El jueves 20 de marzo, se
cumplió el 40° aniversario de la declaración de la Virgen del Valle como
Patrona Nacional del Turismo. Por este motivo, el Obispo Diocesano, Mons. Luis
Urbanc, presidió la Santa Misa, concelebrada en el Santuario y Catedral
Basílica, como parte de los actos programados por este significativo acontecimiento
para la Iglesia catamarqueña.
Para iluminar este festejo,
durante su homilía, el Obispo se inspiró en las enseñanzas vertidas por el
beato Juan Pablo II con ocasión de la XXII Jornada Mundial del Turismo en el
año 2001, expresando que “el turismo influye cada vez más en la vida de las
personas y de las naciones. Los modernos medios de comunicación facilitan el
movimiento de millones de viajeros en busca de descanso, de contacto con la
naturaleza, o deseosos de conocer más profundamente la cultura de otros
pueblos. La industria turística, que trata de satisfacer esos deseos, aumenta
la oferta de itinerarios que dan la posibilidad de nuevas experiencias. Bien se
puede decir que, prácticamente, se han derrumbado las barreras que aislaban a
los pueblos y los hacían extranjeros unos de otros”.
En otro tramo de su
reflexión, Mons. Urbanc expresó que “en una humanidad globalizada, el turismo
es a veces un factor importante de mundialización, capaz de promover cambios
radicales e irreversibles en las culturas de las comunidades receptoras”,
estimando “necesario percatarse que, bajo el impulso del consumismo, puede
transformar en bienes de consumo la cultura, las ceremonias religiosas y las
fiestas étnicas, las cuales se empobrecen progresivamente para responder a los
deseos de un mayor número de turistas”.
Más adelante consideró que
“rectamente orientado, el turismo llega a ser una oportunidad para el diálogo
entre las civilizaciones y las culturas y, a fin de cuentas, un precioso
servicio a la paz. La naturaleza misma del turismo comporta algunas
circunstancias que favorecen ese diálogo… pone en contacto con otras maneras de
vivir, otras religiones, otras formas de ver el mundo y su historia. Eso lleva
al hombre a descubrirse a sí mismo y a los demás, como individuos y como
colectividad, inmersos en la vasta historia de la humanidad, herederos de un
universo, a la vez extraño y familiar, y solidarios con él. Surge así una nueva
visión de los demás, que evita el peligro de permanecer replegados sobre sí
mismos”.
Promover
la ética del turismo
El pastor diocesano afirmó
que “los creyentes estamos urgidos a reflexionar sobre los aspectos positivos y
negativos del turismo, para que demos un testimonio eficaz de la propia fe en
este campo tan importante de la realidad humana. Sobre todo, no nos podemos
permitir hacer del tiempo libre una ocasión de ‘reposo de los valores’; por el
contrario, es un deber promover una ética del turismo”. En este plano mencionó
el Código ético mundial para el turismo, que “es un avance importante para que
el turismo sea considerado no sólo como una de las tantas actividades
económicas, sino como un instrumento privilegiado para el desarrollo individual
y colectivo…Una justa ética del turismo influye en el comportamiento del
turista, hace que sea un colaborador solidario, exigente consigo mismo y con
quienes organizan su viaje; artífice de diálogo entre las civilizaciones y las
culturas para construir una civilización del amor y de la paz. Estos contactos
facilitan esas relaciones de paz entre los pueblos que pueden surgir únicamente
de un ‘turismo solidario’, fundado en la participación de todos. Sólo con la
participación de ‘igual a igual’ se puede lograr que los contactos
interculturales sean una oportunidad para la comprensión, el conocimiento
recíproco y la distensión entre los hombres. Por eso se deben estimular todas
las formas de participación eficaces entre las culturas. Es necesario
garantizar a los habitantes de las localidades turísticas una oportuna
participación en la planificación de la actividad turística, precisando bien
los límites económicos, ecológicos y culturales”.
