El jueves 8 de diciembre por la mañana, en el altar mayor de la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, se llevó a cabo la Misa Pontifical presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Obispo Emérito de Catamarca, Mons. Elmer Osmar Miani, el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, el Rector del Santuario y Catedral Basílica, Pbro. José Antonio Díaz, y numerosos sacerdotes de los Decanatos Capital, Centro, Este y Oeste de la diócesis catamarqueña.
Entre las autoridades presentes se encontraban la Presidenta Provisoria del Senado, Lic. Marta Grimaux de Blanco, y el Sr. Intendente de Fray Mamerto Esquiú, Dn. Humberto Valdez, quienes se sumaron a la gran cantidad de fieles que desbordaron el templo catedralicio, epicentro por estos de días de la manifestación más profunda de devoción a la Morenita Virgen del Valle.
Durante su homilía, Mons. Urbanc hizo alusión al Año de la Familia, que marcará la acción pastoral de 2012. “En este día en el que la Iglesia honra la Concepción Inmaculada de la siempre Virgen María, nosotros, como Pueblo de Dios que peregrina en Catamarca, hemos decidido dedicar todo el año 2012 a reflexionar, a rezar y a trabajar sobre la preciosa realidad humana que es la FAMILIA; como lo hicimos durante el 2011 sobre el misterio inefable de la Vida, al servicio del cual está la familia”.
En otro tramo de la predicación afirmó que “Dios fundó la familia no como un ámbito de enemistad y destrucción, sino como el manantial de la amistad y la edificación; no como el comienzo de desarraigos, inseguridades y adicciones, sino como un espacio de la comunión, la seguridad y la libertad; no como el origen del desconcierto y la beligerancia, sino como el taller de la orientación y la concordia”, y consideró que “necesitamos la familia como una escuela en la cual el ejemplo de los padres y de los hijos se constituya en ruta de esperanza para todos, en un lenguaje vivo y comprensible sobre el sentido de la vida y sobre el compromiso con los necesitados, y en una vivencia del amor fiel y fecundo de Dios, que quiere ser comunicada a otros”.
Asimismo, dedicó un párrafo a la problemática de la drogadicción, afirmando que “muchos analistas coinciden en afirmar que un hogar con esposos desunidos física o espiritualmente, o padres desertores de su misión educativa, ocupados por el éxito económico, o tan irresponsables que no crean un clima de confianza y diálogo con los hijos, o autoritarios, o complacientes, o ausentes a la hora de educar a sus hijos en la libertad, la sexualidad, el amor, el ocio, las virtudes sociales y cívicas, suelen ser las causas profundas de la drogadicción juvenil”.
A esto agregó: “No se piense que los drogadependientes son fruto exclusivo del divorcio, o son los hijos de la viuda y de la mujer soltera, o simplemente son hijos de nadie. También surgen de hogares armoniosos o aparentemente armoniosos: ‘son los malos hijos de las buenas familias’. De las familias que siguen creyendo que los demás jóvenes pueden caer en vicios, menos sus hijos; de las familias que siguen educando a sus hijos en un circuito cerrado, en cuanto que purifican su hogar y no hacen nada por purificar el ambiente en que viven sus hijos”.
También dijo que “cuando el hijo descubre en su hogar una carencia afectiva y educativa que sus padres tratan de suplir dándole dinero, comienza a romper los lazos que lo unen a la familia, destruye las imágenes parentales y se fuga adonde sea. La persona que se droga, básicamente lo hace por la falta de amor en su entorno”.
“La explosión de la drogadicción infantil y juvenil no puede ser sino el indicio de que algo anda profundamente mal en el mundo y que es el mundo lo que hay que purificar, renovar y redimir”, indicó.
Para concluir, invitó a todos a que “miremos a nuestra Madre del Valle, le confiemos este ‘año de la Familia’ y que la escuchemos cuando nos dice con dulzura de madre “A tu Familia, Dios la ama”… Escribamos esta frase en todos los lugares donde vivimos, estudiamos y trabajamos, pero sobre todo en lo profundo de nuestro corazón para que forje en nosotros una alegre y activa esperanza”.
