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08 diciembre 2024

Homenaje de las familias a la Madre del Valle

“Que cada familia sea esa pequeña ‘Iglesia doméstica’ de puertas abiertas que sale presurosa al encuentro de otras familias, forjando así el espíritu de una Iglesia en salida, sinodal y misericordiosa”, dijo el Obispo.

 

Durante la noche del sábado 7 de diciembre, último día de la Novena en honor de la Pura y Limpia Concepción del Valle, rindieron su homenaje las familias, Pastoral Familiar, grupo Renacer y Familiares de Víctimas de Accidentes de Tránsito Catamarca (Faviatca). Se rezó de modo especial por los enfermos y hermanos fallecidos. 

La Santa Misa fue presidida por el obispo diocesano Mons. Luis Urbanč y concelebrada por los padres Ramón Carabajal, Luis Páez y Héctor Moreno, en un templo desbordado de devotos y peregrinos.

En su homilía, el Obispo dio la bienvenida a los alumbrantes y pidió “que la Virgen Santa los cobije bajo su manto y los haga activos promotores del amor y la unidad familiar”.

“Para esta jornada que termina se nos propuso que tomemos mayor conciencia de que somos peregrinos de esperanza y prepararnos así para vivir el Año Jubilar 2025 con verdadero espíritu penitencial, de manera que lleguemos a una profunda y duradera reconciliación con Dios y como sociedad, eliminando tantas grietas que nos distancian, afirmó acerca de la temática del día.

Tras su reflexión sobre la figura Juan, el Bautista, propuesta para esta semana de Adviento, convocó a las familias “a que se comprometan a hacer un verdadero adviento de sus vidas. Renueven sus hogares con la oración, la penitencia, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la recepción de los sacramentos, la cercanía con los más necesitados, el cuidado de los ancianos y enfermos y el cumplimiento de los propios deberes con dedicación y excelencia. De esta manera, Jesús volverá a nacer en ustedes y por ustedes en la sociedad toda”.

“Por favor -continuó-, no tengan miedo de apagar sus televisores y celulares para hacer ese espacio de desierto que les posibilitará escuchar al Espíritu Santo que hará surgir ríos de agua viva que las hará virtuosas a la hora de cultivar los valores evangélicos de la solidaridad, el amor, la unidad, el diálogo, el respeto, la amistad, la fecundidad, el testimonio, el cuidado de la vida y la paz”.

Dirigiéndose a la Virgen, rogó: “Ayúdanos a ser un verdadero hogar abierto a Dios y a los necesitados.  Que el amor y el cuidado de la vida, de toda vida humana, sea el distintivo de cada familia catamarqueña, a ejemplo tuyo y de José”.

“Que cada familia sea una verdadera escuela de amor, de oración, de respeto, de diálogo, de unidad, de perdón, de conocimiento de Dios, de cuidado de la naturaleza, de servicio, de compromiso ciudadano, de justicia, de trabajo, de libertad, de verdad, de alegría y de paz”.

“Que cada familia sea ‘discípula-misionera’ del amor Trinitario, dando testimonio de este misterio, a ejemplo del cual vive y que lo anuncia con hechos y palabras, siendo una comunión de vida y amor a través de las saludables relaciones interpersonales de sus miembros”, imploró.

También pidió “que cada familia sea esa pequeña ‘Iglesia doméstica’ de puertas abiertas que sale presurosa al encuentro de otras familias, forjando así el espíritu de una Iglesia en salida, sinodal y misericordiosa”.

Los alumbrantes participaron en los distintos momentos de la ceremonia litúrgica y hacia el final se consagraron a la Madre del Valle y la alabaron con el canto.

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TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos Devotos y Peregrinos:

En este noveno día de la novena en honor a nuestra Madre del Valle, le rinden su homenaje las familias catamarqueñas. Están presentes la Pastoral Familiar Diocesana, la Asociación Renacer y Familiares de Víctimas de accidentes de tránsito. Bienvenidos a esta celebración, que la Virgen Santa los cobije bajo su manto y los haga activos promotores del amor y la unidad familiar.

Para esta jornada que termina se nos propuso que tomemos mayor conciencia de que somos peregrinos de esperanza y prepararnos así para vivir el Año Jubilar 2025 con verdadero espíritu penitencial, de manera que lleguemos a una profunda y duradera reconciliación con Dios y como sociedad, eliminando tantas grietas que nos distancian.

La Misa que estamos celebrando corresponde al II Domingo de Adviento, y mañana a la de la Pura y Limpia Concepción del Valle.

Cada semana de Adviento se nos presenta para la reflexión una figura diferente. En esta ocasión le toca el turno a Juan, el Bautista. Es el encargado de preparar el camino al Señor. Su aparición se enmarca en unas coordenadas temporales y geográficas concretas: “Y recorrió toda la vega del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (Lc 3,3), porque Dios no aparece en abstracto. Se encarna en nuestro mundo. Y se ilumina con la referencia a la profecía de Isaías: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano” (Lc 3,4-5).  Y “todos verán la salvación de Dios” (Is 40,5; Lc 3,6). Es un mensaje de alegría, porque Dios así lo ha dispuesto. Es una decisión indeclinable, porque no descansará hasta que esa promesa se cumpla.

Hacen falta siempre mensajeros de la Palabra. Pero esta Palabra no desciende sobre los grandes del mundo. No la oyeron los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén. Ellos la rechazaron, a pesar de las pruebas que fueron viendo. Hay pocos profetas en los órganos de poder. La Palabra desciende sobre el Bautista, que vive en el desierto.

