantaba las Letanías de
todos los Santos. A continuación, se realizó el rito de imposición de las manos
del Pastor de la Diócesis y de todos los sacerdotes presentes.
Mons. Urbanc ungió las manos de los jóvenes con el
Santo Crisma y fueron revestidos por sus padrinos sacerdotes con la estola y la
casulla confeccionadas con diseños elegidos por cada uno de ellos. Este momento
fue rubricado con el emotivo saludo de sus familiares.
Enseguida, recibieron el Cáliz y la Patena y, con
un fuerte aplauso de los presentes, pasaron a formar parte de los celebrantes
en la mesa eucarística.
Después de la Comunión, los flamantes sacerdotes se
consagraron a la Madre del Valle y recibieron la bendición del Obispo. En el
patio de la Catedral recibieron el afectuoso saludo de la gente.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos hermanos:
Nos
hemos congregado para celebrar la ordenación presbiteral de nuestros hermanos,
los diáconos Juan Marcos Bellomo, Martín Brizuela y Ramón Carabajal.
Bienvenidos a esta celebración y muchas gracias por participar.
Saludo
y agradezco de modo particular a los papás, hermanos y familiares de estos
ordenandos, al igual que a los sacerdotes y miembros de las comunidades
relacionadas con el origen y servicios pastorales de los mismos. Que el Señor
los bendiga abundantemente y llene de paz.
La
Palabra de Dios nos ilumina abundantemente el contenido y sentido de esta
ordenación sacerdotal.
El
texto del profeta Isaías está estrechamente unido a la misión mesiánica y
evangelizadora de Jesús; por ende, al ser y quehacer de cada uno de ustedes,
queridos Juan, Martín y Ramón, puesto que hoy el Espíritu Santo descenderá
sobre cada uno de ustedes por medio de la “Unción con el Sagrado Crisma y
los enviará a llevar la Buena Noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos
y la libertad a los prisioneros, a consolar a todos los que están de duelo, a
cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y
su abatimiento por un canto de alabanza y a proclamar un año de gracia del
Señor” (cf. Is 61,1-3a).
Ahora, puedo afirmar con toda claridad
que el Señor, desde hoy y para siempre, “les cambia la suerte. No crean que
están soñando. Los aquí presentes les están diciendo: ‘Grandes cosas hace el
Señor por ustedes’. Por eso, también ustedes exclamen: ‘¡Grandes cosas hizo el
Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría!’ ¡Amén! ¡Aleluya! (cf. Sal
126,1-3).
Hoy, por el ministerio de la Iglesia
serán constituidos “Presbíteros”, lo que significa que por el
resto de sus días terrenos han de ser “ser testigos de los sufrimientos de
Cristo y copartícipes de la gloria que va a ser revelada. Apacienten el Rebaño
de Dios, que les ha sido confiado; velen por él, no forzada, sino
espontáneamente, como lo quiere Dios; no por un interés mezquino, sino con
abnegación; no pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados, sino
siendo de corazón ejemplo para el Rebaño. Y cuando llegue el Jefe de los
pastores, recibirán la corona imperecedera de gloria” (cf. 1Pe 5,1-4). Sí,
queridos Juan, Martín y Ramón, sean fieles administradores de los misterios del
Reino y dispensadores generosos y abnegados de la Misericordia de Dios Padre.
Así los necesita la gente que tiene el derecho y, que con tanta ilusión, quiere
ser guiada y acompañada por sacerdotes idóneos, cercanos y santos. Por favor, cuídense
de no defraudar a Jesús que los ha llamado, ni a la gente que quiere y necesita
depositar su confianza en la sabiduría, prudencia, madurez, pureza de vida y
oración de cada uno de ustedes.
El texto del Evangelio nos pone en el
centro de la vida cristiana y, sobre todo, del ser y quehacer sacerdotal. Si
Dios es Amor, toda relación o referencia a Él debe realizarse en clave de Amor,
siendo esta relación la fuente inspiradora de toda relación o servicio al
prójimo, empezando siempre por los más vulnerables, frágiles y descartados por
el egoísmo del hombre débil y pecador.
El amor es la única medicina para sanar
las heridas más profundas que el pecado va dejando en el corazón. Por eso,
Jesús Resucitado hace esta profunda sanación al infiel, temerario y cobarde
Pedro, invitándolo a hacer una triple profesión de confianza y amor a Él,
debido a la misión que le confió de guiar a la Iglesia como primer vicario
suyo, el que será llamado por la piedad cristiana, el ‘Dulce Cristo de la
tierra’.
