“Celebramos
el Día de la Patria con honda gratitud, fecundo
examen y serio compromiso”
Llamó a realizar “un serio y profundo examen que
confronte la realidad que somos con el proyecto de lo que fuimos llamados a ser
según el humano curso de nuestra historia y los dictados de la Divina
Providencia”
Esta mañana, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc,
presidió el Solemne Te Deum por los 205 años del nacimiento de la Patria, en el
altar mayor de la Catedral Basílica del Santísimo Sacramento y Santuario de
Nuestra Señora del Valle, acompañado por los sacerdotes Juan Orquera y Lucas Segura.
La ceremonia contó con la participación de las principales
autoridades provinciales y municipales, encabezadas por la Sra. Gobernadora, Dra.
Lucía Corpacci, y el Sr. Intendente de San Fernando del Valle de Catamarca,
Lic. Raúl Jalil, respectivamente, junto a miembros de sus gabinetes,
legisladores nacionales y provinciales, concejales, jefes de las Fuerzas de
Seguridad provincial y federales, con abanderados y escoltas, y pueblo en general.
Tras la proclamación de las lecturas bíblicas, en su
homilía, Mons. Urbanc expresó: “Congregados hoy a los pies de la Imagen bendita
de nuestra Madre del Valle, celebramos juntos el Día de la Patria con sentimientos
de honda gratitud, de fecundo examen y de serio compromiso. De gratitud a Dios,
primero, porque Él nos hizo el hermoso regalo de la Patria para tejer en este
bendito suelo la trama de nuestra peculiar historia. De gratitud, luego, a
todos los que, desde un notorio protagonismo o desde el anónimo bregar de cada
día, fueron cimentando el edificio moral, cultural, económico y social de
nuestra comunidad. De gratitud, en fin, a nuestros
padres que, como frutos de
su mutuo amor, nos han traído a la vida en el seno de esta sociedad que, con
sus luces y sombras, es depositaria de nuestro perenne amor”.
Interpelando a todos con la pregunta: “¿Qué ha pasado con
nosotros?”, en alusión a la realidad que vivimos, invitó a realizar un profunda
mirada introspectiva individual y comunitaria, al afirmar que “no se acaba todo
en gratitud, porque es éste un día propicio para someternos privada, grupal y
socialmente a un serio y profundo examen que confronte la realidad que somos
con el proyecto de lo que fuimos llamados a ser según el humano curso de
nuestra historia y los dictados de la Divina Providencia”.
Año electoral
En otro tramo, el Pastor Diocesano expresó que “podríamos
aprovechar la preciosa ocasión que nos proporciona la Providencia en este año
electoral para repensar la Patria a la luz de una historia que, en su incesante
caminar, nos impulsa hacia un porvenir que ha de ser previsto y planificado en
un clima social de paz, madurez, respeto y fraternidad, frutos de la
vigencia
de los principios del bien común, del destino universal de los bienes, de la
subsidiaridad, de participación y de solidaridad, concebidos y aplicados en
sumisión a los irrestrictos valores de la verdad, la libertad y la justicia;
para proceder luego a elegir según los criterios de honestidad, integridad,
capacidad, idoneidad, propuestas, ideas y voluntad de diálogo, a aquellos que
han de conducir humanamente los destinos de la Nación”.
El Pastor Diocesano culminó su mensaje con la Oración por
la Patria rezada por todos los participantes del oficio religioso.
En el momento de la plegaria comunitaria se pidió por el
Papa Francisco, nuestro Obispo Luis Urbanc, y demás consagrados; por nuestra
Patria y sus gobernantes; por los más pobres y necesitados, los enfermos,
ancianos y huérfanos, y por el eterno descanso del alma del Obispo Emérito de
Catamarca, Mons. Elmer Osmar Miani, al cumplirse este día el primer aniversario
de su partida a la Casa del Padre.
El solemne acto litúrgico con el que los catamarqueños glorificaron
y dieron gracias a Dios en el cumpleaños de la Patria fue acompañado por el Coro
de Cámara de la Municipalidad de la Capital, dirigido por Marta Acha, junto al
Coro Buen Pastor.