Imprimir
el espíritu evangélico
Concluyó destacando que “los
cristianos, operadores o usuarios del turismo, han de imprimir siempre en la
actividad turística el sello de un espíritu evangélico, recordando la
exhortación del Señor: ‘Cuando entren en una casa, digan primero: Paz a esta
casa. Si hay allí gente de paz, la paz recaerá sobre ellos’ (Lc 10,5-6). Por
tanto, hermanos, tenemos que ser testigos de paz y ofrecer serenidad a cuantos
se encuentren con nosotros”.
Rogó “para que este ámbito
fundamental de la actividad humana esté siempre impregnado de valores
cristianos y se transforme en instrumento de evangelización. Con tal fin,
invoco la materna protección de la Virgen bendita del Valle para cuantos
trabajan en el ámbito turístico, sea cultural, recreativo, deportivo o
religioso”.
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA
Para
iluminar este 40° aniversario de la declaración de la Virgen del Valle como
Patrona nacional del Turismo, me voy a inspirar en enseñanzas vertidas por el
beato Juan Pablo II con ocasión de la XXII jornada mundial del turismo en el
año 2001.
El
turismo, influye cada vez más en la vida de las personas y de las naciones. Los
modernos medios de comunicación facilitan el movimiento de millones de viajeros
en busca de descanso, de contacto con la naturaleza, o deseosos de conocer más
profundamente la cultura de otros pueblos. La industria turística, que trata de
satisfacer esos deseos, aumenta la oferta de itinerarios que dan la posibilidad
de nuevas experiencias. Bien se puede decir que, prácticamente, se han
derrumbado las barreras que aislaban a los pueblos y los hacían extranjeros
unos de otros.
En
una humanidad globalizada, el turismo es a veces un factor importante de
mundialización, capaz de promover cambios radicales e irreversibles en las
culturas de las comunidades receptoras. También, es necesario percatarse que,
bajo el impulso del consumismo, puede transformar en bienes de consumo la
cultura, las ceremonias religiosas y las fiestas étnicas, las cuales se
empobrecen progresivamente para responder a los deseos de un mayor número de
turistas. Para satisfacer tales exigencias, se opta por "reconstruir la
dimensión étnica": lo contrario de lo que debería ser un verdadero diálogo
entre las civilizaciones, respetuoso de la autenticidad y de la realidad de
cada uno.
No
cabe duda de que, rectamente orientado, el turismo llega a ser una oportunidad
para el diálogo entre las civilizaciones y las culturas y, a fin de cuentas, un
precioso servicio a la paz. La naturaleza misma del turismo comporta algunas
circunstancias que favorecen ese diálogo. En efecto, la práctica del turismo
hace posible un distanciamiento de la vida diaria, del trabajo y de las
obligaciones que nos ocupan el día a día. En esta situación, el hombre logra
ver desde otra perspectiva su propia vida y la de los demás: liberado de las
ocupaciones diarias urgentes, puede redescubrir su dimensión contemplativa,
reconociendo las huellas de Dios en la naturaleza y, sobre todo, en los otros
seres humanos.
El
turismo pone en contacto con otras maneras de vivir, otras religiones, otras
formas de ver el mundo y su historia. Eso lleva al hombre a descubrirse a sí
mismo y a los demás, como individuos y como colectividad, inmersos en la vasta
historia de la humanidad, herederos de un universo, a la vez extraño y
familiar, y solidarios con él. Surge así una nueva visión de los demás, que
evita el peligro de permanecer replegados sobre sí mismos.
Viajando,
el turista descubre otros lugares, otros paisajes, nuevos colores, formas
diversas, modos diversos de sentir y de vivir la naturaleza. Acostumbrado a su
propia casa, a su ciudad, a los paisajes de siempre y a las voces familiares,
el turista adapta su mirada a otras imágenes, aprende nuevas palabras, admira
la diversidad de un mundo que nadie puede abarcar completamente. Con este
esfuerzo, aumentará en él, sin lugar a dudas, el aprecio por cuanto le rodea,
así como la conciencia de que es necesario protegerlo.
