El lunes 8 de noviembre comenzó la 119° Asamblea Plenaria del Episcopado Argentino, en la Casa de Retiros “El Cenáculo”, Pilar, Buenos Aires.
La convocatoria reúne a los prelados de todo el país,
entre ellos a nuestro obispo Luis Urbanc, y dio apertura con la celebración de
la Santa Misa, presidida por Mons. Oscar V. Ojea, Obispo de San Isidro y
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.
Desde la CEA compartieron el texto completo de su
homilía:
Un versículo del salmo 34 nos dice “¿quién es el
hombre que ama la vida y desea gozar de días felices?”. Esto expresa una
síntesis de la sabiduría bíblica que no está ligada al intelecto que almacena
muchas cosas, sino a la sabiduría de la vida que hilvana la trama de la
realidad más compleja y tiene como horizonte la felicidad.
Como pastores de nuestra patria pedimos en esta
Eucaristía el don de la Sabiduría del Espíritu Santo para que nos ayude a
recorrer los caminos de este tiempo de crisis a la luz del Evangelio de Jesús.
En el pasaje del Evangelio que escuchamos, aparecen
tres temas: el escándalo, el perdón y la fe.
La palabra escándalo alude a las piedras que ponemos
en el camino de los demás, a los obstáculos que puedan hacerlos caer y sufrir
heridas que lastimen.
Es fuerte la expresión de Jesús “tengan cuidado”.
La herida más grande que puede recibir el Pueblo de
Dios de nosotros los Obispos, sacerdotes y laicos, es la falta de testimonio.
La falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Profesar que
adherimos a un estilo de vida sin vivirlo.
Por esto mismo San Pablo nos dice en la Carta a los
Romanos “amen con sinceridad” es decir, que la “Caridad de ustedes no sea
fingida”. No hay peor corrupción que la de la Caridad, porque la corrupción de
lo óptimo es lo peor.
Vivir disociado, vivir una doble vida, produce
escándalo en el pueblo de Dios y si esto se establece como un estado habitual,
ya no es un pecado de debilidad sujeto al arrepentimiento y al perdón, sino que
es corrupción.
En este primer encuentro después de tanto tiempo, alrededor de la mesa
del altar, queremos renovar nuestro compromiso de vivir en la verdad, siendo
testigos fieles, que tenemos el honor de servir al Señor y a su Pueblo.
El segundo tema del Evangelio es el perdón. Debemos
darlo incansablemente porque hemos sido perdonados.
El perdón es un proceso que comienza con la escucha
del otro. Esto me ayuda a ponerme en su
lugar. El Sínodo sobre Sinodalidad se convierte entonces en un espacio
extraordinario para vivir una Iglesia en salida, una Iglesia que sale a
escuchar.
En este tiempo de tanta fragmentación en el que todos
buscamos diferenciarnos y afirmarnos en nuestros derechos, que la Iglesia salga
a escuchar, representa un cambio de paradigma, que significa no quedarse
atrincherado en los propios discursos, buscando seguridades solo en aquellos
con quienes tenemos afinidad de pensamiento y sensibilidad.
Escuchar no es una actitud pasiva sino activa en la
receptividad, requiere silencio interior. Cuando tengo mucho ruido interno no
puedo escuchar. Muchas veces pensamos que ya sabemos lo que el otro va a decir
y jugamos interiormente a confirmar nuestro presentimiento. Escuchar supone una
decisión, requiere vaciarme de mí mismo y dirigir mi pensamiento y mis sentidos
hacia el otro. En el Evangelio de hace dos domingos el Señor nos daba un
ejemplo del modo del escuchar cuando saliendo de Jericó, atravesando un
verdadero bosque de ruidos, escucha el
grito del mendigo ciego, jerarquizando el grito del pobre a las voces de la
multitud que querían hacerlo callar. Para escuchar hay que saber jerarquizar lo
más importante que sale del corazón de mi hermano.
Hay que saber escuchar lo que se esconde detrás de las
palabras y sonidos, descubrir lo que le está pasando en realidad a mi prójimo,
del modo como una madre sabe distinguir en el llanto de su hijo si se trata de
hambre o sueño o cansancio o una enfermedad.
Esta escucha que es el primer paso del proceso del
perdón nos deja a la puerta del comienzo del capítulo VII de la Encíclica
Fratelli Tutti, en el que el Papa nos plantea un camino de reencuentro,
recomenzando por la verdad. “Reencuentro no significa volver a un momento
anterior a los conflictos. Con el tiempo todos hemos cambiado, el dolor y los
enfrentamientos nos han transformado, además ya no hay lugar para diplomacias
vacías, para disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos y para buenos
modales que esconden la realidad. Los que han estado duramente enfrentados
conversan desde la verdad clara y desnuda, les hace falta aprender a cultivar
una memoria penitencial capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las
propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones.
Solo desde la verdad histórica de los hechos podrán
hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar
una nueva síntesis para el bien de todos. El proceso de paz es un esfuerzo
paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las
víctimas y que se abre paso a paso a una esperanza común, más fuerte que la
venganza.” (FT 226)
Nosotros nos sentimos hondamente comprometidos para
llevar adelante este camino de reencuentro entre todos los argentinos.
El tercer tema del Evangelio es la Fe. Queremos
pedirla repitiendo la oración de los Apóstoles “auméntanos la fe” (Lc. 17.5).
Sabemos que es puro don de Dios, que nuestra fe es débil y frágil. Es una
relación personal con Jesucristo que venimos llevando desde hace tiempo en
nuestra vida. Este vínculo nos da fuerza y valentía para enfrentar realidades
dolorosas y complejas. Nos ayuda a aceptar el sufrimiento con la conciencia que
el mal no tiene la última palabra entre nosotros. Nos hace saber que Dios actúa
en su pueblo y en cada persona. Y finalmente nos hace salir de nosotros mismos
y nos lleva a darla y a entregarla, no nos deja inmóviles sino que nos lleva a
transmitirla, no para convencer sino para ofrecer un verdadero tesoro que
constituye lo mejor que nos pasó en la vida.