En la noche del domingo 30 de noviembre, día en que la Iglesia celebra a San Andrés, apóstol, y segundo de la novena en honor de la Pura y Limpia Concepción del Valle, rindieron su homenaje los miembros de la Pastoral Misionera.
La Santa Misa fue presidida
por el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por el padre Ramón
Carabajal, capellán del Santuario Catedral, con la participación de miembros de
la Pastoral Misionera y de la Infancia y Adolescencia Misionera (IAM), junto con
devotos y peregrinos.
En el inicio de su homilía, el
Obispo les dio la bienvenida a los alumbrantes y les agradeció “por la hermosa
tarea eclesial que llevan adelante con mucho empeño, perseverancia y amor”,
dijo, rogando que “la Madre de los misioneros y san Andrés, apóstol, los sigan
guiando y mostrando que Jesucristo es el peregrino que nos conduce al encuentro
de Dios Padre, con la fuerza del Espíritu Santo”.
Al referirse a la experiencia
de ser discípulos y misioneros, afirmó que “el punto de partida es el encuentro
personal y transformador con Jesucristo. No se puede ser misionero sin haber
sido primero un discípulo”, resaltó, agregando que “el Discípulo es el que
conoce, ama, sigue e imita a Jesús. Es una persona que, convencida por la
experiencia de su fe, busca conocer más profundamente a su Señor, su misterio y
el Reino que anuncia. La vida del discípulo se fundamenta en la Palabra de Dios
y se nutre de los Sacramentos, especialmente la Eucaristía. Conlleva a una
conversión sincera y a una adhesión total a Cristo”.
Luego describió que “el
Misionero es el que tomó conciencia de que la vocación del discípulo no se
agota en sí mismo, ya que, por naturaleza, el discípulo es enviado: el
encuentro con Cristo impulsa a compartir la alegría de la fe. Por tanto, el
misionero es el que anuncia a Cristo Resucitado, no con sus propias fuerzas,
sino con la presencia y guía de Jesús (‘Yo estoy con ustedes todos los días’,
Mt 28,20)”.
Asimismo, señaló que “la clave
de la misión es el testimonio de vida. El discípulo misionero: 1. Vive el Amor de Dios: Sus buenas
obras no buscan el aprecio humano, sino que brotan del amor a Jesús. Es una luz
del mundo que lleva a otros a "glorificar al Padre que está en los
cielos" (Mt 5,14-16). 2. Lidera a
través del Servicio: Siguiendo el ejemplo de Cristo que, "no vino a
ser servido, sino a servir" (Mt 20,28), el misionero se desvive por los
demás, acogiendo, sirviendo y perdonando. 3.
Anuncia con Gozo y Valentía: La evangelización debe ser un acto alegre,
confiado, informado y coherente, que atraiga a otros y les haga preguntarse qué
secreto motiva al creyente”.
“En síntesis, el
discípulo-misionero es el bautizado que vive arraigado a Cristo y, por el amor
que recibe, se siente impulsado a salir para que también otros tengan vida en
Él”, manifestó.
“El
Adviento nos invita a detenernos en
silencio
para captar la presencia de Dios”
Luego reflexionó sobre el
Tiempo de Adviento que nos prepara para la Navidad, indicando que “cada
adviento, la liturgia pone al cristiano en situación vital de esperanza,
aguardando el día final. La espera que nos propone el profeta Isaías es la de
un encuentro definitivo con Dios donde todas las naciones vivirán en paz. Y hay
que esperarla con entusiasmo”.
“El evangelio y la segunda
lectura nos advierten del peligro que acecha nuestra vida cristiana si perdemos
de vista el fin trascendente de la misma. Se trata de un peligro muy sutil, ya
que muchas veces no se trata de hacer algo claramente malo, sino de dejarse
atrapar y enceguecer por las múltiples actividades de la vida cotidiana”, apuntó.
“Que la Virgen María, Mujer de
la espera, que supo captar el paso de Dios en su vida humilde y oculta de
Nazaret y lo acogió en su seno, nos ayude en este camino a estar atentos,
esperando al Señor que ya está entre nosotros y que no se cansa de pasar en
medio nuestro”, rogó.
Los alumbrantes participaron
de los distintos momentos de la celebración, colocaron el Rosario y telas con
los colores misioneros que los identifican al pie del ambón desde donde se proclama
la Palabra de Dios, y en el momento de preparar la mesa eucarística acercaron
ofrendas con elementos para la atención de los peregrinos junto con los dones
del pan y del vino.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos
devotos y peregrinos:
En este segundo día de la
Novena rinden su homenaje a la Virgen del Valle miembros de la Pastoral
Misionera. Bienvenidos y muchas gracias por la hermosa tarea eclesial que
llevan adelante con mucho empeño, perseverancia y amor. La Madre de los
misioneros y san Andrés, apóstol, los sigan guiando y mostrando que Jesucristo
es el peregrino que nos conduce al encuentro de Dios Padre, con la fuerza del
Espíritu Santo.
