El 1 de noviembre, se
celebra a todas las personas que han llegado al cielo. Algunas de estas
personas han sido canonizadas por la Iglesia y son propuestas por ella como
ejemplos a imitar, amigos nuestros en el camino de la vida e intercesores
nuestros ante el Señor.
De hecho muchos cristianos
acuden a la ayuda de algunos santos en casos de necesidad, pero se olvidan de
ellos en los demás momentos de la vida. En realidad, siempre tenemos necesidad
de Dios y, en consecuencia, precisamos la ayuda intercesora de los santos.
Pero, aparte de las
peticiones que presentamos ante los santos, no solemos tener en cuenta que son
los modelos de vida cristiana, cuya ejemplaridad está continuamente desplegada
ante los ojos del alma para que aprendamos de ellos a seguir con fidelidad a
Jesús.
E incluso se puede decir que
no consideramos suficientemente la amistad que los santos nos ofrecen. Sobre
todo si se tiene en cuenta que no hay amistad si no hay amor compartido. Pues
bien, los santos nos aman y nos ofrecen los frutos de su amor. Esperan que los
amemos, para que instauremos una relación fraterna llena de cercanía, cariño y
compromiso. La Solemnidad de todos los Santos es una oportunidad, pues, para
renovar nuestra relación con estos hermanos bienaventurados, de modo que siendo
en verdad amigos de los santos, experimentemos el calor de la presencia en
nuestras vidas de estas personas que elevaron a la suprema excelencia la
experiencia humana en la tierra y fueron ya coronados con una gloria que nunca
se marchitará.
Este día 1 de noviembre es
una oportunidad, en fin, para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la
santidad y que ser santo es simplemente hacer las cosas ordinarias
extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios y al prójimo.