“La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano”
Este Viernes Santo, 15 de abril, a las 15.00, el
obispo diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió la celebración de la Pasión del
Señor en la Catedral Basílica y Santuario del Santísimo Sacramento y de Nuestra
Señora del Valle, acompañado de los capellanes del Santuario mariano,
presbíteros Luis Páez y Ramón Carabajal.
La ceremonia litúrgica se inició en silencio. El
obispo y los sacerdotes, revestidos con ornamentos rojos, se postraron delante
del altar como signo de pequeñez ante la inmensidad del amor de Dios, mientras los
fieles acompañaron este momento puestos de rodillas.
Tras la lectura de la Pasión, Mons. Urbanc pronunció
su homilía afirmando que “la cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y
del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un
castigo, una maldición. La cruz ha sido liberada de su significado maléfico
desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí”.
“‘Sufrir -escribía san Juan Pablo II desde su cama de
hospital después del atentado- significa hacerse particularmente receptivos,
especialmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas
a la humanidad en Cristo’. Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha
convertido también, a su manera, en una especie de ‘sacramento universal de
salvación’ para el género humano”, expresó.
Asimismo, señaló que “la luz que la Pasión y Muerte de
Jesús arroja sobre las situaciones dramáticas que vive la humanidad, se llama
Resurrección, puesto que ésta testimonia la victoria de la Vida sobre la
muerte. Nosotros peleamos nuestro combate terreno desde la perspectiva de la
Resurrección. También así Jesús iba obedeciendo a Dios, su Padre”.
Más adelante rogó “que la Virgen Dolorosa nos ayude a
tener siempre una mirada llena de esperanza, confianza y caridad”. Y exclamó: “¡Que
nada, ni nadie nos separe del amor de Cristo, que por nosotros padeció, murió y
resucitó! (cf. Rom 8,39)”.
Durante la Oración Universal se pidió por la Iglesia,
por el Papa, por nuestro obispo y todos los obispos y por el pueblo de Dios, por
los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por los Judíos, por quienes
no creen en Dios, por los gobernantes y por los que sufren.
Concluida esta plegaria, se realizó la solemne
adoración de la santa Cruz, que fue llevada procesionalmente por el obispo,
cubierta con un velo, que fue descubriendo a medida que avanzaba por la nave
central, desde el ingreso al templo hasta el presbiterio. Allí recibió la
veneración de los fieles.
En este momento se hizo el aporte para la Colecta por
Tierra Santa, destinada a mantener la tarea evangelizadora en los Santos
Lugares.
También se hizo memoria de los dolores de la Santísima
Virgen María junto a la Cruz.
Continuando con la celebración se preparó el altar
para la Comunión. El obispo trajo el Santísimo Sacramento desde el lugar de la
reserva, para que sea distribuido a los fieles. Después de la bendición final,
todos se retiraron en silencio.
La celebración de la Pasión del Señor fue transmitida
por las redes sociales con lengua de señas.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA
Queridos
hermanos:
San Gregorio
Magno, Papa decía que la Palabra de Dios crece con quienes la leen. Es decir
que nos ofrece significados nuevos en función de las preguntas que nos vamos
haciendo al leerla. Y nosotros este año volvemos a escuchar el relato de la
Pasión según san Juan. Cada uno tiene preguntas, dudas, temores, etc. Por eso,
tratemos de captar la respuesta que la Palabra de Dios nos quiere dar.
Acabamos de
escuchar el relato del mal más grande jamás cometido en la tierra. Y lo podemos
mirar desde dos perspectivas diferentes: o de frente o por detrás, es decir, o
por sus causas o por sus efectos. Si nos detenemos en las causas históricas de
la muerte de Cristo nos confundimos y cada uno estará tentado de decir como
Pilato: “Yo soy inocente de la sangre de este hombre” (Mt 27,24). La cruz se
comprende mejor por sus efectos que por sus causas. Y ¿cuáles han sido los
efectos de la muerte de Cristo? Entre otros: ¡Justificados por la fe en Él,
reconciliados y en paz con Dios, llenos de la esperanza de una vida eterna!
(cf. Rom 5,1-5). La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del
sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo,
una maldición. La cruz ha sido liberada de su significado maléfico desde que el
Hijo de Dios la ha tomado sobre sí.
Veamos esta
analogía: ¿Cuál es la prueba más segura de que la bebida que alguien te ofrece
no está envenenada? ¿Acaso no es si él bebe delante de ti de la misma copa? Así
lo ha hecho Dios: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor
hasta el extremo. Así ha mostrado que éste no está envenenado, sino que hay una
perla en el fondo de él.
Y no sólo el
dolor de quien tiene la fe, sino de todo dolor humano. Él murió por todos.
“Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos a mí” (Jn 12,32).
¡Todos, no sólo algunos!
“Sufrir -escribía
san Juan Pablo II desde su cama de hospital después del atentado- significa
hacerse particularmente receptivos, especialmente abiertos a la acción de las
fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo”.
Gracias a la
cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una
especie de “sacramento universal de salvación” para el género humano.
¿Cuál es,
entonces, la luz que la Pasión y Muerte de Jesús arroja sobre las situaciones
dramáticas que vive la humanidad? Esta Luz se llama Resurrección, puesto que ésta
testimonia la victoria de la Vida sobre la muerte. Nosotros peleamos nuestro
combate terreno desde la perspectiva de la Resurrección. También así Jesús iba obedeciendo
a Dios, su Padre.
Por tanto,
hermanos, más que a las causas, miremos a los efectos. No sólo los negativos,
cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los positivos que sólo una
observación más atenta nos ayuda a captar.
La Virgen Dolorosa
nos ayude a tener siempre una mirada llena de esperanza, confianza y caridad.
¡Que nada, ni nadie nos separe del amor de Cristo, que por nosotros padeció,
murió y resucitó! (cf. Rom 8,39). Amén.
¡Madre de los
Dolores, ruega por nosotros!