Hoy, a las 9.00, se ofició
la Misa Solemne de la Inmaculada Concepción, en el altar mayor del Santuario y
Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, desbordado de peregrinos y
fieles en general. La misma fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis
Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del clero catamarqueño, que llegaron
desde distintos puntos del territorio diocesano.
Durante la ceremonia
litúrgica, el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, dio
lectura al decreto que marca la apertura del Año Diocesano de la Juventud, “en cuyo
transcurso nos anunciaremos y anunciaremos el Evangelio de la Juventud que nos
ilumina para que descubramos el enorme potencial que los jóvenes representan
para la Iglesia y para el pueblo, su vocación de ser amigos y discípulos de Cristo,
su llamada a ser centinelas de la mañana comprometidos con la renovación del
mundo según el Plan de Dios, su apertura al sacrificio, la entrega y la
generosidad, su sensibilidad para escuchar la voz de Jesús, su alegría, su
fervor y su vitalidad”, expresa un párrafo del sustancioso instrumento
episcopal.
En su predicación, Mons.
Urbanc mencionó la presencia de los integrantes del Ejército Argentino que
prestan servicio en la Escuela de Tropas Aerotransportadas y Operaciones
Especiales y en la IV Brigada Paracaidista de la ciudad de Córdoba, que
llegaron corriendo desde la ciudad mediterránea, para honrar a su Patrona, en
representación de todos los paracaidistas militares del país.
Texto
completo de la homilía
Queridos Devotos y
Peregrinos:
En nombre de la Virgen María, la Pura y
Limpia Concepción, les doy la bienvenida a esta celebración y les agradezco su
presencia gozosa y creyente.
En esta Santa Eucaristía damos gracias por el Año de la
Familia que concluimos, el Año de la Fe que iniciamos con el Papa Benedicto XVI
el pasado 11 de octubre y pedimos por los frutos espirituales del Año de la
Juventud que hoy comenzamos en la Diócesis en consonancia con lo propuesto en
Asamblea Diocesana.
En primer lugar vamos a dirigir nuestra mirada al
misterio de fe que estamos celebrando: la solemnidad de la Inmaculada
Concepción.
Allá en 1854 el Papa Pío IX decía: “Declaramos,
Proclamamos y Definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen
María fue preservada de toda mancha de la culpa original en el primer instante
de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en
atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está
revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos
los fieles” (Bula Ineffabilis Deus).
María es la
"llena de gracia" (Lc 1,28), como afirma el ángel cuando le lleva el
anuncio de su maternidad divina. La mente humana no puede pretender comprender
un prodigio y un misterio tan grandes. La fe nos revela que la Inmaculada
Concepción de la Virgen es prenda de salvación para toda criatura humana,
peregrina en la tierra. La fe nos recuerda también que, en virtud de su
singularísima condición, María es nuestro apoyo inquebrantable en la dura lucha
contra el pecado y sus consecuencias.
Juan, el discípulo
amado de Jesús, recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. Los
autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio,
una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a
María en nuestras vidas.
“Esta
‘resplandeciente santidad del todo singular’ de la que ella fue
"enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le
viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en
atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido
con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef
1,3) más que a ninguna otra persona creada. Él la eligió en él, para ser santa
e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1,4)” (Catecismo de la Iglesia católica, p. 492).
La Virgen
María, sin pecado concebida, reparó la caída de Eva: y ha pisado, con su planta
inmaculada, la cabeza del demonio. Hija de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios.
El Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo la coronaron como Reina del Universo.
Seguramente
todos nosotros, al ver en estos días a tantos peregrinos que expresan de mil
formas diversas su cariño a la Virgen del Valle, nos sentimos más dentro de la
Iglesia, más hermanos de todos. Es como en una reunión de familia, cuando los
hijos mayores, que la vida ha separado, vuelven a encontrarse junto a su madre,
con ocasión de alguna fiesta. Y, si alguna vez han discutido entre sí y se han
tratado mal, aquel día no; aquel día se sienten unidos, se reconocen todos en
el afecto común.
Probablemente
nos puede haber pasado de sentirnos como Adán, avergonzados por estar desnudos,
es decir por estar llenos de pecado, y nos hemos estado escondiendo; sin
embargo, hoy, tocados por la Virgen, nos atrevimos a presentarnos delante de
Dios, reconociendo nuestro pecado, nuestra ingratitud, y pedimos perdón, a la
vez que agradecemos a la Virgen que nos ha dado el coraje de llegar ante el
trono de la Misericordia Divina. No echemos la culpa a nadie, justificándonos,
sólo reconozcamos nuestra dureza de corazón y pidamos perdón, porque tenemos en
María a la mejor abogada ante la justicia de Dios y cantemos al Señor un
cántico nuevo porque Él continúa haciendo maravillas en favor de los hombres,
pues da a
conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia, siempre se acuerda de su misericordia y su fidelidad, y envía al Espíritu Santo para que nos cubra con su sombra y podamos a dar a luz a Jesús en nuestros corazones y en la sociedad, puesto que para Dios nada hay imposible.
revela a las naciones su justicia, siempre se acuerda de su misericordia y su fidelidad, y envía al Espíritu Santo para que nos cubra con su sombra y podamos a dar a luz a Jesús en nuestros corazones y en la sociedad, puesto que para Dios nada hay imposible.
¿Qué otra cosa no
diremos que: ‘Bendito
sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la
persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos
eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos
santos e irreprochables ante él por el amor’?
Como escucharon en el
decreto leído al inicio de la celebración, he dado solemne inicio al Año de la
Juventud. Además, después de la procesión presentaré la carta pastoral que
escribí a los jóvenes para la ocasión, en medio de otros gestos que la pastoral
juvenil ha preparado con mucho esmero y sacrificio. Por eso, invito a todos a
ponerse al hombro este tiempo de gracia para Catamarca. Los jóvenes necesitan
encontrarse con Jesús, camino, verdad y vida. Mucho más nosotros para podérselo
testimoniar con obras y palabras. Los jóvenes necesitan de una presencia
cualificada de los adultos. Nos necesitan maduros, serios, creíbles, generosos
y llenos de amor a Dios.
Por eso, para
concluir transcribo una profunda reflexión del beato Juan Pablo II: “Si el
hombre es el camino fundamental y cotidiano de la Iglesia, entonces se
comprende bien por qué la Iglesia atribuye una especial importancia al período
de la juventud como una etapa clave de la vida de cada hombre. Ustedes,
jóvenes, encarnan esa juventud. Ustedes son la juventud de las naciones y
de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad. Ustedes
son, también, la juventud de la Iglesia. Todos los miramos, porque, en
cierto sentido, todos nosotros volvemos a ser jóvenes constantemente gracias a
ustedes. Por eso, su juventud no es sólo algo personal o de una generación,
sino que pertenece al conjunto de ese espacio que cada hombre recorre en el
itinerario de su vida, y es a la vez un bien especial de todos. Un bien de la
humanidad misma” (Carta a los jóvenes, n°1, 1985).
Que la Virgen del
Valle nos acompañe y ayude a llevar a cabo este tercer año de la Misión Diocesana
Permanente, introduciendo a los jóvenes por la puerta de la fe.
(ver fotos en facebook: prensa obispado catamarca)