Texto completo de la homilía
El
adjetivo “patria” supone el sustantivo “tierra” y designa “la tierra de los
padres”.
Actualmente el adjetivo ha quedado
sustantivado, pero su significado más profundo subsiste. Es la tierra de
nuestros padres, de nuestros antepasados. La tierra en la que hemos emergido a
la maravilla de la existencia, en la que nos alumbró la luz de la educación y
en la que nos hemos visto transidos por el fulgor de la fe. Tierra que nos asombra
con todos sus encantos y en la que habitan comunidades que cultivan
determinados valores culturales, morales y espirituales, recibidos como
preciosos legados de nuestros mayores, conservados por las costumbres
populares, acrecentados por el amor compartido, retransmitidos con la esperanza
puesta en un futuro mejor.
Patria es la tierra en la que vivimos
como en nuestro lugar propio y natural, y en la que ansiamos gozar de sencilla
honradez y del aprecio de nuestros compatriotas.
Patria son las calles que transitamos
cada día, los lugares donde nos ganamos la vida con el sudor de la frente, los
hogares que nos acogen con el afecto compartido, el viento que sopla cada
jornada, los árboles que se elevan en nuestras plazas, los templos que unen
cielo y tierra con la fuerza de la oración y de la piedad, las escuelas que
conservan y transmiten el tesoro cultural acumulado ayer, asimilado e
incrementado hoy, preparado para un mañana más resplandeciente.
Patria es la tierra, el mar y el cielo
asociados con nuestra existencia y concebidos como prolongaciones de nuestros
espíritus sedientos de trascendencia y eternidad.
Queridos hermanos, congregados hoy a
los pies de la Imagen bendita de nuestra Madre del Valle, celebramos juntos el
Día de la Patria con sentimientos de honda gratitud, de fecundo examen y de
serio compromiso.
De gratitud a Dios, primero, porque Él
nos hizo el hermoso regalo de la Patria para tejer en este bendito suelo la
trama de nuestra peculiar historia. De gratitud, luego, a todos los que, desde
un notorio protagonismo o desde el anónimo bregar de cada día, fueron
cimentando el edificio moral, cultural, económico y social de nuestra
comunidad. De gratitud, en fin, a nuestros padres que, como frutos de su mutuo
amor, nos han traído a la vida en el seno de esta sociedad que, con sus luces y
sombras, es depositaria de nuestro perenne amor.
Pero no se acaba todo en gratitud,
porque es este un día propicio para someternos privada, grupal y socialmente a
un serio y profundo examen que confronte la realidad que somos con el proyecto
de lo que fuimos llamados a ser según el humano curso de nuestra historia y los
dictados de la Divina Providencia.
No es este el momento apropiado para
detenernos extensamente en esta consideración, pero no podemos desaprovechar la
ocasión de compartir algunas sencillas ideas.
En líneas generales, podríamos afirmar
que hemos avanzado mucho en estos 205 años de historia patria; avances que, sin
ánimo de entrar en detalles, hacen a casi todos los aspectos de nuestra vida social.
Pero no todo fue progreso hacia lo
mejor, porque en cierto sentido nuestra existencia común se ha visto
deteriorada.
En efecto, hasta no hace muchos años
era normal, al menos en nuestras provincias del interior, la apertura confiada
de cada familia al entorno social, con la clara conciencia de que sus vidas y
sus cosas estaban puestas al amparo de la honradez, el respeto y la fraternidad
profesados por todos. Pero ahora sólo podemos sentir nostalgia en la
inseguridad de hoy de la tranquila seguridad de ayer. ¿Qué ha pasado con
nosotros? ¿Por qué hemos dejado de honrarnos unos a otros? ¿Por qué hemos
perdido la conciencia de que la vida es sagrada y de que los bienes ajenos han
de ser respetados? ¿Por qué en vez de labrar el futuro a fuerza de trabajo,
algunos han pretendido tomar el atajo de la dádiva, de la coima, del hurto, del
robo, del chantaje, de la violencia, etc.?