Considero oportuno compartir
con todos ustedes lo que sienten y viven los que ya están dando una respuesta a
Cristo no sólo como discípulos, sino también como misioneros.
El punto de partida es el
encuentro personal y transformador con Jesucristo. No se puede ser misionero
sin haber sido primero un discípulo: *El Discípulo es el que conoce, ama, sigue
e imita a Jesús. Es una persona que, convencida por la experiencia de su fe,
busca conocer más profundamente a su Señor, su misterio y el Reino que anuncia.
La vida del discípulo se fundamenta en la Palabra de Dios y se nutre de los
Sacramentos, especialmente la Eucaristía. Conlleva a una conversión sincera y a
una adhesión total a Cristo.
*El Misionero es el que tomó
conciencia de que la vocación del discípulo no se agota en sí mismo, ya que,
por naturaleza, el discípulo es enviado: el encuentro con Cristo impulsa a
compartir la alegría de la fe. Por tanto, el misionero es el que anuncia a
Cristo Resucitado, no con sus propias fuerzas, sino con la presencia y guía de
Jesús ("Yo estoy con ustedes todos los días" Mt 28,20).
Ahora bien, la Clave de la
misión es el testimonio de vida.
El discípulo misionero: 1.
Vive el Amor de Dios: Sus buenas obras no buscan el aprecio humano, sino que
brotan del amor a Jesús. Es una luz del mundo que lleva a otros a
"glorificar al Padre que está en los cielos" (Mt 5,14-16).
2. Lidera a través del
Servicio: Siguiendo el ejemplo de Cristo que, "no vino a ser servido, sino
a servir" (Mt 20,28), el misionero se desvive por los demás, acogiendo,
sirviendo y perdonando.
3. Anuncia con Gozo y
Valentía: La evangelización debe ser un acto alegre, confiado, informado y
coherente, que atraiga a otros y les haga preguntarse qué secreto motiva al
creyente.
En síntesis, el
discípulo-misionero es el bautizado que vive arraigado a Cristo y, por el amor
que recibe, se siente impulsado a salir para que también otros tengan vida en
Él.
Cada adviento, la liturgia
pone al cristiano en situación vital de
esperanza, aguardando el día
final. La espera que nos propone el profeta Isaías es la de un encuentro
definitivo con Dios donde todas las naciones vivirán en paz. Y hay que
esperarla con entusiasmo.
El evangelio y la segunda
lectura nos advierten del peligro que acecha nuestra vida cristiana si perdemos
de vista el fin trascendente de la misma. Se trata de un peligro muy sutil, ya
que muchas veces no se trata de hacer algo claramente malo, sino de dejarse
atrapar y enceguecer por las múltiples actividades de la vida cotidiana. Todos
tenemos experiencia, en la existencia cotidiana, de tener poco tiempo para el
Señor y poco tiempo también para nosotros. Terminamos absorbidos por el
“hacer”. ¿Acaso, a menudo, el activismo no nos posee, y la sociedad con sus múltiples
intereses la que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es cierto que dedicamos
mucho tiempo a la diversión y a ocios de diverso tipo? … Si nos ponemos la mano
en el corazón tendremos que reconocer que las cosas nos atrapan.
Es por ello, que el Adviento,
este tiempo litúrgico fuerte que estamos empezando, nos invita a detenernos en
silencio para captar la presencia de Dios que se ocupa de nosotros. La certeza
de su presencia debería ayudarnos a ver el mundo con ojos diversos, y a
considerar toda nuestra existencia como una venida permanente de Él a nosotros,
haciéndose cercano a nosotros en cada situación.
El tono amenazador del
evangelio es un recurso pedagógico para invitarnos a estar siempre vigilantes y
preparados para el día final, dado su carácter sorpresivo e inesperado. Podemos
decir que el Señor quiere despertar nuestra conciencia cristiana al comienzo
del adviento ya que, inevitablemente, el diario trajinar nos hace perder de
vista el horizonte de lo definitivo. Este es el sentido de la vigilancia, pues
vigilar implica una relación con el Cristo viviente, que volverá como juez
universal y emplazará a todos los humanos ante su tribunal.
No viene mal que nos
preguntemos: ¿soy consciente de lo que vivo, estoy alerta, estoy despierto?
¿Estoy tratando de reconocer la presencia de Dios en las situaciones
cotidianas, o estoy distraído y absorbido por las cosas? Si no somos
conscientes de su venida hoy, tampoco estaremos preparados cuando venga al
final de los tiempos. Sí, hermanos, ¡permanezcamos vigilantes! ¡Esperemos atentos!
Y que la Virgen María, Mujer
de la espera, que supo captar el paso de Dios en su vida humilde y oculta de
Nazaret y lo acogió en su seno, nos ayude en este camino a estar atentos,
esperando al Señor que ya está entre nosotros y que no se cansa de pasar en
medio nuestro.
¡¡¡Viva Jesucristo!!! ¡¡¡Viva la Virgen del Valle!!!