Bienvenida a sacerdotes misioneros
En el transcurso de la ceremonia religiosa, Mons. Urbanc presentó a los dos sacerdotes misioneros redentoristas, Jorge y Ricardo, quienes comenzaron a trabajar en la zona norte de la ciudad capital. Al respecto, el Señor Obispo consideró que “seguramente es un regalo que la Virgen nos preparó con ocasión del Centenario de la Diócesis (celebrado en 2010). Ellos desde la congregación de los Padres Redentoristas han decidido enviar a esta diócesis un equipo de misión y van a estar desde hoy por tres años trabajando en nuestra diócesis, en el sector norte de nuestra ciudad, teniendo como centro las 500 Viviendas, donde se está edificando un complejo. Ya hay un salón grande y van a dedicarse a misionar. Nos van a ayudar en esta Misión Diocesana Permanente”.
La bienvenida a los presbíteros se dio con un fuerte aplauso de todos los presentes. “Ojalá que la Virgen del Valle los enamore y podamos tener el día de mañana Padres Redentoristas presentes en nuestra diócesis”, anheló el Obispo.
Texto completo de la homilía
Queridos hermanos:
Bienvenidos amados peregrinos y devotos de la Virgen del Valle. Una vez más nuestra Madre celestial hace que sus hijos nos reunamos para agradecerle a Dios por tantos favores recibidos a lo largo del año. Ella nos contempla venidos de lejanos lugares, cada uno con sus penas y alegrías, con sus gratitudes y súplicas, con sus éxitos y fracasos, con sus miedos y seguridades, con sus proyectos y realizaciones. Cuánta alegría en el corazón de esta Madre por vernos reunidos como hermanos, como su familia, sin distinción de condición social. Todos hermanados por su ternura y fidelidad. Cuánta pena en su corazón de Madre por nuestras penas y aflicciones. Pero cuántas ganas de insuflar en nosotros la esperanza cristiana que no defrauda, porque Ella sabe que para Dios nada es imposible, más aún Él ha puesto a nuestro alcance su Palabra y la Eucaristía al menos cada domingo. Sacerdotes que nos acogieron para el perdón de nuestros pecados. Nuestros enfermos y ancianos han sido fortalecidos. Nuestros niños, en gran número han recibido los sacramentos de la Comunión y la Confirmación. Hubo ordenaciones sacerdotales y diaconales. Consagraciones a la vida religiosa y misionera. Hombre y mujeres que se solidarizaron con los sufrientes de todo tipo; que se ocuparon de diversas áreas pastorales del apostolado eclesial, sobre todo impregnando toda actividad con el espíritu de la Misión permanente a la que nos convocó el Papa Benedicto XVI, con especial énfasis a partir de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida, en Mayo de 2007. ¡Cuántas bendiciones para agradecer y agradecer!... Junto con nuestra Madre podemos exclamar jubilosos: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor… Él nos ha destinado para que fuésemos una alabanza continua de su gloria” (Ef 1,3-4.12).
En este día en el que la Iglesia honra la Concepción Inmaculada de la siempre Virgen María, nosotros, como Pueblo de Dios que peregrina en Catamarca, hemos decidido dedicar todo el año 2012 a reflexionar, a rezar y a trabajar sobre la preciosa realidad humana que es la FAMILIA; como lo hicimos durante el 2011 sobre el misterio inefable de la Vida, al servicio del cual está la familia. Cabe recordar que a fines de mayo próximo se realizará el ‘VII Congreso mundial de las Familias’, en Milán - Italia.
Los textos bíblicos del Génesis (3,9-15.20) y de Lucas (1,26-38) son el fundamento irrefutable que nos ofrece la revelación divina acerca de las verdades del matrimonio y la familia, como un todo inseparable, ícono de la Trinidad.
El hombre y la mujer, por su conyugalidad, son transgresores solidarios “el hombre y la mujer comieron del fruto del árbol prohibido” (Gn 3,9); además, responsables de las consecuencias en la prole de su rebeldía y desobediencia a Dios “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; puso a su mujer el nombre de “Eva”, porque ella fue la madre de todos los vivientes” (Gn 3,15.20).
En el evangelio de san Lucas se afirma: “el ángel Gabriel fue enviado por Dios… a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José… Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,26.31).