En
vez de encerrarse en su propia cultura, los pueblos están llamados, hoy más que
nunca, a abrirse a los otros pueblos, confrontándose con modos de pensar y de
vivir diversos. El turismo es una ocasión favorable para este diálogo entre las
civilizaciones, porque promueve el conocimiento de las riquezas específicas que
distinguen a una civilización de otra, favorece una memoria viva de la historia
y de sus tradiciones sociales, religiosas y espirituales, y una profundización
recíproca de las riquezas en la humanidad.
El
conocimiento mutuo entre los individuos y los pueblos, gracias a encuentros e
intercambios culturales, ayuda seguramente a la construcción de una sociedad
más solidaria y fraterna. El turismo implica la convivencia temporal con otras
personas, información sobre sus condiciones de vida, los problemas y la
religión; presupone compartir las aspiraciones legítimas de otros pueblos;
favorece las condiciones para su reconocimiento pacífico.
En
consecuencia, los creyentes estamos urgidos a reflexionar sobre los aspectos
positivos y negativos del turismo, para que demos un testimonio eficaz de la
propia fe en este campo tan importante de la realidad humana. Sobre todo, no
nos podemos permitir hacer del tiempo libre una ocasión de "reposo de los
valores"; por el contrario, es un deber promover una ética del turismo. En
este contexto, es digno de atención el "Código ético mundial para el
turismo", que representa la convergencia de una amplia reflexión realizada
por las naciones, por varias asociaciones del turismo y por la Organización
Mundial del Turismo (OMT). Dicho documento es un avance importante para que el
turismo sea considerado no sólo como una de las tantas actividades económicas,
sino como un instrumento privilegiado para el desarrollo individual y
colectivo. En efecto, gracias a él se puede utilizar mejor el patrimonio
cultural de la humanidad, en beneficio sobre todo del diálogo entre las civilizaciones
y de la promoción de una paz duradera. Hay que subrayar, además, que dicho
Código ético mundial tiene en cuenta los distintos motivos que impulsan a los
hombres a recorrer el planeta de arriba a abajo, en especial los viajes por
motivos religiosos, como las peregrinaciones y las visitas a los santuarios.
Una
justa ética del turismo influye en el comportamiento del turista, hace que sea
un colaborador solidario, exigente consigo mismo y con quienes organizan su
viaje; artífice de diálogo entre las civilizaciones y las culturas para
construir una civilización del amor y de la paz. Estos contactos facilitan esas
relaciones de paz entre los pueblos que pueden surgir únicamente de un
"turismo solidario", fundado en la participación de todos. Sólo con la
participación de «igual a igual» se puede lograr que los contactos
interculturales sean una oportunidad para la comprensión, el conocimiento
recíproco y la distensión entre los hombres. Por eso se deben estimular todas
las formas de participación eficaces entre las culturas. Es necesario
garantizar a los habitantes de las localidades turísticas una oportuna
participación en la planificación de la actividad turística, precisando bien
los límites económicos, ecológicos y culturales.
Concluyo
destacando que los cristianos, operadores o usuarios del turismo, han de
imprimir siempre en la actividad turística el sello de un espíritu evangélico,
recordando la exhortación del Señor: "Cuando entren en una casa, digan
primero: Paz a esta casa. Si hay allí gente de paz, la paz recaerá sobre
ellos" (Lc 10,5-6). Por tanto, hermanos, tenemos que ser testigos de paz y
ofrecer serenidad a cuantos se encuentren con nosotros.
Ruego
a Jesucristo, Señor de la Historia, para que este ámbito fundamental de la
actividad humana esté siempre impregnado de valores cristianos y se transforme
en instrumento de evangelización. Con tal fin, invoco la materna protección de
la Virgen bendita del Valle para cuantos trabajan en el ámbito turístico, sea
cultural, recreativo, deportivo o religioso.
¡¡¡Nuestra
Madre del Valle!!! – ¡¡¡Ruega por nosotros!!!