Releamos el texto: “Después de
comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que
estos?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo:
«Apacienta mis corderos». Pongamos atención en los verbos agapao y fileo.
Jesús le pregunta con el verbo genérico agapao (amar) y Pedro le responde con
el verbo fileo que indica el amor de amistad, fruto de la confianza y
reconocimiento del ilimitado perdón de Dios al pecador arrepentido. Jesús
concluye confiándole el cuidado de sus corderos. Este cuidado es un proceso, es
decir, que Pedro tendrá un aprendizaje: él será rudo y se tendrá que ver con
los más rudos, figura del cordero en el rebaño. Y, por otro lado, tendrá que
ver siempre en cada ser humano la figura de Jesús, el Cordero inmolado por el
perdón de los pecados: tendrá que servir al Cordero, en los corderos.
“Le volvió a decir por segunda vez:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te
quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». La diferencia la encontramos sólo en el cambio de corderos por ovejas,
con lo que le señala a Pedro que él también es una oveja más del redil y que
debe ser manso, dócil y sinodal como la oveja. Lo del caminar juntos es
característico del rebaño ovil que sigue al pastor, el cual camina delante, en
medio o detrás de él; que lo conoce y lo conocen; que se fía de él; que se deja
encontrar, sanar y cargar por él.
“Le preguntó por tercera vez: «Simón,
hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le
preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te
quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». Aquí Jesús le expresa a Pedro el amor de amistad que quiere tener con
él, pues usa el mismo verbo fileo con el que Pedro siempre respondió. En la
relación con Dios tenemos que ser constantes y firmes, como vemos a Pedro sosteniendo
este duro interrogatorio con la certeza de que Jesús lo sabe todo, que ante Él
nada está oculto, pero con esa dosis de tristeza porque recuerda sus
debilidades, lo cual a todos nos suele pasar, ya que nuestro orgullo herido por
lo pecados cometidos nos hace desconfiar de la Misericordia de Dios, creyendo
que nuestra debilidad se impone más; y, esto, nos hace sufrir, entristecer, desganar
y desalentar en los genuinos propósitos que hacemos día a día. Jesús, para
concluir, le vuelve a recordar que sigue siendo discípulo (oveja) que deberá
ser dócil al Espíritu Santo, que ha de conducir y servir a Su Iglesia con
estilo sinodal.
Por tanto, queridos Juan, Martín y
Ramón, ahora empezarán su proceso, desde el sacerdocio ministerial, de ser
corderos y ovejas, de amar siempre con amor de amistad a Dios y a los hermanos,
lo cual les permitirá tener olor a oveja, de ser puente entre Dios y los
hombres, de ser testigos y dispensadores de la Misericordia de Dios, de caminar
en medio, delante y detrás de sus hermanos a quienes enseñarán a caminar
sinodalmente, de tener los oídos bien abiertos y atentos para escuchar al
Espíritu Santo y al santo Pueblo de Dios, de celebrar los santos misterios para
alimentar, consolar, instruir y curar a los hermanos que el Señor ponga en su
camino, de seguir profundizando en el amor y confianza filial a la Santísima
Virgen María, Madre de Dios y Madre del Pueblo, Esperanza nuestra, de ser
custodios y padres de sus hermanos a ejemplo de san José y de ilusionarse cada
día más con el luminoso ejemplo de discípulo, pastor, maestro, profeta y
servidor de nuestro querido comprovinciano el Beato Mamerto Esquiú.
“Santísima Virgen del Valle, a ti te
confío las vidas de Juan, Martín y Ramón. Cuídalos de las insidias del maligno,
del mundo y de sus propias debilidades. Asístelos en sus labores cotidianas,
sobre todo, en sus momentos de oración, que sepan darse tiempo para estar con
Jesús, que nunca negocien esta opción, y que le den lo mejor de su tiempo a fin
de no hacerle faltar a las ovejas la fuerza y constancia del amor del pastor,
que da su vida por ellas. Que apuesten siempre a cultivar y sostener la
comunión presbiteral por medio de la escucha y el estilo sinodal. Que la
cercanía con los pobres les haga confiar cada vez más en la Providencia divina.
Que cultiven sanas costumbres, recreaciones y maneras de descansar para tener
la fuerza, creatividad y alegría en su ser y quehacer sacerdotal. Que cuiden su
porte de sacerdote servidor. Que no sólo sean sino que parezcan sacerdotes del
Dios Padre Misericordioso. Dales, Madre de los Sacerdotes, perseverar hasta el
fin de su peregrinar terreno, la Gracia que hoy el Espíritu Santo les otorga en
bien de la Iglesia y del Mundo”. Amén.