“Que la Madre bendita los siga iluminando para que sean comunicadores de la verdad animada por la caridad”
En la noche de este sábado 6
de abril, primera jornada del Septenario en honor de Nuestra Madre del Valle, rindieron
su homenaje los medios privados, estatales y eclesiales de comunicación social y
la Pastoral de Comunicación.
En un clima fraterno y de alegría
por el encuentro en torno a la Madre del Resucitado, los alumbrantes pusieron en
el altar lo que habita en sus corazones, durante la Santa Misa presidida por el
obispo diocesano, Mons. Luis Urbanč, y concelebrada por el obispo de La Rioja,
Mons. Dante Braida; el rector y el capellán del Santuario Catedral, padres
Gustavo Flores y Ramón Carabajal, respectivamente; el párroco de San Isidro
Labrador, padre Javier Grosso; y el sacerdote Argentino Lauría, de Tandil.
Representantes de medios de comunicación
y oficinas de prensa participaron en los distintos momentos de la Liturgia,
guiando, proclamando la Palabra de Dios, elevando las peticiones al Padre y
acercando al altar ofrendas particulares y el pan y el vino.
Ser
mujeres y varones de oración
“Que la Madre bendita los siga
acompañando e iluminando para que sean de verdad constructores de paz y
diálogo, forjadores de verdaderos y sanos vínculos en la sociedad y
comunicadores de la verdad animada por la caridad”, dijo al Obispo al saludar a
los alumbrantes de esta Misa en el comienzo de su homilía. “Por favor, sean
mujeres y varones de profunda vida de oración, pues eso nos enseña la Virgen
María, que permanentemente meditaba y guardaba en su corazón todo cuanto
acontecía en su vida y en la de los demás”.
A continuación se refirió al
tema de reflexión de esta jornada inicial de las fiestas marianas: profundizar
sobre la oración a la luz del ejemplo de la santísima Virgen María. Entonces
sostuvo: “La oración no es un monólogo, sino diálogo; por tanto, sólo es
posible si cultivamos una relación de amor con Dios”. Después expresó: “Para
dialogar es necesario saber escuchar; así también sucede con la oración:
necesitamos saber escuchar a Dios. Para ello es muy importante meditar la
Palabra de Dios”.
“La oración otorga la fuerza
para dar testimonio con claridad y caridad del poder de la Resurrección de
Jesús y de poder ser estimados por todos (…) nos proyecta y hace pregustar lo
permanente e imperecedero, a fin de que no nos dejemos encandilar por lo
pasajero e ilusorio, (…) alimenta la fe y hace que pasemos de meros
practicantes a verdaderos creyentes, y que reconozcamos a Jesús como el Ungido
de Dios Padre; por eso, lo amamos y cumplimos sus mandamientos. Ya que el amor
a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, no los vemos como una carga, sino
como una paterna ayuda para poder vivir con certeza nuestra comunión con Él y
los hermanos”.
Fe
auténtica y llena de ardor misionero
Hacia el final de su
predicación invocó a la Virgen: “Querida Madre del Valle, aquí estamos a tus
pies para pedirte que nos ayudes a ser mujeres y varones de profunda vida de
oración para que nuestra fe sea auténtica, llena de ardor misionero ‘en’ y
‘desde’ una Iglesia signada por la sinodalidad y dócil a las mociones del
Espíritu Santo. Así como, Tú y Jesús, nos convenzamos que un requisito previo a
toda oración es que debemos estar dispuestos a perdonar de corazón a quienes
nos han ofendido, pues sólo así seremos escuchados y bendecidos por nuestro
Padre celestial. (…) Por favor, querida Madre, escucha las suplicas y acoge
benigna tantos agradecimientos que en estos días tantos devotos y peregrinos te
dirigirán con confianza filial para que en cada uno de ellos se afiance la fe”.
Luego de la Comunión, todos juntos
alabaron a la Virgen del Valle con el canto y el Obispo impartió la bendición final.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y peregrinos:
En este primer día del septenario rinden su
homenaje a la Virgen del Valle quienes trabajan en los medios de comunicación
social. Bienvenidos a esta celebración, que la Madre bendita los siga
acompañando e iluminando para que sean de verdad constructores de paz y
diálogo, forjadores de verdaderos y sanos vínculos en la sociedad y
comunicadores de la verdad animada por la caridad. Por favor, sean mujeres y
varones de profunda vida de oración, pues eso nos enseña la Virgen María, que
permanentemente meditaba y guardaba en su corazón todo cuanto acontecía en su
vida y en la de los demás (cf. Lc 2,19).
