Misa de la Última Cena del Señor en la Catedral
“Al calor de la Eucaristía debemos
realizar nuestra identidad eclesial como ‘casa y escuela de comunión’, como
familia de Dios”, dijo el obispo.
El Jueves Santo, 14 de abril, la Iglesia dio inicio al
Triduo Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo,
con la celebración de la Misa de la Cena del Señor en la instituyó la Sagrada Eucaristía
y el Sacerdocio ministerial y el mandamiento nuevo del amor fraterno.
A las 20.00, una gran cantidad de fieles participó de
la ceremonia litúrgica presidida por el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanc, y
concelebrada por los presbíteros Luis Páez y Ramón Carabajal, en el altar mayor
de la Catedral Basílica y Santuario del Santísimo Sacramento y de Nuestra
Señora del Valle. La misma fue transmitida a través de las redes sociales de la
Catedral y del Obispado con lengua de señas.
En el transcurso de la celebración, el pastor diocesano,
repitiendo el gesto de Jesús con sus discípulos en aquella cena antes de ser
condenado a morir en la Cruz, lavó los pies de doce laicos, entre ellos servidores
del Santuario mariano, policías, docentes y de otros ámbitos.
Durante su homilía, Mons. Urbanc se refirió al lavado
de los pies comentando que “era un gesto de acogida y hospitalidad que se debía
hacer apenas se llegaba a la casa del anfitrión, antes de la comida; y lo
hacían los sirvientes o los esclavos paganos”.
También puso el acento en que las tres lecturas proclamadas
“abordan la cena o comida pascual en un clima familiar y de despedida”. Luego
afirmó que “Jesús rompe con esta tradición porque hace este gesto ‘fuera de
tiempo’ y porque, siendo el maestro, ocupa el lugar del ‘sirviente’. Esto
justifica en gran parte la sorpresa y la reacción de Pedro y de los demás”.
En otro tramo de su predicación dijo que en este
Jueves Santo, el Señor nos entrega tres cosas: “1. Ante todo, su Presencia Real
y Sacramental en la Eucaristía… 2. Nos deja también el sacramento-mandamiento
de la Caridad con su expresión visible que es el Servicio, gesto que es una
condición para entrar en el Reino de los Cielos... 3.- Nos deja el Sacramento
del Orden Sagrado. La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos en
continuidad con la acción de los apóstoles, obedientes al mandato del Señor. La
institución de la Eucaristía reclama la institución del Orden sacerdotal
mediante el cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida
en la Iglesia hasta el fin de los tiempos”.
“La Eucaristía hace la Iglesia, y la familia es la
iglesia doméstica. Por eso, la Eucaristía hace y sostiene los vínculos
familiares y comunitarios. Al calor de la Eucaristía debemos realizar nuestra
identidad eclesial como ‘casa y escuela de comunión’, como familia de Dios. En
ella debemos permanecer como en nuestra propia casa; es nuestro hogar, lugar
donde encontramos la firmeza de nuestra fe. Y aquí debemos, en primer lugar,
poner en práctica el mandamiento del amor en el servicio a los demás”.
“Que la Virgen del Valle nos ayude a penetrar este
misterio del amor de Dios, que en su Hijo Amado, vino a servir y no a ser
servido, dando su vida en rescate de una multitud, en la que procuremos estar
nosotros”, concluyó.
Adoración del Santísimo Sacramento
Finalizada la Santa Misa, el obispo diocesano,
acompañado de los sacerdotes concelebrantes, llevó en procesión el Santísimo
Cuerpo de Cristo, presente en la Sagrada Eucaristía, hasta el altar lateral
sur, donde los fieles lo adoraron hasta las 24.00. También se realizó la visita
a los Monumentos, como se acostumbra en la noche del Jueves Santo.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos hermanos:
Nos hemos congregado para iniciar al triduo pascual
con el gesto realizado por Jesús de lavar los pies a sus discípulos.
El lavado de los pies era un gesto de acogida y
hospitalidad que se debía hacer apenas se llegaba a la casa del anfitrión,
antes de la comida; y lo hacían los sirvientes o los esclavos paganos.
Habrán notado que las tres lecturas que acabamos de
escuchar abordan la cena o comida pascual en un clima familiar y de despedida.
La primera lectura da las indicaciones para la cena
pascual judía en familia. La carta de Pablo y el evangelio nos narran parte de
la última cena de Jesús con sus discípulos, cena pascual también.
Jesús rompe con esta tradición porque hace este gesto
“fuera de tiempo” y porque, siendo el maestro, ocupa el lugar del “sirviente”.
