“Es una noche para hacer memoria, agradecer, creer en el amor de Dios y amar”
Durante la noche del sábado 16 de abril, la Iglesia que
peregrina en Catamarca celebró jubilosa la Solemne Vigilia Pascual a los pies
de la Madre del Valle, presidida por el obispo diocesano, Mons. Luis Urbanc, y los
presbíteros Luis Páez y Ramón Carabajal, en la Catedral Basílica y principal
Santuario mariano de la diócesis.
Muchos fieles pudieron participar de manera virtual a
través de la transmisión por las redes sociales.
La ceremonia litúrgica se inició en el atrio donde el
obispo bendijo el fuego nuevo con el cual se encendió el Cirio pascual, que representa
a Cristo, Luz del mundo. Sobre ése, marcó una cruz, signándolo con el año
actual, para significar que Jesucristo es el Señor del tiempo y de la historia.
Luego se ingresó en procesión al templo, que permanecía a oscuras, mientras los
fieles encendían sus velas con la luz proveniente del Cirio.
Después del canto del pregón pascual, comenzó la
Liturgia de la Palabra, que incluyó varias lecturas del Antiguo y del Nuevo
Testamento. Concluidas las del Antiguo Testamento se cantó el Gloria de la
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, interpretado por el Coro de la
Catedral, acompañado por el encendido de luces y el toque de campanas en la
noche más santa del año.
Durante su homilía, Mons. Urbanc afirmó que “en esta
noche somos invitados a contemplar la obra de Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, que salva a todos los que creen en Jesucristo. Es una noche para hacer
memoria, agradecer, creer en el amor de Dios y amar. Y es vital porque haciendo
memoria es como recuperamos la Esperanza; porque la Esperanza se alimenta de la
memoria de las acciones de Dios en nuestra vida”.
En otro tramo de la predicación dijo que “hoy,
nosotros estamos celebrando la Pascua real, la única eficaz, la definitiva:
Dios Padre ha resucitado a su Hijo de la muerte, que es la mayor obra de Dios
en la historia en favor de los hombres. En Cristo Resucitado el amor de Dios ha
vencido a la muerte y se nos han abierto las puertas de la vida eterna. Somos
hijos en el Hijo y coherederos de la vida eterna, para la que todo ser humano
ha sido creado”.
Asimismo, afirmó que “resucitar es volver a subir,
resurgir: físicamente, a la tierra de los vivos, y cualitativamente,
recuperando el alma la fuerza y el cuerpo la capacidad de relación. En la
resurrección de Jesús, Dios se manifestó como el Padre que rescata al Hijo de
la muerte y lo recompensa con la vida eterna”.
Más adelante manifestó que “si volvemos a la amistad
con Dios, si nos reconciliamos con aquellos con quienes estamos enemistados o
enfrentados; si nos amigamos con nosotros mismos, con nuestras miserias y
debilidades, estaremos haciendo experiencias de resurrección, ya que Dios nos
ha dado la gracia de pasar de la muerte a la vida; del pecado a la comunión con
Él, del odio y la enemistad al amor; del rechazo a nosotros mismos a la
aceptación gozosa de lo que somos, es decir, amados de Dios”.
Dirigiéndose a la Madre del Resucitado, le pidió: “Ayúdanos
para que cada día vivamos como resucitados, dando testimonio de Jesucristo, tu
Hijo Resucitado y Glorificado junto a Dios su Padre y nuestro Padre, a quien
sea el Honor y la Alabanza por siempre. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!”.
En la ceremonia litúrgica también se bendijo el agua
con la cual se roció a los participantes de la misma.
Durante la Liturgia Eucarística se consagró el pan y
el vino, que luego se convirtieron en el Cuerpo y la Sangre del Resucitado, que
luego se dio como alimento de vida eterna.
La celebración concluyó con la solemne bendición final
y el canto de alabanza a la Madre de Jesucristo, Luz del mundo y Vencedor de la
muerte.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos hermanos:
¡Aleluya! Cristo, nuestra Esperanza, ha resucitado,
venciendo el pecado y la muerte generada por éste, ¡Aleluya! ¡Aleluya!
En esta noche somos invitados a contemplar la obra de
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que salva a todos los que creen en
Jesucristo.
Es una noche para hacer memoria, agradecer, creer en
el amor de Dios y amar. Y es vital porque haciendo memoria es como recuperamos
la Esperanza; porque la Esperanza se alimenta de la memoria de las acciones de
Dios en nuestra vida. Y es lo que hicimos en la liturgia de la Palabra de esta
Santa Vigilia, que nos actualizó las principales intervenciones de Dios en la
historia en favor de su pueblo. El Papa Francisco, el 7-6-2018, nos invitaba a
hacer este ejercicio: “ir atrás con la memoria para encontrar a Cristo, para
encontrar fuerzas y poder caminar hacia adelante. La memoria cristiana es
siempre un encuentro con Jesucristo. La memoria cristiana es como la sal de la
vida. Sin memoria no podemos ir adelante. Cuando encontramos cristianos
‘desmemoriados’, enseguida vemos que han perdido el sabor de la vida cristiana
y acaban en personas que cumplen los mandamientos, pero sin mística, sin
encontrar a Jesucristo. La piedra filosofal es encontrar a Jesucristo en la
vida”.