La temática propuesta para este septenario es profundizar
sobre la oración a la luz del ejemplo de la santísima Virgen María, ya que la
fecundidad del camino sinodal emprendido depende de la calidad de nuestra
oración en coherencia con el ejemplo y la enseñanza de Jesús: “Ustedes,
separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).
La oración no es un monólogo, sino diálogo; por tanto,
sólo es posible si cultivamos una relación de amor con Dios. Entre dos personas
que se aman de verdad seguro que habrá un diálogo permanente, sincero, leal,
respetuoso y fecundo. Por medio del diálogo las personas maduramos, nos
enriquecemos mutuamente y crecemos en libertad y confianza.
Todo esto está en el trasfondo de nuestra relación con
Dios y que lo expresamos con la oración. Para dialogar es necesario saber
escuchar, así también, sucede con la oración: necesitamos saber escuchar a
Dios. Para ello es muy importante meditar la Palabra de Dios, pues a través de
ella nos habla Él, también conocer los contenidos de nuestra fe y moral, como a
los maestros de la vida espiritual. Todo esto facilita la escucha de lo que
Dios, por medio del Espíritu Santo, nos está diciendo. De esta manera, estamos
mejor dispuestos para hablarle de nuestra parte a Él, ya sea alabándolo,
agradeciéndole, suplicándole o intercediendo.
Este diálogo con Dios hace que los creyentes tengan un
solo corazón y una sola alma y que todo lo que son o poseen lo compartan (Hch
4,32). La oración otorga la fuerza para dar testimonio con claridad y caridad
del poder de la Resurrección de Jesús y de poder ser estimados por todos. La
oración posibilita que el creyente tenga puestos sus pensamientos en las cosas
del cielo y no en los de la tierra (cf. Col 3,1-2), pero orientando todo su
quehacer terreno hacia el bien de los demás y para alcanzar los eternos. La
oración nos ayuda a valernos de lo efímero con equilibrio y en función de lo
que no caduca, ni con la muerte ni con el tiempo. La oración nos proyecta y
hace pregustar lo permanente e imperecedero, a fin de que no nos dejemos
encandilar por lo pasajero e ilusorio.
La oración alimenta la fe y hace que pasemos de meros
practicantes a verdaderos creyentes, y que reconozcamos a Jesús como el Ungido
de Dios Padre; por eso, lo amamos y cumplimos sus mandamientos. Ya que el amor
a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, no los vemos como una carga, sino
como una paterna ayuda para poder vivir con certeza nuestra comunión con Él y
los hermanos (cf. 1Jn 5,1-3).
La oración fortalece nuestra fe en la diaria lucha contra
el mundo, el demonio y nuestros instintos, porque ella nos vincula
estrechamente al autor y consumador de la fe, Jesucristo, vencedor de la muerte
y el pecado y dador de toda gracia (cf. 1Jn 5,4-5; Heb 12,2).
Como les digo en la carta
pastoral, “la oración es el alma de toda vida de fe y, por supuesto, de la vida
cristiana. Lo es para cada persona y lo es también para la Iglesia como lo fue
para Jesús. Tengamos la mirada siempre puesta en quien todo lo puede, y seamos
valientes para pedir no sólo aquello que necesitamos, sino, sobre todo, para
conocerlo, amarlo y servirlo más y más. Se trata de hacer una oración de
confianza absoluta en el Señor sabiendo que nos escucha. Hay que tener valor
para llamar a su puerta, con la certeza de que siempre nos la abrirá”.
Querida Madre del Valle, aquí
estamos a tus pies para pedirte que nos ayudes a ser mujeres y varones de
profunda vida de oración para que nuestra fe sea auténtica, llena de ardor
misionero ‘en’ y ‘desde’ una Iglesia signada por la sinodalidad y dócil a las
mociones del Espíritu Santo.
Así como, Tú y Jesús, nos
convenzamos que un requisito previo a toda oración es que debemos estar
dispuestos a perdonar de corazón a quienes nos han ofendido, pues sólo así
seremos escuchados y bendecidos por nuestro Padre celestial. Y que, quien fue
asiduo en la oración, jamás ha sentido el vacío y la intemperie; por el
contrario, sintió que Dios restauró su esperanza e hizo brillar más fuerte la
luz de la fe, al calor del amor.
Por favor, querida Madre,
escucha las suplicas y acoge benigna tantos agradecimientos que en estos días
tantos devotos y peregrinos te dirigirán con confianza filial para que en cada
uno de ellos se afiance la fe. Amén
¡¡¡Viva la Virgen del Valle!!!
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Fotos: facebook Prensa Iglesia Catamarca / @DiocesisCat