Queda claro que la familia se constituye por el matrimonio del varón y la mujer al servicio de la vida en la procreación amorosa y responsable de los hijos.
En la carta pastoral que esta tarde, después de la procesión ofreceré a todos, he afirmado que “la familia es el primer sitio donde el desarrollo tiene lugar o no lo tiene. Si la familia es saludable y lozana, las posibilidades de un desarrollo integral de la sociedad son grandes”. Y como decía el beato Juan Pablo II “el futuro del mundo y de la Iglesia pasa por la familia” (Familiaris consortio, 75).
Es por ello que “comparto el dolor de tantos sacerdotes y otros agentes pastorales que palpan cotidianamente el sufrimiento de muchos hogares desprovistos del calor del amor o de la estabilidad de una sólida armonía, y pasan los días temiendo el colapso de lo que al principio parecía indestructible estructura. Más aún, a menudo oigo de cónyuges que abandonan la comunión familiar, sumiendo en la desesperación y en la pobreza al otro y a los hijos, y tantos otros relatos que laceran las personas y desgarran los corazones. Hay algo en nuestra cultura y en la formación de los jóvenes que está mal. Hay costumbres y convenciones sociales que dañan a la familia y a los hijos. No podemos pasar por alto este problema, que requiere una solución integral y cuyas repercusiones son de extrema gravedad. La realidad nos impone una tarea exigente, sostenida y trascendente”.
Es por ello que “comparto el dolor de tantos sacerdotes y otros agentes pastorales que palpan cotidianamente el sufrimiento de muchos hogares desprovistos del calor del amor o de la estabilidad de una sólida armonía, y pasan los días temiendo el colapso de lo que al principio parecía indestructible estructura. Más aún, a menudo oigo de cónyuges que abandonan la comunión familiar, sumiendo en la desesperación y en la pobreza al otro y a los hijos, y tantos otros relatos que laceran las personas y desgarran los corazones. Hay algo en nuestra cultura y en la formación de los jóvenes que está mal. Hay costumbres y convenciones sociales que dañan a la familia y a los hijos. No podemos pasar por alto este problema, que requiere una solución integral y cuyas repercusiones son de extrema gravedad. La realidad nos impone una tarea exigente, sostenida y trascendente”.
No podemos negar que se va fortaleciendo una corriente cultural que centra su atención en el individuo que busca su realización propia en soledad, sin asumir la realidad de la persona como ser social que vive con otros, de otros y para otros.
De allí que muchos pretenden ser servidos, pero no servir; ser libres, pero no comprometidos; ser respetados en sus derechos, pero sin cargar el peso de las obligaciones; verse saturados de lo efímero, descuidando lo permanente; encauzarse en la experimentación, sin la satisfacción de la verdad conseguida; sentir el placer del momento, renegando a la renuncia que lleva hacia la genuina felicidad.
Es verdad que esta corriente no niega, en teoría, la primacía del bien común, pero remarca el primado del bien individual.
Estoy convencido de que tal cosmovisión no dará buenos frutos.
No se pueden inmolar la verdad, la lealtad, los compromisos asumidos, el trabajo constante, el servicio abnegado, ni la renuncia que busca bienes superiores; tampoco la entrega a un tú, ni el amor gratuito e incondicional que gesta una familia. Los que optan por sacrificar estas dimensiones de la vida levantan obstáculos insalvables a la generosidad de una madre, que siempre privilegia al niño; a la responsabilidad de un padre, que nunca debe abandonar a los suyos, ni espiritual ni físicamente; y a la unión y fidelidad de los esposos en un “nosotros”, colmado de benevolencia, de aceptación mutua, de donación de sí y de solidaridad, precisa-mente para toda la vida.
No es de extrañar que esta corriente cuestione actualmente la estabilidad, la fidelidad y la indisolubilidad de la alianza conyugal.
No es de extrañar que esta corriente cuestione actualmente la estabilidad, la fidelidad y la indisolubilidad de la alianza conyugal.
