Camino a la Beatificación

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08 diciembre 2012

Con la Catedral desbordada de peregrinos y fieles se celebró la Misa Solemne de la Inmaculada Concepción


Hoy, a las 9.00, se ofició la Misa Solemne de la Inmaculada Concepción, en el altar mayor del Santuario y Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, desbordado de peregrinos y fieles en general. La misma fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del clero catamarqueño, que llegaron desde distintos puntos del territorio diocesano.
Durante la ceremonia litúrgica, el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, dio lectura al decreto que marca la apertura del Año Diocesano de la Juventud, “en cuyo transcurso nos anunciaremos y anunciaremos el Evangelio de la Juventud que nos ilumina para que descubramos el enorme potencial que los jóvenes representan para la Iglesia y para el pueblo, su vocación de ser amigos y discípulos de Cristo, su llamada a ser centinelas de la mañana comprometidos con la renovación del mundo según el Plan de Dios, su apertura al sacrificio, la entrega y la generosidad, su sensibilidad para escuchar la voz de Jesús, su alegría, su fervor y su vitalidad”, expresa un párrafo del sustancioso instrumento episcopal.
En su predicación, Mons. Urbanc mencionó la presencia de los integrantes del Ejército Argentino que prestan servicio en la Escuela de Tropas Aerotransportadas y Operaciones Especiales y en la IV Brigada Paracaidista de la ciudad de Córdoba, que llegaron corriendo desde la ciudad mediterránea, para honrar a su Patrona, en representación de todos los paracaidistas militares del país.

Texto completo de la homilía
Queridos Devotos y Peregrinos:
                                                      En nombre de la Virgen María, la Pura y Limpia Concepción, les doy la bienvenida a esta celebración y les agradezco su presencia gozosa y creyente.
            En esta Santa Eucaristía damos gracias por el Año de la Familia que concluimos, el Año de la Fe que iniciamos con el Papa Benedicto XVI el pasado 11 de octubre y pedimos por los frutos espirituales del Año de la Juventud que hoy comenzamos en la Diócesis en consonancia con lo propuesto en Asamblea Diocesana.

            En primer lugar vamos a dirigir nuestra mirada al misterio de fe que estamos celebrando: la solemnidad de la Inmaculada Concepción.
            Allá en 1854 el Papa Pío IX decía: “Declaramos, Proclamamos y Definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles” (Bula Ineffabilis Deus).
María es la "llena de gracia" (Lc 1,28), como afirma el ángel cuando le lleva el anuncio de su maternidad divina. La mente humana no puede pretender comprender un prodigio y un misterio tan grandes. La fe nos revela que la Inmaculada Concepción de la Virgen es prenda de salvación para toda criatura humana, peregrina en la tierra. La fe nos recuerda también que, en virtud de su singularísima condición, María es nuestro apoyo inquebrantable en la dura lucha contra el pecado y sus consecuencias.
Juan, el discípulo amado de Jesús, recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas. 
“Esta ‘resplandeciente santidad del todo singular’ de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1,3) más que a ninguna otra persona creada. Él la eligió en él, para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1,4)” (Catecismo de la Iglesia católica, p. 492).
La Virgen María, sin pecado concebida, reparó la caída de Eva: y ha pisado, con su planta inmaculada, la cabeza del demonio. Hija de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronaron como Reina del Universo. 
Seguramente todos nosotros, al ver en estos días a tantos peregrinos que expresan de mil formas diversas su cariño a la Virgen del Valle, nos sentimos más dentro de la Iglesia, más hermanos de todos. Es como en una reunión de familia, cuando los hijos mayores, que la vida ha separado, vuelven a encontrarse junto a su madre, con ocasión de alguna fiesta. Y, si alguna vez han discutido entre sí y se han tratado mal, aquel día no; aquel día se sienten unidos, se reconocen todos en el afecto común.
Probablemente nos puede haber pasado de sentirnos como Adán, avergonzados por estar desnudos, es decir por estar llenos de pecado, y nos hemos estado escondiendo; sin embargo, hoy, tocados por la Virgen, nos atrevimos a presentarnos delante de Dios, reconociendo nuestro pecado, nuestra ingratitud, y pedimos perdón, a la vez que agradecemos a la Virgen que nos ha dado el coraje de llegar ante el trono de la Misericordia Divina. No echemos la culpa a nadie, justificándonos, sólo reconozcamos nuestra dureza de corazón y pidamos perdón, porque tenemos en María a la mejor abogada ante la justicia de Dios y cantemos al Señor un cántico nuevo porque Él continúa haciendo maravillas en favor de los hombres, pues da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia, siempre se acuerda de su misericordia y su fidelidad, y envía al Espíritu Santo para que nos cubra con su sombra y podamos a dar a luz a Jesús en nuestros corazones y en la sociedad, puesto que para Dios nada hay imposible. 
¿Qué otra cosa no diremos que: ‘Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor’?

Como escucharon en el decreto leído al inicio de la celebración, he dado solemne inicio al Año de la Juventud. Además, después de la procesión presentaré la carta pastoral que escribí a los jóvenes para la ocasión, en medio de otros gestos que la pastoral juvenil ha preparado con mucho esmero y sacrificio. Por eso, invito a todos a ponerse al hombro este tiempo de gracia para Catamarca. Los jóvenes necesitan encontrarse con Jesús, camino, verdad y vida. Mucho más nosotros para podérselo testimoniar con obras y palabras. Los jóvenes necesitan de una presencia cualificada de los adultos. Nos necesitan maduros, serios, creíbles, generosos y llenos de amor a Dios.
Por eso, para concluir transcribo una profunda reflexión del beato Juan Pablo II: “Si el hombre es el camino fundamental y cotidiano de la Iglesia, entonces se comprende bien por qué la Iglesia atribuye una especial importancia al período de la juventud como una etapa clave de la vida de cada hombre. Ustedes, jóvenes, encarnan esa juventud. Ustedes son la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad. Ustedes son, también, la juventud de la Iglesia. Todos los miramos, porque, en cierto sentido, todos nosotros volvemos a ser jóvenes constantemente gracias a ustedes. Por eso, su juventud no es sólo algo personal o de una generación, sino que pertenece al conjunto de ese espacio que cada hombre recorre en el itinerario de su vida, y es a la vez un bien especial de todos. Un bien de la humanidad misma” (Carta a los jóvenes, n°1, 1985).

Que la Virgen del Valle nos acompañe y ayude a llevar a cabo este tercer año de la Misión Diocesana Permanente, introduciendo a los jóvenes por la puerta de la fe.

(ver fotos en facebook: prensa obispado catamarca)