Nosotros hoy queremos acoger esa Palabra, especialmente en Adviento, y la pregunta es: ¿en qué contexto la debemos situar? Los judíos debieron pasar por el desierto para poder entender el significado de esa Palabra. También nosotros debemos adentrarnos en el desierto.

El desierto es el lugar del silencio. Ese silencio que, en Adviento, puede ayudarnos a escuchar la Palabra de Dios. Es también el lugar donde se vuelve a lo esencial. No encontramos muchas cosas en el desierto. El alimento no se obtiene con facilidad, falta el agua, sólo hay lo que es necesario para la vida. No hay carteles publicitarios, que tanto determinan nuestras elecciones, y nos hacen perder mucho tiempo y dinero con cosas superfluas. Si no volvemos a lo esencial, si no evitamos lo superfluo, la Palabra no puede descender sobre nosotros y encontrar eco.

Desde la primera venida del Señor hasta la segunda, nos encontramos a la espera. No se nos dice hoy nada concreto, sobre lo que significa la conversión de la que hablaba Juan. La semana que viene habrá indicaciones más concretas, pero hoy podemos sugerir ya algunas cosas. Podríamos comenzar por despojarnos del luto y la aflicción, de la tristeza. Intentar vivir en positivo. Afrontar la pena con esperanza cristiana, para poder vivir como verdaderos creyentes.

El segundo paso que podemos dar, ya, es colaborar en la obra del Evangelio, para que haya otras personas que sepan Quién es nuestra esperanza, el que nos mueve, para que compartan nuestra espera. Así la vida será también algo más alegre para ellos. Porque todo en la vida es un don de Dios… San Pablo nos lo recuerda con claridad: “Siempre que rezo por ustedes, lo hago con gran alegría. ¡Qué bueno que podamos rezar con alegría por los demás, en especial por los misioneros! Porque han sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy. Ésta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre ustedes esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Y rezo para que el amor de ustedes siga creciendo más y más en comprensión y en sensibilidad, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así llegarán al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios” (Flp 1,4-6.8-11).

 Además, nuestras comunidades deberían crecer en sensibilidad para todo, reaccionar ante lo que degrada la vida y la hace irrespirable: la violencia, las adicciones, la corrupción, el egoísmo, la avaricia, la contaminación fruto del consumismo desenfrenado, etc…. Para poder lograr todo esto, hacen falta momentos de desierto, de estar a solas con Dios, y momentos al lado del río Jordán, escuchando a Juan, el Bautista, y haciendo penitencia para compartir con los demás lo que vamos viviendo. Si somos capaces de compaginar los momentos de desierto y de río, seremos capaces de llegar a ser mensajeros de la esperanza y dejaremos de ser una huella intransitable, sino que seremos un camino por el que, el Señor, podrá acercarse con gozo y transitar con nosotros. Así viviremos un verdadero Adviento y ayudaremos a que todos vean la salvación de Dios. Como verdaderos discípulos-misioneros de Jesús.

A ustedes, queridas familias, las convoco a que se comprometan a hacer un verdadero adviento de sus vidas. Renueven sus hogares con la oración, la penitencia, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la recepción de los sacramentos, la cercanía con los más necesitados, el cuidado de los ancianos y enfermos y el cumplimiento de los propios deberes con dedicación y excelencia. De esta manera, Jesús volverá a nacer en ustedes y por ustedes en la sociedad toda. Por favor, no tengan miedo de apagar sus televisores y celulares para hacer ese espacio de desierto que les posibilitará escuchar al Espíritu Santo que hará surgir ríos de agua viva que las hará virtuosas a la hora de cultivar los valores evangélicos de la solidaridad, el amor, la unidad, el diálogo, el respeto, la amistad, la fecundidad, el testimonio, el cuidado de la vida y la paz.

Querida Virgen del Valle, somos tu familia, tu eres nuestra Madre, ayúdanos a ser un verdadero hogar abierto a Dios y a los necesitados.

Que el amor y el cuidado de la vida, de toda vida humana, sea el distintivo de cada familia catamarqueña, a ejemplo Tuyo y de José.

Que cada familia sea una verdadera escuela de amor, de oración, de respeto, de diálogo, de unidad, de perdón, de conocimiento de Dios, de cuidado de la naturaleza, de servicio, de compromiso ciudadano, de justicia, de trabajo, de libertad, de verdad, de alegría y de paz.

Que cada familia sea ‘discípula-misionera’ del amor Trinitario, dando testimonio de este Misterio, a ejemplo del cual vive y que lo anuncia con hechos y palabras, siendo una comunión de vida y amor a través de las saludables relaciones interpersonales de sus miembros.

Que cada familia sea esa pequeña ‘Iglesia doméstica’ de puertas abiertas que sale presurosa al encuentro de otras familias, forjando así el espíritu de una Iglesia en salida, sinodal y misericordiosa.

Que el mundo quiera volver a cultivar los valores perennes que dignifican cada vida humana en el seno de familias, donde se forjen maduras psicologías femeninas y masculinas conforme al plan creador de Dios y busquen la inspiración y ayuda en la Sagrada Familia de Nazaret y de tantos santos ejemplos de familia a lo largo de los XX siglos de cristianismo. Madre Santa, de verdad, que te necesitamos. ¡Óyenos!

¡¡Viva la Virgen del Valle!! ¡¡Vivan las Familias!

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