Mons.
Urbanc: “Necesitamos un baño de luz,
amor, comprensión y misericordia”
En el cuarto día del
novenario, el lunes 2 de diciembre, llegaron a los pies de la Madre del Valle
los representantes del ámbito estatal y privado de la salud: hospitales,
sanatorios, institutos, Círculo Médico, Colegios Auxiliares de la Medicina, SAME,
PAMI, OSEP; miembros de la Pastoral de la Salud, Pastoral de las Adicciones y Servicio Sacerdotal de Urgencia.
El homenaje se concretó
durante la misa central de las 21.00 presidida por el Obispo Diocesano, Mons.
Luis Urbanc, y concelebrada por el responsable de la Pastoral de la Salud,
Pbro. Antonio Bulacio, entre otros sacerdotes del clero diocesano. En la
oportunidad, participaron autoridades del Ministerio de Salud de la Provincia y
de instituciones médicas privadas del medio, trabajadores del sector, devotos y
peregrinos, que se reunieron en torno al altar del Santuario y Catedral
Basílica.
Los alumbrantes proclamaron
la Palabra de Dios y presentaron las ofrendas particulares consistentes en
elementos para la atención de los hermanos peregrinos que llegan a nuestra
ciudad; y el pan y el vino para preparar la mesa eucarística.
Durante su homilía, Mons.
Urbanc expresó: “En este cuarto día de
la novena examinemos de qué debemos ser sanados por el Señor. Quizás tenemos
muchos dolores espirituales: vacío, infelicidad, angustia, rencor, negatividad,
apatía, sinsentido de la vida, etc., y necesitamos un baño de luz, amor,
comprensión y misericordia. Pues bien,
vayamos a Jesús con la confianza del centurión que El no sólo nos
curará, sino que acrecentará nuestra conciencia de hijos de Dios”.
En otro tramo de su
predicación dijo: “Estamos aquí, atraídos por la dulzura y fidelidad del amor
de nuestra Madre del Valle. En Ella encontramos siempre un motivo para seguir
en la lucha de cada día”. Y agregó que “la Virgen María es la Mujer del
Adviento, Mujer de la Dulce espera, Mujer de la alegre esperanza y, por encima
de todo, es la Madre del Mesías esperado por todos los pueblos de la tierra,
Madre del Amor hermoso”.
Bendición
de ambulancias
Finalizada la celebración
eucarística, el Señor Obispo, acompañado por los sacerdotes concelebrantes, se
trasladó en procesión hasta el Paseo de la Fe, donde bendijo las ambulancias
apostadas frente a la Catedral Basílica, pertenecientes al Ministerio de Salud
como de empresas de emergencia.
Martes
3 de diciembre
Nuestra dicha es anunciar el
Evangelio
“Dichosos
los ojos que ven lo que ustedes ven”
5.30- Santo Rosario y Ángelus.
6.00- Misa. Diócesis de
Concepción y La Rioja.
7.00- Laudes.
7.30- Misa. Poder Judicial
de la Provincia, Policía Judicial, Justicia Federal y ex Magistrados. Colegio
de Abogados, Escribanos, Tribunal de Cuentas, Procuradores y demás profesiones
afines.
8.30- Misa. Ámbito Estatal,
Municipal y Privado de Servicios Públicos (EC Sapem, Aguas de Catamarca Sapem,
Ecogas) y demás entidades afines.
10.00- Misa. Ambito Estatal
de Obras Públicas, Vialidad Provincial y Nacional, CAPE.
11.00- Misa. Ambito Privado
de Obras Públicas (Empresas y Comercios y del rubro, Círculo de Ingenieros,
Agrimensores, Arquitectos y demás profesiones afines).
12.00- Ángelus. Letanías.
18.30- Santo Rosario.
19.00- Misa. Ámbito del
Transporte y Comunicaciones, Correo Argentino, Empresas Privadas de Correos,
Taxis y Remises.
20.00- Rezo de la Novena.
Parroquia San Nicolás de Bari.
21.00- Misa. Ámbito del
Deporte Estatal (Provincial y Municipal), Clubes, Círculos, Federaciones,
Asociaciones Automovilísticas, Club Autos de Época, Cámara de Comercio,
Sindicato de Comercio, Centro de Empleados de Comercio.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos
devotos y peregrinos:
En primer lugar, doy la bienvenida a los
alumbrantes de esta celebración: ‘Todos los que trabajan en la salud, tanto en
el ámbito público como privado: médicos, enfermeros/as, personal de limpieza,
choferes, guardias, etc., como también los de la pastoral de la salud,
adicciones y servicio sacerdotal de urgencia’. En segundo término les recuerdo
que el tema propuesto para este cuarto es que ‘todos estamos llamados a crecer
en la fe’.
