Mons.
Urbanc: “La familia es escuela de valores donde se
educan, por contagio, todos los que la integran”
El sábado 7 de diciembre, en
el último día de la novena en honor a la Virgen del Valle, rindieron su
homenaje las familias, miembros de la Pastoral Familiar Diocesana e integrantes
del Movimiento Familiar Cristiano.
La Santa Misa se realizó en
el Paseo de la Fe, que fue colmado por fieles, devotos y peregrinos llegados a
nuestra ciudad en gran número. Fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons.
Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del clero diocesano, entre ellos el
Delegado Episcopal para la Pastoral Familiar, Pbro. Eduardo López Márquez.
Durante su homilía, Mons.
Urbanc destacó que “la familia es en sí misma un gran valor y al mismo tiempo
es la fuente de otros muchos valores. La familia permite que, en la conciencia
y en la vida de sus miembros, nazcan y se cultiven la mayoría de los valores
por la convivencia diaria y concreta entre sus miembros. De aquí la importancia
tan grande del amor mutuo de los esposos y en especial como padres, delante de
sus hijos y la sociedad”.
Al referirse a la dimensión
misionera de la familia, expresó: “Cuando Puebla dice que los laicos ‘son
hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en
el
corazón de la Iglesia’, confirma la dimensión misionera de la familia cristiana
hacia adentro de la misma familia, como hacia la comunidad eclesial y sobre
todo hacia el mundo. Por eso Aparecida afirma: ‘Los mejores esfuerzos de las
parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en la convocatoria y
en la formación de laicos misioneros’”.
Asimismo, dijo que “concentrarse
en la promoción de la familia como foco de virtudes humanas y de testimonio
misionero supone también el reconocimiento de que requieren mejor atención las
familias más sufridas, donde la violencia impera. La
dimensión misionera de la
familia cristiana no debe pasar de largo ante este tremendo desafío: ‘la opción
preferencial por los pobres nos impulsa, como discípulos y misioneros de Jesús,
a buscar caminos nuevos y creativos, a fin de responder a otros efectos de la
pobreza. La situación precaria y la violencia familiar con frecuencia obliga a
muchos niños a buscar recursos económicos en la calle para su supervivencia
personal y familiar, exponiéndose también a graves riesgos morales y humanos’”.
También apuntó que “la
familia es escuela de valores donde se educan, por contagio, todos los que la
integran. Es en la familia en donde se crean vínculos afectivos, en donde se
quiere a
cada uno por lo que es, con cualidades y defectos”.
Luego de la profesión de fe,
todos los esposos presentes participaron de la renovación de las promesas
matrimoniales, en presencia de la Madre del Valle y de la Iglesia Diocesana.
Al finalizar la celebración
eucarística, folcloristas del medio ofrecieron una serenata a la Madre del Valle.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos
devotos y peregrinos:
En primer lugar, doy la bienvenida a
las familias que hoy rinden su homenaje a la amada Virgen del Valle; participan
también miembros de la pastoral familiar diocesana e integrantes del MFC. En
segundo término les recuerdo que durante esta jornada se nos propuso tener
presente que ‘la alegría cristiana brota de un corazón convertido y renovado’…
A todos les pido que roguemos fervorosamente por cada una de las familias de
nuestra Patria para que la fe y el amor a Dios las guíe a lo largo de toda su
vida y así sean constructoras de un mundo nuevo.
La familia es en sí misma un gran
valor y al mismo tiempo es la fuente de otros muchos valores. La familia
permite que, en la conciencia y en la vida de sus miembros, nazcan y se
cultiven la mayoría de los valores por la convivencia diaria y concreta entre
sus miembros. De aquí la importancia tan grande del amor mutuo de los esposos y
en especial como padres, delante de sus hijos y la sociedad.
Cuando Puebla (n.786) dice que los
laicos ‘son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo
en el corazón de la Iglesia’, confirma la dimensión misionera de la familia
cristiana hacia adentro de la misma familia, como hacia la comunidad eclesial y
sobre todo hacia el mundo. Por eso Aparecida afirma: ‘Los mejores esfuerzos de
las parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en la
convocatoria y en la formación de laicos misioneros’ (n.174).
Para que se pueda lograr esta
renovación misionera de la familia cristiana, es imprescindible el apoyo de los
pastores. El documento de Aparecida lo expresa así: ‘la renovación de la
parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están
al servicio de ella (n.201). Pero, sin duda, no basta la entrega generosa del
sacerdote, se requiere que todos los laicos se sientan corresponsables en la
formación de los discípulos y en la misión (n.202).
Concentrarse en la promoción de la
familia como foco de virtudes humanas y de testimonio misionero supone también
el reconocimiento de que requieren mejor atención las familias más sufridas,
donde la violencia impera. La dimensión misionera de la familia cristiana no
debe pasar de largo ante este tremendo desafío: ‘la opción preferencial por los
pobres nos impulsa, como discípulos y misioneros de Jesús, a buscar caminos
nuevos y creativos, a fin de responder a otros efectos de la pobreza. La
situación precaria y la violencia familiar con frecuencia obliga a muchos niños
a buscar recursos económicos en la calle para su supervivencia personal y
familiar, exponiéndose también a graves riesgos morales y humanos’ (Apar.
n.409).
