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24 diciembre 2021

La tradición de los pesebres

La cueva y el pesebre en que nació Jesús es la característica por excelencia de la fiesta de Navidad en occidente.

El pesebre más venerable es, por cierto, el de Belén, cuyo emplazamiento no había sido olvidado por las primeras generaciones cristianas. En efecto, hacia el año 248, el gran Orígenes atestigua que “se muestra en Belén la cueva en que nació Jesús y, en dicha cueva, el pesebre en que fue envuelto en pañales”.

Santa Elena, madre del emperador Constantino, transformó dicha cueva y la recubrió con una basílica que, después de haber sufrido algunas transformaciones en tiempos posteriores, existe todavía hoy. A san Jerónimo no le gustó mucho lo que hizo santa Elena, porque, decía, “es para mí más preciosa la que han quitado; no condeno a quienes han obrado así para rendir homenaje al Señor, pero yo admiro al Señor, al creador del mundo, que no quiso nacer en el oro o la plata, sino en la arcilla”.

También es venerable el oratorio que, en el siglo VI, se construyó al lado de la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, como una réplica en la ciudad eterna del pesebre de Belén. En ese oratorio se comenzó enseguida a celebrar una liturgia parecida a la que se realizaba en Belén, lo cual dio origen a la Misa de Nochebuena.

A partir de entonces se comenzaron a construir pesebres o belenes en las abadías, catedrales y demás templos, con el fin de dar un carácter más popular al oficio de la noche de Navidad. Estos pesebres fueron a menudo muestras sublimes de ingenio y espontaneidad, y hacían referencia a los ángeles y los pastores, a la estrella y los magos de oriente, a los profetas y las gestas del AT que anunciaron y prefiguraron el acontecimiento, y a la Virgen y San José que contemplaban al recién Nacido.

En la Nochebuena de 1223, en Greccio, san Francisco de Asís quiso hacer algo mejor. Y, para ello, instaló un pesebre lleno de heno, junto al cual puso un asno  y un buey; luego de lo cual, con el permiso el Papa, instaló un altar y pidió a un sacerdote que celebrara la Misa. El mismo san Francisco, que era diácono, cantó el Evangelio y pronunció un sermón que conmovió vivamente a la gente que había acudido de los alrededores. A partir de entonces, y siguiendo el ejemplo de san Francisco, los franciscanos se convirtieron en promotores de la devoción al pesebre y lo hicieron con tanta eficacia que aún hoy el mundo entero relaciona Navidad con los pesebres navideños.