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14 diciembre 2025

Emotiva acción de gracias por los 40 años de Sacerdocio de Mons. José Díaz y del P. Julio Murúa

“Hay una mezcla profunda de memoria agradecida y de esperanza confiada”, dijo el padre Murúa en su homilía. En tanto, Mons. Díaz agradeció a Nuestra Madre del Vallepor esa calidez con la que siempre nos ha contenido a cada uno de los sacerdotes”.

 

Durante la mañana de este domingo 14 de diciembre, se celebró la acción de gracias por los 40 años de Sacerdocio de Mons. José Antonio Díaz, obispo de Concepción, Tucumán, y del padre Julio Alejandro Murúa, vicario general de la Diócesis de Catamarca y párroco del Inmaculado Corazón de María, a los pies de la Virgen del Valle, bajo cuya protección pusieron su ministerio sacerdotal el día de su ordenación de manos del entonces obispo de Catamarca, Mons. Pedro Alfonso Torres Farías.

Con la participación de familiares, amigos y fieles en general, la Santa Misa fue presidida por Mons. José Díaz y concelebrada por el padre Julio Murúa; y los sacerdotes Diego Manzaraz, canciller y secretario general de la Curia Diocesana; Salvador Acevedo, Ángel Nieva, Héctor Salas y Marcelo Amaya, párrocos de las parroquias Sagrado Corazón de Jesús, San Antonio de Padua, San Pío X y Santa Rosa de Lima (Capital), respectivamente.

En su emotiva reflexión, el padre Murúa expresó: “Hoy, por la gracia de Dios, con monseñor ahora, mi hermano ‘Pepe’, estamos cumpliendo 40 años de vida sacerdotal. Y por eso en esta celebración, a los pies de Nuestra Madre del Valle, en el altar, hemos querido dar gracias por este acontecimiento”.

Al referirse al tiempo que nos prepara para la Navidad, dijo que “la Liturgia nos sitúa en el Adviento. También cuando fuimos ordenados correspondía al tiempo del Adviento, que se caracteriza como un tiempo de mirar hacia el horizonte aguardando el encuentro con nuestro Salvador, pero también es un tiempo de realismo, donde reconocemos que caminamos en medio de la noche hasta que llegue el Señor que trae la luz”.

Luego afirmó que “en la Biblia, el número 40 siempre habla de un camino: 40 años del pueblo en el desierto, 40 días de Jesús también en el desierto como tiempo de prueba. Al dar gracias hoy por estos cuarenta años, hemos caminado, de alguna manera lo hemos vivido como un tiempo de prueba, pero con la firme esperanza de encontrarnos continuamente con el Señor. Por eso al cumplir estos 40 años hay una mezcla de memoria agradecida por un lado y de esperanza confiada por otro”.

 

Vasijas de barro que llevan un Tesoro

Luego manifestó que “en este día hay dos expresiones que en distintos momentos las dijo el apóstol Pablo y que me venían a la mente con motivo de compartir este momento con ustedes. Cuando nos ordenamos, nos habíamos propuesto como el lema: ‘La caridad de Cristo nos apremia’, haciendo referencia a ese empuje, esa vitalidad que teníamos en ese momento, ese fuerte compromiso de llevar la Buena Noticia de Jesús. Y nos imaginábamos los campos más diversos, porque lo que nos empujaba era el amor de Cristo, la urgencia con que Cristo nos pedía que trabajemos por su Reino”.

“Pero al haber pasado este tiempo también viene a mi mente aquella otra expresión que ‘Llevamos este tesoro en vasijas de barro’ (2 Cor 4, 7). Quizás en ese tiempo, cuando recién iniciamos, pensaba que la vasija era fuerte, capaz de resistir cualquier embate. Pasado el tiempo, puedo decir que la vasija es de barro y es frágil, porque experimenté limitaciones, el cansancio y también han aparecido en mi vida muchas grietas. No han faltado momentos de soledad en el ministerio sacerdotal, y también ha habido noches oscuras, de desorientación a lo largo del ejercicio ministerial, y si hoy persevero no es por la calidad de la vasija, que muchas veces, usando la imagen, estaba a punto de romperse, sino por la grandeza del Tesoro que tenía esta vasija”, señaló.

Y agregó que “uno va aprendiendo que no tiene que ser un superhéroe, ni creérsela tampoco, uno va descubriendo que somos seres que ante todo experimentamos el perdón, la misericordia de Dios. Solamente cuando hemos experimentado esto descubrimos la grandeza de lo que es ser instrumento de perdón”.

Seguidamente, agradeció “a las personas que me han acompañado a sostener el Tesoro de gracia entre mis manos, en mi corazón frágil. Durante este tiempo no sólo mi vasija ha sufrido los embates, el camino por el cual tuve que andar no siempre ha sido asfalto, había espinas, había piedras, había montañas”.

En este sentido mencionó los lugares donde desempeñó su ministerio sacerdotal durante en el nivel parroquial y diocesano.