El
texto del evangelio que acabamos de escuchar nos da un ejemplo contundente de
lo que significa tener fe, esperanza y amor. Hoy, Cafarnaúm es nuestra ciudad y
nuestro pueblo, donde hay personas enfermas, conocidas unas, anónimas otras,
frecuentemente olvidadas a causa del ritmo frenético que caracteriza a la vida
actual: cargados de trabajo, vamos corriendo sin parar y sin pensar en aquellos
que, por razón de su enfermedad o de otra circunstancia, quedan al margen y no
pueden seguir este ritmo. Sin embargo, Jesús nos dirá un día: «Cuanto hicieron
a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo han hecho» (Mt 25,40). El
gran pensador Blas Pascal recoge esta idea cuando afirma que «Jesucristo, en
los fieles, se encuentra en la agonía de Getsemaní hasta el final de los
tiempos».
El
centurión de Cafarnaún no se olvida de su criado postrado en el lecho, porque
lo ama. A pesar de ser más poderoso y de tener más autoridad que su siervo, el
centurión agradece todos sus años de servicio y le tiene un gran aprecio. Por
esto, movido por el amor, se dirige a Jesús, y en la presencia del Salvador
hace una extraordinaria confesión de fe, recogida por la liturgia Eucarística:
«Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra tuya
y mi siervo quedará sano» (Mt 8,8). Esta confesión se fundamenta en la esperanza;
brota de la confianza puesta en Jesucristo y, a la vez, de su sentimiento de
indignidad personal, que le ayuda a reconocer su propia pobreza y necesidad de
los demás y de Dios.
Sólo
nos podemos acercar a Jesucristo con una actitud humilde, como la del
centurión. Así podremos vivir la esperanza del Adviento: esperanza de salvación
y de vida, de reconciliación y de paz. Solamente puede esperar aquel que
reconoce su pobreza y es capaz de darse cuenta de que el sentido de su vida no
está en él mismo, sino en Dios, poniéndose en las manos del Señor. Acerquémonos
con confianza a Cristo y, a la vez, hagamos nuestra la oración del centurión.
El
Adviento, que acabamos de iniciar, nos invita a detenernos, en silencio, para
captar una Presencia. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de
cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de
nosotros… ¡Cuán a menudo Dios nos hace percibir un poco de su amor!... Escribir
un "diario íntimo" de este amor sería una bonita y saludable tarea
para nuestra vida. El Adviento, también, nos invita y nos estimula a contemplar
al Señor presente y a acrecentar nuestra fe en Él.
En
este cuarto día de la novena examinemos de qué debemos ser sanados por el
Señor. Quizás tenemos muchos dolores espirituales: vacío, infelicidad,
angustia, rencor, negatividad, apatía, sinsentido de la vida, etc., y
necesitamos un baño de luz, amor, comprensión y misericordia. Pues bien,
vayamos a Jesús con la confianza del centurión que Él no sólo nos curará, sino
que acrecentará nuestra conciencia de hijos de Dios, para formar parte del
resto de Sión y ser llamados santos porque nuestros nombres estarán inscriptos
en el libro de la vida, en la Jerusalén celestial.
Estamos
aquí, atraídos por la dulzura y fidelidad del amor de nuestra Madre del Valle.
En Ella encontramos siempre un motivo para seguir en la lucha de cada día: con
nosotros mismos, con el mundo y con el demonio.
La
Virgen María es la Mujer del Adviento, Mujer de la Dulce espera, Mujer de la
alegre esperanza y, por encima de todo, es la Madre del Mesías esperado por
todos los pueblos de la tierra, Madre del Amor hermoso.
Acudamos
a Ella con plena confianza de que seremos escuchados y consolados por su
poderosa intercesión ante Dios, Nuestro Señor. Ella nos conseguirá de parte de
su Hijo lo que necesitamos para nuestro bien terrenal y celestial. Ella es
omnipotente para interceder, como Dios lo es para dar.
Le
prometamos a la Virgen bendita del Valle que al volver a nuestra vida diaria
pondremos en práctica las enseñanzas de Dios nuestro Padre del cielo. Que nos
ocuparemos de meditar la Palabra de Dios diariamente, para tener una fe madura
y capaz de mover montañas, sostenidos por la oración en familia o con otras
personas, con la certeza de que Jesús está con nosotros y que nos anima y
fortalece en el cuidado de nuestros hermanos enfermos.
¡¡María,
Madre de los enfermos y de los que los cuidan, ruega por nosotros!!