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26 diciembre 2021

Mons. Urbanc en la Misa de Nochebuena

“Que la Navidad no sea sólo una fiesta externa sino una gracia de Dios que se haga presente en nuestra vida y la fecunde”

 

El viernes 24 de diciembre a las 21.00, se llevó a cabo la Misa de Nochebuena en la Catedral Basílica y Santuario del Santísimo Sacramento y de la Virgen del Valle, que fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Rector del Santuario, Pbro. Gustavo Flores, y el Vicario Episcopal de Educación, Pbro. Oscar Tapia.

La ceremonia litúrgica fue solemnizada con la presencia de cantantes líricos y los integrantes del Coro de la Catedral. El tenor Silvio Arias interpretó “El Nacimiento”, obra de Ariel Ramírez y Félix Luna; y junto las sopranos líricas Diana Ahumada y Cielo Ceballos cantaron “Noche de paz”; mientras que el Coro de la Catedral entonó el tradicional francés “Pastores de la Montaña”, con la dirección del Prof. Exequiel Andrada.

En el inicio de la celebración, que fue transmitida por las redes sociales con legua de señas, la asamblea se asoció al coro de los ángeles y de los santos aclamando al Señor en esta noche, mientras ingresaban en procesión las imágenes de San José, la Virgen María y Jesús, el Mesías que trae la paz y la alegría al mundo entero. Fueron colocadas en el pesebre preparado frente al altar mayor.

“La Navidad es la celebración, gozosa y agradecida, del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo de María, virgen y madre. Por eso es tan rica de contenido”, afirmó Mons. Urbanc al comienzo de su homilía.

Y se preguntó “¿qué podemos hacer para que este Nacimiento no se quede fuera de nosotros, para que entre realmente en nosotros, en el corazón de nuestra vida? En muchos de nuestros hogares hemos hecho -lo han hecho quizá los más pequeños- una representación sencilla del Nacimiento, un Belén. Es como un símbolo de lo que quisiéramos: que la Navidad entre y esté en el hogar de nuestra vida. Que no sea sólo una fiesta externa sino también que sea una gracia de Dios que se haga presente en nuestra vida y la fecunde”.

Luego expresó su anhelo de que el nacimiento del Salvador no quede sólo en “un manantial de buenos deseos” o “un recuerdo, casi como una nostalgia”, sino que “la vivamos como una gracia de Dios, como un don de Dios, como una nueva venida de Dios a cada uno de nosotros”, porque “Dios no nos ha hecho sólo a su imagen y semejanza sino que ha querido injertar su vida personal -injertarse él mismo- en la historia del hombre al hacerse carne, al hacerse hombre”.

“La Navidad consiste en acoger la pequeñez; por tanto, significa abrazar a Jesús en los pequeños de hoy; es decir, amarlo en los últimos, servirlo en los pobres. Ellos son los que más se parecen a Jesús, que nació pobre. Es en ellos que Él quiere ser honrado”, manifestó.

También afirmó que “conseguir que la Navidad entre en el corazón de nuestra vida, es abrirnos a esta buena noticia, a esta gran alegría para todo el pueblo: Dios es también nuestro hermano, el hombre Jesús de Nazaret. Que hoy quiere ser recordado como el Niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre de las afueras de Belén para que ninguno de nosotros tema acercarse a Él”.

Consideró que “el desafío de la Navidad consiste en que Dios se revela, pero los humanos no lo entendemos. Él se hace pequeño a los ojos del mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo. Dios se abaja y nosotros queremos subir al pedestal”, y resaltó que “Jesús no busca fuerza y poder, pide ternura y pequeñez interior. Quiere venir en las pequeñas cosas de nuestra vida, quiere habitar las realidades cotidianas, los gestos sencillos que realizamos en casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo. Quiere realizar, en nuestra vida ordinaria, cosas extraordinarias”.