Hasta hace no muchos años nuestros
jóvenes buscaban un normal esparcimiento en los paseos, la práctica de
deportes, las sanas reuniones y otras actividades semejantes que eran y son
caminos de integración y no de evasión social. Pero hoy se han introducido y
han cundido por doquier el narcotráfico y la drogadicción con su terrible
secuela de males que afectan a las personas, las familias, los grupos, la
entera sociedad. ¿Cuándo, cómo y por qué hemos tomado en esto el camino
equivocado? ¿Por qué hemos permitido que avance y se arraigue este flagelo que
ciertamente nos daña a todos y especialmente a nuestra juventud? ¿Es posible
hoy revertir la situación? ¿Qué hemos de hacer al respecto?
Éstos y otros muchos interrogantes han
de ser planteados y respondidos, para que sepamos cómo pensar y obrar y qué
camino hemos de transitar para avanzar y no retroceder, para superarnos y no
degradarnos.
He señalado tan sólo dos realidades
para mostrar que debiéramos someternos libre y reposadamente a un profundo y
serio examen de conciencia privada, grupal y social, ya que el examen de
conciencia es el principio de la rectificación que nos hará recuperar el rumbo
parcialmente perdido.
No querría, queridos hermanos, que
quede la impresión de que nuestra sociedad presenta sólo sombras, lo que no es
cierto, pero sí parece claro que este Día de la Patria ha de impulsarnos a
renovar nuestro compromiso de amor con nuestra madre Argentina, asumiendo
responsablemente su pasado, viviendo intensamente su presente y proyectando
lúcidamente su futuro.
Para ello, entre otras cosas,
podríamos aprovechar la preciosa ocasión que nos proporciona la Providencia en
este año electoral para repensar la Patria a la luz de una historia que, en su
incesante caminar, nos impulsa hacia un porvenir que ha de ser previsto y
planificado en un clima social de paz, madurez, respeto y fraternidad, frutos
de la vigencia de los principios del bien común, del destino universal de los
bienes, de la subsidiaridad, de participación y de solidaridad, concebidos y
aplicados en sumisión a los irrestrictos valores de la verdad, la libertad y la
justicia; para proceder luego a elegir según los criterios de honestidad,
integridad, capacidad, idoneidad, propuestas, ideas y voluntad de diálogo, a
aquellos que han de conducir humanamente los destinos de la Nación.
Queridos hermanos, en el texto bíblico
proclamado, el apóstol san Pedro nos exhortó, en síntesis, a ser plenamente
ciudadanos del cielo y de la tierra. Y no podría ser de otro modo, porque la
fe, que es de lo que no se ve (cf. Heb 11,1), nos compromete intensamente con
lo que sí se ve, ya que quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve (1 Jn 4,20). En efecto, el cristiano es un peregrino en
marcha hacia el cielo, sin ser por ello un fugitivo de la tierra. Su amor a
Dios abrasa su corazón de genuino amor y entrega al prójimo. Festeja su
esperanzada pertenencia a la patria del cielo y celebra con ardor su
pertenencia a la patria de la tierra, mientras suplica al Señor de la historia
que derrame con abundancia sus gracias y dones sobre la comunidad que lo vio
nacer, porque “si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles;
si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigila el centinela”. (Sal 127,1)
Este Señor está siempre con nosotros y
lo estará hasta el fin de la historia (cf. Mt 28,20), pero en algunos tiempos
señalados nos honra con una especial visita. Este día de la Patria es una
jornada de visitación del Señor. Aprovechando su presencia le pedimos que nos
abra los oídos del alma para escuchar su mensaje de paz (Lc 19,42) proclamado a
todo el pueblo argentino, y renovamos la súplica del pueblo que le dice: “Jesucristo,
Señor de la historia, te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados. Precisamos
tu alivio y fortaleza. Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la
pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Danos la valentía de la
libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando
a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y
construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la
esperanza que no defrauda. Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, cercanos a
María del Valle, que desde esta Basílica nos dice: ¡Argentina! ¡Canta y camina!
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos”. Amén.