La primera lectura nos puso en situación: somos
creación de Dios, Él se expresó en las leyes de la naturaleza. Para los
creyentes la Creación es la primera obra que el amor de Dios ofrece al hombre,
al que crea a su imagen y semejanza, a fin de que sea su digno colaborador para
cuidarla. Al respecto san Pablo tiene una expresión muy elocuente: “Todo es de
ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (1Cor 3,22-23).
Y, junto al magnífico don de la creación, está el
inefable don de la vida. La vida que tenemos y que vivimos es también un don
fundamental de Dios, un regalo de su amor. Vivimos porque el Padre nos ha
pensado, querido y amado eternamente. Todo es un regalo de Dios Padre. Por eso,
hemos de cuidar y perfeccionar toda vida humana para que se asemeje cuanto más
a su Creador, Redentor y Santificador.
Así nos conectamos con la segunda lectura donde Dios
pide a Abraham una fe total, diríamos una fe ‘todo terreno’. Hasta pedirle que
le sacrifique al hijo de la promesa. Sin embargo, Dios protegerá la vida de
Isaac, quien es prefigura de Jesucristo, el Cordero inmolado, quien sí
entregará su vida por la redención de toda la humanidad. A esto san Pablo lo
llamará la “locura de la Cruz” (1Cor 1,18).
La lectura del Éxodo, la Pascua judía, relata la
experiencia que tienen los judíos del poder creador de Dios que es capaz de
salvar de la muerte y, al mismo tiempo, es una liberación del miedo a la
muerte. Israel ya no teme más al Faraón y a su ejército, teme a Dios. Israel ha
pasado de la noche de lo tangible a la aurora de lo trascendente, de una orilla
a la otra, de Egipto a la tierra prometida pasando por el desierto, de la
esclavitud a la libertad, de la servidumbre al servicio, del pánico al temor de
Dios, de la incredulidad a la fe. Este texto fue escrito para que el lector
realice también esta experiencia de la victoria sobre el miedo que es la raíz
de la esclavitud. La libertad comienza donde no existe más el temor, y éste se
disipa cuando reina la confianza y el abandono en Dios.
Y, hoy, nosotros estamos celebrando la Pascua real, la
única eficaz, la definitiva: Dios Padre ha resucitado a su Hijo de la muerte,
que es la mayor obra de Dios en la historia en favor de los hombres. En Cristo
Resucitado el amor de Dios ha vencido a la muerte y se nos han abierto las
puertas de la vida eterna. Somos hijos en el Hijo y coherederos de la vida
eterna, para la que todo ser humano ha sido creado.
Hermanos, resucitar es volver a subir, resurgir: físicamente,
a la tierra de los vivos, y cualitativamente, recuperando el alma la fuerza y
el cuerpo la capacidad de relación. En la resurrección de Jesús, Dios se
manifestó como el Padre que rescata al Hijo de la muerte y lo recompensa con la
vida eterna. Además, con la glorificación, la humanidad de Jesús adquiere un
nuevo vínculo con el Padre: una dependencia absoluta con Él, al punto que en su
ser corporal vive ahora sólo por el Padre “que lo ha engendrado hoy”. Y para
nosotros ha sido regenerado el vínculo con Dios, mejor aún, ha sido
transformado y elevado ya que estamos llamados a participar del mismo vínculo
filial de Jesús con el Padre; vínculo eterno. Y desde aquí también nace el
vínculo fraterno, de hermanos que formamos la nueva familia de Dios. Si el
pecado y la muerte son la ruptura del vínculo con Dios y con los demás, la
resurrección es la recuperación de estos vínculos. Si volvemos a la amistad con
Dios, si nos reconciliamos con aquellos con quienes estamos enemistados o
enfrentados; si nos amigamos con nosotros mismos, con nuestras miserias y
debilidades, estaremos haciendo experiencias de resurrección, ya que Dios nos
ha dado la gracia de pasar de la muerte a la vida; del pecado a la comunión con
Él, del odio y la enemistad al amor; del rechazo a nosotros mismos a la
aceptación gozosa de lo que somos, es decir, amados de Dios. Más vida tenemos
cuanto más vinculados estamos: con Dios, con los demás, con nosotros mismos.
Hermanos, Cristo ha resucitado y nuestra vida nueva, como resucitados ya ha comenzado…
La resurrección es entonces la victoria de Jesús, su triunfo final…y también el
nuestro.
Querida Madre del Valle, repítenos Tú, cada día,
"¿Por qué buscas al que está vivo entre los muertos? ¡No está aquí, ha
resucitado!" (Lc 24,5-6), así la luz de la fe nos iluminará, la tenacidad
de la esperanza nos sostendrá y la fuerza del amor nos alegrará y pacificará.
También ayúdanos para que cada día vivamos como resucitados, dando testimonio
de Jesucristo, tu Hijo Resucitado y Glorificado junto a Dios su Padre y nuestro
Padre, a quien sea el Honor y la Alabanza por siempre. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Aleluya!
¡¡¡VIVA JESUCRISTO RESUCITADO!!!
¡¡¡VIVA JESUCRISTO, ESPERANZA DEL MUNDO!!!
¡¡¡VIVA JESUCRISTO, PRÍNCIPE DE LA PAZ!!!