 

“No es fuerza de voluntad, es el amor de Cristo”

Frente a las dificultades que enfrentó en la tarea pastoral, se preguntó: “¿Qué es lo que mantiene el fuego encendido durante todo este tiempo, a pesar del barro, las tormentas y las dificultades? Lo que nos mantiene el fuego es la caridad de Cristo, pero ya no la entendemos como especie de mandato, de impulso que teníamos que salir con urgencia, no como una prisa nerviosa, sino como un fuego, una pasión que hace que uno no pueda quedarse quieto. Es el amor de Cristo que el nos urge a ver a un enfermo, aun cuando estamos muy cansados; es el amor de Cristo, el que nos mantiene de pie en reuniones extensas; es el amor de Cristo el que nos lleva a atender confesiones; es el amor de Cristo el que nos lleva a ser paciente, escuchar, acoger, dar consuelo. No es fuerza de voluntad, es el amor de Cristo. Es un amor que me empuja suavemente a no rendirme, a buscar la oveja perdida, a celebrar la Eucaristía cada día como si fuera la primera y la última vez”.

 

Gratitud

“Durante este tiempo de Adviento, donde encendemos las velas para desafiar la oscuridad, quiero dar gracias, en primer lugar, a Dios que es el alfarero que no se cansó de moldearme a mí, barro, rebelde, autosuficiente por momentos. Agradezco el regalo de la Virgen María en la advocación de Nuestra Señora del Valle, cuya presencia maternal ha mantenido viva mi fe. Agradezco a monseñor Torres que me impuso las manos, a monseñor Miani que siempre me acompañó con cercanía, y a monseñor Luis que me ha confiado la tarea de acompañarlo un poco más de cerca en este último tiempo, como su vicario general. Agradezco a mi hermano en el ministerio, el padre ‘Pepe Díaz’, que hoy tiene el gran desafío de responderle al Señor como obispo, pero le agradezco sobre todo su amistad; y a mis hermanos sacerdotes por su fraternidad. También agradezco a las comunidades por donde estuve, porque el cura no se hace solo se hace en el altar, pero también fuera del templo, en el contacto con la gente. Gracias bien grande para mi familia, mis padres que ya no están en este mundo, a mis hermanos, cuñados, sobrinos, que han estado siempre muy presentes y muy cercanos”, apuntó.

A ejemplo del Papa Francisco, pidió a los fieles que oren por él, “pero no para que sea perfecto, sino para que lo que me queda de camino en esta vasija de barro que soy, siga dejando transparentar, aunque sea por las grietas, la inmensa luz de Cristo que viene. Que la caridad de Cristo siempre nos anime, nos apremie, aunque cuando llevamos este tesoro en vasijas de barro”.

 

Mons. Díaz: “Doy gracias por la paciencia,

el acompañamiento y la oración de ustedes”

Después de la Comunión, Mons. Díaz dirigió unas palabras: “Quiero unirme y refrendar todo lo que nos ha dicho magistralmente el padre Julio en la homilía, dando gracias a Dios, a la Iglesia, a todas las personas y comunidades con las que hemos trabajado a lo largo de estos cuarenta años. Doy gracias por la paciencia, el acompañamiento y la oración que ustedes han tenido para con nosotros, que nos ha sostenido en el ministerio en nuestra fragilidad y en nuestra debilidad, porque Dios nos hace fuertes también a través de la palabra, la oración y el acompañamiento de cada una de las personas con las cuales hemos compartido, tantos sacerdotes, consagrados, laicos”.

Recordó las comunidades parroquiales donde estuvo destinado en nuestra diócesis como también los servicios diocesanos que le fueron encomendados. Asimismo, recordó “de un modo especial a los compañeros de Seminario que también están cumpliendo sus cuarenta años de egresados en el año 1985”, como “también el acompañamiento de Matías y de ‘Chichí’, papás del padre Julio, Manuel y Beba que han sido mis padres, y a tantas personas con las cuales he compartido la vida. Doy gracias a Dios por la fidelidad que ha tenido con nosotros a pesar de nosotros mismos”.

Además, hizo memoria “que cuando fuimos ordenados tenía una sensación muy fuerte de que a partir de ese momento nosotros, como sacerdotes, éramos objetos de fe de nosotros mismos, en el sentido de que identificados con Jesucristo, alentados por el Espíritu, trabajando en el Reino de los Cielos en la persona de Cristo, veíamos en nuestro actuar y en nuestra vida, su presencia. Y eso, si bien pudo haber estado oscurecido por esas grietas que no siempre dejaron transparentar su presencia, sin embargo, Él estuvo permanentemente a nuestro lado, y eso con el paso del tiempo se hace sentir”.

Tuvo palabras de gratitud a “Nuestra Madre del Valle, a quién debo en especial mi arraigo en Catamarca, porque cuando fui ordenado sacerdote, ya había elegido quedarme acá, en la diócesis, justamente por el amor que sentía a Nuestra Madre Morena. A Ella le quiero agradecer de un modo especial por esa calidez con la que siempre nos ha contenido, no sólo a todo el pueblo sino de un modo especial a cada uno de los sacerdotes”.

“El Señor los bendiga, y que todos podamos alcanzar la visión beatífica que es hacia donde estamos caminando, para lo cual nos estamos preparando durante ese tiempo del Adviento”, concluyó.

Luego de la bendición final y del canto a la Santísima Virgen María en su advocación del Valle, Mons. Díaz y el padre Murúa recibieron el afectuoso saludo de los presentes.

Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca / @DiocesisCat