“Que la Navidad no sea sólo una fiesta externa sino una gracia de Dios que se haga presente en nuestra vida y la fecunde”
El viernes 24 de diciembre a las 21.00, se llevó a
cabo la Misa de Nochebuena en la Catedral Basílica y Santuario del Santísimo
Sacramento y de la Virgen del Valle, que fue presidida por el Obispo Diocesano,
Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por el Rector del Santuario, Pbro. Gustavo
Flores, y el Vicario Episcopal de Educación, Pbro. Oscar Tapia.
La ceremonia litúrgica fue solemnizada con la presencia
de cantantes líricos y los integrantes del Coro de la Catedral. El tenor Silvio
Arias interpretó “El Nacimiento”, obra de Ariel Ramírez y Félix Luna; y junto las
sopranos líricas Diana Ahumada y Cielo Ceballos cantaron “Noche de paz”; mientras
que el Coro de la Catedral entonó el tradicional francés “Pastores de la
Montaña”, con la dirección del Prof. Exequiel Andrada.
En el inicio de la celebración, que fue transmitida
por las redes sociales con legua de señas, la asamblea se asoció al coro de los
ángeles y de los santos aclamando al Señor en esta noche, mientras ingresaban
en procesión las imágenes de San José, la Virgen María y Jesús, el Mesías que
trae la paz y la alegría al mundo entero. Fueron colocadas en el pesebre preparado
frente al altar mayor.
“La Navidad es la celebración, gozosa y agradecida,
del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero
hijo de María, virgen y madre. Por eso es tan rica de contenido”, afirmó Mons.
Urbanc al comienzo de su homilía.
Y se preguntó “¿qué podemos hacer para que este
Nacimiento no se quede fuera de nosotros, para que entre realmente en nosotros,
en el corazón de nuestra vida? En muchos de nuestros hogares hemos hecho -lo
han hecho quizá los más pequeños- una representación sencilla del Nacimiento,
un Belén. Es como un símbolo de lo que quisiéramos: que la Navidad entre y esté
en el hogar de nuestra vida. Que no sea sólo una fiesta externa sino también
que sea una gracia de Dios que se haga presente en nuestra vida y la fecunde”.
Luego expresó su anhelo de que el nacimiento del
Salvador no quede sólo en “un manantial de buenos deseos” o “un recuerdo, casi
como una nostalgia”, sino que “la vivamos como una gracia de Dios, como un don
de Dios, como una nueva venida de Dios a cada uno de nosotros”, porque “Dios no
nos ha hecho sólo a su imagen y semejanza sino que ha querido injertar su vida
personal -injertarse él mismo- en la historia del hombre al hacerse carne, al
hacerse hombre”.
“La Navidad consiste en acoger la pequeñez; por tanto,
significa abrazar a Jesús en los pequeños de hoy; es decir, amarlo en los
últimos, servirlo en los pobres. Ellos son los que más se parecen a Jesús, que
nació pobre. Es en ellos que Él quiere ser honrado”, manifestó.
También afirmó que “conseguir que la Navidad entre en
el corazón de nuestra vida, es abrirnos a esta buena noticia, a esta gran
alegría para todo el pueblo: Dios es también nuestro hermano, el hombre Jesús
de Nazaret. Que hoy quiere ser recordado como el Niño envuelto en pañales y
acostado en el pesebre de las afueras de Belén para que ninguno de nosotros
tema acercarse a Él”.
Consideró que “el desafío de la Navidad consiste en
que Dios se revela, pero los humanos no lo entendemos. Él se hace pequeño a los
ojos del mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo. Dios se
abaja y nosotros queremos subir al pedestal”, y resaltó que “Jesús no busca
fuerza y poder, pide ternura y pequeñez interior. Quiere venir en las pequeñas
cosas de nuestra vida, quiere habitar las realidades cotidianas, los gestos
sencillos que realizamos en casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo.
Quiere realizar, en nuestra vida ordinaria, cosas extraordinarias”.
“La Navidad –continuó- es un mensaje de gran esperanza:
Jesús nos invita a valorar y redescubrir las pequeñas cosas de la vida. Si Él
está con nosotros, ¿qué nos puede faltar? Entonces, dejemos atrás los lamentos
por la grandeza que no tenemos. Renunciemos a las quejas, a las caras largas y
a la ambición que siempre nos deja insatisfechos”.