Esto justifica en gran parte la sorpresa y la reacción de Pedro y de los demás.
Más allá de la sorpresa, algunos intérpretes ven
detrás de esta negativa de Pedro a dejarse lavar los pies por Jesús un paralelo
al rechazo del Mesías sufriente que nos presentan los sinópticos en Mc 8,31-38
y paralelos. Es decir, Pedro no acepta al Mesías humilde y servidor que se
manifiesta en esta acción de lavar los pies; tal vez porque sabe bien que será
este mismo camino, el del servicio humilde, el que tendrá que asumir para
seguir e imitar a su Maestro.
La respuesta de Jesús es contundente: "Si no te
lavo, no tienes parte conmigo" (Jn 13,8). El «tener parte» remite al
Antiguo Testamento que utiliza esta expresión para referirse a la herencia que
Dios concede a su pueblo (cf. Gn 31,14; Dt 10,9; 14,27-29; 18,1-2). Aquí se
referiría a compartir la misma suerte de Jesús, que es su muerte y
resurrección. Para san Juan se trata de la vida de unidad y de amor que el
creyente está destinado a vivir con el Padre y con Jesús. En este punto Pedro
tiene que escoger entre su propio proyecto y el de Jesús, entre perder al
Maestro o aceptar el escándalo de la cruz. Y su respuesta es de total
aceptación a la voluntad de Jesús, sin dejar dudas: “Señor no sólo los pies,
sino también las manos y la cabeza" (Jn 13,9).
Cualquiera de nosotros podría objetar que no puede o
no tiene la posibilidad de lavar los pies a alguien, con lo cual quedaría en
falta con el pedido de Jesús, sin embargo no es así. Bien lo entendió san
Agustín al explicar lo que él realizaba en su tiempo: “lo que no se hace con las
manos (es decir: lavar los pies), se realiza con el corazón”. Y de esta manera,
todos podemos imitar a Jesús y estar en comunión con Él, sirviendo.
Ahora bien, ¿qué nos entrega el Señor en este Jueves
Santo?
1.- Ante todo, su Presencia Real y Sacramental en la
Eucaristía. Como decía el Papa Francisco en su homilía del jueves santo de
2020: “el Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía. Y nosotros
nos convertimos siempre en sagrarios del Señor; llevamos al Señor con nosotros,
hasta el punto de que Él mismo nos dice que si no comemos su cuerpo y bebemos
su sangre, no entraremos en el Reino de los Cielos. Este es el misterio del pan
y del vino, del Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros”.
2.- Nos deja
también el sacramento-mandamiento de la Caridad con su expresión visible que es
el Servicio, gesto que es una condición para entrar en el Reino de los Cielos.
Servir, sí, a todos. Pero el Señor, en aquel intercambio de palabras que tuvo
con Pedro (cf. Jn 13,6-9), le hizo comprender que para entrar en el Reino de
los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que el Siervo de Dios sea
siervo de nosotros. Y esto es difícil de entender. Si no dejo que el Señor sea
mi siervo, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el
Reino de los Cielos.
3.- Nos deja el
Sacramento del Orden Sagrado. La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de
los siglos en continuidad con la acción de los apóstoles, obedientes al mandato
del Señor. La institución de la Eucaristía reclama la institución del Orden
sacerdotal mediante el cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue
siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
Estas son las tres realidades que ha dejado Jesús a la
Iglesia en este día santo; más aún, la Iglesia misma ha nacido allí, del
misterio pascual anticipado el jueves santo y consumado el viernes santo.
Podemos decir que hoy al celebrar esta Eucaristía como
Iglesia, celebramos lo que somos, nuestro origen y nuestra identidad. Hoy al
celebrar y recibir con fe la eucaristía, entramos en comunión con Jesús y entre
nosotros, nos hacemos Iglesia de Jesús.
La Eucaristía hace la Iglesia, y la familia es la
iglesia doméstica. Por eso, la Eucaristía hace y sostiene los vínculos
familiares y comunitarios. Al calor de la Eucaristía debemos realizar nuestra
identidad eclesial como ‘casa y escuela de comunión’, como familia de Dios. En
ella debemos permanecer como en nuestra propia casa; es nuestro hogar, lugar
donde encontramos la firmeza de nuestra fe. Y aquí debemos, en primer lugar,
poner en práctica el mandamiento del amor en el servicio a los demás.
Que la Virgen del Valle nos ayude a penetrar este
misterio del amor de Dios, que en su Hijo Amado, vino a servir y no a ser
servido, dando su vida en rescate de una multitud, en la que procuremos estar
nosotros.
Fotos: Facebook Prensa Iglesia Catamarca