Permítanme hacerles pensar acerca de
lo que nos transmiten las 24 horas del día los anuncios de la calle, de la
televisión, de la radio y de las revistas… ¿Se habrán percatado que nos venden
una vida “light”, una vida egoísta, en la que sólo se debe buscar el placer, el
poder, el parecer y el tener?... La consecuencia de ello es que cuando en la
vida sólo deseamos nuestra propia satisfacción y bienestar, dejan de tener
sentido la fidelidad, la generosidad, la paciencia, la tolerancia, el
sacrificio y el amor.
En
nuestra sociedad, se ha sustituido el amor por el egoísmo, porque nos insisten
en que sólo pensemos en nosotros mismos, en vivir la vida al máximo y en
disfrutarla, sin importar las consecuencias. Estos anti-valores se han hecho
una realidad en muchos adultos, pero también en los jóvenes, adolescentes y
niños, a quienes se les impulsa a darse gusto en todo, sin cuestionarse nada.
Ustedes
me preguntarán: y ¿cómo podemos contrarrestar tantos mensajes egoístas del
mundo? La solución debe partir de la familia, de sus familias, ya que es el
ámbito en donde niños, adolescentes, jóvenes y adultos aprenden a amar, y se
convencen de que el amor incluye el sacrificio, el ceder, la ayuda mutua, el
buscar el bien de los demás y no sólo el propio.
La
familia es la mejor escuela, en donde todos aprenden en carne propia. Por eso,
los padres y los hijos deben aprovechar el tiempo que puedan, para hablar de
los valores que el mundo les quiere quitar. De lo contrario, las preguntas
esenciales de la vida, quedarán como un sinsentido que arrasará a todos.
Cuando
uno no ha sufrido, es difícil saber que se necesita a Dios, pues al parecer uno
se las sabe de todas. En cambio, cuando uno se sabe limitado, impotente, puede
sentirse pequeño delante de Dios y reconocer que sin Él nada se puede. Jesús es
el único que nos libera de este vacío. Es entonces, cuando se experimenta en
carne propia la misericordia de Dios, ya que sin méritos propios somos amados
por Él. Y este amor es el que transforma, pues saca del egoísmo para llevar a
la compasión, a la comprensión y a la ayuda a los otros… ¡Qué felices son las
familias que se saben amadas por Dios!
Hay
que saber educar en los valores. Lo importante para las personas es saber por
qué se hacen las cosas, qué sentido tiene hacerlas y cómo realizarlas en la
vida cotidiana, fundamentalmente en el seno familiar.
La
familia es escuela de valores donde se educan, por contagio, todos los que la
integran. Es en la familia en donde se crean vínculos afectivos, en donde se
quiere a cada uno por lo que es, con cualidades y defectos.
Todos
los padres quieren que sus hijos sean felices y lo serán en la medida en que
vean que sus padres lo son. La mejor referencia es la vida de los padres.
El
primer gran valor que los hijos deberán aprender es el de amar, porque cuando
hemos aprendido a amar, lo hemos aprendido todo. Amar conlleva muchos valores:
olvido de sí, generosidad, fortaleza, flexibilidad, comprensión, etc. La Madre
Teresa de Calcuta nos recuerda que “amar es no detenerse”.
A
los hijos hay que responsabilizarlos de sus actos, pero a la vez hay que
saberles exigir con constancia sobre aquellas tareas que ellos deberán
realizar. Educarlos con disciplina y orden, ya que esto los ayudará a madurar y
crecer en todas las formas.
Es
fundamental el fomento entre todos los miembros de la familia el diálogo, la
comunicación, la aceptación, la escucha, el respeto y la formación religiosa,
ya que esto conllevará a la armonía y a saber apreciar a los otros.
Queridos
padres y queridas madres, es necesario que sepan y lo acepten que Dios les ha
confiado a los hijos no para que ellos satisfagan sus proyectos y hagan lo que
a ustedes se les ocurra, sino para que, con su ejemplo, los eduquen y guíen por el camino de la
verdad, del bien, la belleza, la armonía, el respeto, el servicio y el amor. De
allí que cada día se han de preguntar si han sabido inculcar en sus hijos una
escala de valores, recta, firme y verdadera, a partir de los contenidos de la
fe y la oración.
No
les quepa la menor duda que ‘el hombre contemporáneo cree más a los testigos
que a los maestros’ (EN, n° 41); ‘cree más en la experiencia que en la
doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías’ (RM, n° 42). Esto no lo
debe pasar por alto, pues sus hijos, desde que se van gestando, los miran e
imitan en lo bueno y en lo malo.
Ahora
volvamos nuestros corazones y nuestra mente hacia la Virgen Inmaculada para
suplicarle que nos ayude a hacer una sincera revisión de vida y poder reconocer
todo aquello que no estamos haciendo bien, de acuerdo a nuestra condición de
hijos de Dios e hijos de María. A Ella le pidamos que nos haga tomar conciencia
que las familias cristianas deben ser auténticamente misioneras, es decir,
verdadero y alegre testimonio del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
para el mundo de hoy y de siempre.
Por
último, los invito a consagrarse a Ella, diciendo: Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras
necesidades, antes bien, líbranos siempre de todos los peligros, Virgen
gloriosa y bendita… ¡Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios! Para que seamos
dignos de alcanzar las promesas de N. S. Jesucristo. Amén