“La ternura que suscita el nacimiento de cualquier
niño se enriquece además hoy por el sorprendente anuncio: este Niño es
Dios-con-nosotros. Y de ahí surge una invitación a cada uno para que tengamos
una relación distinta -más humana- con este Dios que comparte nuestra humanidad.
Esta es la buena noticia, la gran alegría que celebramos en la Eucaristía de
esta noche. Porque, además, ya que Dios se ha hecho carne, puede ser también el
pan y el vino que alimenta y alegra nuestro corazón, nuestro camino de cada
día, nuestro amor abierto a todos los hermanos”.
Finalmente, rogó: “Santa María, Madre de Dios, y San
José, varón justo, ayúdennos a amar a Dios y a poner en práctica su modo de
amar a la humanidad, privilegiando a los más frágiles de nuestro mundo. Que no
nos angustiemos por lo que no podemos cambiar y nos ocupemos de lo que Dios nos
confía que hagamos en cada jornada. Que el ejemplo de ustedes y su intercesión
ante nuestro Buen Padre Dios nos sostenga y motive cada día”.
Antes de la bendición final, el pastor diocesano bendijo
el pesebre de la Catedral y a través de la transmisión por las redes sociales
hizo lo propio con los Nacimientos preparados en los hogares y en otros
ámbitos, como a los fieles presentes en la celebración y a quienes participaron
por medio de la transmisión. Y deseó una feliz Navidad a todos los fieles.
TEXTO COMPLETO DE LA
HOMILIA
Queridos hermanos:
La Navidad es
la celebración, gozosa y agradecida, del Nacimiento de Nuestro Señor
Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo de María, virgen y madre.
Por eso es tan rica de contenido.
Por tanto, ¿qué podemos hacer para que este
Nacimiento no se quede fuera de nosotros, para que entre realmente en nosotros,
en el corazón de nuestra vida? En muchos de nuestros hogares hemos hecho -lo
han hecho quizá los más pequeños- una representación sencilla del Nacimiento,
un Belén. Es como un símbolo de lo que quisiéramos: que la Navidad entre y esté
en el hogar de nuestra vida. Que no sea sólo una fiesta externa sino también
que sea una gracia de Dios que se haga presente en nuestra vida y la fecunde.
Los buenos deseos o el simple recuerdo no son
suficientes. En muchas de las palabras que escuchamos estos días, la Navidad es
como un manantial de BUENOS DESEOS, de sentimientos de paz y de bondad, de
fraternidad. Y esto está muy bien, es bueno que en casi todo nuestro mundo hoy
los seres humanos parezcamos mejores de lo que somos porque es como si nos
dijéramos: ¡así querríamos ser!, ¡así querríamos que fuera nuestra sociedad!
Pero también es verdad que sabemos que este ambiente pasará y probablemente
todo volverá a ser como antes, porque estas buenas palabras, estos buenos
deseos, muchas veces sabemos que están faltos de la necesaria fuerza interior,
del necesario peso de realidad, para que sean algo más que buenas palabras y
buenos sentimientos.
Y diría también que para nosotros, los
cristianos que queremos celebrar religiosamente la Navidad, es posible que
fácilmente la vivamos demasiado como un RECUERDO, casi como una nostalgia. Y,
si es así, tampoco nuestra celebración tendrá suficiente fuerza ni suficiente
peso real para cambiar algo en nuestra vida. Es bueno que recordemos aquel
hecho sucedido hace más de dos mil años, allí, en las afueras de Belén, entre
aquellos pastores. Es bueno que recordemos lo que fue anunciado en aquella
noche como "la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo".
Pero si para nosotros la Navidad es sólo un
hermoso recuerdo, un hecho del pasado que ya pasó, como si no fuera un hecho
también de nuestro hoy y aún de nuestro futuro, entonces tampoco tiene bastante
fuerza para entrar en nuestra vida y cambiar algo en ella.