Dios fundó la familia no como un ámbito de enemistad y destrucción, sino como el manantial de la amistad y la edificación; no como el comienzo de desarraigos, inseguridades y adicciones, sino como un espacio de la comunión, la seguridad y la libertad; no como el origen del desconcierto y la beligerancia, sino como el taller de la orientación y la concordia. Necesitamos la familia como una escuela en la cual el ejemplo de los padres y de los hijos se constituya en ruta de esperanza para todos, en un lenguaje vivo y comprensible sobre el sentido de la vida y sobre el compromiso con los necesitados, y en una vivencia del amor fiel y fecundo de Dios, que quiere ser comunicada a otros.
“Corresponde a los cristianos el deber de anunciar con alegría y convicción la ‘Buena Nueva’ sobre la familia” y sobre “la perennidad del amor conyugal” (Familiaris consortio, 86 y 20).
Tenemos que dar nuestro propio aporte, orando y colaborando con Dios, para que, por la fecundidad de la gracia sacramental, nuestras familias abran caminos de esperanza en la sociedad.
Este testimonio elocuente, vivo y vivificante, será el más atrayente estímulo que orientará hacia la alianza conyugal a tantos jóvenes y adultos jóvenes que conviven y no perciben todavía la riqueza del matrimonio.
Buscando fraternalmente su bien y estimando sinceramente sus grandes valores, vayamos hacia ellos con mucho respeto, para dialogar con ellos y para poner a su disposición hermosas experiencias de familia, de las que, quizá, se vieron desprovistos durante toda su vida.
Que el trabajo silencioso y lleno de ardor de nuestras comunidades parroquiales, de nuestros movimientos y colegios, como el de de tantas personas y tantos matrimonios a los cuales Dios mismo ha convocado a colaborar con la pastoral familiar, sea una gracia y un aliciente para esos jóvenes y adultos jóvenes, como también para todos los miembros de nuestra Iglesia que han recibido el don y la misión de ser familia en Cristo Jesús.
¡Cuánta hermosa y delicada tarea nos incumbe a todos los cristianos que debemos salvaguardar y anunciar al mundo con hechos la buena noticia de la familia!
Permítanme unas palabras sobre el flagelo de la droga entre otras adicciones.
Muchos analistas coinciden en afirmar que un hogar con esposos desunidos física o espiritualmente, o padres desertores de su misión educativa, ocupados por el éxito económico, o tan irresponsables que no crean un clima de confianza y diálogo con los hijos, o autoritarios, o complacientes, o ausentes a la hora de educar a sus hijos en la libertad, la sexualidad, el amor, el ocio, las virtudes sociales y cívicas, suelen ser las causas profundas de la drogadicción juvenil.
No se piense que los drogadependientes son fruto exclusivo del divorcio, o son los hijos de la viuda y de la mujer soltera, o simplemente son hijos de nadie. También surgen de hogares armoniosos o aparentemente armoniosos: ‘son los malos hijos de las buenas familias’. De las familias que siguen creyendo que los demás jóvenes pueden caer en vicios, menos sus hijos; de las familias que siguen educando a sus hijos en un circuito cerrado, en cuanto que purifican su hogar y no hacen nada por purificar el ambiente en que viven sus hijos.
Cuando el hijo descubre en su hogar una carencia afectiva y educativa que sus padres tratan de suplir dándole dinero, comienza a romper los lazos que lo unen a la familia, destruye las imágenes parentales y se fuga adonde sea. La persona que se droga, básicamente lo hace por la falta de amor en su entorno.
La explosión de la drogadicción infantil y juvenil no puede ser sino el indicio de que algo anda profundamente mal en el mundo y que es el mundo lo que hay que purificar, renovar y redimir.
Para concluir, invito a todos a que miremos a nuestra Madre del Valle, le confiemos este ‘año de la Familia’ y que la escuchemos cuando nos dice con dulzura de madre “A tu Familia, Dios la ama”… Escribamos esta frase en todos los lugares donde vivimos, estudiamos y trabajamos, pero sobre todo en lo profundo de nuestro corazón para que forje en nosotros una alegre y activa esperanza.
¡Nuestra Madre del Valle, ruega por todas y cada una de nuestras familias!
¡Vivan las familias cristianas! ¡Vivan los peregrinos! ¡Viva la Virgen del Valle!