“La Navidad –continuó- es un mensaje de gran esperanza: Jesús nos invita a valorar y redescubrir las pequeñas cosas de la vida. Si Él está con nosotros, ¿qué nos puede faltar? Entonces, dejemos atrás los lamentos por la grandeza que no tenemos. Renunciemos a las quejas, a las caras largas y a la ambición que siempre nos deja insatisfechos”.

“La ternura que suscita el nacimiento de cualquier niño se enriquece además hoy por el sorprendente anuncio: este Niño es Dios-con-nosotros. Y de ahí surge una invitación a cada uno para que tengamos una relación distinta -más humana- con este Dios que comparte nuestra humanidad. Esta es la buena noticia, la gran alegría que celebramos en la Eucaristía de esta noche. Porque, además, ya que Dios se ha hecho carne, puede ser también el pan y el vino que alimenta y alegra nuestro corazón, nuestro camino de cada día, nuestro amor abierto a todos los hermanos”.

Finalmente, rogó: “Santa María, Madre de Dios, y San José, varón justo, ayúdennos a amar a Dios y a poner en práctica su modo de amar a la humanidad, privilegiando a los más frágiles de nuestro mundo. Que no nos angustiemos por lo que no podemos cambiar y nos ocupemos de lo que Dios nos confía que hagamos en cada jornada. Que el ejemplo de ustedes y su intercesión ante nuestro Buen Padre Dios nos sostenga y motive cada día”.

Antes de la bendición final, el pastor diocesano bendijo el pesebre de la Catedral y a través de la transmisión por las redes sociales hizo lo propio con los Nacimientos preparados en los hogares y en otros ámbitos, como a los fieles presentes en la celebración y a quienes participaron por medio de la transmisión. Y deseó una feliz Navidad a todos los fieles.

 

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA

Queridos hermanos:

                                  La Navidad es la celebración, gozosa y agradecida, del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo de María, virgen y madre. Por eso es tan rica de contenido.

Por tanto, ¿qué podemos hacer para que este Nacimiento no se quede fuera de nosotros, para que entre realmente en nosotros, en el corazón de nuestra vida? En muchos de nuestros hogares hemos hecho -lo han hecho quizá los más pequeños- una representación sencilla del Nacimiento, un Belén. Es como un símbolo de lo que quisiéramos: que la Navidad entre y esté en el hogar de nuestra vida. Que no sea sólo una fiesta externa sino también que sea una gracia de Dios que se haga presente en nuestra vida y la fecunde.

Los buenos deseos o el simple recuerdo no son suficientes. En muchas de las palabras que escuchamos estos días, la Navidad es como un manantial de BUENOS DESEOS, de sentimientos de paz y de bondad, de fraternidad. Y esto está muy bien, es bueno que en casi todo nuestro mundo hoy los seres humanos parezcamos mejores de lo que somos porque es como si nos dijéramos: ¡así querríamos ser!, ¡así querríamos que fuera nuestra sociedad! Pero también es verdad que sabemos que este ambiente pasará y probablemente todo volverá a ser como antes, porque estas buenas palabras, estos buenos deseos, muchas veces sabemos que están faltos de la necesaria fuerza interior, del necesario peso de realidad, para que sean algo más que buenas palabras y buenos sentimientos.

Y diría también que para nosotros, los cristianos que queremos celebrar religiosamente la Navidad, es posible que fácilmente la vivamos demasiado como un RECUERDO, casi como una nostalgia. Y, si es así, tampoco nuestra celebración tendrá suficiente fuerza ni suficiente peso real para cambiar algo en nuestra vida. Es bueno que recordemos aquel hecho sucedido hace más de dos mil años, allí, en las afueras de Belén, entre aquellos pastores. Es bueno que recordemos lo que fue anunciado en aquella noche como "la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo".

Pero si para nosotros la Navidad es sólo un hermoso recuerdo, un hecho del pasado que ya pasó, como si no fuera un hecho también de nuestro hoy y aún de nuestro futuro, entonces tampoco tiene bastante fuerza para entrar en nuestra vida y cambiar algo en ella.

Estoy convencido que lo fundamental y decisivo de la celebración cristiana de la Navidad, es que la vivamos como una gracia de Dios, como un don de Dios, como una nueva venida de Dios a cada uno de nosotros.