Estoy convencido que lo fundamental y decisivo
de la celebración cristiana de la Navidad, es que la vivamos como una gracia de
Dios, como un don de Dios, como una nueva venida de Dios a cada uno de
nosotros.
A la Navidad la tenemos que vivir con espíritu
de niño. Esto conlleva que, como los niños, no hemos de poner nuestra confianza
tanto en nosotros como en los demás. Es decir, que hemos de valorar más lo que
recibimos que lo que damos. Tenemos que percatarnos que Dios comparte nuestra
vida, haciéndose debilidad, hace camino con nosotros. La Navidad es la
celebración de la gran gracia y del gran don, porque Dios no nos ha hecho sólo
a su imagen y semejanza sino que ha querido injertar su vida personal
-injertarse él mismo- en la historia del hombre al hacerse carne, al hacerse
hombre.
La Navidad consiste en acoger la pequeñez; por
tanto, significa abrazar a Jesús en los pequeños de hoy; es decir, amarlo en
los últimos, servirlo en los pobres. Ellos son los que más se parecen a Jesús,
que nació pobre. Es en ellos que Él quiere ser honrado”. Que en esta noche de
amor nos invada un único temor: herir el amor de Dios, herirlo despreciando a
los pobres con nuestra indiferencia. Son los predilectos de Jesús, que nos
recibirán un día en el cielo”. Alguna vez escuché decir que: “Quien no ha
encontrado el Cielo aquí abajo, difícilmente lo encontrará allá arriba”. No
perdamos de vista el Cielo, cuidemos a Jesús ahora, acariciándolo en los
necesitados, porque se identificó con ellos”.
Conseguir que la Navidad entre en el corazón de
nuestra vida, es abrirnos a esta buena noticia, a esta gran alegría para todo
el pueblo: Dios es también nuestro hermano, el hombre Jesús de Nazaret. Que hoy
quiere ser recordado como el Niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre
de las afueras de Belén para que ninguno de nosotros tema acercarse a Él.
El desafío de la Navidad consiste en que Dios
se revela, pero los humanos no lo entendemos. Él se hace pequeño a los ojos del
mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo, quizá incluso en
nombre suyo. Dios se abaja y nosotros queremos subir al pedestal. Él indica la
humildad y nosotros pretendemos brillar. Él va en busca de los pastores, de los
invisibles; nosotros buscamos visibilidad. Jesús nace para servir y nosotros
nos pasamos la vida persiguiendo el éxito. Jesús no busca fuerza y poder, pide
ternura y pequeñez interior. Quiere venir en las pequeñas cosas de nuestra
vida, quiere habitar las realidades cotidianas, los gestos sencillos que
realizamos en casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo. Quiere
realizar, en nuestra vida ordinaria, cosas extraordinarias.
La Navidad es un mensaje de gran esperanza:
Jesús nos invita a valorar y redescubrir las pequeñas cosas de la vida. Si Él
está con nosotros, ¿qué nos puede faltar? Entonces, dejemos atrás los lamentos
por la grandeza que no tenemos. Renunciemos a las quejas, a las caras largas y
a la ambición que siempre nos deja insatisfechos.
La ternura que suscita el nacimiento de
cualquier niño se enriquece además hoy por el sorprendente anuncio: este Niño
es Dios-con-nosotros. Y de ahí surge una invitación a cada uno para que
tengamos una relación distinta -más humana- con este Dios que comparte nuestra
humanidad.
Esta es la buena noticia, la gran alegría que
celebramos en la Eucaristía de esta noche. Porque, además, ya que Dios se ha
hecho carne, puede ser también el pan y el vino que alimenta y alegra nuestro
corazón, nuestro camino de cada día, nuestro amor abierto a todos los hermanos.
Santa María, Madre de Dios y San José, varón
justo, ayúdennos a amar a Dios y a poner en práctica su modo de amar a la
humanidad, privilegiando a los más frágiles de nuestro mundo. Que no nos
angustiemos por lo que no podemos cambiar y nos ocupemos de lo que Dios nos
confía que hagamos en cada jornada. Que el ejemplo de ustedes y su intercesión
ante nuestro Buen Padre Dios nos sostenga y motive cada día. Amén.
Fotos: Facebook Prensa Iglesia Catamarca