Camino a la Beatificación

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20 abril 2014

Mons. Luis Urbanc en la Vigilia Pascual

“Todo lo que somos y creemos se debe a que Cristo ha resucitado y vive para siempre”


En la noche del sábado 19 de abril, la Iglesia de Catamarca celebró gozosa la Vigilia Pascual en todos los templos diseminados a lo largo del territorio diocesano, proclamando a viva voz que Cristo ha resucitado, que triunfó la vida sobre la muerte, dando profundo sentido a la fe cristiana.
La ceremonia central fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, en el Santuario y Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, con un marcado protagonismo de los más pequeños, los preferidos de Jesús, en el Año Diocesano de la Niñez y la Adolescencia, que transita esta Iglesia particular en el contexto de la Misión Diocesana Permanente.
La celebración se inició con la Liturgia de la Luz, durante la cual se bendijo el fuego con el que se encendió el Cirio Pascual, representando a Cristo Resucitado, vencedor de las tinieblas y de la muerte. El Cirio Pascual encendido con la llama del fuego nuevo entró procesionalmente en el templo que se hallaba a oscuras, mientras los fieles iban encendiendo sus velas.

Una vez colocado el Cirio en el candelabro, se pronunció el anuncio pascual, el anuncio de la alegría de la noche más santa del año, “que ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia”.
En la Liturgia de la Palabra, los encargados de proclamar las lecturas fueron los niños y adolescentes, en este año dedicado a ellos como opción pastoral en toda la diócesis local. Fueron siete lecturas del Antiguo Testamento con sus respectivos salmos cantados. Luego de la epístola se cantó el Gloria y se encendieron todas las luces del templo, y se proclamó el Santo Evangelio.

“Inauguramos ahora un tiempo nuevo”

Durante su homilía, Mons. Urbanc sintetizó la
significación de esta liturgia indicando que “todos los signos religiosos de esta noche nos llevan a percatarnos del triunfo de Cristo: el fuego nuevo que ilumina las tinieblas del pecado, el cirio encendido que representa a Cristo, el agua que bendecimos como elemento regenerador, la invocación de los santos, el canto del Gloria y del Aleluya, que estuvieron ausentes en la Cuaresma. Inauguramos ahora un tiempo nuevo”.
Luego enfatizó: “Triunfa la vida a pesar de las dificultades, del dolor, del fracaso, de la soledad, de las tentaciones, y de la agonía de Getsemaní. A pesar de la crisis económica, de las huelgas, de las guerras, de los escasos puestos de trabajo, etc., es posible una solución. ¿Por qué no vamos a gritar: ¡Regocíjense cielos y tierra!; verdaderamente resucitó Jesús, ha salido victorioso del sepulcro y éste ha ‘quedado vacío’? La muerte es la puerta de la vida”.

En otro tramo de su predicación, Mons. Urbanc manifestó que si Cristo no resucitó “no habría nada de lo que creen o practican: ni cristianismo, ni Iglesia, ni humanidad redimida, ni Dios Padre providente, ni Cristo, ni Virgen María, ni Papa, ni Obispos, ni Sacerdotes, ni Bautismo, ni Eucaristía, ni Penitencia, ni Cielo, ni Santos, ni nuestra historia cristiana familiar y personal. Por tanto, todo lo que nosotros somos y creemos se debe a que Cristo ha resucitado y vive para siempre”.
Tras las palabras del Pastor Diocesano, se dio paso a la Liturgia Bautismal, con la
bendición del agua y la renovación de las promesas bautismales. Esta renovación estuvo centrada en la renuncia al pecado y la afirmación de la fe cristiana. El rito concluyó  la aspersión del agua bendita a toda la asamblea.
La celebración continuó con la Liturgia de la Eucaristía, en la que los fieles se alimentaron con el Cuerpo de Jesús. Las ofrendas para la preparación de la mesa eucarística fueron acercadas por los pequeños.
Antes de la bendición final, los niños y adolescentes participantes de la Santa Misa se ubicaron en el Presbiterio junto al Señor Obispo para rendirle homenaje a la Madre del Resucitado, como un gesto de cercanía en este año dedicado a ellos como opción pastoral en la Diócesis de Catamarca.


TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos Hermanos:
                                          ¡Cristo, nuestro Salvador, ha resucitado!   ¡Aleluya!  ¡Aleluya!
            Hoy, en esta Noche única y excepcional de la historia humana, la Iglesia victoriosa canta y goza porque Jesucristo ha roto las cadenas de la muerte. No hay que temer… ¡Es cierto, es verdad!... Diga cada uno: ¡Señor Jesús has resucitado, ya no tengo miedo alguno! Porque Tú eres mi luz y mi salvación, en Ti confío. Todos los signos religiosos de esta noche nos llevan a percatarnos del triunfo de Cristo: el fuego nuevo que ilumina las tinieblas del pecado, el cirio encendido que representa a Cristo, el agua que bendecimos como elemento regenerador, la invocación de los santos, el canto del Gloria y del Aleluya, que estuvieron ausentes en la Cuaresma. Inauguramos ahora un tiempo nuevo.
Triunfa la vida a pesar de las dificultades, del dolor, del fracaso, de la soledad, de las tentaciones, y de la agonía de Getsemaní. A pesar de la crisis económica, de las huelgas, de las guerras, de los escasos puestos de trabajo, etc., es posible una solución. ¿Por qué no vamos a gritar: ¡Regocíjense cielos y tierra!; verdaderamente resucitó Jesús, ha salido victorioso del sepulcro y éste ha "quedado vacío"? La muerte es la puerta de la vida. Es increíble... la muerte es la puerta de la vida... ¡Qué difícil es entender esto, querido Jesús! La vida es misterio, la muerte es misterio. No entendemos muchas cosas, Señor, nos desbordan los acontecimientos, nos ahogan el no saber, el no poder y, sobre todo, tu silencio. Pero, Señor, confiamos en Ti, Tú eres nuestra salvación.
Hoy, el Señor Resucitado, nos hace capaces de re-entusiasmarnos… Sí, la tiniebla ya no es tiniebla delante de Ti, la noche brilla como el día. ¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? ¡HA RESUCITADO! Hoy empieza la nueva y definitiva alianza, las lanzas se convierten en podaderas, las espadas en arados y los oprimidos son liberados.
Las mujeres fueron las primeras enviadas por el joven vestido de blanco a anunciar a todos esta gran noticia. ¡Qué hermosa misión y puesto de la mujer en la Iglesia! Cada uno, como ellas, somos enviados a proclamar la fe en Dios Padre, la fe en la Vida, en el Dios que es la Vida. De ahora en más, vale la pena ‘desvivirse’ por los demás, ya que Jesús ha resucitado de entre los muertos, constituyéndose en luz de luz, vida de la vida y primogénito de la nueva creación.
Bien vale la pena volver sobre el texto de la carta a los Romanos (6,3-11) para motivarnos mejor a vivir como nuevas criaturas y a ser auténticos y generosos testigos de Cristo Resucitado: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva… Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios”.
Si algo tenemos que aprender en esta Pascua es a no buscar a Jesús donde no está. Así como las mujeres lo buscaban en la tumba, lo cual era lógico, sin embargo Jesús ya no está allí; Él no vino para quedar en una tumba. Ahora bien, cada uno deberá identificar cuál es su ‘tumba’, para no volver una y otra vez allí, donde no hay nada, puesto que lo que no es Cristo, es nada. Cristo inutilizó todas las tumbas y todas las cadenas, no las volvamos a reeditar porque ya perdieron vigencia.
En Pascua nos alegramos porque Cristo no ha quedado en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción. Pero ¿entienden qué significa realmente esto y cuál es su alcance? ¿Coinciden con san Pablo que exclamó: “¡Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe!” (1 Cor 15,14). ¿Se han puesto a pensar cómo sería hoy nuestro mundo si Jesucristo no hubiera resucitado?... Se lo digo de una, no habría nada de lo que creen o practican: ni cristianismo, ni Iglesia, ni humanidad redimida, ni Dios Padre providente, ni Cristo, ni Virgen María, ni Papa, ni Obispos, ni Sacerdotes, ni Bautismo, ni Eucaristía, ni Penitencia, ni Cielo, ni Santos, ni nuestra historia cristiana familiar y personal. Por tanto, todo lo que nosotros somos y creemos se debe a que Cristo ha resucitado y vive para siempre.
A los seres humanos nos cuesta mucho comprender y aceptar la lógica de Cristo, la lógica del amor de Dios al hombre. Para entender lo que significa su Resurrección, tenemos que entrar en Su lógica, no la nuestra. Es una lógica sobrenatural, que de no haber sido porque Cristo no sólo la enseñó, sino que la vivió, no habríamos podido comprenderla: ‘morir para vivir’; ‘perder la vida para ganarla’; ‘ser el último para ser el primero’; ‘hundirse en el surco para dar fruto’. Nos podríamos rebelar y no estar de acuerdo, pero qué vamos a hacer, es así, así lo quiso Dios, nos guste o no. Sólo quien asuma estas paradojas en su vida será completamente feliz.  Tal y como les sucedió a las mujeres que iban al sepulcro: de la muerte, del sinsentido, de la tristeza, de la derrota, Dios les comunicó gozo, paz, alegría, luz.
A lo largo de su vida y, sobre todo, en su Pasión y  Muerte en la Cruz, Cristo ha destruido y ha vencido el odio, la maldad humana, la violencia, la injusticia, la venganza y toda clase de vicios que se gestan en el corazón del hombre y son causa de sufrimiento temporal y de muerte eterna.
-     Ha vencido al odio con la fuerza de su amor.
-     Ha vencido la violencia con su corazón pacífico y su gesto amable y dulce.
-     Ha vencido la venganza con el perdón ofrecido desde la Cruz en la que murió.
-     Ha vencido al mal sembrando el bien a manos llenas por todas partes.
-     Ha vencido la injusticia con su corazón misericordioso, lleno de amor y de compasión
       hacia los pobres, los enfermos, los marginados y los pecadores.
-     Ha vencido la impureza y la suciedad de nuestros corazones con sus ojos limpios y su
       corazón puro.
-     Ha abierto un torrente de Bien y de Bondad con el que quiere anegar todo el mal del
       mundo, y para ello pide la colaboración de todos los cristianos.
¡Seamos como Jesús! ¡Imitemos a Jesús! ¡Busquemos nuestra fuerza en Jesús!
Porque Cristo ha resucitado les deseo que inicien una vida nueva, en sus familias, en el trabajo, en la escuela, en la sociedad y en la Iglesia.
Que la Santísima Virgen María, la primera que saltó de gozo por la resurrección de su Hijo, ponga en nuestros labios y en nuestro corazón el canto del aleluya todos los días de nuestra vida, tanto en la salud como en el dolor, en el gozo como en la tristeza. Amén