A la Navidad la tenemos que vivir con espíritu de niño. Esto conlleva que, como los niños, no hemos de poner nuestra confianza tanto en nosotros como en los demás. Es decir, que hemos de valorar más lo que recibimos que lo que damos. Tenemos que percatarnos que Dios comparte nuestra vida, haciéndose debilidad, hace camino con nosotros. La Navidad es la celebración de la gran gracia y del gran don, porque Dios no nos ha hecho sólo a su imagen y semejanza sino que ha querido injertar su vida personal -injertarse él mismo- en la historia del hombre al hacerse carne, al hacerse hombre.

La Navidad consiste en acoger la pequeñez; por tanto, significa abrazar a Jesús en los pequeños de hoy; es decir, amarlo en los últimos, servirlo en los pobres. Ellos son los que más se parecen a Jesús, que nació pobre. Es en ellos que Él quiere ser honrado”. Que en esta noche de amor nos invada un único temor: herir el amor de Dios, herirlo despreciando a los pobres con nuestra indiferencia. Son los predilectos de Jesús, que nos recibirán un día en el cielo”. Alguna vez escuché decir que: “Quien no ha encontrado el Cielo aquí abajo, difícilmente lo encontrará allá arriba”. No perdamos de vista el Cielo, cuidemos a Jesús ahora, acariciándolo en los necesitados, porque se identificó con ellos”.

Conseguir que la Navidad entre en el corazón de nuestra vida, es abrirnos a esta buena noticia, a esta gran alegría para todo el pueblo: Dios es también nuestro hermano, el hombre Jesús de Nazaret. Que hoy quiere ser recordado como el Niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre de las afueras de Belén para que ninguno de nosotros tema acercarse a Él.

El desafío de la Navidad consiste en que Dios se revela, pero los humanos no lo entendemos. Él se hace pequeño a los ojos del mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo, quizá incluso en nombre suyo. Dios se abaja y nosotros queremos subir al pedestal. Él indica la humildad y nosotros pretendemos brillar. Él va en busca de los pastores, de los invisibles; nosotros buscamos visibilidad. Jesús nace para servir y nosotros nos pasamos la vida persiguiendo el éxito. Jesús no busca fuerza y poder, pide ternura y pequeñez interior. Quiere venir en las pequeñas cosas de nuestra vida, quiere habitar las realidades cotidianas, los gestos sencillos que realizamos en casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo. Quiere realizar, en nuestra vida ordinaria, cosas extraordinarias.

La Navidad es un mensaje de gran esperanza: Jesús nos invita a valorar y redescubrir las pequeñas cosas de la vida. Si Él está con nosotros, ¿qué nos puede faltar? Entonces, dejemos atrás los lamentos por la grandeza que no tenemos. Renunciemos a las quejas, a las caras largas y a la ambición que siempre nos deja insatisfechos.

La ternura que suscita el nacimiento de cualquier niño se enriquece además hoy por el sorprendente anuncio: este Niño es Dios-con-nosotros. Y de ahí surge una invitación a cada uno para que tengamos una relación distinta -más humana- con este Dios que comparte nuestra humanidad.

Esta es la buena noticia, la gran alegría que celebramos en la Eucaristía de esta noche. Porque, además, ya que Dios se ha hecho carne, puede ser también el pan y el vino que alimenta y alegra nuestro corazón, nuestro camino de cada día, nuestro amor abierto a todos los hermanos.

Santa María, Madre de Dios y San José, varón justo, ayúdennos a amar a Dios y a poner en práctica su modo de amar a la humanidad, privilegiando a los más frágiles de nuestro mundo. Que no nos angustiemos por lo que no podemos cambiar y nos ocupemos de lo que Dios nos confía que hagamos en cada jornada. Que el ejemplo de ustedes y su intercesión ante nuestro Buen Padre Dios nos sostenga y motive cada día. Amén.

Fotos: Facebook Prensa Iglesia Catamarca